Se acaban de editar en Francia tres libros sobre el punk. Desde otro lado de las artes, y del tiempo, dialogan con el artículo principal de esta doble página. Distintas herencias en las retinas y en los tímpanos.
En el verano de 1977, Didier Chappedelaine (luego conocido como Didier Wampas), fan del rock y el pop de los 1960, pero también de Mike Brant, tenía 15 años cuando escuchó por primera vez punk en la radio. Fue una “gran bofetada formativa”, diría luego en sus memorias1. El joven suburbano, proveniente de una “familia comunista de clase trabajadora”, comenzó a sentir fascinación por los Ramones, los Sex Pistols, los Undertones, los Meteors, los Cramps y otros. En 1981, decidió formar Wampas con tres amigos. La banda, de la que fue cantante y letrista, debutó en los escenarios en 1983 y lanzó su primer álbum tres años después. Con sus ritmos psychobilly y letras sarcásticas, se convirtió en uno de los pilares del rock alternativo francés. En paralelo, Didier Wampas laboraba como electricista en la RATP (red de transporte público de París), un trabajo que mantuvo hasta su jubilación. Eligió no depender del poder de las discográficas para perseguir su pasión y se negó a “hacer la más mínima cosa [...] ‘capitalista’”. La canción “Manu Chao” (2003), en la que los Wampas se burlan de estos rockeros millonarios, resume esta visión del mundo. A lo largo de una carrera de más de 40 años, Didier Wampas nunca ha perseguido el éxito: “El rock ‘n’ roll no debería ser mainstream”, piensa, porque el arte “no está hecho para complacer; el arte está hecho para impactar y perturbar a la gente”.
Impactar y perturbar eran también los objetivos de la banda de rock electrónico Suicide, formada en 1970 en Nueva York por el cantante Alan Vega (1938-2016) y el tecladista Martin Rev. Su primer álbum, publicado el año en que Didier Wampas descubrió el punk, constituye una “explosión sónica fundamental”, explica Pedro Peñas y Robles en un libro dedicado a esta obra “legendaria”2. Equipados con un sintetizador, una caja rítmica y pedales de efectos, el dúo neoyorquino de clase trabajadora actuó en locales underground durante siete años antes de lanzar su álbum, cuyos temas fueron compuestos desde el principio. La música minimalista de Suicide es desconcertante: compuesta por ritmos mecánicos y bucles de sintetizador distorsionados, acentuados por la voz oscura de Vega narrando los Estados Unidos de los 1970 y una Nueva York asolada por la pobreza, despertó en su momento la hostilidad del público. Temas contundentes, crónicas sociales y baladas melancólicas, a las que el productor Craig Leon, quien trabajó en Jamaica con el rey del dub Lee Scratch Perry, añadió reverberación, ecos y retroalimentación, le dieron a este disco una textura única. Destrozado por la prensa tras su lanzamiento, este hito del punk estadounidense influiría en muchos artistas, desde Nick Cave hasta Sonic Youth y Joy Division. Alan Vega ha dicho a menudo que se inició en la música tras ver a los Stooges, considerados hoy en día los padrinos del punk y el metal. Fundada por Iggy Pop (el Iguana) y los hermanos Asheton en un suburbio degradado de Detroit en 1967, en pleno Summer of Love, la banda destacó con su rock salvaje y ruidoso, con un ritmo primitivo y la voz furiosa de Iggy. Tras tres álbumes legendarios publicados entre 1969 y 1973, los Stooges se separaron. La Iguana comenzó una carrera en solitario marcada, entre otros, por Lust for Life (1977) y Brick by Brick (1990). Raro superviviente de esta época, Iggy Pop ha publicado desde entonces una veintena de álbumes. Gran admirador de Iggy, el periodista Christophe Goffette publicó una colección de entrevistas que le hizo al artista entre 1990 y 20163. En ellas, Iggy reflexiona sobre su trayectoria musical y personal, así como sobre la evolución del rock. Sin perder ni un ápice de su pasión (aunque haya incursionado brevemente en la publicidad) y fiel a sus valores, Iggy Pop dijo por entonces: “El rock and roll sigue siendo mi emblema” y “poné tus tripas sobre la mesa, mi divisa”.
Olivier Pironet, periodista.