“Estados Unidos primero” (America first), ¿excepto cuando se trata de Israel? Muchos partidarios del presidente de Estados Unidos se hacen esta pregunta. Es humillante para el actual inquilino de la Casa Blanca, porque sugiere que el hombre fuerte que se pavonea por ahí está a las órdenes de un líder extranjero. Un líder que no vive en Moscú, sino en Jerusalén. Esta conclusión no es tan asombrosa si se tiene en cuenta que es difícil detectar un lobby ruso de cierta magnitud en Washington, mientras que el lobby israelí lleva demostrando su poder hace al menos 40 años1. Entre el 80 y el 95 por ciento de los legisladores, tanto demócratas como republicanos, está de acuerdo. Ver al senador republicano neoconservador Lindsey Graham, halcón entre los halcones, y a su colega demócrata Richard Blumenthal codo a codo en el programa de CBS Face the Nation, el 15 de junio, fue a la vez caricaturesco y muy habitual. Como buenos ventrílocuos de las exigencias de Israel que acababa de bombardear Irán, ambos amenazaban a este Estado con la destrucción. Luego, casi al unísono, exigieron que la agresión rusa contra Ucrania conllevara nuevas sanciones de parte de Estados Unidos.

Este es precisamente el tipo de escena bipartidista que enfurece a muchos de los partidarios de Trump. Especialmente a aquellos que se unieron a su lucha porque compartían su odio por los neoconservadores, republicanos y demócratas por igual, enamorados de las cruzadas “por la democracia” o “contra el terrorismo” con su condenable historial humano y financiero. A principios de este año, estaban confiados. A diferencia de 2017, Trump había poblado su gobierno no sólo de halcones, sino de decididos opositores a la implicación estadounidense en Medio Oriente y Europa. Entre ellos estaban el vicepresidente James Davis Vance y la directora de Inteligencia Nacional, la exdiputada demócrata Tulsi Gabbard.

También se mostraron satisfechos por el comportamiento del presidente estadounidense respecto a Ucrania, que parecía señalar –pero con Trump es mejor no jurar nada durante más tiempo que tres o cuatro horas– una negativa a implicarse más en este conflicto europeo. El anuncio de la apertura de negociaciones directas entre Washington y Teherán, el 7 de abril, en la Oficina Oval de la Casa Blanca ante Benjamin Netanyahu, completó este cuadro casi idílico.

Y luego: el baldazo de agua fría. Helada en realidad, dado que ciertos trumpistas, en particular el célebre Tucker Carlson, exestrella de Fox News cuyos podcast alcanzan millones de visitas, llevan años dando la voz de alarma: aliados con el primer ministro de Israel, los neoconservadores estadounidenses han resuelto sumir a Washington en una guerra contra Irán. Sin embargo, conscientes de las reticencias de Trump, pretenden forzarle la mano aprovechando tanto el extravagante poder del lobby proisraelí en Estados Unidos como la antigua animosidad hacia la República Islámica desde la caída del régimen imperial y la interminable toma de rehenes en la embajada de Estados Unidos (1979-1981). Tras las llamadas “armas de destrucción masiva” en Irak y la guerra que destruyó ese país, el giro de Irán parece señalar la hora de una nueva “guerra interminable”, un nuevo pantano estadounidense.

Carlson quiere estar a la altura del desafío. El antiguo niño mimado que solía predicar con moño en CNN, experiodista neoconservador de la revista proisraelí The New Republic, cambió de tono tras la invasión de Irak en 2003, de la que fue uno de los más fervientes partidarios. Y acaba de nombrar a cinco de los actuales “belicistas”: el conductor estrella de Fox News Sean Hannity, el publicista neoconservador Mark Levin, el propietario de Fox News y de The Wall Street Journal Rupert Murdoch, el multimillonario estadounidense-israelí Ike Perlmutter y Miriam Adelson, medalla de oro (junto con Elon Musk) de los socios capitalistas del Partido Republicano. Carlson puntuó la declaración de “esta lista” con una advertencia: “Llegado el momento, tendrán que responder por todo esto, pero ustedes deben saber sus nombres ahora mismo”.

El presidente estadounidense no necesita que se los presenten: Hannity es uno de sus periodistas preferidos, pues sabe que puede contar con su docilidad sumada a una escrupulosa falta de talento; Adelson, militante de la colonización israelí, contribuyó con 100 millones de dólares a su última campaña presidencial. En cuanto a Carlson, estaba sentado a su lado en la convención del Partido Republicano en julio de 2024, entre los más íntimos. Y su discurso fue uno de los más aplaudidos.

Trump ganó la segunda elección gracias al inesperado apoyo de los aislacionistas antisistema y los conductores de podcast libertarios que ampliaron la coalición republicana más allá de los neoconservadores y de la derecha evangélica incondicional de Israel. Parecía favorecer a los primeros, más militantes y jóvenes. Su giro belicista podría desanimarlos. Sobre todo, porque se oponen por principios a cualquier forma de censura, y se muestran reticentes cuando un texto de apoyo a Palestina, piensen lo que piensen de él, se tacha automáticamente de antisemita o “pro Hamas” y conduce a la expulsión o encarcelamiento de un residente extranjero. El humorista libertario Dave Smith, que califica a Netanyahu como el “peor presidente de Estados Unidos del siglo XXI”, vio cómo su popularidad se disparó cuando, en un programa de su amigo Joe Rogan, se transformó en un implacable acusador de los neoconservadores que justifican las masacres israelíes en Gaza. Acaba de anunciar que se arrepiente de haber votado a Trump y pide su destitución.

El presidente estadounidense cree que su base le seguirá siendo fiel. También la exvicepresidenta Kamala Harris (demócrata) había apostado a que el apoyo servil a Israel sería seguro para ella. Pero ¿qué control tienen verdaderamente los dos partidos? No mucho, considera el reputado geopolítico John Mearsheimer: “Cuando se trata de política exterior en Medio Oriente, Israel es nuestro dueño. Y los que quieren frenarlo no tienen ningún peso. Porque Israel hará lo que quiera. Es una situación verdaderamente asombrosa que la mayoría de los estadounidenses no entiende: un pequeño país de unos pocos millones de habitantes puede conseguir casi todo lo que pide, con el apoyo incondicional de Estados Unidos”.

Serge Halimi, de la redacción de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Redacción de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.


  1. Ver “Le poids du lobby pro-israélien”, Le Monde diplomatique, agosto de 1989, y John Mearsheimer, El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos, Taurus, Madrid, 2007.