Los banderines ondean en el viento cálido, las pruebas concluyen y por fin es la hora de los premios. Estamos en mayo de 2025, en Tan-Tan, una ciudad del sur de Marruecos. Un cartel que celebra la amistad entre la realeza y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) cuelga sobre el podio, donde cada uno de los propietarios de los camellos victoriosos recibe un trofeo con la imagen de este emblemático animal del desierto. Debajo, las banderas de los dos países están entrelazadas. El encargado de entregar los premios es el general Fares Khalaf Al Mazroueï, comandante en jefe de la policía de Abu Dabi. La presencia de esta figura de alto nivel demuestra que el evento no es solamente deportivo. Es una oportunidad para que la adinerada petromonarquía del Golfo refuerce su influencia en el reino jerifiano, donde organizó estas competencias por primera vez en 2016 durante un festival que celebraba la cultura nómada, al que asistieron unas 30 tribus.

En este camellódromo, el más largo de África con sus 4.000 metros de pista, las carreras se disputan a casi 40 kilómetros por hora y siguen el mismo esquema que sus equivalentes en Khaleej (“Golfo”). El arte de la justa tradicional, en la que aún puede observarse la agilidad del jinete encaramado a su animal durante ciertas competencias, ha sido sustituido en la actualidad por la robotización de la monta, una evolución esencial para evitar las caídas de los jockeys humanos. Hasta 2002, no era raro que los animales fueran montados por niños debido a su peso. Desde entonces se ha prohibido esta práctica, y los robots, que pesan entre 10 y 15 kilos de media, están equipados con una fusta que puede manejarse a distancia por control remoto. Otro signo de modernidad: las pistas están bordeadas a ambos lados por vehículos todoterreno desde los que criadores y entrenadores animan a los animales y controlan las máquinas. La innovación tecnológica no ha mermado el fervor popular que rodea estas carreras, que son un verdadero deporte nacional en todos los países del Golfo, especialmente en Abu Dabi.

Un nuevo expansionismo

En Marruecos, el emirato financió el hipódromo para camellos Jeque Zayed bin Sultan Al Nahyan –que lleva el nombre del fundador de la federación de los EAU– con 18 millones de dirhams marroquíes (1,6 millones de euros). Inaugurado en su forma definitiva en 2017, esta construcción simboliza las ambiciones de los EAU, que pretenden reforzar sus palancas de influencia a través de canales múltiples y a veces inesperados.

Para entender los fundamentos de esta diplomacia del camello hay que remontarse a 2016, cuando Medio Oriente y el norte de África experimentaron un giro contrarrevolucionario al que Abu Dabi no era ajeno. El impulso de la “primavera árabe” de 2011 había desaparecido y el autoritarismo hacía su reaparición. Bajo el liderazgo del clan Bani Fátima, encabezado por el príncipe heredero Mohammed bin Zayed Al Nahyan, más conocido como “MBZ”, una línea dura se afianzaba y guiaba la política exterior de los EAU. Abu Dabi se encontraba entonces en una posición de fuerza dentro de la federación de los siete emiratos, de la que ya ostentaba la presidencia. Como consecuencia de la crisis de las subprime, el emirato mercantil de Dubái, que había intensificado sus astronómicas inversiones inmobiliarias, estuvo a punto de quebrar en 2009. Al pagar sus deudas, su vecino y rival, cuya riqueza proviene principalmente de los hidrocarburos, evitó que el desastre financiero se extendiera a toda la región. A partir de entonces, Abu Dabi se impuso como garante de la solidez económica de la federación, sobre la que aumentó su control. En 2014, el accidente cardiovascular del emir Khalifa bin Zayed Al Nahyan, hermanastro de MBZ, aceleró esta toma de poder. Como príncipe heredero, tomó el relevo de un emir enfermo que fue quedando relegado al papel de mera figura decorativa. Militar de alto rango, el soberano de hecho impuso un proyecto político en el que el dinamismo económico basado en la diversificación iba acompañado del fortalecimiento del poder militar emiratí. El autoritarismo interno y la búsqueda de liderazgo regional figuran entre los pilares de la política seguida por el nuevo hombre fuerte desde mayo de 2022, fecha de su ascenso al trono de Abu Dabi y a la presidencia de los EAU. Medio Oriente y el Magreb se han convertido así en el foco de expansión de la influencia de su país.

Infografía: Cécile Marin.

Infografía: Cécile Marin.

Símbolo de éxito social

La diplomacia del camello debe entenderse a la luz de esta secuencia. En la psique de los gobernantes del Golfo, el camello de Arabia, o Camelus dromadarius, comúnmente conocido como dromedario, es sinónimo de estabilidad. Apreciado durante mucho tiempo por las grandes tribus por su resistencia, que ofrece al ser humano un apoyo vital frente a la aridez tan característica de su entorno desértico, este animal, que el Corán cita con unos 15 nombres diferentes, tiene también un carácter poderoso. Las cartas de nobleza que se le otorgan se aprecian también en la expresión utilizada para describir estas carreras: “el deporte de los chouyoukh” (plural de “jeque”, en árabe). Hasta mediados del siglo XX, estas competencias eran disputadas por personalidades de alto rango durante las fiestas religiosas.

El auge de la industria petrolera tras la Segunda Guerra Mundial, seguido por la difusión del automóvil en los años 1960, redujo de forma gradual la necesidad de utilizar camellos para el transporte. El boom petrolero, la vertiginosa mejora de las condiciones de vida y del poder adquisitivo, la retirada de las tropas del protectorado británico a principios de los años 1970, las numerosas crisis regionales y las amenazas extranjeras (Egipto, Irak e Irán) sacudieron las sociedades del Golfo.

En un contexto en el que los monarcas cumplían el imperativo de redistribuir las ganancias inesperadas del petróleo y el gas, este animal adquirió un doble papel, económico y simbólico, contribuyendo a afirmar la soberanía de las potencias. En los EAU, como en Catar, Omán, Baréin y Kuwait, el camello se convirtió en uno de los leitmotivs de los relatos nacionales moldeados por las figuras reales y principescas. Las primeras carreras se organizaron en los años 1970. El camello recuperó su nobleza y se convirtió en un atributo del éxito social. Las competencias opulentamente atractivas –el primer premio a veces supera los 100.000 dirhams (23.500 euros)– hicieron subir los precios de los mejores pedigrís. En cuanto a los mercados de camellos, cada vez más dinámicos, también se están modernizando, con carreras semanales y subastas retransmitidas por teléfono celular. Sin embargo, las apuestas están prohibidas por la Ley Islámica. Pero eso no quita nada al fervor que rodea estas justas, en las que no es raro que el público coree el nombre de tal o cual camello, captado por las cámaras de televisión que transmiten el evento en directo cada viernes. Desde hace algunos años, estas competencias ofrecen a los turistas occidentales una muestra de autenticidad.

Autoritarismo y estabilidad

La recuperación del dromedario también pretende recuperar la utilidad social de los grupos beduinos marginados por una modernización forzada. Con el tiempo, se ha creado una verdadera economía, que va desde los prestigiosos escenarios de las capitales hasta los más pequeños camellódromos de las regiones periféricas. Además de realzar la grandeza de las figuras principescas, el camello ha alimentado los bolsillos de los criadores más modestos. Hoy, los ejemplares probados de cinco años pueden, con rapidez, alcanzar los 90.000 euros. Sus propietarios se dan el lujo de desafiar las cabezas coronadas en las arenas de famosos camellódromos. Así fue en la final del festival Taif de 2018, cuando la camella del criador Mohammed bin Salem Al Wahibi venció por poco a la montura de MBZ.

En 2011, cuando las protestas populares se intensificaron en Túnez, El Cairo y Manama, Abu Dabi percibió de inmediato el riesgo que implicaba un contagio para su proyecto económico y, en última instancia, para la perpetuidad de un régimen monárquico que no tolera ningún contrapoder. Para el emirato, el objetivo era preservar un equilibrio regional regido por autócratas y no permitir que prevaleciera la vía democrática. Los camelleros resultaron ser, por tanto, importantes aliados. Para estos criadores, al igual que para los terratenientes, sólo un sistema autoritario puede garantizar la estabilidad del país y, por consiguiente, el buen funcionamiento de los negocios.

En este contexto, el animal se convierte en una herramienta de influencia a escala regional. Desde las pistas del histórico camellódromo de Al Wathba, en Abu Dabi, situado a unas decenas de kilómetros de la capital emiratí, el voluntarismo del camello afectará a muchos países árabes. Cada vez más plazas llevan el nombre del jeque Zayed. En Abu Jira, en la periferia oriental de Jartum (Sudán), se inauguró una plaza que también lleva el nombre del difunto soberano fundador de los EAU. En Sharm el-Sheij, en la zona balnearia del Sinaí egipcio, también se bautizó un club con su nombre. Y en la zona de Wadi Rum, al sur del reino de Jordania, se celebra un festival anual con el mismo nombre. Alrededor de estas pistas, Abu Dabi es elogiado por su apoyo a esta actividad deportiva y cultural, que de todos modos goza de menos audiencia que en la península. Las recompensas son menores que las que se reparten en los grandes eventos del Golfo, con hasta un millón de dirhams emiratíes (235.000 euros) por todas las carreras (unas diez al día). El aporte financiero de Abu Dabi apoya el entusiasmo por esta práctica, contribuyendo a institucionalizarla. En enero de 2020, durante el festival de Sharm el-Sheij, el presidente egipcio, Abdel Fatah al Sisi, junto con el líder depuesto de los Hermanos Musulmanes y con MBZ, feroz opositor a la Hermandad, se reunieron a un lado de la pista. Para la edición de este año, la federación emiratí promete a los propietarios de los mejores camellos un total de 66.000 dirhams emiratíes, el equivalente a 16.000 euros, una módica suma comparada con las que se ofrecen en el Golfo, pero sustancial si se compara con el nivel de vida en Egipto.

Detrás de la diplomacia de los camellos se perfilan intereses económicos. En el valle del Wadi Rum, en Jordania, la presencia del emirato no es anodina. MBZ posee tierras de cultivo en esta zona desértica, famosa por su horticultura gracias a sus manantiales de agua subterránea. De hecho, en la última década se ha verificado un aumento del comercio entre los EAU y Jordania, que ha crecido un 763 por ciento según cifras del Ministerio de Economía emiratí. En el sur del Sinaí, Abu Dabi pretende aprovechar el potencial turístico de Sharm el-Sheij. En Jartum, hasta el estallido de la guerra civil, el camello sirvió de relevo para uno de los aspectos prioritarios de la política exterior del emirato. Para Abu Dabi, Sudán representa un eslabón esencial de su seguridad alimentaria. Al sur de Abu Jira se sitúa la provincia de Gezira. A fines de los años 2000, las autoridades emiratíes ya contaban con 400.000 hectáreas de tierra cultivable en esta región del país, descrita como uno de los “graneros” de África. Y las inversiones siguieron creciendo durante la década siguiente. En Egipto, Jordania y Marruecos el camello se ha convertido así en el mascarón de proa de una diplomacia emiratí que garantiza el statu quo autoritario en el mundo árabe.

Raphaël Le Magoariec, doctor en Geografía, especialista en los países del Golfo. Traducción: Emilia Fernández Tasende.