La habilidad de Javier Milei para gobernar la agenda pública sin grandes sobresaltos, tras cruzar el primer año y medio de gestión, merece analizarse no sólo por su capacidad para disimular sus propios errores y contradicciones –que fueron numerosos– o por la indulgencia que le dispensan sus presuntos adversarios, sino también por su constancia a la hora de denunciar pública y enfáticamente a los culpables del estado –pasado y presente– de las cosas. Y, entre los sindicados por el presidente como corresponsable del malestar social generalizado, Milei eligió al periodismo como blanco predilecto.
Si varios de los ejes del discurso público de Milei han ido cambiando desde diciembre de 2023, su furia cotidiana contra el periodismo marca en cambio una persistencia que ya no sorprende. El ataque a periodistas, a quienes “no odiamos lo suficiente”, es una derivación del más exitoso de los aforismos del mandatario, la condena retórica de la casta.
Panelista renegado incluso con aquellos medios que le cedieron espacios centrales de programación para instalarse como personaje público, Milei emplea parte de su tiempo como gobernante en maltratar a periodistas con insultos directos, amenazas y denuncias judiciales. Para él, el periodismo es “ensobrado” (corrupto) y los destinatarios –la mayoría, destinatarias– de su escarnio son “mierdas”.
El periodismo es el enemigo perfecto de Milei porque es un actor de amplia fama, pero sin el poder ni el prestigio de sus viejos buenos tiempos. Para una sociedad aturdida por la sucesión de crisis que arrastra Argentina en las últimas décadas, el periodismo encarnado en las grandes figuras de los medios está desacreditado, es arbitrario, chillón, incoherente, soberbio e influenciable. Al tiempo que padece una debilidad inédita en la historia contemporánea, el periodismo argentino es percibido socialmente como parte del establishment. Por eso, puede ser golpeado a diario, pero, con su musculatura mortecina, tiene pocos reflejos para defenderse. Su debilidad es múltiple: es económica por la merma de ingresos de los medios por publicidad y ventas; es política por la pérdida de reputación en los círculos de poder económico, político y judicial, y es cultural porque la migración de sus audiencias a plataformas digitales le resta destinatarios e interlocución pública.
Si bien hay tendencias globales que afectan la credibilidad y la propia función mediadora del periodismo en la sociedad, como por ejemplo la desjerarquización del saber profesional y científico –que afecta a tantas otras ocupaciones–, hay también causas bien argentinas que explican la decadencia del periodismo en el plano nacional. En efecto, la desconfianza en la información editada profesionalmente, la circulación de opiniones y creencias alternativas en redes sociodigitales, el uso de aplicaciones y servicios de inteligencia artificial y la mudanza del consumo de noticias hacia redes y plataformas de video con enunciadores de apariencia más amateur son aspectos que instituyen un ambiente generalizado de desengaño con los medios de comunicación y de deserción de sus públicos. Según el Informe Global 2025 del Instituto Reuters de la Universidad de Oxford, estas tendencias generales, en Argentina, son bastante más pronunciadas que en el promedio de los otros 47 países que abarca el estudio. Sólo el 32 por ciento de los argentinos confía en las noticias de los medios, contra el 42 por ciento de los brasileños [Uruguay no fue incluido en el estudio].
Desgastante polarización
El periodismo argentino acusa también el impacto de las decisiones que tomó en la historia reciente del país. El desgaste de la polarización facciosa de los medios en las últimas dos décadas es un lastre que, a nivel nacional, produce desafecto e incredulidad en amplios sectores de la ciudadanía, que consideran al periodismo mayormente tendencioso, calculador y parcial.
Así, por ejemplo, mientras que, a nivel mundial, cuatro de cada diez encuestados en 2025 por el Instituto Reuters afirmaron que a veces o a menudo evitan las noticias (en 2017 el porcentaje era de 29%), en la Argentina polarizada, en la que la credibilidad de los medios es cuestionada por más de dos tercios de la encuesta, los gambeteadores de noticias son el 46 por ciento, lo que la ubica bastante por encima del 40 por ciento del promedio mundial. El decreciente compromiso de los públicos con las noticias está estrechamente relacionado con la evasión hacia contenidos de entretenimiento liviano: los videos artesanales de Tik Tok gratifican a quienes se sienten abrumados por el torrente previsible de opiniones disfrazadas de noticias.
El periodismo argentino mainstream suele ser más reactivo a la autocrítica, al reconocimiento de errores, que el de países vecinos, cuyo profesionalismo lo defiende ante ataques arteros. En la descripción de su recorrido histórico, Folha de São Paulo reconoce, por ejemplo, que apoyó el golpe de Estado de abril de 1964, que derrocó al presidente constitucional João Goulart e instaló una dictadura que se extendió hasta 1985. Una línea como esa es impensada en los medios periodísticos más importantes de Argentina.
Martín Becerra, periodista. Artículo completo publicado en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, agosto de 2025.