Ciencia ficción capitalista. Michel Nieva. Anagrama, 2024. 144 páginas, 590 pesos.

Hay libros que invitan a la rebelión, a cambiar el estado de las cosas. No es este el espacio para definir “rebelión” ni tampoco “el estado de las cosas”, figura que en todo caso remite ―como referencia inexacta― al nombre de una película de Wim Wenders de 1982 (la anterior a Paris, Texas) que describe la interrupción del rodaje de una película de ciencia ficción distópica en una zona desértica de Portugal. Lo paradójico es que la situación planteada por Wenders deriva a asumir la imposibilidad del cambio, que debería tomar forma mediante una rebelión que en la película nunca va a suceder.

Las películas, todos lo sabemos, inyectan imágenes que en su mayoría se olvidan. Si bien no olvidé la poética lección de Wenders y tampoco olvidé el acto insurreccional constante que narra Jean-Luc Godard en Weekend (1967), los libros son artefactos más profundos y complejos que el cine en esto de fomentar una rebelión, aunque esté clausurada su posibilidad por razones prácticas o coyunturales. Al borde del manifiesto, hay libros que deberían ser de lectura obligada.

Uno de ellos es El centro del mundo (2014), de la dramaturga española Angélica Liddell. Es tan pero tan inquietante su lectura que es difícil colocarlo luego en la biblioteca, porque sería anestesiar el discurso y la sensación vívida de que Liddell tiene la clave para escribir sobre lo que se calla, lo que se oculta, lo que se teme, lo que mentimos, en una construcción poética radical, de vísceras abiertas, que lleva a deshacerse del último resto de inocencia y esperanza. Liddell, volviendo a la película distópica de Wenders, no propone ningún cambio, pero destruye y hace añicos “el estado de las cosas”, lo corrompe para siempre. Es un libro que está vivo, que contagia rebelión.

Ciencia ficción capitalista, un pequeño y explosivo manifiesto firmado por el escritor argentino Michel Nieva y publicado por Anagrama en la colección “nuevos cuadernos”, deja sensaciones similares al libro de Liddell, pese a que no tengan puntos de contacto temático aparente (los tiene, pero esto no es un ensayo de literatura comparada, y uno de esos puntos podría ser que ambos son tecnoanticapitalistas y deberían compartir banda sonora de Arcade Fire). Lo que plantea Nieva en su ensayo, por ejemplo, está en las antípodas de una interpretación conspiranoica y simple de la relación entre literatura de ciencia ficción y el desarrollo de un capitalismo antihumanista, científico y tecnológico, pero es probable que varias de las ideas y conexiones que realiza puedan dar pie a corrientes alternativas de dudosa credibilidad. Esa es una de sus virtudes. Es un ensayo borde, de los intuitivos, como debe ser por su propia temática.

Si la literatura de ciencia ficción ha sido, aun en sus vertientes ciberpunk y nihilistas, nutriente y parte esencial del mecanismo de construcción del tecnocapitalismo y el conocimiento científico, Nieva plantea escenarios de rebelión, en el terreno de la escritura, en primer caso, porque tiene conciencia de Ciencia ficción capitalista como una herramienta de lucha y manifiesto para contaminar el error de la distopía que habitamos, la de los algoritmos opresivos, la de la inteligencia artificial avasallante, la de los amigos multimillonarios del presidente estadounidense Donald Trump, la del crecimiento exponencial de China. Es un libro que invita a la rebelión, que reivindica una ciencia ficción disruptiva, con una identidad “Sur global” y que por ello deje de ser colaborativa con el Norte. Por todo esto, y al igual que el de Liddell, Sobre el arte contemporáneo (2016), de César Aira, y Teoría King Kong (2006), de Virginie Despentes, es un libro que necesariamente hay que compartir y contagiar a otros mutantes que anden en la vuelta.