Frente al avance de un gobierno argentino que declara una “batalla cultural” contra lo que denomina “zurdos empobrecedores”, este artículo propone reflexionar sobre las formas de resistencia creativa en tiempos en que la precarización y el desfinanciamiento intentan adormecer el pensamiento crítico.

El insomnio como usina, taller o fuelle. “Tenemos por delante una tarea deliciosa, que nos va a quitar horas de sueño y de nuestra salud para pensar en lo que el sistema económico no nos va a permitir”, dijo la cineasta Lucrecia Martel cuando se anunciaba el triunfo electoral de Javier Milei como futuro presidente argentino: “No vamos a poder estar rentados para pensar, vamos a tener que pensar sin apoyo económico”. Esa subvención del pensamiento, epítome de aquello que se rebana con motosierra, es eliminada con el grito histérico “¡afueraaa!”. La batalla cultural no es un efecto colateral sino un elemento central de cualquier proyecto político que proponga alguna clase de refundación: ni la economía ni la cultura, ni las ciencias ni las artes quedan intactas. En las horas sin sueño, el artista piensa. Ahí se gesta una idea.

Como otros anteriores, el de Milei es un gobierno de afán restaurador: se propone refundar un país. La batalla cultural, apuntada hacia los “zurdos empobrecedores”, está asociada a eliminar políticas de género y de derechos humanos, reducir el Estado, preparar privatizaciones y promover valores conservadores. Según la consultora de opinión pública Alaska Discurso y Estrategia, “algo tuvo que cambiar para que tantos votaran a un personaje que corrió los límites de lo decible, naturalizó el insulto, profanó consensos democráticos, propuso eliminar el Estado, despreció el método científico y amenazó a minorías”. Y a pesar de que la causa principal del voto fue económica, una fracción ruidosa apoyó aquellos fundamentos con la amenaza de “¡van a correr!”. Pero la batalla cultural plantea una paradoja y una redundancia porque la idea misma de darle pelea anula la posibilidad de la cultura. “Si el poder estético, formal y ético de la cultura obtiene su fuerza de la contradicción de las normas sociales y políticas importantes e, incluso, de la exposición de tensiones no resueltas, siempre languidecerá bajo una tiranía”, escribió el historiador alemán Michael H Kater, experto en la represión cultural del nacionalsocialismo y otros gobiernos autoritarios1. La batalla cultural funciona en términos de anulación y reemplazo según apreciaciones morales. El “arte degenerado” es el arte público opuesto a lo virtuoso, siempre definido por el artículo masculino y singular: “El privado”.

“Formular la idea de ‘batalla cultural’ es técnicamente una redundancia porque cualquier forma de cultura es en sí misma una forma de dar batalla, ya que todo Estado en el capitalismo es el garante de la opresión de una clase sobre otra y eso incluye la cultura”, dice el gestor cultural Daniel Mecca, creador del festival BorgesPalooza, el Centro de Atención al Lector y PoesíaPorWhatsapp, entre otros emprendimientos: “Más allá de entender esto en la teoría, y sus diferentes graduaciones de acuerdo a los tipos de gobierno, lo importante es llevar la comprensión a la práctica, y la mejor manera de hacer cultura es… haciéndola”. Parece obvio, pero no lo es: ahí donde los gobiernos ataquen y trastornen los cimientos sociales, como sucede en la emergencia de la ultraderecha en el mundo, una reacción instintiva puede ser la parálisis. “Hay una tendencia al repliegue, a perder la iniciativa, a paralizarse, al cierre directamente, sea por la inevitable ausencia de recursos económicos o por la propia desmoralización que produce. O, generalmente, ambas a la vez”, dice Mecca. El soporte material para la creación desaparece: aflora el insomnio.

“Tenemos que gastar más horas de sueño para combatir”, dice Patricio Cerio, escritor y editor de La Conjura, una editorial independiente: “Me parece muy acertado el vínculo entre batalla cultural y exterminio, porque está planteado en esos términos: quieren intensificar la idea de dos bandos que están destinados a eliminarse entre sí y eso invisibiliza un montón de matices cromáticos que existen dentro de una sociedad”. Mientras la política mundial avanza una vez más hacia el autoritarismo, allá o acá se intensifica la retórica bélica. La comunicación oficial repite la palabra “batalla” mientras identifica un enemigo marcado por la metáfora: orco o mandril (más allá de la fijación anal que parece ser otro signo de época, dícese de alguien que tiene “el culo roto”)2. Cada triunfo se celebra con una libación: los ganadores circunstanciales beben “lágrimas de zurdos”. Según Cerio, “lo que se busca es una lucha elemental y literal, peligrosa en su incapacidad para reconocer metáforas y en su obsesión por los paralelismos bélicos”. Si es cierto que una vez llamados a la batalla no queda otra más que presentarse (¡no hay lugar para los débiles!), ¿cuáles son las armas del arte, la cultura y hasta la política?

La expresión autoritaria

“En momentos desesperados, el arma tiene que ser la creatividad”, arriesga Cerio. Si por definición la cultura es un hecho colectivo (según la Real Academia Española, un “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social”), el libertarianismo en su forma anarcoliberal, con su exaltación de lo individual llevada al extremo, no admite lo grupal. “Como en todo libertario, hay en Milei una desconfianza profunda para con la democracia”, escribió el historiador económico Pablo Gerchunoff y el desprecio de las instituciones, y la cultura es una de ellas, se expresa en el abecé del buen censor3: desfinanciamiento a las universidades, cancelación del fomento cultural, difamaciones contra artistas a los que se acusa de usar el dinero público para el lucro personal. “A esto se suma la instalación cultural de la agenda que hace el propio gobierno autoritario usando todo el aparato del Estado que, irónicamente, dice detestar”, dice Mecca. Los videítos producidos para las fechas patrias ensalzan la idea del combate y ni siquiera son originales: el león hipertrofiado que aplasta las ratas actualiza el arte figurativo y reaccionario promovido por otros regímenes. Se alienta la simpleza y la lealtad.

“La batalla cultural, ese concepto repetido por Milei pero que tiene un origen gramsciano, porque está fascinado con el marxismo, es una idea vinculada con una lucha social y cultural en búsqueda de que el trabajador pueda defender al trabajador y romper con la hegemonía, siempre desde el arte”, dice Florencia Patiño, actriz, directora teatral y gestora cultural: “Y ahora lo transforma en persecución, agresión y violencia, sobre todo al atacar personalmente, no a través de las ideas”. El “arte degenerado” se opone a un período mítico que Milei ubica a principios del siglo XX. No es de los que encuentran en el peronismo el origen de todos los males, sino que se remonta algunas décadas atrás, en los años anteriores al caudillismo de Hipólito Yrigoyen, cuando Argentina renunció a su papel como “la economía número uno del mundo” (nunca lo fue). El carácter perpetuamente confrontativo de Milei plantea las cosas en términos de “nosotros o ellos” y en la madre de todas las batallas renuncia a la aspiración modélica de los presidentes modernos: aun en la diferencia, gobernar para todos.

Según Mecca, “en esta compleja arquitectura se libra la batalla y lo peor que uno puede hacer es dejar el lugar vacío porque, en política y en cultura, los lugares vacíos siempre los ocupa alguien. Siempre”. Ahí donde el músculo duerme, la imaginación no descansa. La publicación de libros de poesía, acaso el género económicamente más bastardeado de la época, así como la realización de sus festivales o incontables emprendimientos culturales en internet o el mundo físico, le permiten a Mecca fundar un espacio de resistencia, que se multiplica allá donde haya un pequeño centro cultural o un creador insomne: “Lo primero es continuar con los proyectos y las iniciativas del modo que sea, bajo las condiciones que se puedan, pero continuar, persistir, avanzar. Por otra parte, también se trata de no perder la iniciativa, seguir imaginando posibilidades; seguir imaginando, sencillamente. En absoluto se trata esto de romantizar la cultura en términos precarizados, sino todo lo contrario: hacer cultura es pelear para que haya más cultura, es discutir que haya más presupuesto para el arte, es organizarse con otros emprendimientos, es legar más memoria a la historia. Es imposible que no haya cultura en una sociedad en términos específicos. El fascismo, por ejemplo, tiene la suya. Lo que se discute es qué clase de cultura queremos. Y definitivamente no es esta”.

La precarización romántica es un viejo berretín de todo el que aspire al rótulo de “artista maldito” (en otra celebración del insomnio, Leonardo Favio cantaba en su versión de “La bohemia”: “Posabas para mí y yo con devoción/ pintaba con pasión/ tu cuerpo fatigado/ hasta el amanecer/ a veces sin comer/ y siempre sin dormir...”). Pero ya no se trata de eso. El cuadro general devela una sensación de insomnio generacional frente a la utopía del sueño comunitario. “¿Escribo dormida?”, escribe Flor Monfort en su Diario del insomnio, recién publicado4: “Escribo alterada, una lengua nueva, suave, sobre los enemigos generales que me privaron del sueño”. La angustia conduce a una lucidez original: “Soy una mujer en vela. Esto quiere decir adormecida, pero también muy despierta”. En el insomnio colectivo se materializan las presunciones proféticas de Martel: los artistas no duermen. Y si Macri los mandó a la cama temprano en la noche en que tuvo un resultado electoral adverso, hoy el insomnio cultural es generalizado pero inorgánico. Todavía no toma la fuerza de una gesta colectiva. Se extrañan las épocas de madrugadas ya no solitarias sino compartidas donde la vigilia ante unas elecciones, la sanción de una ley o una revolución promisoria se expresaba en un grito unánime: “¡Acá no duerme nadie!”.

“Cuando Milei ganó las elecciones, lo primero que pensé es que pronto surgirían un montón de movimientos muy interesantes porque hay entre nosotros una cultura de la resistencia, una tradición del sótano expresada en lo subterráneo: el under”, dice Patiño: “Soy optimista en esto: van a emerger obras muy interesantes y colectivos más unidos. Las inquietudes materiales determinan todo porque es cierto que uno está acostumbrado a hacer teatro con nada, pero también es verdad que, si estás muy preocupado buscando el mango para comer, ya no hay oposición posible: están ganando la batalla”. El sustento material que necesita la cultura para su generación y expresión es esquivo ahora en dos sentidos, al eliminarse o reducirse al mínimo los fomentos a la creación y al provocar que los artistas tengan múltiples trabajos para la subsistencia. El escritor, el dramaturgo, el cineasta, el pintor: todos sujetos del pluriempleo. Aun cuando la retórica más actual de la autoayuda repita una palabrita como saludo, deseo o invocación (“abundancia”, se saluda), el vacío del ocio, sin horarios de cierre ni mandatos productivistas, es la masa madre de la creación.

Según Patiño, “el margen se reduce porque hay que buscar otro laburo, cierran los espacios culturales, se cancelan las políticas vinculadas al arte”. La retórica bélica obtiene sus primeras victorias en la tierra de nadie: “Con esas decisiones ganan una batalla cultural, pero no es la guerra. En definitiva, eso se le vuelve en contra a cualquier régimen autoritario: en la resistencia, uno va juntando fuerzas y sumando voluntades y se confirma la idea de que nos une el espanto. En otro momento podremos discutir las diferencias: ahora es momento de resistir colectivamente ante alguien que quiere eliminarnos y esa es la gran diferencia entre lo simbólico y lo concreto. Parece que quisieran eliminar todo signo de diversidad”. Así, otro de los brulotes oficiales grita a los que aparentemente no se dedican a tareas “valiosas”, aquellas que multiplican el dinero como los peces: “¡Vayan a la-bu-rar!”, con el remache del silabeo.

La verdadera libertad

La visión cultural del gobierno de Milei se expresa a través del género favorito de los gobiernos de tinte autoritario: el relato épico. Los videos oficiales conjugan la exaltación de los méritos autopercibidos con el ataque indiscriminado como defensa (al momento de escribir estas líneas, la versión libertaria de Sucesos argentinos celebraba el fin del cepo al dólar con el cantito de cancha: “Mandril, decime qué se siente...”). Según Cerio, “el componente central de La Libertad Avanza no es la noción de libertad sino de avance: ellos arrasan y de hecho lo están haciendo”. Mientras tanto, una enorme e irreductible comunidad de artistas está creando en el silencio de la noche el que será el legado contracultural de esta época. “Lo que tiene a favor el arte es que es lento porque no tiene la capacidad de reacción de un tuit”, dice Cerio: “El artista tiene el tiempo histórico a su favor. Hay gente que hoy no tiene ni diez minutos para crear: hay que estar lúcido para uno mismo, para sobrevivir. Aunque suene difícil decirlo, hay que pensar en el largo plazo como artistas y ver qué contamos de esta época cuando la vivimos”.

Aun cuando la urgencia a veces sea desesperada, el tiempo acomoda las cosas. “Me da mucha bronca cómo se apropian del sentido”, dice Patiño, que protagoniza la obra Damas bravas, una comedia histórica que recupera la gesta anónima de las mujeres que en 1816 cosieron la bandera de los Andes que había pedido el general San Martín: “Cierro la obra como Remedios de Escalada citando una frase de San Martín que mucha gente tiene tatuada: ‘Seamos libres que lo demás no importa nada’”, concluye Patiño: “Y eso tiene un sentido vinculado a la patria, la independencia, la identidad. Ahora digo esa frase y temo que los espectadores piensen que estoy transmitiendo un discurso liberal. Ahí hay una batalla cultural perdida porque la verdadera libertad es con el otro. Eso es ser libre”.

Nicolás Artusi, periodista (@sommelierdecafe).


  1. Michael H Kater, La cultura en la Alemania nazi, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2025. 

  2. NdR: la palabra “orco” para calificar a los opositores fue usada por el expresidente argentino Mauricio Macri en entrevista en TN el 23-11-2023. El término “mandriles” dirigido a la oposición argentina aparece en un tuit de Milei en julio de 2024. Fuentes: Infocielo y LetraP

  3. Pablo Gerchunoff, La imposible república verdadera, Edhasa, Buenos Aires, 2025. 

  4. Flor Monfort, Diario del insomnio, Bosque Energético, Buenos Aires, 2025.