El 22 de febrero de 2019, en Argelia, un levantamiento popular –el Hirak– sacudió los cimientos del poder. El Ejército le soltó la mano al presidente Abdelaziz Buteflika, que debió renunciar el 2 de abril de ese año, luego de dos décadas como jefe de Estado argelino. Pero el Ejército pronto recuperó el dominio sobre la sociedad civil.
En febrero de 2019 Argelia fue escenario de un auténtico levantamiento popular, seguido durante más de un año por marchas semanales pacíficas. Desde las primeras semanas de lo que pronto se conoció como el Hirak (movimiento), los manifestantes hicieron retroceder al Ejército. Los militares dejaron caer al presidente Abdelaziz Buteflika, que aspiraba a un quinto mandato en las elecciones de abril de 2019. Los líderes militares no esperaban una protesta de semejante envergadura que, a lo largo de las semanas, radicalizó sus demandas. Después de meses de vacilaciones y divergencias entre los altos mandos, la jerarquía se recompuso. Dio muestras de una solidaridad de cuerpo que salvó al régimen heredado de la independencia en 1962.
Al amenazar su supremacía sobre el Estado, el Hirak obligó al Ejército a cerrar filas. Los manifestantes gritaban “¡Estado civil y no militar!”, o bien “¡Los generales al tacho!”. Ante semejante desafío, la unidad castrense se volvía indispensable. Pero también era necesario dar garantías. Implicados en casos de corrupción, unos 30 oficiales de alto rango fueron encarcelados durante las primeras semanas de la protesta. “El Ejército escucha al pueblo”, proclamó el jefe del Estado Mayor, general Ahmed Gaïd Salah, que exigió la renuncia de Buteflika y ordenó la neutralización de la ‘issaba (pandilla), a la que acusaba de haber “metido mano en las finanzas del Estado”. El muy influyente hermano y consejero del presidente, Saïd Buteflika, dos ex primeros ministros, 18 ministros y numerosos diputados y empresarios fueron arrestados y juzgados por desvío de fondos y corrupción.
En el discurso oficial, en ningún momento se cuestionó al Hirak. Al contrario. Los líderes pretendían protegerlo de los islamistas y bereberes que presuntamente lo habían infiltrado. Se trataba de mostrar cómo el régimen se purificaba gracias al “bendito Hirak” –expresión cara a los dirigentes civiles y militares–. El 19 de febrero de 2020, un decreto presidencial consagró el 22 de febrero “Jornada Nacional de la Hermandad entre el Pueblo y el Ejército por la Democracia”. Su primer artículo establece: “Este día conmemora la oportunidad histórica en la que el pueblo se expresó en solidaridad con el Ejército, el 22 de febrero de 2019, en sus aspiraciones de construir una nueva Argelia”.
Objetivo: neutralizar la protesta
Si se mira la historia del país desde su independencia, el Hirak constituyó un terremoto político. Provocó el desmoronamiento de la fachada civil del régimen, sin por ello liberar al Estado de la tutela del Ejército, que pretendía seguir siendo la fuente del poder en lugar del cuerpo electoral. En el seno del aparato militar, la impugnación de esta prerrogativa suscitó especialmente el temor a tener que rendir cuentas por las exacciones masivas cometidas durante el conflicto entre las fuerzas de seguridad y los insurgentes islamistas en los años 19901. Para evitar una división, el Estado Mayor optó por reintegrar a varios generales de los servicios de seguridad que habían sido destituidos después del asalto llevado a cabo por un grupo armado contra el complejo de gas de Tiguenturin en 2013. Después de este ataque, en el que murieron 38 rehenes extranjeros, el Departamento de Inteligencia y Seguridad (DRS) se dividió en tres servicios autónomos. En concreto, esto debilitó la vigilancia de la oposición. Y, seis años después, en 2019, la jerarquía militar tuvo que darse cuenta de que, sin una policía política potente, corría el riesgo de perder el control.
A partir del verano boreal de 2019, el general Gaïd Salah pidió el fin de las marchas alegando que los manifestantes habían sido escuchados2. También prometió organizar elecciones presidenciales libres. Programados para el 4 de julio de 2019, los comicios tuvieron que posponerse debido a la oposición masiva de los manifestantes. Los militares optaron entonces por atizar las divisiones entre islamistas y no islamistas, así como entre hablantes de árabe y hablantes de bereber. De hecho, con el paso de las semanas, las marchas semanales atrajeron a menos manifestantes. Se hizo posible organizar elecciones presidenciales para diciembre de 2019. Pero esto implicaba elegir a un candidato que no intentara utilizar al Hirak para imponerse a los militares.
Abdelmadjid Tebboune fue visto entonces como el candidato ideal. Había servido a la administración como wali (prefecto) y después como ministro de Hábitat, antes de ejercer por un breve período las funciones de primer ministro en 2017. Sobre todo, carecía del carisma que le hubiera permitido emanciparse de la jerarquía militar. Apenas electo con un resultado bastante bajo en comparación con las elecciones previas, Tebboune se fijó como objetivo lograr las reivindicaciones del Hirak, el fin de la corrupción y una mayor libertad de expresión. En sus primeros discursos incluso llegó a hacer un balance sombrío del período de Buteflika, como si nunca hubiera formado parte de su gobierno.
Con Tebboune, los jefes del Ejército encontraron al presidente bajo cuya sombra se podía lanzar la represión con el fin de neutralizar a los miembros más activos de la protesta. A partir de diciembre, el régimen apuntó a los núcleos duros del Hirak. Dictaminó la disolución de SOS Bab El Oued, una asociación muy activa dentro del movimiento. También modificó el Código Penal y comenzó a criminalizar a la oposición; un pedido de cambio de régimen podía ser tipificado como subversión terrorista. El régimen rechazó así cualquier perspectiva de cambio, incluso si la sugerían militares retirados, como el general Ali Ghediri. Después de haberse declarado candidato en las elecciones presidenciales y de haber sostenido un discurso cercano al de la oposición, Ghediri fue condenado a varios años de cárcel por “atentar contra la moral del Ejército”.
Un sistema desgastado
Desde el final del Hirak, cuyas grandes marchas también se vieron imposibilitadas por la pandemia de 2020, el régimen se endureció. Aniquiló la relativa autonomía de la prensa y restringió los márgenes de maniobra de la oposición legal. La vocación de esta oposición consistía en acompañar al Poder Ejecutivo. Dentro de esta perspectiva, los partidos islamistas fueron neutralizados por la represión o la cooptación, mientras que el Frente de Fuerzas Socialistas (FFS), de discurso laico, tuvo que alinearse tras la muerte de su fundador, Hocine Aït Ahmed, para desesperación de su base electoral. Reforzada y extendida, la policía política vigila con celo las redes sociales y detiene a decenas de personas que expresan su opinión sobre el frágil estado de las libertades.
Habría unos 300 presos de conciencia en las cárceles. En comparación con Egipto, que tiene 6.000, la cifra es baja. Por miedo a despertar un descontento generalizado, la represión sigue siendo disuasiva. Apunta a personas susceptibles de conseguir seguidores. Los militantes que están en la mira, como Mira Moknache, Karim Tabbou, Fethi Gherras, Brahim Lalami, Kaddur Chouicha y Saïd Budour, o bien ya están en la cárcel, o bien son acosados y amenazados con regularidad. El joven poeta del Hirak Mohamed Tadjadit fue detenido varias veces y recientemente fue condenado a cinco años de cárcel. En cuanto a los activistas instalados en el extranjero, corren el riesgo de que se les prohíba salir del país en caso de volver a Argelia por motivos familiares o de vacaciones.
Es habitual que, en las ceremonias oficiales no relacionadas con el Ejército, Tebboune aparezca flanqueado por el jefe del Estado Mayor, el general Saïd Chengriha. Una de las características del régimen consiste en que el presidente depende del Ejército. Los altos mandos militares controlan la elaboración del presupuesto y trazan las líneas principales de la política exterior. Ellos toman las decisiones y los civiles a los que cooptan actúan como fusibles en caso de descontento popular. Estos altos mandos no desconocen los fracasos económicos o diplomáticos –el acercamiento franco-marroquí respecto del Sahara Occidental, la creciente hostilidad de los países del Sahel–, pero los atribuyen a civiles incapaces, olvidando que son ellos quienes están en el origen de las decisiones políticas.
A pesar de los discursos oficiales sobre la era pospetróleo, los sucesivos gobiernos no lograron alejarse de la economía monetaria mediante la cual el régimen controla la sociedad3. El poder tiende a esclerosarse. No dispone de un partido en el que se diseñen las políticas económicas y sociales, ni de grupos de pensamiento dirigidos por académicos que esclarezcan las decisiones estratégicas, ni de una prensa libre que dé la palabra a los ciudadanos. Insensible a las transformaciones de la sociedad y a los cambios geopolíticos, la élite militar sigue aferrada a un modelo elaborado en los años 1960, como si el Muro de Berlín no se hubiera derrumbado, como si el tercermundismo siguiera siendo una guía de lectura para las relaciones internacionales. En ausencia de una base social, en ausencia de organismos intermediarios resultantes de elecciones libres, el régimen crea clientelas que sirven de relevo en el seno de la sociedad. También es importante vaciar las elecciones de su sentido político. En la práctica, mediante el llenado de urnas, la administración designa “representantes electos” que no discuten el reparto de la renta petrolera, o que contribuyen a la acumulación y a la especulación vinculada con las actividades de importación. Incluido el presidente. En setiembre de 2024, esta administración reeligió a Tebboune para un segundo mandato con un 94,65 por ciento de los votos. Pero, pese a los inagotables recursos del aparato estatal, el presidente no logra establecer contacto con la población. Durante su primer mandato, apenas visitó cinco wilayas (departamentos) en un vasto país que cuenta con 58.
La situación económica es preocupante. El poder de compra sigue erosionándose por el alza de los precios de la carne, la fruta y la verdura. Hay tantos jóvenes sin trabajo como hace diez años, y las embarcaciones improvisadas que se usan para la emigración clandestina son cada vez más letales. Los candidatos a emigrar pagan 5.000 euros –una fortuna en el contexto argelino– para conseguir un lugar en una balsa que puede naufragar en cualquier momento. Según la organización Caminando Fronteras, más de 500 jóvenes argelinos encontraron la muerte de esta forma en 2024 cuando intentaban alcanzar las costas de España4.
A pesar de las difíciles condiciones de su pueblo, el presidente pronuncia discursos apologéticos y elogia la situación del país. En diciembre de 2024, el hashtag #ManichRadi (No estoy satisfecho) encontró un gran eco en las redes sociales, lanzado y retransmitido por militantes que fueron encarcelados por alterar el orden público. A pesar de ser virtual, esta protesta despertó temores en las más altas esferas del gobierno. En una reunión con los walis, el presidente llegó a decir: “Argelia no puede verse devorada por un hashtag”5.
Pero el cuestionamiento no es sólo virtual. En enero, miles de estudiantes de secundaria tomaron las calles de las principales ciudades. Denunciaron programas escolares sobrecargados y lanzaron consignas hostiles al gobierno. Para apoyarlos, pero también para obtener aumentos salariales y la mejora de sus condiciones de trabajo, sus docentes desencadenaron una huelga nacional. En los hospitales hay ahora una movilización de médicos cuyo final se desconoce. Adopta la forma de concentraciones en el interior de hospitales o en las facultades de Medicina. En cuanto los manifestantes intentan salir a la calle, cientos de policías los reprimen de forma violenta. Las autoridades temen que los conflictos sociales sectoriales se extiendan y se vuelvan difíciles de reprimir con el pretexto de la lucha antiterrorista.
Sin una doctrina ideológica movilizadora, el régimen eligió una bandera nacionalista meramente retórica –como demuestran las crisis recurrentes con el gobierno francés–. Este sistema desgastado parece incapaz de adaptarse a las nuevas realidades interiores y exteriores. Se perdió una oportunidad histórica, cuando el Hirak invitaba a una transición democrática pacífica para rearticular el Estado con la sociedad y devolver a Argelia al lugar que le corresponde en el mundo.
Lahouari Addi, investigador asociado en el Laboratorio Triangle, École Normale Supérieure de Lyon. Profesor asociado a la Universidad de Maryland, Baltimore County (UMBC). Traducción: Merlina Massip.
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Ver “Dynamique infernale en Algérie”, Le Monde diplomatique, París, octubre de 1995. ↩
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Ver Akram Belkaïd, “Les louanges et la matraque”, Horizons arabes, Les blogs du “Diplo”, 30-9-2020. ↩
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Samir Bellal, La Crise du régime rentier. Essai sur une Algérie qui stagne, Éditions Frantz Fanon, Boumerdès, 2017; ver también Mourad Ouchichi, Les Fondements politiques de l’économie rentière en Algérie, Déclic, Béjaïa, 2014. ↩
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“Sur la route migratoire entre l’Algérie et l’Espagne, une hausse effrayante des naufrages”, www.infomigrants.ne, 31-12-2024. ↩
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Makhlouf Mehenni, “Tebboune: ‘L’Algérie ne peut être dévorée par un hashtag’”, www.tsa-algerie.co, 24-12-2024. ↩