Los populismos de extrema derecha han sido marcadamente anticientíficos. El expresidente Jair Bolsonaro fue ampliamente considerado como “la mayor amenaza para la respuesta de Brasil al covid” al despreciar la evidencia científica sólida, lo que resultó en numerosas muertes. Ni bien asumió en diciembre de 2023, el presidente argentino, Javier Milei, desató el mayor desguace del siglo del sector científico-tecnológico del país, una extensión de las políticas de destrucción que llevaron a la Noche de los Bastones Largos (1966), la dictadura cívico-militar (1976-1983), los gobiernos neoliberales de los años 1990 y de Mauricio Macri (2016-2019). “Donde el cientificidio adquiere una magnitud inédita, que no tiene antecedentes en un gobierno contemporáneo, es con la administración de Javier Milei –afirman Santiago Liaudat y Gabriel M. Bilmes, investigadores de la Universidad Nacional de La Plata1–. El oficialismo argentino identifica en la ciencia y la tecnología y en las universidades a sectores opositores a su proyecto. Distintos referentes, como el propio presidente, su vocero, ministros, altos funcionarios, periodistas y hostigadores anónimos en redes sociales (trolls), han tergiversado información y ridiculizado la actividad científica, al punto de denigrar de forma personalizada a investigadores burlándose de sus trabajos”.

En 2010, los sociólogos Aaron M. McCright y Riley E. Dunlap sostuvieron que los sectores más conservadores de Estados Unidos tendían a rechazar las ciencias de “impacto” –es decir, aquellas preocupadas por identificar daños ambientales y de salud–, pero no las ciencias de “producción”, aquellas que respaldan a las empresas y la industria2. Es precisamente lo que ocurre en estos momentos: una enfermedad –una pesadilla para la comunidad académica– se propaga por el mundo. La derecha asfixia en términos financieros a la ciencia básica –la misma que ha generado tratamientos efectivos contra el VIH, la leucemia y enfermedades cardíacas y ha producido toda clase de vacunas preventivas– y ataca todo lo relacionado con la diversidad sexual y el estudio y la adaptación a la emergencia climática –como si cerrar los ojos ante la catástrofe ambiental evitase mágicamente que suceda–, al tiempo que las tasas de vacunación infantil siguen disminuyendo. En paralelo, esa misma derecha celebra a tecnooligarcas como Elon Musk, Jeff Bezos y Mark Zuckerberg, que erigieron sus imperios planetarios de poder, ego e influencias gracias a miles de poco conocidos investigadores en áreas como las ciencias de la computación, la inteligencia artificial y la industria aeroespacial.

“Quienes imponen una ideología política por encima de la evidencia buscan reducir la libertad de las personas. Son autoritarios y por eso atacan la ciencia ―alega el periodista Shawn Otto3―. La ciencia es el mejor medio para obtener evidencia que nos permita fundamentar políticas públicas imparciales. La ciencia no es perfecta, no tiene todas las respuestas, y todo lo que nos dice es provisional y está sujeto a cambios. Pero puede ofrecer a los responsables políticos la mejor oportunidad de ahorrar dinero y encontrar soluciones eficaces. Una vasta guerra contra la ciencia está en marcha, y los ganadores trazarán el futuro del poder, la democracia y la libertad misma”.

Federico Kukso, periodista de ciencia independiente y autor de Odorama. Historia cultural del olor y Frutologías. Historia política y cultural de las frutas. El artículo completo está en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2025.


  1. “El concepto de cientificidio”. Ciencia, tecnología y política, Vol. 7 Núm. 13, 2024. 

  2. “Anti-reflexivity”, Theory, Culture & Society, Volume 27, Issue 2-3, mayo 2010. 

  3. The War on Science: Who’s Waging It, Why It Matters, What We Can Do About It, Milkweed Editions, 2016.