Todos detrás de Momo. De Gustavo Espinosa. Estuario; Montevideo, 2024. 288 páginas, 690 pesos.

Aunque este no fuera un libro que profundiza en un disco fundamental de la música popular uruguaya, que lo es, habría que leerlo de manera imperativa. Porque el imperio de la buena literatura tiene las fronteras porosas de la contaminación entre los géneros. Es crónica, ensayo y narrativa. Espinosa, una de las tres o cuatro voces principales de las letras uruguayas del presente, construye con puntería de experto una guía de escucha e interpretación de este disco del terceto formado por Los Olimareños y Ruben Lena. Sí, pero el libro es, en su integralidad, mucho más que eso. Ya desde la “Presentación” (luego del “Prólogo innecesario” de Gustavo Verdesio, coordinador de esta estupenda colección de Estuario), Espinosa muestra la hilacha. Al hablar del disco va a hablar de una época, y al hablar de una época va a decir algunas cosas sobre la comunidad imaginada que somos quienes habitamos este territorio. La sencillez aparente con la que disecciona aspectos cotidianos que nos pueden pasar inadvertidos por tenerlos –o haberlos tenido– delante de los ojos (como el “espesor” que tenían los objetos en los años 1970, lo “tupida y visible” que era entonces “la trama de lo real”), se va metiendo en el entresijo del disco y va explicando un momento del país en el que ocurrieron muchas más cosas que las que cabían en su almanaque (para llevar a la dimensión temporal aquello que dijo Winston Churchill sobre los Balcanes como un espacio que engendra más historia que la que puede consumir).

Cuando ese análisis del modo de “estar” en la época, más propio de antropólogo que de historiador, se concreta en la página, aparece el narrador. Es narración y ensayo a la vez, porque al esgrimir la frase no excluye la belleza del gesto en la precisión. Podríamos decir “quirúrgica” para describirla, pero lo que logra Espinosa excede esa metáfora: su fraseo (es un libro sobre música, así que se puede tomar en préstamo el verbo levemente inexacto) es preciso y bello a la vez, y no solamente bello por preciso. Y construye trama. Porque esa virtud, casi nórdica, se va alternando con la imprecisión en el análisis de cada tema del disco que acomete, y en ese traqueteo se vuelve austral. Espinosa trae a cuento historias de Treinta y Tres que podrían estar detrás de algunos personajes que las letras de Lena ofrecen como “máscaras sueltas” de ese gran corso que es este álbum de Los Olimareños-Lena. Al hacerlo –privilegiando incluso la interpretación popular por sobre la intención expresa del letrista– va colando en la entrelínea de la musicología formas narrativas indefinidas, que se emparentan con la tradición morosoliniana en el tono y contenido, pero que no se parecen a ninguna otra cosa por ir intercaladas con el análisis del disco. En esa combinación el conjunto adquiere su punto exacto de cocción. Por ejemplo, la petit histoire olimareña de quién podría llegar a ser el modelo de la canción “El despegue” –esa “cosa deforme”– es, a su manera, una pincelada impresionista del fascismo de tierra adentro, vinculable tanto con este disco como con Las arañas de Marte (2011), el libro del autor sobre la represión a los jóvenes de Treinta y Tres durante la última dictadura. No es la búsqueda de la referencia anecdótica por el dato en sí mismo, sino que desde esa especulación sobre puntos de partida de la inspiración de Lena se llega a un terreno de sociología política, como en el caso de “Por campos de adoquín” y su crítica al criollismo con el que se disfrazan algunas “sociedades gauchescas”.

Este disco conceptual (y en muchos sentidos incomprendido) de Lena y Los Olimareños alcanza, en el año del centenario de su letrista, la interpretación que le era debida. Leer a Espinosa mientras se van escuchando los distintos surcos es una experiencia que ilumina.