Un año y medio después de perder las elecciones legislativas, el partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS, por sus siglas en polaco) logró conservar la presidencia de la República tras la ajustada victoria (50,9 por ciento de los votos) de Karol Nawrocki, el sucesor de Andrzej Duda. La derrota de Rafał Trzaskowski, alcalde de Varsovia (que contaba con el apoyo de la Coalición Cívica y del presidente del Consejo de Ministros, Donald Tusk), podría dificultar la convivencia entre los altos mandos y ponerles trabas a las principales reformas del gobierno liberal de Tusk, líder de una coalición que va de la centroderecha a la izquierda, sobre todo si tenemos en cuenta que en la primera vuelta candidatos aún más conservadores que el PiS alcanzaron buenos resultados: Sławomir Mentzen, de la coalición de extrema derecha Konfederacja (Confederación), obtuvo 14,8 por ciento de los votos y el monárquico Grzegorz Braun, 6,3 por ciento.

Ley y Justicia podría aprovechar este recrudecimiento de la derecha para alejarse de la línea “social” que motivó muchas de las leyes sancionadas entre 2015 y 2023. Su medida más emblemática sigue siendo el programa 500 Plus, una asignación familiar mensual que ascendía a 500 eslotis (113 euros) cuando fue creada, en 2016, que hoy en día alcanza los 800 eslotis (187 euros) por hijo, independientemente del nivel de ingresos. La victoria de Nawrocki viene a coronar una tendencia más liberal dentro del PiS. Sus declaraciones durante la campaña electoral son un reflejo de ello: prometió beneficios fiscales para los más ricos y se opuso a los impuestos inmobiliarios, por ejemplo. Antes de la segunda vuelta, el candidato ultraconservador se apropió de las propuestas de Mentzen: rechazó cualquier nuevo impuesto o gravamen, así como cualquier ley que pueda afectar el volumen de ventas, pero también se opuso a enviar tropas a Ucrania y a la adhesión del país a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

A la luz de su postura política, resulta sorprendente que más de 80 por ciento de los agricultores, 69,3 por ciento de los obreros y 64,3 por ciento de los desempleados apoyen a Nawrocki1. El detalle de los resultados de la primera vuelta es aún más elocuente: los candidatos de izquierda Magdalena Biejat (4,23 por ciento de los votos, por la coalición Izquierda Unida) y Adrian Zandberg (4,86 por ciento de los votos, por el partido Juntos) obtuvieron un apoyo marginal de este segmento demográfico, que, en cambio, prefirió por un amplio margen a Mentzen, pese a sus propuestas de privatizar la educación e instaurar un sistema fiscal extremadamente desfavorable para los más pobres.

¿Cómo se explica que las clases populares se hayan inclinado hacia la derecha de este modo? La frontera entre los electorados de los dos candidatos se relaciona con la que separa a los ganadores y los perdedores de la transición del comunismo al capitalismo después de 1989. Los liberales destacan los logros de ese proceso: por ejemplo, el gobierno de Tusk —que fue presidente del Consejo Europeo— celebró el editorial de la revista The Economist del pasado 24 de mayo, titulado “El auge excepcional de Polonia”.

Distintos indicadores dan cuenta de logros macroeconómicos. Según el Banco Mundial, el producto interno bruto en paridad con el poder adquisitivo a precios constantes se multiplicó por 3,5 desde 1989 (frente a 1,6 en Francia o Alemania). Pero estas cifras ocultan el sufrimiento de muchos grupos sociales dejados de lado en la transición hacia la economía de mercado, como los trabajadores de las granjas estatales o de las fábricas. Aunque en la actualidad la tasa de desempleo se ubica en niveles muy bajos (2,7 por ciento), durante 20 años se mantuvo por encima del 10 por ciento e incluso superó el 20 por ciento en 2002.

Este abandono resulta aún más doloroso si tenemos en cuenta que uno de los principales responsables de la caída del régimen comunista fue el movimiento sindical Solidaridad (o Solidarność, en polaco), que presentó una serie de reivindicaciones sociales durante las grandes huelgas de 1980. Pero en la década de 1990 los trabajadores quedaron al margen, ignorados por los políticos vinculados con Solidaridad, por la clase media que comenzaba a enriquecerse e incluso por la Iglesia católica, que por ese entonces sostenía, en palabras del papa Juan Pablo II, que “el libre mercado es la herramienta más eficaz para gestionar los recursos y satisfacer las necesidades”.

Apaleadas por la terapia de choque, al principio las clases populares se inclinaron por la izquierda poscomunista, que ganó las elecciones parlamentarias en 1993. Entre 1995 y 2005, incluso eligieron como presidente de la República a Aleksander Kwaśniewski, líder de los socialdemócratas, que había sido miembro del Partido Obrero Unificado Polaco (POUP, comunista) antes de 1989. Pero los partidos de izquierda se olvidaron de su base electoral y priorizaron ante todo ingresar a la OTAN y a la Unión Europea. Leszek Miller (otro antiguo miembro del POUP, luego fundador de la Alianza de la Izquierda Democrática y primer ministro entre 2001 y 2004) se sigue jactando de un impuesto de tasa única de 19 por ciento que implementó durante su gobierno, una especie de “escudo fiscal” que beneficia a los más ricos2.

En paralelo, la situación de muchos grupos sociales cayó en picada. En 1992, 32,4 por ciento de la población vivía debajo del umbral de pobreza; en 2002, el porcentaje ascendía a 57 por ciento, es decir, 22 millones de individuos3. Entre 1996 y 2001, la cantidad de personas incapaces de satisfacer sus necesidades biológicas básicas pasó de 4,3 por ciento a 9,5 por ciento. Para mucha gente (sobre todo los jóvenes), la única solución fue abandonar el país: más de 2,5 millones de personas se fueron a trabajar al extranjero. La emigración masiva hizo bajar el nivel de desempleo y generó ingresos por remesas, pero también contribuyó a la desarticulación de la sociedad. En 2020, 4,1 por ciento de la población decía que era de clase baja y 5,2 por ciento se identificaba con la clase obrera. Por su parte, 50,9 por ciento de las personas encuestadas... ¡se consideraban de clase media!4.

La derecha conservadora supo cómo dirigirse a aquellos que se sentían dejados de lado revalorizando la tradición. De este modo, la superioridad moral pasó a sustituir el ascenso social. Sin embargo, la apelación a un discurso dado no alcanza para explicar su éxito: también las políticas favorables para el poder adquisitivo impactaron en la balanza electoral. En efecto, Ley y Justicia fue el primer partido que renunció a una política liberal para promover cierta redistribución de los ingresos.

Salta a la vista que las alianzas de clase están rotas. En los años 1980, la intelligentsia y los obreros en huelga marchaban codo a codo. Pero tras la instauración del capitalismo, el movimiento sindical —percibido como una amenaza— pasó a ser objeto de estigma. A partir de los años 1990, los medios liberales presentaron a los huelguistas como alborotadores, como un obstáculo para la construcción del nuevo sistema que supuestamente venía a garantizar la libertad. Durante la huelga docente de 1993, el diario liberal Gazeta Wyborcza —que incluía en su equipo a algunos miembros de Solidaridad— escribió que los profesores movilizados deberían quedarse sin sueldo, mientras que el primado de Polonia, Józef Glemp, cuestionaba su amor por la patria5. Por eso Polonia sigue siendo, al día de hoy, uno de los países europeos donde los paros son menos frecuentes.

Paradójicamente, el surgimiento del capitalismo fue posible gracias a las huelgas masivas. Pero fue tal el desprestigio que cayó sobre estas movilizaciones —y el mundo social que las sustentaba— que alimentó un profundo sentimiento de traición y, al final, terminó por destruir a la clase obrera polaca como actor político. Esta desaparición dejó un espacio vacío, que la derecha ultraconservadora supo ocupar. Todo esto suscita una pregunta difícil: ¿la transición hacia la economía de mercado y la democracia fue realmente un éxito, como se suele decir en Polonia y en el resto del mundo?

Jan Radomski, sociólogo, docente en la Universidad Adam Mickiewicz de Poznań. Traducción: Agustina Chiappe.


  1. Encuesta a boca de urna, Ogólnopolska Grupa Badawcza, 1-6-2025. 

  2. “20 lat podatku liniowego w Polsce. Przywilej dla zamożnych zamiast rozwoju” (20 años de flat tax en Polonia), OKO Press, 10-9-2024. 

  3. “Rocznik Statystyczny Rzeczypospolitej Polskiej 2001” (Anuario Estadístico 2001), Oficina Central de Estadística, Varsovia, 2002. 

  4. “Identyfikacje przynależnościowe - komunikat z bada?”, Centrum Badania Opinii Publicznej, Varsovia, 2020. 

  5. “Jak strajk, to strajk” (Si es una huelga, es una huelga) y “Prymas o nauczycielach” (El primado y los docentes), Gazeta Wyborcza, 10-5-1993.