Desde las rutas polvorientas hasta las cimas del Himalaya, Nepal se reconstruye entre el turismo, la corrupción y la migración masiva. En Thabang, cuna de la insurrección maoísta, la memoria de la revolución persiste, mientras miles de nepalíes buscan futuro en el extranjero.

En moto son dos días. Tres en autobús, si no te pasa nada. Pero el pueblo de Thabang, foco de la insurrección maoísta en Nepal (1996-2006), está a sólo 400 kilómetros de la capital del país, Katmandú, hacia el centro-oeste. Una ruta verdaderamente extenuante. La autopista Mahendra, que lleva el nombre de un antiguo rey nepalí y es considerada el eje principal de circulación del país, está siendo sometida a enormes obras de ensanche que parecen no tener un fin a la vista. Se circula a 20 kilómetros por hora, con la espalda estropeada, respirando el polvo omnipresente.

Pero lo peor está por venir. Al salir de la “autopista” y subir hacia las estribaciones del Himalaya, el asfalto desaparece para ser sustituido por carriles abiertos por excavadoras. Cada monzón, hacia el mes de junio, torrentes de barro y piedras ruedan por estos caminos de tierra mal apuntalados. Las máquinas vuelven a atacar los acantilados, para disgusto de los trekkers (senderistas) que vienen de todas partes del mundo. “Para mí, el Tour de Annapurna se ha acabado –lamenta Tobby, un diseñador web de California–. Hace diez años, la gente vivía en sus pueblos aferrada a las montañas, aislada del mundo. Era realmente auténtico. Ahora no paran de adelantarte jeeps y camionetas que te echan toneladas de polvo en la cara”.

En 2023, Nepal recibió un millón de turistas, de los cuales el 40 por ciento eran asiáticos (indios, chinos y coreanos), recuperando su concurrencia previa a la pandemia de covid-19. De ellos, el 14 por ciento vino a pasear por las montañas, y 500 intentaron alcanzar la ahora masificada cumbre del Everest. Pero los inconvenientes de Tobby, o las seudoexplotaciones de un Inoxtag (el joven influencer que decidió escalar el techo del mundo y hacer un documental sobre ello)1, siguen estando muy lejos de las preocupaciones de los nepalíes. “¡La finalización del sendero nos ha cambiado la vida por completo!”, dice con entusiasmo Laxmi Pun Magar, habitante de Thabang. Coincide con todas las personas que conocimos en la región de las estribaciones del Himalaya, en donde vive el 45 por ciento de los nepalíes. “Antes teníamos que caminar tres días para llegar al pueblo. Muchas mujeres morían en el parto, porque no podían llegar al hospital. Y ni siquiera teníamos electricidad”.

Llegar tras dos días de ruta es sorprendente. Visto desde lejos, es un viejo pueblo de piedra aferrado a la ladera de la montaña, con los tejados pintados de azul, rodeado de parcelas en terrazas: cada familia cultiva trigo, cebada y mijo. Los arrozales están abajo, a orillas del río por donde corre el agua de los glaciares del Himalaya, un fenómeno potencialmente peligroso: Nepal es uno de los países del mundo más afectados por el cambio climático, que está provocando el deshielo de los glaciares y la ruptura de las morrenas que retienen el agua en los lagos. Por todas partes, mujeres y niñas, algunas muy jóvenes, caminan llevando en la espalda cestos de caña atiborradas con pesadas cargas. Madera, sacos de arroz, cemento o piedras.

¿Un nuevo Nepal?

Nada más entrar en el pueblo, nos recibe un enorme mural con retratos de Karl Marx, Friedrich Engels, Lenin, Joseph Stalin y Mao Zedong. Paseamos por las calles peatonales, intrigados por las largas frases pintadas en las paredes de las casas. “¡Viva la revolución permanente del pueblo!”, traduce Uday Gharti Magar, docente de ciencias en la escuela secundaria local. También: “¡Vida eterna a nuestros valerosos mártires!”. En el centro del pueblo, decenas de jóvenes, hombres y mujeres, juegan animadamente al bádminton. ¿Quién podría imaginar que este patio de juego sería el escenario de una tragedia que aún hoy atormenta a la gente? El 12 de abril de 2002, el ejército real invadió Thabang, quemó una decena de casas y mató a sus habitantes. “Como mucha gente del pueblo, vengo de una familia maoísta. Mi padre, mi hermano y mi hermana, todos ellos se unieron a los rangos de los rebeldes”, explica el docente en tono distendido.

En 1996, cuando el Partido Comunista de Nepal (Maoísta) lanzó la revolución, la región de Thabang fue una de las primeras en estallar. El objetivo de los combatientes era derrocar la monarquía, instaurar la democracia, eliminar la discriminación contra los dalit (llamados “intocables”) y los grupos étnicos indígenas, y luchar contra la pobreza. Siguió una brutal represión, llevada a cabo por las fuerzas reales apoyadas por las dos organizaciones políticas autorizadas en aquel entonces, el partido Congreso Nepalí (NC, todas las siglas están en inglés) y el Partido Comunista de Nepal (Marxista-Leninista Unificado, UML) –este último había abandonado hacía tiempo cualquier perspectiva de derrocar el régimen, o incluso de marxismo–.

La insurrección se extendió de forma gradual por todo el país, convirtiéndose en una guerra civil. En los pueblos no había ninguna neutralidad. O se era maoísta o se era del NC o del UML. Tras diez años de conflicto y más de 17.000 muertos y 1.300 desaparecidos2, se firmó un acuerdo de paz en 2006, seguido dos años después por la abolición de la monarquía y la elección de una asamblea constituyente3. Los maoístas obtuvieron el 38 por ciento de los escaños, lo que suscitó grandes esperanzas entre las masas empobrecidas del país, incluso en familias con sello del NC o UML. “En ese momento, las expectativas de la gente eran inmensas. Gracias a la fuerza de cambio de los maoístas, íbamos a vivir un nuevo Nepal. Pero pronto nos dimos cuenta de que los maoístas se comportan exactamente igual que los demás, que simplemente estaban ávidos de poder y dinero. Y dispuestos a todo para satisfacer sus deseos”, recuerda Deepak Thapa, director del Social Science Baha, un influyente centro de investigación del país.

Restos de la revolución

El paso de los maoístas por el poder fue breve. En Nepal, el Poder Ejecutivo está en manos del primer ministro. En 2008 estuvieron en el poder solamente 300 días. Regresaron en 2011 durante menos de 200 días, en 2016 durante menos de un año, y luego en 2022 durante un año y 200 días. Pero la ruptura con la población ya había comenzado. Ninguna de las personas con las que hemos hablado, sea cual sea su tendencia política, dejó de denunciar los escándalos de malversación y nepotismo en los que estuvieron envueltas las grandes figuras de la “revolución”. El último caso es el de Krishna Bahadur Mahara, exministro de Asuntos Exteriores en 2017 y luego presidente de la Cámara de Representantes (2018-2019), detenido por tráfico de oro. Los hijos del vicepresidente de la República, Namda Bahadur Pun, excomandante en jefe de las tropas maoístas durante la guerra civil, también estuvieron implicados en este tráfico. En cuanto a Prachanda (cuyo nombre real es Pushpa Kamal Dahal), elegido jefe de gobierno por tercera vez desde diciembre de 2022 hasta julio de 2024, es sospechoso de haber facilitado una trama de evasión fiscal de Ncell, la principal compañía de telecomunicaciones del país4, y de haber recibido un soborno chino en el marco de un proyecto de construcción de una central hidroeléctrica5. Su hermano, Narayan Prasad Dahal, es presidente de la Asamblea Nacional, y su hija Renu Dahal, alcaldesa de la ciudad de Bharatpur. “Los maoístas llevaban sandalias cuando llegaron al poder, y ahora son multimillonarios y se pavonean en autos enormes y quintas de lujo”, afirma Padmini Pradhananga, presidenta de la sección nepalí de Transparency International, una organización cuyo trabajo es ampliamente cuestionado6. “No tenemos pruebas claras de que Nepal sufra más corrupción que otros países”, explica Lada Strelkova, directora de operaciones del Banco Mundial en Nepal. Sin embargo, “es precisamente a causa de la corrupción por lo que los grandes proyectos de infraestructura, como rutas o centrales hidroeléctricas, sostenidas por los fondos internacionales, nunca se acaban –replica Pradhananga–. Cada retraso y cada costo adicional permite al siguiente ministro conseguir su sobre”.

Regresamos a Thabang. Tras mostrarnos el “Jardín de los mártires”, donde están enterrados los 34 shahids (mártires, palabra árabe utilizada en nepalí), Uday Gharti Magar se detiene frente a un edificio blanco en construcción: “Este es nuestro futuro hospital. La sanidad es una de las cuestiones más cruciales para los aldeanos de las montañas como nosotros, y fue una de las promesas clave que hicieron nuestros líderes en la época de la guerra. La puesta en marcha del proyecto fue decidida por el anterior alcalde, miembro del partido maoísta, que eligió su propia empresa constructora –registrada a nombre de su esposa– para llevarlo a cabo. El costo estimado de la obra era muy superior al real”. Su amigo Ajay nos sigue. Hijo de un venerado mártir de Thabang, Ajay perdió el brazo derecho en la batalla y desde entonces lleva una prótesis de madera: “La corrupción continuará pronto, cuando haya que encargar el equipamiento médico para el hospital. Los altos cargos del ministerio recibirán cada uno su sobre”. Agrega con voz ronca: “Perdí a mi padre por la revolución, dejé mi brazo en la revolución. No creo que hoy sólo sienta odio contra los soldados monárquicos que nos dispararon, sino contra los antiguos líderes que nos traicionaron, motivados únicamente por su codicia”.

Trabajo lejos, sustento en casa

La codicia no es exclusiva de los maoístas. Impulsa a los dirigentes de las otras dos grandes formaciones políticas, el NC y el UML, que se han repartido el poder con los maoístas por turnos durante casi 20 años. Esta codicia resulta más repugnante cuando se tiene en cuenta que la vida material de los nepalíes, aunque haya mejorado en las dos últimas décadas, sigue siendo dura –quizá porque estas nuevas rutas, que ofrecen acceso al mercado mundial de bienes de consumo, han creado nuevas necesidades cada vez más costosas–. El teléfono celular que tienen todos, incluso en los pueblos más remotos, es un ejemplo de ello. Según el gobierno, el 20 por ciento de la población ni siquiera dispone de las 200 rupias diarias por persona (1,40 euros) necesarias para llevar una vida digna. Están por debajo del umbral de pobreza fijado por el gobierno7.

En Nepal, un docente de escuela secundaria cobra un sueldo mensual de unas 25.000 rupias (el equivalente a 165 euros). Lo mismo ocurre con un funcionario público calificado. Pero estos ingresos siguen siendo muy minoritarios. Para la masa de nepalíes que cobra una paga diaria como jornaleros agrícolas, obreros o empleados de hoteles y restaurantes, la tarifa es más o menos la misma: unas 700 rupias diarias (o 4,63 euros), una suma imposible de convertir en salario mensual, dado el alto nivel de desocupación y la precariedad de los empleos. Durante la temporada de senderismo, los campesinos (el 60 por ciento de la población) se venden como porteadores a los senderistas extranjeros, que los hacen caminar de ocho a diez horas diarias cargando 40 kilos en la espalda por 2.000 rupias al día (13,23 euros). “Esta tarifa puede parecer escandalosa, pero es la ley de la oferta y la demanda. Estos hombres necesitan el dinero para vivir. Y los turistas también eligen Nepal porque encuentran porteadores baratos”, admite Pranil Kumar Upadhaya, investigador en Economía y Turismo y organizador de excursiones.

Enclavado en medio de montañas muy altas, entre China e India, sin acceso al mar, Nepal no produce prácticamente nada, aparte de un poco de electricidad de sus centrales hidroeléctricas, aunque las más grandes están aún en fase de proyecto, e importa todo de sus poderosos vecinos, en particular India. “En el puesto fronterizo de Birgangj, en el sur, entran 100 camiones indios cada día –explica Dharma Swarnakar, economista del Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Katmandú–. De ellos, 90 vuelven vacíos”. ¿La única mercancía fácilmente exportable? “Los músculos de la gente”.

En Nepal, todo el mundo tiene un pariente que trabaja en el extranjero o que planea irse. “Es un fenómeno antiguo, que aumentó durante la guerra civil, cuando los jóvenes de los pueblos se negaron a unirse a la guerrilla”, explica Pranaya Rana, joven periodista y autor del documentado blog Off the Record. “Hoy afecta a todas las clases sociales. Cada cual elige su país de destino en función de sus medios. Los ricos van a Australia, Canadá y Estados Unidos. Los que ‘no son demasiado pobres’, a Corea del Sur, Rumania y Portugal. Luego, Malasia o los países del Golfo. Y en el último lugar, India”. El Banco Mundial calcula que el dinero que envían los trabajadores migrantes a Nepal asciende a casi 10.000 millones de dólares, lo que equivale a una cuarta parte del producto interno bruto. En comparación, las divisas que entran a Nepal a través de los turistas parecen irrisorias: 800 millones de dólares. “Incluso nosotros, la comunidad internacional de ayuda, sólo aportamos 1.400 millones de dólares al año”, señala Ayshanie Medagangoda-Labé, representante del PNUD en Nepal. “Esto significa que la economía de Nepal y la vida de sus habitantes depende esencialmente de los trabajadores migrantes”.

Del mismo modo en que todo el mundo conoce el valor del dólar, todas las personas con quienes hablamos saben el precio que exigen las agencias de contratación para proporcionarles un pasaje de avión, una visa y una promesa de empleo en el acto. “Para un país del Golfo, hay que pagar 2 lakhs”, o 1.400 euros (1 lakh = 100.000 rupias nepalíes), explica Puspa Kumaï, de 22 años, que toma clases de coreano en una escuela de idiomas en Ghorahi, una importante ciudad del oeste del país. “Para Malasia, son 3,5 lakhs (2.400 euros). Polonia, Rumania, Portugal y Croacia son 8 lakhs (5.500 euros)”.

Puspa Kumaï es de un pueblo de montaña que queda a dos horas en autobús de Ghorahi. Pidiendo dinero prestado a diestra y siniestra, a un exorbitante tipo de interés del 36 por ciento anual, su familia juntó 3 lakhs (2.080 euros) para enviarlo a Corea del Sur. “Es difícil. Tengo que quedarme allí al menos cinco años, con un solo viaje de ida y vuelta en el medio para ver a mi familia. Pero no tengo opción, dependen de mí para vivir”. Va a trabajar en agricultura o en una empresa textil. A razón de seis días a la semana, diez horas por día, espera ganar 2,5 lakhs al año (1.725 euros), que enviará íntegramente a sus padres, dado que la comida y el alojamiento están incluidos en su salario. La vuelta a la paz en 2008 no ha reducido el flujo de emigrantes, y “se estima que actualmente el número de nepalíes que trabajan en el extranjero es de 2,6 millones, sin contar a los temporeros que van a India, que puede casi duplicar esta cifra”, según el sociólogo Arjun Kharel, investigador en el Social Sciences Baha.

Nostalgia de una utopía

Con la corrupción entre las élites y la emigración masiva, la imagen de este país puede parecer sombría, y tras ella el historial de la “guerra popular”. Los aspectos positivos, que los hay, tienen poco que ver con la situación material de los nepalíes –aparte de la ampliación de la red de rutas, considerada por todos como un gran avance– y más con sus derechos fundamentales. El primer punto positivo, y el más importante, es que 20 años después de los acuerdos de paz, la guerra ha terminado de verdad y los nepalíes parecen vivir en una armonía que plantea interrogantes sobre la explosión de violencia del pasado. Nabin Lochan Magar es un periodista que reside en Livang, capital del distrito de Rolpa, a un día de ruta de Thabang. Excombatiente del Ejército Popular de Liberación (EPL), nos muestra fotografías suyas con un fusil en el pecho, tomadas desde su celular. “Soy de Pachhabang, a dos horas de aquí. En aquella época, el pueblo estaba muy dividido. Hubo cuatro muertos, tres asesinados por las fuerzas realistas y uno por nosotros. Hoy en día, reina la paz, y las familias que antes eran enemigas casan a sus hijos entre sí”. Todos los testimonios recogidos son unánimes: en los pueblos ha vuelto la paz, sin ninguna intervención del Estado. A la salida de la guerra, el gobierno creó una comisión para la paz y la reconciliación, y otra para investigar las desapariciones forzadas, pero nunca han funcionado realmente. “Como los partidos que antiguamente eran enemigos se han repartido los puestos de poder, maniobraron para impedir que las comisiones nombraran a los culpables de las extorsiones”, denuncia Kunda Dixit, fundador del Nepali Times y figura destacada de la intelligentsia nepalí. “Pero lo peor es que no se hace nada para que nuestros hijos conozcan esta página de nuestra historia”. En cuanto a los 9.000 combatientes maoístas, 1.500 voluntarios se incorporaron al ejército regular, mientras que los demás regresaron a casa con una indemnización. “¡Un éxito total!”, sostiene Dixit.

Otro gran avance es que, cuando la Constitución del país celebra su décimo aniversario, parecen haberse establecido las condiciones esenciales para una vida democrática: “Desde la abolición de la monarquía vivimos en la sociedad más abierta de todo el sur de Asia, y la prensa es totalmente libre”, agrega Dixit. De hecho, ningún periodista o blogger corre el riesgo de sufrir represalias por escribir contra los dirigentes políticos o económicos del país. Y varios altos funcionarios respondieron a nuestras preguntas con una libertad sorprendente, denunciando de forma abierta los errores de su ministro e incluso sus deshonestidades. Y sin pedir el anonimato.

Sea como fuera, el aura de los maoístas ha perdido su brillo hace mucho tiempo. En las últimas elecciones legislativas de noviembre de 2022, sólo obtuvieron el 11 por ciento de los votos, muy por detrás de los “marxistas-leninistas” del ULM (27 por ciento) y del Congreso (NC, 25,5 por ciento). Esto no impidió que Prachanda fuera nombrado primer ministro mediante un sutil juego de alianzas. Y a pesar de algunos progresos logrados por la insurrección maoísta y la abolición de la monarquía, el penoso espectáculo de los dirigentes debilita una república todavía muy joven. “A mí todos estos partidos me dan asco”, dice Hikmati, madre de seis hijos y dueña de un puesto al lado de la autopista entre Shivaraj y Daukhuri. “Lo que quiero es que vuelva el rey”. “Es cierto que cada vez más gente lo reclama”, confirma Pranaya Rana, “pero creo que es más un rechazo a los partidos tradicionales que un verdadero deseo de restaurar la monarquía”. Un pequeño partido monárquico, el Rastriya Prajatantra Party (RPP, Partido de la Democracia Nacional), intenta capitalizar esta aspiración, pero sin mucho éxito hasta ahora (consiguió el 5,6 por ciento de los votos en las últimas elecciones generales de 2022). En Nepal, el apoyo a un partido político tiene poco que ver con la adhesión ideológica. Es más una cuestión de pertenencia familiar: “Soy maoísta desde hace 25 años, toda mi familia es maoísta, es mi historia: no puedo cambiar”, dice Gobin Bishwa Karma, un dalit de Thabang, tras explicarnos lo mucho que odiaba a los líderes maoístas, “todos corruptos”. O un simple cálculo, como para Sanjaya Chaudari, un profesor universitario muy comprometido con su región, Chitwan, un gran parque nacional al oeste de Katmandú: “Milito con los congresistas (NC), pero es sólo por el poder de su red. Aquí, si uno quiere actuar concretamente en un ayuntamiento, una cooperativa forestal o en el organismo de gestión del agua, está obligado a pertenecer a uno de los tres partidos. Porque las designaciones se hacen únicamente en función de los vínculos de uno con tal o cual jefe político local”.

En Thabang, los retratos de Marx, Engels y los demás brillan con la última luz del sol poniente. Los callejones se vacían, mientras las mujeres preparan dal bhat, el arroz con lentejas y verduras que se sirve en cada comida. “Al final, el verdadero legado de esta guerra es que nos ha transformado en ciudadanos conscientes de nuestros derechos, y capaces de luchar por ellos”, concluye Gris Pun, miembro electo del consejo municipal de Thabang, mirando el cielo abrasador. Un logro al que los nepalíes no están dispuestos a renunciar.

Pierre Daum, enviado especial, periodista. Traducción: Emilia Fernández Tasende.

Del archivo

60 años de revoluciones inconclusas

Febrero de 1951. Fin del reinado dinástico de los Ranas. El rey Tribhuvan restaura sus prerrogativas con la ayuda del primer ministro indio Jawaharlal Nehru y del Partido del Congreso nepalés, prometiendo una Constitución.

Febrero de 1959. Primera Constitución, que instaura una monarquía parlamentaria. El Partido del Congreso triunfa en las elecciones legislativas.

Diciembre de 1961. Disolución del Parlamento y restauración de una monarquía absoluta.

8 de abril de 1990. Primera revolución popular, o Janan andolon. Después de dos meses de manifestaciones y represión, el rey Birendra autoriza los partidos políticos.

13 de febrero de 1996. El Partido Comunista Nepalés Maoísta (PCN-M) lanza una “guerra popular” contra el poder central.

1º de junio de 2001. Asesinato del rey Birendra y de la familia real. La coronación de Gyanendra, hermano del rey de fama conservadora, provoca numerosos disturbios.

24 de noviembre de 2001. Estado de emergencia y gran despliegue del ejército.

1º de febrero de 2005. El rey Gyanendra disuelve el gobierno, suspende el Parlamento y asume todo el Poder Ejecutivo.

21 de noviembre de 2005. En Nueva Delhi, acuerdo de 12 puntos entre los siete partidos principales y los maoístas contra el absolutismo real.

2006. La segunda revolución popular, o Janan andolon II, estalla el 6 de abril. Huelga general, manifestaciones rebeldes. El 24 de abril el rey cede y reinstala el Parlamento.

21 de noviembre de 2006. Acuerdo de paz. Gobierno de unión nacional y acantonamiento de los rebeldes armados bajo el control de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

28 de abril de 2008. Elecciones en la Asamblea Constituyente. El PCN-M se convierte en el primer partido.

28 de mayo de 2008. Abolición de la monarquía e instauración de la República Federal de Nepal.

15 de agosto de 2008. Pushpa Kamal Dahal, llamado “Prachanda”, jefe del PCN-M, se convierte en primer ministro, a la cabeza de una coalición de seis partidos que no incluye al Partido del Congreso.

4 de mayo de 2009. Los maoístas del PCN-M, convertido en el Partido Comunista Unificado Nepalés Maoísta (PCUN-M), dejan el gobierno.

7 de enero de 2010. Acuerdo entre los maoístas, el gobierno y la ONU sobre los combatientes menores. Fin del bloqueo al Parlamento.

28 de agosto de 2011. El vicepresidente del PCUN-M, Baburam Bhattarai, se convierte en primer ministro con el apoyo de los partidos de la región del Terai.

1º de setiembre de 2011. Los maoístas le dan las llaves de sus arsenales al Comité Especial.

1º de noviembre de 2011. Los cuatro partidos principales de Nepal firman un acuerdo que da lugar al fin del proceso de paz y al voto de una Constitución federal y democrática.

Tomado de Philippe Descamps, “La larga marcha (parlamentaria)”, marzo de 2012.


  1. Inoxtag, “Kaizen: 1 an pour gravir l’Evertest!” (DZ Prod, 2024), disponible en Youtube. Sobre este tema, véase Philippe Descamps, “El cliente es rey”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, noviembre de 2024. 

  2. El 80 por ciento de los cuales eran civiles considerados rebeldes, según la organización no gubernamental suiza Trial International. 

  3. Philippe Descamps, “La larga marcha (parlamentaria)”, Le Monde diplomatique, marzo de 2012. 

  4. “PM Dahal under scrutiny as Ncell’s tax evasion scandal unravels”, english.khabarhub.com, 8-12-2023. 

  5. “Bhattarai’s recent embezzlement allegations against top-rung leaders need to be examined”, The Record, 13-10-2020. 

  6. “¿Quién investiga a los investigadores?”, Le Monde diplomatique, setiembre de 2019. 

  7. Nepal living standars survey IV 2022-23, Central Bureau of Statistics, Katmandú, nepalindata.com, febrero de 2024.