Para transformar la sociedad en profundidad, ¿hay que hacer tabula rasa del pasado o tomarse el tiempo? Después de haber llegado al poder de forma inesperada, tras años de hegemonía liberal, el presidente Bassirou Diomaye Faye y su partido optan por la prudencia. No dudan en mostrarse indulgentes frente a sus viejos adversarios, aunque esto pueda desconcertar a su base electoral.
En un pequeño departamento que él y su esposa comparten con otras familias en el barrio popular de Parcelles Assainies, en Dakar, Yaya Sagna, asistente jurídico de 38 años, cuenta que fue detenido de forma violenta en su domicilio por hombres armados, en plena noche del 11 de agosto de 2023. Describe los 13 días bajo custodia policial, la orden de detención expedida por un juez por cargos tan variados como “asociación delictiva”, “alteración del orden público” o incluso “financiamiento del terrorismo”, y la insalubre celda de 20 metros cuadrados en la cárcel de Rebeuss, que compartía con otros 83 militantes. Luego, con la misma frialdad, recuerda el día en que fue liberado, el 18 de marzo de 2024, tras siete meses de detención, gracias a una ley de amnistía aprobada de manera precipitada para sacar al país de este conflicto político. Todo eso, según Sagna, simplemente por haber militado en un partido: el de los Patriotas Africanos de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad (Pastef, por sus siglas en francés).
Al igual que miles de otros presos políticos –unas 2.000 personas habrían sido encarceladas durante los últimos años de la presidencia de Macky Sall (2012-2024)–, Sagna pagó muy caro su compromiso. Incluso perdió a su sobrino de 14 años, Bounama Sylla Sagna, asesinado en marzo de 2021 durante una manifestación en Casamance. Bounama es la víctima más joven entre las 65 registradas durante la represión, sobre todo en Dakar y en Casamance, entre marzo de 2021 y febrero de 2024, según el reporte de CartograFreeSenegal. Este colectivo de periodistas, cartógrafos e investigadores ha identificado 51 muertes por arma de fuego, entre las cuales el 46 por ciento eran obreros, el 27 por ciento estudiantes o alumnos de secundaria, y el 12 por ciento comerciantes1.
Con la victoria de su candidato, Bassirou Diomaye Faye, en las elecciones presidenciales del 24 de marzo de 2024, hace un año, Sagna podría haber esperado algún tipo de reconocimiento o una indemnización del fondo de ayuda a las víctimas de la represión. Nada de esto ocurrió. Con todo, este militante, que ha perdido su trabajo, no muestra ni rabia ni resentimiento, ni siquiera decepción. Por supuesto, reconoce “ciertas demoras”. “Sabíamos que iba a ser difícil, que había que ajustarse el cinturón y que llevaría tiempo”, admite. “Pero seguimos teniendo esperanza, porque se han sentado las bases de la ruptura. Todo el mundo entendió que había que tener paciencia porque heredamos una situación catastrófica”.
Después de años de crisis política y una elección presidencial llena de vaivenes inesperados, el discurso de ruptura del Pastef despertó un enorme entusiasmo2. Es la primera vez en la historia de Senegal que un opositor, que además proviene de un partido calificado como “antisistema”, gana en primera vuelta con el 54,28 por ciento de los votos, un triunfo que fue reconocido con prontitud por la facción del presidente saliente. La postulación de Bassirou Diomaye Faye, un candidato desconocido unos meses antes de las elecciones, se debió a la inhabilitación del líder histórico de su partido, Ousmane Sonko, condenado por “difamación”. El 2 de abril de 2024, durante la ceremonia de asunción, el nuevo jefe de Estado hizo hincapié en que “el resultado de las urnas expresa un profundo deseo de cambio sistémico”. Nueve meses más tarde, Sonko, nombrado primer ministro, hace referencia a un régimen político, económico y social “quebrado” y reitera su voluntad de “ruptura”, término que repite 17 veces durante su discurso. El primer ministro manifiesta su voluntad de emanciparse por fin de un “modelo económico colonial” basado en la exportación de materias primas con escaso valor añadido” y la importación de “productos terminados”. En efecto, la economía senegalesa, muy dependiente del exterior, genera poca riqueza a pesar de un crecimiento sostenido (entre el cuatro y el siete por ciento). Si bien ocho de cada diez senegaleses viven de la agricultura, esta sólo representa alrededor del 17 por ciento del producto interno bruto (PIB). El desempleo afecta a los jóvenes menores de 24 años (el 35 por ciento), muchos de los cuales intentan llegar a Europa de forma ilegal a través de las Islas Canarias o el Sahara3. El costo de vida es un desafío de todos los días, sobre todo en Dakar, en un contexto inflacionario (nueve por ciento en 2022, seis por ciento en 2023). El país ocupa el puesto 169 de 192 en el índice de desarrollo humano elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). El índice de pobreza, estimado en un 37 por ciento, no ha disminuido en los últimos años. Para el nuevo presidente, recuperar una soberanía plena –en especial alimentaria– es una prioridad urgente.
Pero del dicho al hecho hay un gran trecho. “No es lo que esperábamos”, apunta un docente de la Universidad Cheikh Anta Diop, de Dakar, que pidió permanecer en el anonimato. Identificado con las ideas de la izquierda, reconoce avances “alentadores”, sobre todo en materia de memoria histórica. El nuevo gobierno conmemoró los 80 años de la masacre de Thiaroye –localidad situada en la periferia de Dakar– perpetrada el 1° de diciembre de 1943 por el ejército francés contra varios cientos de soldados de la infantería colonial de Senegal. Durante mucho tiempo, Francia sólo había reconocido 35 muertos. Si bien el presidente galo François Hollande mencionó al menos el doble en un discurso pronunciado en noviembre de 2014, algunos historiadores estiman que la cifra real de víctimas oscilaría entre 300 y 4004. Asimismo, el gobierno ha propuesto renombrar varias calles de la capital en homenaje a los “héroes nacionales”. Con el objetivo de marcar, según palabras de un veedor ministerial, “una ruptura suave y a veces lenta” respecto de la vieja potencia colonial, una comisión mixta franco-senegalesa organiza el cierre progresivo de cinco bases militares francesas, cuyos dos primeros tratados de retrocesión se hicieron efectivos a principios de marzo5. Estamos lejos de la “gran noche” o del estallido observado en Burkina Faso, Malí o Níger.
No faltan ejemplos de esta ruptura de terciopelo. Desde su llegada al poder, la dupla Faye-Sonko ha otorgado prioridad a la “rendición de cuentas”, es decir, a la lucha contra el delito financiero. Pero los pastefistas, que esperaban ver caer el peso de la justicia sobre “los grandes ladrones”, aún siguen esperando. Muchos de los altos cargos del gobierno anterior tienen prohibido salir del país, y se multiplican los controles fiscales a las grandes empresas, incluso para multinacionales como la francesa Eiffage, la turca Summa (construcción) o la australiana Woodside (sector minero). Mientras se verifica la legalidad de estas empresas, se han frenado las obras de construcción proyectadas en la faja costera de Dakar; esta zona de la capital simboliza las irregularidades de la era Sall –en referencia al expresidente–, con sus hoteles de lujo que han ido invadiendo espacios que antes eran de uso público. Pero hasta el momento, no se ha abierto ninguna causa al respecto. En enero, el flamante PJF (Pool Judiciaire Financier), organismo oficial especializado en delitos financieros, anunció haber incautado 2.500 millones de francos CFA (3,8 millones de euros), realizado 162 arrestos y enviado 91 expedientes a instrucción. Según varios especialistas, se trata de cifras insignificantes en comparación con los fondos desviados durante el gobierno anterior. El único caso de envergadura que ha tenido repercusión en la prensa es el de Farba Ngom, diputado de la Alianza por la República, el partido de Sall, acusado de haber desviado 125.000 millones de francos CFA (190 millones de euros).
Con el objetivo de reformar una institución judicial instrumentalizada por la administración anterior, el gobierno ha organizado asambleas sobre justicia que iniciaron en mayo de 2024. Estas dieron lugar a unas 30 recomendaciones –entre las cuales se encuentran la instauración de un juez de garantías, la limitación de las detenciones prolongadas, la revisión del código penal– que, hasta ahora, no han sido aplicadas, a pesar de la cómoda mayoría obtenida después de la disolución de la Asamblea Nacional en noviembre pasado: 130 diputados de 165. Un verdadero tsunami electoral sin precedentes. Pastef lo admite. “No ha sido un año perdido, como algunos dicen, sino un año de transición”, afirma Ayib Daffé, secretario general interino del nuevo oficialismo. “Hemos establecido un método. Se han definido las estructuras. Las prioridades son claras. Teníamos que hacer un diagnóstico de la situación y asegurarnos una mayoría parlamentaria antes de emprender cualquier reforma. La idea no es excederse en anuncios grandilocuentes ni ir demasiado rápido, porque de esta forma no llegaremos muy lejos”.
Los dos mandatos del presidente liberal Macky Sall habían transformado en profundidad el panorama senegalés: se inauguraron un aeropuerto, un estadio, una autopista y una nueva ciudad (Diamniadio, ubicada a unos 30 kilómetros de Dakar). Además, en junio de 2024 el país se incorporó a las filas de productores de petróleo (con una producción estimada de 16,9 millones de barriles en 2024, y a la espera de la explotación de gas en los próximos meses). Pero ¿cuál fue el costo de todo esto? Más allá de la deriva autoritaria que el país experimentó a partir de 2021, este crecimiento forzado sólo benefició a unos pocos. Una élite depredadora se apoderó de terrenos estratégicos, que luego revendió a precios exorbitantes a inversores nacionales y extranjeros. Según el Banco Mundial, el 10 por ciento más rico de la población concentra el 30 por ciento de las riquezas totales, mientras que el 10 por ciento más pobre detenta sólo el 3 por ciento. Esta política ha generado un déficit en las cuentas públicas. En febrero, un informe del Tribunal de Cuentas cuestionó con dureza las disparatadas cifras del gobierno saliente: el monto de la deuda ascendía en realidad a 18,5 billones de francos CFA (unos 28.000 millones de euros) al 31 de diciembre de 2023, es decir, el equivalente al 99,67 por ciento del PIB –que contrasta con el 70 por ciento anunciado–, y el déficit presupuestario real era del 12,3 por ciento –frente al 4,9 por ciento declarado–. En el mismo informe, los magistrados presentan una larga lista de “faltas”, “anomalías” e “irregularidades”, haciendo especial hincapié en la venta sospechosa de edificios estatales. De inmediato, la agencia de calificación de riesgo Moody’s volvió a rebajar la calificación soberana del país. Habiendo ya descendido a B1 en octubre, Senegal se encuentra ahora en B3, una categoría que agrupa a países que emiten “obligaciones consideradas especulativas y con alto riesgo crediticio”.
¿Cómo transformar una sociedad cuando las arcas del Estado están vacías? A quienes abogan por una ruptura con el orden establecido y, en especial, con el Fondo Monetario Internacional (FMI), o reclaman salir del franco CFA –como proponía en su momento Ousmane Sonko–, el nuevo gobierno reclama “responsabilidad”. “Los senegaleses quieren una ruptura, pero hay que construirla sobre bases sólidas”, insiste Daffé. ¿Cuál es la prioridad? Conseguir fondos. La agenda gubernamental, estructurada en tres etapas –“reconstruir”, “impulsar”, “acelerar”– denominada “Senegal 2050”, presenta una mera letanía de buenas intenciones (triplicar el PIB per cápita, reducir a una cuarta parte el índice de pobreza) cuya principal originalidad reside en la creación de ocho polos económicos para descentralizar la actividad. El Ejecutivo hace un llamado al patriotismo de los senegaleses. A los residentes en el exterior, quienes desempeñaron un papel clave en la elección de Faye, les propone adquirir “diaspora bonds” [bonos de la diáspora]. En 2023, el monto de las remesas ascendió a 2.400 millones de euros, equivalentes al 10 por ciento del PIB y casi al doble de la asistencia oficial para el desarrollo (1.200 millones). Los que permanecen en el país tendrán que “hacer sacrificios”, advierte Daffé.
¿De qué tipo de austeridad estamos hablando? ¿De un aniquilamiento del gasto público, como en la época de los planes de ajuste estructural impuestos por el FMI en los años 1980? ¿O de una austeridad como la que Thomas Sankara llevó a cabo en Burkina Faso (1983-1987), basada en esfuerzos colectivos, exigidos sobre todo a los empleados públicos, que en muchos países africanos –donde prevalece la economía informal– se los considera privilegiados por percibir un salario todos los meses? El gobierno de Sonko confirmó que implementará un recorte en los salarios de los altos cargos de la administración pública y anunció medidas de ajuste en los ministerios (recortes en combustible, compra de vehículos).
Para el Pastef, que reivindica un “panafricanismo de izquierda”6, Sankara sigue siendo una referencia, junto a otras dos figuras locales: Cheikh Anta Diop (1923-1986) y Mamadou Dia (1910-2009), quienes no tuvieron, el primero, la posibilidad y, el segundo, el tiempo de poner en práctica sus ideas. Diop proponía una “revolución cultural” para salir de los esquemas impuestos por Occidente. Dia, defensor de una política autogestiva y de una planificación estatal, defendía una forma de socialismo endógeno, antes de ser desplazado del poder por Léopold Sédar Senghor en 1963. Por su parte, Sankara se ganó la hostilidad de los sindicatos al arremeter contra los “privilegios” de los empleados públicos. En aquel momento, sus militantes denunciaban el “conservadurismo pequeñoburgués” de ese sector. Un discurso que hoy resuena en Senegal entre las filas del Pastef.
¿El nuevo gobierno se enfrentará a su resistencia? En febrero, una organización intersindical amenazó con convocar a un paro general, algo completamente inusual: el último había sido en 1999. “El gobierno nos pide una tregua de dos años para reconstruir el país y sanear las cuentas públicas. Nosotros lo aceptamos, pero no sin condiciones previas. Hay que estabilizar el costo de vida, resolver cuestiones sectoriales y, sobre todo, frenar los despidos en el sector público”, afirma Pape Birama Diallo, de la Unión Nacional de los Sindicatos Autónomos de Senegal. Según este dirigente histórico, más de 5.000 trabajadores estatales –la mayor parte de ellos, contratados– ya habrían sido despedidos en sectores como el puerto de Dakar, la Lotería Nacional, el aeropuerto... El gobierno denuncia que se trata de empleos ficticios, generados por clientelismo. Por su parte, los sindicatos rechazan una política “ciega”.
Entre las medidas que el gobierno considera vitales, aunque impopulares, está la intención de ampliar la base impositiva, o más bien, como señala una fuente diplomática, de “llevarla a la práctica”: según una estimación oficial, sólo el 10 por ciento de los senegaleses pagaba impuestos en 2020. En Dakar, los propietarios se encontraron con la sorpresa de recibir su primer aviso de cobro impositivo. Algunos lo pagaron sin queja alguna. Para otros fue un golpe duro. “Me piden que pague 130.000 francos CFA por una casa que heredé de mis padres, pero no tengo esa plata”, se lamenta Aminata Ndiaye, quien reside en Yoff, un barrio costero. “¡Yo no voté a Diomaye [Faye] para que venga a sacarme lo poco que tengo!”
El economista Ndongo Samba Sylla –conocido por su posición crítica respecto al franco CFA7– se muestra escéptico. “Los que conducen el Pastef son inspectores de impuestos y de bienes del Estado, y se les nota”, suspira. En efecto, el núcleo duro del partido –Sonko y Faye, pero también el presidente de la Asamblea Nacional, Malick Ndiaye– proviene de ese sector de la administración. Su historia en común comienza a mediados del 2000, al crear un sindicato –el primero de su tipo en ese organismo estatal– con el objetivo de combatir la corrupción interna. Se constituyen como partido político recién en 2014. Como señala uno de sus asesores, “fueron formados para recaudar impuestos” y muchas veces ven al mundo empresarial como “un enemigo que sólo piensa en evadir”. Sylla sostiene que los miembros de esta administración “siguen pensando dentro del mismo paradigma macroeconómico heredado de la colonización, donde el Estado se financiaba a través de impuestos y tasas. Pero existen otros mecanismos”. Si bien el economista reconoce una verdadera voluntad de cambio en el nuevo gobierno, les reprocha que “sigan razonando dentro del mismo esquema neoclásico”. Algunas de las nuevas designaciones lo dejan perplejo, justamente. ¿Cómo impulsar una ruptura verdadera con un ministro de Finanzas como Cheikh Diba, que fue director de programación presupuestaria durante el gobierno anterior, después de haber pasado por el FMI? ¿O con un ministro de Economía como Abdourahmane Sarr, también exfuncionario del FMI? ¿O incluso con un secretario general del gobierno como Ahmadou Al Aminou Lô, quien dirigió la sede nacional del Banco Central de los Estados de África Occidental, considerado el templo de la ortodoxia financiera en África Occidental, y que fue un acérrimo defensor del franco CFA? Sylla teme un escenario “a lo Syriza”: aquel movimiento de izquierda que, al llegar al poder en Grecia en 2015, terminó renunciando a sus ideales ante la presión de los bancos y de la Unión Europea.
Para defenderse, la dupla en el poder recuerda que el Estado no es el Pastef, y que debe incluir a todos los senegaleses. Sin embargo, Sonko reconoce errores, mientras que Daffé admite que su partido –con una militancia joven e inexperta– no había previsto llegar al poder con tanta rapidez. En una organización atravesada por múltiples corrientes internas, agrega, la síntesis aún está pendiente.
La verdad es que nadie sabe cuál es la línea política del Pastef. Soberanista y panafricanista, el partido promueve una ética política y la justicia social. ¿Y después? “Todo está por inventarse”, reconoce un allegado del primer ministro, quien nos recuerda que durante mucho tiempo el jefe de gobierno decía no ser ni de derecha ni de izquierda: “En algunos temas es muy progresista; en otros, bastante conservador”. Por ejemplo, Sonko asume su poligamia, al igual que el presidente, que tiene dos esposas, y no pierde oportunidad para señalar que la defensa de los derechos de las personas homosexuales genera un “sentimiento antioccidental” tanto en su país como “en muchas otras partes del mundo”.
“Este partido es un híbrido, por su historia y por su composición heterogénea”, remarca el asesor de una figura clave del nuevo gobierno. “Ahí conviven personas de extrema izquierda, liberales, algunos con tendencias mercantilistas, e incluso islamistas, aunque estos últimos tienen poco peso”. Los primeros (los de izquierda) son los más visibles y activos. Tal vez los más entusiastas también. ¿Pero son realmente los más influyentes? Provenientes del maoísmo, del trotskismo, del “diaísmo” (en referencia a Mamadou Dia) o adeptos a Cheikh Anta Diop, reconocen que nunca lograron convencer a la población, a veces por dogmatismo, y hoy parecen tener una segunda vida dentro del Pastef, aunque eso implique dejar ciertos ideales de lado. Madièye Mbodj, uno de los vicepresidentes del partido (a cargo de la vida política), exmilitante de And-Jëf (que en wolof significa “actuar juntos”), un partido revolucionario de tendencia maoísta, ha elaborado una teoría al respecto. “El Pastef nos ha permitido atravesar los cinco grandes muros contra los cuales la izquierda radical ha chocado durante años. El primer muro es el desconocimiento de nuestra propia historia. El segundo, la falta de conexión con las bases, tanto en el interior del país como en la diáspora. El tercero, la falta de recursos: el Pastef logró financiarse con el aporte de sus militantes. El cuarto es la comunicación; hablábamos sólo en francés y en términos demasiado técnicos, mientras que los jóvenes de hoy se expresan en lenguas nacionales. Finalmente, el quinto muro es una dosis de espiritualidad. ¡No hablo de religión! Hablo de espiritualidad. Sonko asume su adhesión al islam como religión. Eso es algo que nosotros hemos descuidado durante mucho tiempo”.
El más irreductible de estos viejos militantes de extrema izquierda es, sin dudas, Dialo Diop, hermano de Omar Blondin Diop, una figura legendaria en Senegal, quien murió como mártir en las cárceles de Senghor, en 1973. De formación maoísta, Dialo se había sumado al partido de Cheikh Anta Diop, Agrupación Nacional Democrática (RND, por sus siglas en francés). En 2021, el RND –que para entonces contaba con muy pocos adeptos– se fusionó con el Pastef, y Diop se convirtió en uno de sus vicepresidentes. Actualmente se desempeña como asesor presidencial y está a cargo de asuntos relacionados con la memoria histórica. Según él, es necesario “dejar de pensar con categorías impuestas desde afuera” y reconectar con el “igualitarismo africano”. En otras palabras: dejar de definirse según los códigos tradicionales (izquierda/derecha, capitalista/anticapitalista) y llevar adelante la revolución cultural que proponía Cheikh Anta Diop.
Para Youssou Mbargane Guissé, antropólogo jubilado que enseñó en el Instituto Fundamental de África Negra y que también militó en And-Jëf, el Pastef representa la emergencia (o reemergencia) de una ideología propiamente africana: un “movimiento de regeneración” que él califica como un “fenómeno total”. Y es por ese motivo que sería revolucionario. Para Guissé, su surgimiento marca un cambio de época: “Ya no se habla de conflicto de clase, sino de conflicto entre la sociedad y el Estado”, concluye. Estos “viejos” hoy profesan un “realismo” que antes solían combatir. “Hay que tener en cuenta la correlación de fuerzas”, resume Mbodj. Consideran que es necesario, al menos por ahora, transar con el FMI y el Banco Mundial, que la salida del franco CFA debe hacerse de forma ordenada... Es evidente que el Pastef no tiene intención de romper con el orden liberal globalizado, y mucho menos con el capitalismo, aunque este se encuentre “en la base misma del subdesarrollo que Europa le impuso a África”, como señala Dialo Diop. Por el contrario, apuntarían a insertarse en ese sistema y buscar sacarle provecho, promoviendo al mismo tiempo una distribución más justa de la riqueza. Por consiguiente, el Pastef apoya el tratado de Zona de Libre Comercio Continental Africana, lanzado de forma oficial en enero de 2021. Aunque fue presentado como un proyecto “panafricanista”, la iniciativa se inscribe dentro de un marco neoliberal.
El peso de los sectores liberales dentro del Pastef se vuelve cada vez más evidente. El movimiento cuenta con el apoyo de Pierre Goudiaby Atepa, un arquitecto de renombre que hizo fortuna en el negocio inmobiliario y ha apoyado a todos los gobiernos. Desde su edificio de arquitectura típica, ubicado sobre la faja costera de Dakar, este hombre de 78 años, que se autodefine “un depredador arrepentido”, imagina proyectos faraónicos. Ve en la explotación de los recursos naturales una oportunidad que no hay que dejar pasar. ¿Pero qué lo llevó a respaldar a Sonko? “Su honestidad, su ambición por Senegal y su discurso anticorrupción”. Para él, como para muchos otros, la corrupción representa un obstáculo para los negocios.
A poca distancia de allí, Birome Holo Ba defiende una visión similar, basada en grandes proyectos y asociaciones público-privadas. Este especialista en informática de 37 años vivió parte de su vida en Francia, donde comenzó su carrera profesional. Como muchos miembros de la diáspora, respondió al llamado del Pastef tras la victoria electoral. Podría estar trabajando en una consultora en Nueva York, pero dirige en Dakar la Oficina Operativa de Coordinación y Seguimiento de Proyectos y Programas, una estructura directamente vinculada al primer ministro, que cuenta con unos 50 agentes. “Trabajamos con el modelo de las delivery units de Tony Blair”, explica, en referencia a aquellas unidades de cumplimiento creadas por el ex primer ministro británico para monitorear las áreas gubernamentales reacias al neoliberalismo. Ba enumera los numerosos proyectos que él y su equipo –instalados en un edificio moderno– pretenden acompañar en áreas como agricultura, infraestructura y finanzas. “Cada medida adoptada tiene que ser evaluada, pensada”, afirma en sintonía con Daffé. En cuanto a la convivencia con las diversas corrientes internas del partido, no lo ve como un problema: “La lucha nos unió. Juntos superamos muchos obstáculos, y eso crea lazos. De todas formas, sabemos que no tenemos margen de error”.
Rémi Carayol, periodista, enviado especial, autor de Mirage sahélien. La France en guerre en Afrique. Serval, Barkhane et après?, La Découverte, París, 2023. Traducción: Magali del Hoyo.
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Cf. “CartograFreeSenegal”, lamaisondesreporters.sn. ↩
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Véase Francis Laloupo, “Résilience du modèle sénégalais”, Le Monde diplomatique, París, abril de 2024. ↩
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Ver Benoît Bréville, “Cinismo en Lampedusa”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, octubre de 2023. ↩
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Ver en particular Armelle Mabon, Le Massacre de Thiaroye. 1er décembre 1944, histoire d’un mensonge d’État, Le Passager clandestin, Lorient, 2024. ↩
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Ver Rémi Carayol, “El gendarme está (casi) desnudo”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, enero de 2025. ↩
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Ver Rémi Carayol, “Panafricanismo recargado”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, setiembre de 2024. ↩
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Fanny Pigeaud y Ndongo Samba Sylla, L’arme invisible de la Françafrique. Une histoire du franc CFA, La Découverte, París, 2018. ↩