El río Maroni despliega sus lodosas aguas y su danza de piraguas a motor en la Guayana Francesa. Este 18 de mayo, las autoridades políticas y tradicionales se reunieron para inaugurar la costanera del barrio de La Charbonnière. En el centro de la atención estaba el ministro de Justicia francés, Gérald Darmanin. El día anterior, en Le Journal du dimanche, había anunciado la construcción, en ese territorio de ultramar, de una prisión con 500 lugares provista de un sector de alta seguridad con capacidad para 60 detenidos, reservado a los “narco-bandidos”, y un ala que podrá recibir a 15 “detenidos radicalizados”. Todo por la suma de 400 millones de euros. Sophie Charles, alcaldesa de Saint-Laurent-du-Maroni etiquetada como independiente de derecha, amonestó al ministro bajo intensos aplausos: “Ya pasó esa página de la historia y espero que no vuelva a pasar”.

De hecho, desde los atentados que golpearon al territorio francés a partir de 2013, una franja de la derecha pretende resucitar el presidio de ultramar. Hace 11 años, Nicolas Dupont-Aignan propuso “que se restablezca en Cayena, o en otra parte, un centro de detención que permita aislar a los locos peligrosos” (Sud Radio, 20 de noviembre de 2014). El presidente de Debout La France también abogaría en la radio RMC, el 24 de noviembre de 2015, por la construcción de un “Guantánamo bis” en la Guayana Francesa, y luego, el 16 de marzo de 2016, en France Info, por la instalación de un centro penitenciario para los terroristas en las islas Kerguelen [archipiélago francés en el Índico sur, antes conocidas como Islas de la Desolación]. Más recientemente, en la campaña por la presidencia de Los Republicanos, Laurent Wauquiez sugirió la retención de extranjeros en situación irregular en Saint-Pierre-et-Miquelon [islas francesas frente a las costas de Canadá] (JD News, 8 de abril).

El ministro de Justicia, por su parte, no se conforma con declaraciones. Tan pronto como Darmanin introdujo su proyecto para un establecimiento penitenciario en el programa de su presupuesto sin consulta previa, los representantes francoguayaneses hicieron frente común. El 18 de mayo, el diputado del Movimiento de Descolonización y de Emancipación Social (MDES), Jean-Victor Castor, denunció en una carta al primer ministro “una tradición menospreciante, colonial y autoritaria” que considera a la Guayana Francesa como “un ‘basural’ carcelario”. El senador francoguayanés Georges Patient, a pesar de respaldar al gobierno, se lamentó por “una puesta en escena destinada a atender una ambición personal” (Public Sénat, 19 de mayo).

En la Guayana Francesa, “el mundo está compuesto por tres cosas: el cielo, la tierra y el presidio”, resumía en 1923 Paul Roussenq, anarquista encarcelado durante 20 años (de los cuales 3.779 días los pasó aislado en el calabozo). La Convención Nacional (1793-1795) se refería a ella como lugar de deportación. El Directorio envió allí a más de 300 condenados entre 1795 y 1798: a políticos acusados de falta de civismo, como Jean-Marie Collot d’Herbois y Jacques-Nicolas Billaud-Varenne; a los instigadores del golpe de Estado del 18 de fructidor del año V [4 de setiembre de 1797], así como a Charles Pichegru y a 271 sacerdotes refractarios. Los “campos de la muerte” de Sinnamary y Counamama, ubicados en pantanos, diezmaron a la mitad de aquellos en solamente unos meses.

El presidio revolucionario, experiencia circunscripta en el tiempo, formalizó una práctica antigua que en el caso francés se registró desde el siglo XVI. El explorador Jacques Cartier logró entonces que Francisco I dotara a su expedición con prisioneros. En América del Norte, en el siglo XVIII, los franceses y los británicos se respaldaron en la deportación de “personas sin confesión” (vagabundos, mendigos, personas sin vínculos sociales...) para controlar territorios inmensos. Las compañías coloniales salieron ganando al comprar mano de obra prisionera y explotable. Pioneros, “los condenados a trabajos forzados eran los agentes de la ocupación y de la expansión imperial”, destaca la historiadora Clare Anderson1.

En el transcurso del siglo XIX, se sistematizó el destierro en ultramar y se lo extendió a los criminales de derecho común bajo el modelo construido por los británicos en Australia. La “deportación” consistía en una pena de trabajos forzados, equidistante de la pena capital y del encarcelamiento en casa central. Los detenidos, sin ninguna perspectiva de retorno, se veían obligados a tener descendencia en la colonia. Al final de su condena, formaron una nueva sociedad de colonos-propietarios y de familias surgidas de uniones entre condenados de los dos sexos. La represión de la insurrección obrera parisina de junio de 1848 y el golpe de Estado de 1851 llenaron las prisiones y reactivaron las deportaciones políticas, primero en Argelia y en las islas Marquesas. Al mismo tiempo, el presidente Luis-Napoleón Bonaparte cerró los presidios portuarios de Brest, Rochefort y Toulon, cuyos condenados a trabajos forzados –explicó– “se pervirtieron y amenazaron constantemente a la sociedad”2. El futuro emperador consideraba la deportación hacia ultramar de los condenados a trabajos forzados “más eficaz, más moralizadora, menos costosa y más humana, utilizándola para el progreso de la colonización francesa”. Durante un siglo, la Guayana Francesa se convirtió en una colonia penitenciaria, “esa guillotina seca” inmediatamente denunciada por Lamartine, donde más de 70.000 condenados cumplirían su condena.

Sarda-Garriga, un revolucionario de 1848 partidario del bonapartismo, dirigió la colonia durante la llegada del primer convoy en mayo de 1852. “Como ciudadano y como cristiano”, se dirigió a los condenados a trabajos forzados reunidos para embarcar en Brest: “Tengo la misión de hacerles vivir una nueva vida”3. Se trataba de castigar, de rehabilitar y de colonizar. Mientras se desplomaba la economía de plantación, la mano de obra penal tuvo que reemplazar a los esclavos emancipados en 1848. Diez años más tarde se fundó la ciudad de Saint-Laurent-du-Maroni para afirmar la presencia francesa en ese territorio periférico. Accediendo al estatus ad hoc de comuna penitenciaria en 1880, se la privó de la libre administración y de elecciones hasta 1949.

A la utopía penitenciaria de los primeros meses le siguió “la hora de los grandes sacrificios”4. Entre 1852 y 1867, de los 17.000 deportados, solamente 7.000 sobrevivieron. El Ministerio de Marina y de las Colonias decidió en 1867 que, “provisoriamente, Guayana sólo recibiría a los condenados árabes, cuya complexión resiste al clima de la colonia”5. Nueva Caledonia, colonia penitenciaria desde 1864, se convirtió en el único destino de los condenados europeos hasta 1887, en particular de los partidarios de la Comuna (también recibió a los deportados argelinos de la gran revuelta de 1871). El reverendo padre Montfort, superior de los jesuitas de Cayena, se conmovió: “Sería cuestión de formar aquí [sobre el Maroni] una población árabe constituida como tal; les enviaríamos morabitos y mujeres, y les construiríamos mezquitas”. Y, para la compañía de la Guayana Francesa, se trataría de denunciar a las autoridades deseosas “de instalar oficialmente el islamismo [en el sentido de la práctica del islam] en una colonia francesa”6.

La Tercera República aceptó muy bien las colonias penitenciarias. “Bajo un régimen republicano –afirmó Léon Gambetta en 1872–, el orden es el fundamento mismo de las cosas”. La criminalidad y la delincuencia no dejaron de disminuir, pero la prensa de gran tirada imprimió en la opinión pública un imaginario de bajos fondos. La naciente criminología, codificada por el italiano Cesare Lombroso y el francés Alexandre Lacassagne, también justificó el exilio colonial de los incorregibles en nombre de un “gen criminal”. Pierre Waldeck-Rousseau, ministro de Interior, presentó un proyecto de ley de relegación en 1883, que preveía que la reincidencia, cualquiera fuera la gravedad del delito cometido, conduciría a la Guayana Francesa y a Nueva Caledonia, debido a “una irrefutable presunción de incorregibilidad”.

El presidio francoguayanés alcanzó su máxima extensión durante la década de 1890. Contaba con más de 7.000 condenados, es decir, un octavo de la población penal francesa. Tras la victoria de Jules Ferry sobre Georges Clemenceau durante el debate sobre los créditos de la expedición de Tonkín en 1885, el Imperio se afirmó como “un lugar de incesante excepción a las normas e ideales republicanos proclamados en la metrópolis”7. Gayet, el inspector de las colonias, hablaba del “triple infierno del presidio” a propósito del campo disciplinario de Charvein, distante unos diez kilómetros del sitio de la futura prisión de Saint-Laurent-du-Maroni. Allí, totalmente desnudos, con el pelo cortado en escalones, los condenados a trabajos forzados más desobedientes a la disciplina talaban y acarreaban enormes troncos. Aquellos cuya voluntad no se había quebrado eran lanzados al calabozo, descrito por el director de la administración penitenciaria de Loyère como “especies de bóvedas muy estrechas comparables a tumbas en las que entraría un poco de aire, [...] anticipos del sepulcro”.

En 1895, el capitán Alfred Dreyfus desembarcó en una Isla del Diablo transformada en una anticipación del sector de alta seguridad. Con el fin de que no pudiera “comunicarse con el exterior, recibir dinero y tramar proyectos de fuga”, permaneció encerrado en un rincón durante cerca de dos años: su casilla y un estrecho pasillo entre un cerco de 2,5 metros de altura y los muros de su celda. El rumor de una intervención alemana para liberarlo transformó la isla en fortaleza: se destinaron 13 vigilantes y un buque anclado en el mar, y se construyó una torre sobre la que se dispuso un cañón Hotchkiss.

En 1897, en Nueva Caledonia, mientras la colonización libre estaba en expansión, los colonos lograron que el gobernador Feillet cortara la “canilla de agua sucia”. El estigma penitenciario ya no pesaba más que sobre la Guayana Francesa. El reportaje de Albert Londres, publicado en fascículos durante el verano de 1923, despertó a la opinión pública nacional acerca de la suerte de los condenados a trabajos forzados. Tras eso, 15 años de campañas de prensa y de debates parlamentarios finalmente pondrían fin a la deportación, abolida por decreto-ley bajo el Frente Popular (1936-1938), gracias a la iniciativa del diputado de la Guayana Francesa y subsecretario de Estado en las colonias, Gaston Monnerville.

No obstante, los presidios no cerraron. Bajo el régimen de Vichy [colaboracionista con Alemania durante la Segunda Guerra Mundial], muy poco los diferenciaba de los campos de concentración: endurecimiento de los reglamentos, prolongación del tiempo de trabajo, disminución de las raciones, actos de sadismo. En tales condiciones, la mitad de los relegados sucumbió, sólo en 1942. Durante la Liberación, la sobrepoblación carcelaria causada por la depuración llevó al Ministerio de Justicia a considerar una deportación de los colaboradores con los nazis a la Guayana Francesa. Hasta que una campaña de prensa en Estados Unidos –que comparó los presidios con los campos de concentración de Buchenwald y Dachau– puso fin al proyecto. Su eliminación parecía irreversible: el último convoy de condenados a trabajos forzados deseosos de volver a la metrópolis salió de la Guayana Francesa el 1° de agosto de 1953.

Bajo la pluma de Jean Genet o en pantalla –en 1973, Steve McQueen protagonizó Papillon, adaptación hollywoodense del relato del preso fugado Henri Charrière–, el presidio pareció convertirse en un producto de la imaginación. No obstante, ¿se limita al ámbito de la ficción? Apoyado desde la extrema derecha hasta la socialdemocracia, el giro punitivo de los años 2000 se tradujo en el retroceso del Estado social en beneficio del Estado gendarme8. Entre 2005 y 2011, al menos seis leyes vinieron a sancionar la reincidencia bajo la iniciativa de Nicolas Sarkozy, ministro y luego presidente. El Parlamento votó 18 leyes antiterroristas desde 2015. El continuo aumento del número de detenidos desde los años 1970 siguió un ritmo desenfrenado a partir de 2021, para alcanzar hoy los 81.600 detenidos, es decir, un aumento del 18 por ciento en sólo cuatro años, con una tasa de ocupación récord de 130 por ciento a escala de todo el país.

En ese aspecto, la Guayana Francesa parece un espejo de aumento: según el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (INSEE), mientras el 53 por ciento de los francoguayaneses vive bajo el umbral de la pobreza, tiene una tasa de encarcelamiento tres veces superior a la del Hexágono [como se conoce a Francia por la forma de su mapa continental], con un nivel equivalente al del vecino Brasil. Recientemente, el Comité para la Prevención de la Tortura del Consejo de Europa denunció la sobrepoblación y la violencia en Rémire-Montjoly9: la tasa de ocupación del único establecimiento de la Guayana Francesa alcanza el 163 por ciento, es decir, un déficit de más de 400 lugares.

Samuel Tracol, historiador. Traducción: Micaela Houston.

Argentina

También Ushuaia

Le llaman la ciudad del fin del mundo, aunque ahora Chile ha dado ese estatus a Puerto Williams, algo más al sur todavía. Pero cuando se fundó el presidio de Ushuaia, en 1902, todavía lo era. Primero tuvo un propósito colonizador. Que los presos fueran los (casi) primeros habitantes de ese territorio todavía no ocupado por completo por el Estado. Por eso se les dio, como primera tarea de trabajos forzados, la construcción de la propia cárcel. A medida que fueron cambiando los paradigmas punitivos, el aislamiento y el frío dieron lugar a un modelo nuevo, en el que se combinaba el castigo con la lejana posibilidad de la rehabilitación. El lugar se fue poblando de los criminales considerados más peligrosos, para tenerlos lejos de “la civilización” que era Buenos Aires. Y es sabido que la mayor amenaza la representan quienes cuestionan el sistema. Pronto, entonces, junto con los asesinos múltiples fueron llegando los anarquistas, como Simón Radowitzky. El peronismo le intentó dar un rostro más humano, en especial con un director que tendría ilustre descendencia: Roberto Pettinato, el padre del saxofonista de Sumo.

Cerrado por Pettinato en 1947 en favor de formas menos crueles de prisión, hoy es el Museo Marítimo y del Presidio de Ushuaia. Se puede conocer, recorriéndolo, el carácter dinamizador que tuvo para Tierra del Fuego, el modo en que los internos se iban integrando a la sociedad que los miraba primero con recelo y luego como una fuente de recursos (mano de obra barata y posibilidad del comercio local de volverse proveedores de mercaderías). Una ciudad al pie de la ciudad. Un confín dentro de otro. Entre sus muros guarda la leyenda de que, quizá, alguna vez ahí haya estado encerrado Carlos Gardel. Lo curioso es que el texto que presenta su celda lo dice nacido en Tacuarembó, República Oriental del Uruguay, contraviniendo la tesis argentina dominante que fija su cuna en la francesa Toulouse. Cosas del fin del mundo.

Rafael Trejo


  1. Clare Anderson, “Introduction: A Global History of Convicts and Penal Colonies”, en Clare Anderson (dir.), A Global History of Convicts and Penal Colonies, Bloomsbury, Londres, 2018. 

  2. Citado por Louis-José Barbançon, L’Archipel des forçats. Histoire du bagne de Nouvelle-Calédonie (1863-1931), Presses universitaires du Septentrion, Villeneuve d’Ascq, 2020. 

  3. Citado por Michel Pierre, Le Dernier exil. Histoire des bagnes et des forçats, Gallimard, París, 1989. 

  4. Padre Paul Mury, Les Jésuites à Cayenne. Histoire d’une mission de vingt-deux ans dans les pénitenciers de la Guyane, Retaux & fils, París, 1895. 

  5. Citado por Linda Amiri, “Exil pénal et circulations forcées dans l’Empire colonial français. Le cas particulier du convoi de ‘forçats arabes’ du 27 juillet 1868 vers la Guyane française”, L’Année du Maghreb, n° 20, Aix-en-Provence, 2019. 

  6. “Lettre du Révérend Père Montfort, supérieur des frères Jésuites de Cayenne au provincial”, Archives générales de la Congrégation du Saint-Esprit, París, 4-2-1873. 

  7. Emmanuel Fureix y François Jarrige, La modernité désenchantée. Relire l’histoire du XIXe siècle français, La Découverte, París, 2015. 

  8. Loïc Wacquant, Punir les pauvres. Le nouveau gouvernement de l’insécurité sociale, Marseille, Agone, 2004. 

  9. Informe al Gobierno de la República Francesa relativo a la visita a la Guayana Francesa y Guadalupe por parte del Comité Europeo para la Prevención de la Tortura y de las Penas o Tratos Inhumanos o Degradantes (CPT), del 29 de noviembre al 14 de diciembre de 2023, Consejo de Europa, 12-3-2025.