Larvas. De Tamara Silva Bernaschina. Páginas de Espuma; Madrid, 2025. 102 páginas, 690 pesos.

Los buenos libros de cuentos se leen de a poco. No es un tema de dispersión. Todo lo contrario: en los buenos libros de cuentos el nivel de concentración narrativa es extremo, mientras que las novelas derivan y permiten una lectura deslizante. En los buenos libros de cuentos los sentidos se exacerban, las imágenes se retroalimentan, la poética se contamina de un relato al otro, los tópicos y sucesos internos se interconectan.

En un pasaje de “Mi piojito lindo” (vaya título para un inquietante relato de horror infantil), poco antes del desenlace, que nunca es desenlace si se trata de Tamara Silva Bernaschina (especialista en generar desconcierto, en burlar todo posible cierre tranquilizador), los personajes miran hacia un costado y en la tele se enteran de una mujer a la que “se la comieron unos perros gigantes y gente que se muere y se pierde y no vuelve más”. Unas cuantas páginas más adelante sabremos de esa mujer y conoceremos de más cerca las razones poco claras que la llevaron a terminar en el salón de una escuela suburbana (todo indica que ella es maestra) asesinada por una jauría de perros. También sabremos de una joven viajera que llega a Tilcara y se pierde (o no se pierde, porque lo que ocurre es un poco más complejo).

Los que hayan leído Desastres naturales (2023) ya lo saben: Silva Bernaschina prepara relatos de atmósfera ominosa, situados en una infancia más o menos rural (aunque en Larvas prueba con voces de otras edades), siempre en los bordes de un horror cotidiano y de sucesos sobrenaturales. Son cuentos que asumen con naturalidad la frontera entre lo vivo y lo que se descompone.

Es posible que pueda referirse a una tradición, a influencias de Horacio Quiroga, Juan José Morosoli y Armonía Somers, y las hay, pero también puede ubicarse la poderosa obra de la autora —a la hora de mapear contextos— en la intersección de al menos dos constelaciones literarias actuales de alto interés:

  1. Hay una afinidad directa con la narrativa de Luis do Santos (El zambullidor, 2022) y Fabián Severo (Viralata, 2015; Sepultura, 2020), cada uno en su especificidad, pero ambos notables en el manejo del universo mágico de la infancia rural, en la continuidad del linaje quiroguiano y un borde de horror indivisible de lo natural que comparten con Silva Bernaschina. En esta triada está —sin dudas— parte de lo mejor de la literatura uruguaya reciente. También deben releerse muy buenos libros de Martín Bentancor, Damián González Bertolino y Henry Trujillo, que transitan estos barros no urbanos, y por qué no reconocer conexiones no tan lejanas con los relatos de Andrea Arismendi Miraballes en el libro Cuando eso acecha (2017).

  2. Otra línea de afinidad que intersecta con Larvas es el cuerpo temático de ciertas autoras latinoamericanas contemporáneas, algunas de ellas publicadas en Páginas de Espuma (Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero, Samanta Schweblin) y otras fichadas por Anagrama (Mariana Enriquez, Ariana Harwicz). Todas, sin excepción, conectan con el horror, con lo monstruoso en lo cotidiano, propiciando lecturas sobre cómo este tipo de narrativa viene a ser una herramienta estética y política, una forma de resistencia feminista. Este matiz de la obra de Silva Bernaschina la diferencia de otras escrituras de mujeres uruguayas recientes, más proclives a la escritura del yo, a tópicos minimalistas, con la excepción ya mencionada de Arismendi Miraballes en el uso del horror.

Se mencionaba al comienzo de esta nota que los buenos libros de cuentos se leen de a poco. De hecho, todavía me queda por leer el relato “Larvas”, el que da nombre al volumen. Lo dejaré para más adelante. Que el libro siga ahí, que todavía no se acomode en la biblioteca. Que quede abierto, como los mejores relatos, que en el caso de Tamara “caminan dando saltos entre los cardos”.