Hace casi diez años, las victorias del Brexit [referéndum británico de salida de la Unión Europea, UE] primero y de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses después incitaron a un puñado de liberales desconcertados a volver a codificar el espacio ideológico de forma lo suficientemente rudimentaria como para que nadie pudiera confundirse. De un lado quedaron los malvados “populistas” y “autoritarios”, un grupo caótico que incluía a los mandatarios de entonces de Estados Unidos (Trump), Rusia (Vladimir Putin), China (Xi Jinping), Hungría (Viktor Orbán), Brasil (Jair Bolsonaro), etcétera. Del otro, los bondadosos “liberales” y “progresistas”, un grupo que reunía a dirigentes como la alemana Angela Merkel, los estadounidenses Joe Biden y Hillary Clinton, el canadiense Justin Trudeau y el francés Emmanuel Macron1.
Sin embargo, este reordenamiento de las divisiones y alianzas en el mundo occidental tropezaba con un obstáculo: Israel. Sean democráticos o autoritarios, tanto los gobiernos europeos como –y aún más– los estadounidenses evitaban sancionar e incluso criticar con demasiada severidad las maniobras ilegales del Estado hebreo y de sus dirigentes. A pesar de ser amigo de Trump, el favorito de Bolsonaro y celebrado por el primer ministro húngaro, el primer ministro israelí no ocultaba su hostilidad hacia el Estado de derecho. Su acusación en 2019 por fraude, corrupción y abuso de confianza habría descalificado a cualquier otro dirigente “populista”, en especial si hubiera sido de izquierda.
Mientras los gobiernos liberales de Francia, Alemania y Reino Unido, entre otros, perdonaban a Benjamin Netanyahu, él cortejaba a la extrema derecha europea y consolidaba el carácter etnonacionalista de su Estado; pero todos, o casi todos, miraban para otro lado. La mayoría de las democracias liberales, su prensa y sus intelectuales de turno “olvidaban” incluir al líder del Likud en la “internacional reaccionaria” que decían combatir.
Apenas una década más tarde, ya nadie puede alegar negligencia: la política israelí es el elefante en el pasillo de las normas internacionales. Netanyahu, que gobierna en coalición con supremacistas que no tienen nada que envidiar al Ku Klux Klan estadounidense de antaño, invadió Líbano y Siria, bombardeó Irán y Yemen, arrasó Gaza –exterminando a una parte de su población y matando de hambre a la otra–, reactivó la colonización en Cisjordania y afianzó un régimen de apartheid en Israel. También pesa sobre él, desde noviembre de 2024, una orden de arresto internacional por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad.
Imaginemos la reacción de las potencias occidentales si el territorio israelí hubiera sido invadido y si, cada día desde hace casi dos años, decenas de civiles israelíes fueran asesinados por un ejército de ocupación árabe. ¿Y si, encima, sucediera a la vista de todos? Ya que, como recordaba la abogada Blinne Ní Ghrálaigh en nombre de Sudáfrica, el 11 de enero de 2024, ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) al referirse a Gaza, “se trata del primer genocidio de la historia en el que las propias víctimas transmiten en directo su propia destrucción, esperando desesperadamente, y hasta ahora en vano, que el mundo haga algo”2.
Sin lugar a dudas, el hecho de que los sectores dirigentes occidentales, presuntamente democráticos, se muestren tan indulgentes con un gobierno extranjero tan contrario a los valores que dicen defender habría sido considerado sospechoso –o incluso abyecto–. Se lo habría atribuido a alguna turbia razón de Estado; por ejemplo, a los intereses petroleros (como los que se esgrimen para justificar el trato benevolente a Arabia Saudita), o a la necesidad de atraer accionistas con recursos ilimitados para rescatar un club de fútbol en quiebra (como ocurrió con Qatar), e incluso a la venta de armas cuyos principales destinatarios rara vez son democracias impecables. Sin olvidar la corrupción. Ahora bien, el apoyo a Israel obedece a otras razones, y tiene la particularidad notable de que no han sido notadas.
Detección flechada
Así, casi todas las semanas, el semanario francés Le Point expone en su portada un nuevo complot islamo-izquierdista, nidos de espías rusos, influencers argelinos, chinos o qataríes. Seguramente, antes que investigar el lobby israelí, preferirá hablar del lobby nepalí, peruano o monegasco. El 26 de junio, la revista denunció en su tapa: “Las redes de los mulás en Francia: cómo manipulan a periodistas, investigadores y políticos”. En el artículo se advertía: “La República Islámica de Irán ha infiltrado casi todos los niveles del mundo mediático, político y universitario francés”. ¿Irán, en serio? Sin embargo, unos días antes de estas fulgurantes revelaciones de Le Point, ni el Palacio del Elíseo ni el Quai d’Orsay [respectivamente, sedes de la Presidencia y del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia] condenaron los bombardeos aéreos de Israel, y luego de Estados Unidos, contra el Estado iraní, a pesar de tratarse de una violación flagrante del derecho internacional.
Por lo demás, ¿quién es capaz de citar diez nombres –o cinco, o siquiera tres– de periodistas o investigadores de primer nivel que actúen como defensores sistemáticos de Irán en Francia? En cambio, cuando se trata de Israel, esos tres incondicionales –o incluso más– salen al descubierto sin tener que buscar demasiado. Basta con hojear Le Point para dar con tres de ellos: el redactor Franz-Olivier Giesbert, el director Étienne Gernelle, el especialista en diplomacia Luc de Barochez. Y no olvidemos, por supuesto, al gran influencer de cabecera, columnista del semanario, editor en Grasset (grupo Bolloré), presidente del consejo de vigilancia de la cadena Arte y confidente de insomnios del presidente de la República: Bernard-Henri Lévy.
Entonces, ¿por qué? ¿Por qué una potencia nuclear como Francia, miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, actúa tan a menudo como cómplice silencioso o como coche escoba de un “Estado canalla”? Anticipemos tres explicaciones posibles. La primera: por el alineamiento progresivo de París con la llamada “diplomacia de los valores”, que postula la superioridad civilizatoria y moral de un Occidente del cual Israel sería el soldado en el Levante. La segunda: por la recomposición política francesa, que adapta ese discurso de guerra de civilizaciones al contexto nacional, con el objetivo de unir la derecha, la extrema derecha y los macronistas en la lucha contra una izquierda asociada a la inseguridad, el islamismo y el antisemitismo. La última: por la eficacia del lobby proisraelí en Francia.
A diferencia del término “lobby judío”3, a menudo utilizado para sustentar teorías conspirativas, el lobby proisraelí designa, en este caso, a las fuerzas –no necesariamente judías– que apoyan en cada momento crucial la política de ese Estado. En Estados Unidos, reúne a actores tan diversos como los grupos de presión oficiales (el American Israel Public Affairs Committee) y las iglesias evangélicas, convencidas de que el establecimiento de un Estado hebreo precipitará el regreso de Jesús y el triunfo de Dios. El lobby pro-Israel en Francia configura una galaxia igual de heterogénea que agrupa: organizaciones establecidas como el Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIF) –alineado con el Likud–, grupos parlamentarios de amistad –como la asociación Francia-Israel–, medios comunitarios –como Radio J–, figuras sinceramente comprometidas con la defensa –cueste lo que cueste– de un Estado al que perciben como un refugio para los judíos y, por último, una trama más informal de medios y personalidades notables que combaten al islam y que ven en Israel la vanguardia de su lucha. En tiempos de crisis, esta nebulosa difunde los elementos de lenguaje producidos por Tel Aviv.
Aristas entretejidas
Esos tres factores (diplomático, político y de influencias) se entrelazan y se refuerzan de manera mutua. Se los observa con particular nitidez en la prensa conservadora francesa. Cuando se trata de identificar lobbies al servicio de una potencia extranjera, la ceguera (voluntaria) de Le Point se reproduce también en otros medios. Hace poco, Le Figaro Magazine denunció a dos parlamentarios: un supuesto agente de Argelia y otro de Hamas (11 de julio), ambos pertenecientes al partido La Francia Insumisa, por supuesto. Marianne, por su parte, se alarmaba también por “una Francia bajo influencia” (12 de junio). Que nadie se inquiete: no se trataba de Israel, sino de Qatar.
¿Cómo se puede justificar esta miopía tan conveniente para Tel Aviv? Entrevistado el 24 de junio en CNews por la periodista Sonia Mabrouk, Bernard-Henri Lévy (BHL) ofreció una explicación reveladora: “Claude Lanzmann hizo una película que se llamaba Pourquoi Israël. Y la respuesta de Claude Lanzmann fue: porque el destino de Occidente depende de ello. [...] Si Israel no hubiera nacido o si llegara a desaparecer, sería un colapso simbólico y moral de tal magnitud para Occidente que no podría recuperarse”.
La naturaleza moral y democrática de Israel, rodeado de Estados que no serían ni lo uno ni lo otro, forma parte del arsenal ideológico de los propagandistas de Tel Aviv desde el nacimiento del Estado. Israel tendría tanto más “derecho a defenderse” cuanto que, al hacerlo, estaría también defendiendo nuestra democracia. Dirigido por Lanzmann entre 1972 y 1973, el documental Pourquoi Israël [¿Por qué Israel?] se proponía refutar la tesis del hecho colonial. Comienza con imágenes de Gert Granach, un antiguo miembro del Partido Comunista Alemán, que entona con su acordeón un canto antinazi de los espartaquistas berlineses; además, aparecen una poeta, militantes de izquierda sobrevivientes del genocidio, una joven pacifista y un secretario de kibutz. En suma, se trata de un Israel que ya no existe: de los antiguos comunistas alemanes sólo queda un puñado, dado que han sido reemplazados por los electores franceses de Éric Zemmour instalados en Israel, que otorgaron el 53,59 por ciento de los votos al excolumnista de extrema derecha de Le Figaro y CNews en la primera vuelta de la elección presidencial (es decir, ocho veces más que su resultado a nivel nacional).
Y hoy nos sobresaltaríamos al oír a un general israelí repetir, como hace uno de ellos en el documental Tsahal (1994) de Lanzmann: “Nuestro ejército es puro [...], no mata niños. Tenemos conciencia y valores, y gracias a nuestra moral hay pocas víctimas”. Transcurridos 30 años, las fuerzas israelíes convirtieron a Gaza en un matadero, apuntan y matan deliberadamente a periodistas y socorristas, pero no importa, porque BHL repite, imperturbable: “Nunca vi un ejército –tal vez no les guste lo que voy a decir, pero es así– que tome tantas precauciones como el ejército israelí para que las víctimas civiles sean [y lo pronuncia separando cada sílaba] las menos posibles” (LCI, 5 de octubre de 2024).
Ante la pregunta de Lanzmann, la derecha y la extrema derecha occidentales dan una respuesta más acorde con la realidad. ¿Por qué Israel? Porque les ofrece a los sectores más radicales una utopía etnonacionalista y securitaria: una sociedad viril, dura y militarizada. Una sociedad en guerra contra los musulmanes, decidida a convertirlos –en el mejor de los casos– en ciudadanos de segunda categoría o –en el peor– en sospechosos de terrorismo susceptibles de ser sometidos a constantes controles a través de técnicas de inteligencia artificial y videovigilancia. ¿Se llegará algún día al punto en que “¡Mañana en Jerusalén!” se convierta en el grito de guerra de los supremacistas que sueñan con someter a “sus” árabes al mismo destino que Israel reserva a los palestinos? En cualquier caso, es comprensible que el lobby pro-Israel haya multiplicado su influencia en la derecha del tablero político europeo.
También supo beneficiarse de una reorientación de la diplomacia francesa que se produjo en los últimos 20 años. Antes se hablaba de una “política árabe de Francia” y se evocaban imágenes que marcaron la memoria colectiva. Entre ellas, la conferencia de prensa del general Charles de Gaulle, entonces mandatario francés, del 27 de noviembre de 1967, durante la cual señaló que “en los territorios que ha tomado Israel organiza una ocupación que no puede ejercerse sin resistencia, represiones y expulsiones, lo que genera que se manifieste contra él una oposición que, a su vez, califica de terrorismo”. Otra de ellas fue el tempestuoso viaje de su sucesor Georges Pompidou a Estados Unidos: el 1º de marzo de 1970 manifestantes indignados por el embargo sobre las entregas de armas francesas a Israel agredieron al presidente y a su esposa. Una escena también muy recordada fue la respuesta falsamente ingenua del ministro de Asuntos Exteriores Michel Jobert, cuando en octubre de 1973 le preguntaron por la ofensiva lanzada por Egipto y Siria contra Israel: “¿Intentar volver a poner un pie en la propia casa constituye forzosamente una agresión inesperada?”. En la memoria colectiva quedó también la ira del presidente Jacques Chirac ante las provocaciones de la policía israelí que, el 22 de octubre de 1996, durante su visita a Jerusalén, le impidió saludar a los habitantes del barrio musulmán de la ciudad. Por último –y con razón–, el discurso pronunciado por Dominique de Villepin el 14 de febrero de 2003, en el que expresó su oposición a la guerra de Irak, a diferencia de varios Estados europeos que se embarcaron en esa desastrosa aventura. Pero la gloria terminó ahí; fue, en cierto modo, el canto del cisne de la “voz de Francia”4.
Cambio de rumbo
Después vino la caída: la reintegración completa de Francia en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), anunciada por el presidente Nicolas Sarkozy en Washington, en noviembre de 2007. A partir de entonces, se acentuó la desaparición de la singularidad francesa dentro del bloque occidental. Al privilegiar las posturas europeas por encima de las nacionales, Macron banaliza una práctica que terminará en el reemplazo de una política de Medio Oriente original y respetada por una adhesión automática a la dupla israelo-estadounidense, en consonancia con las preferencias de Alemania, Austria, Italia, Países Bajos y los antiguos miembros del Pacto de Varsovia.
En cuanto una decisión diplomática pasa a manos de la UE –acuerdo de asociación, sanciones–, el resultado ya está decidido de antemano. Al ser interrogada sobre el hecho de que Europa sancione sin tregua a Rusia mientras perdona a Israel, Kaja Kallas, responsable de la política exterior de la UE, ofreció esta respuesta reveladora: “Presionamos a Israel tanto como podemos. La diferencia es que, en el caso de Rusia, todo es bastante binario y todos los Estados miembros comparten la misma postura, mientras que en el caso de Israel hay puntos de vista muy distintos” (La Tribune Dimanche, 13 de julio). Dicho de otro modo, el primer “paquete de sanciones” contra un ejército por demás equipado que masacra civiles desarmados y se burla de ello en Instagram no saldrá pronto de la estación de Bruselas. Por lo tanto, la política exterior de la UE constituye el principal instrumento de influencia israelí sobre la diplomacia francesa.
Las consecuencias de esta externalización están en consonancia con la evolución de la postura de los grandes partidos franceses sobre Medio Oriente. La derecha gaullista mantenía un buen vínculo con los capitales árabes sensibles a la causa palestina –Argel, Túnez, Beirut– y protegió a Yasser Arafat hasta su muerte en el hospital militar de Clamart. Los partidos que dicen continuar la línea de De Gaulle y Chirac, como Los Republicanos (LR), ahora compiten por las declaraciones proisraelíes, que consideran prueba de su determinación contra el islamismo. El 26 de setiembre de 2024, el hijo de Nicolas Sarkozy, Louis –niño mimado del canal LCI y de su conductor estrella Darius Rochebin–, comentaba en esos términos la eliminación del alto mando de Hezbollah en Líbano por parte de Tel Aviv: “Creo que hablo en nombre de muchos franceses cuando digo: ¡Que se mueran! Israel está haciendo el trabajo de la humanidad. Absolutamente ningún remordimiento al respecto. ¡Que se mueran todos!”. A partir de ese exabrupto mediático, su popularidad explotó dentro de LR y Louis Sarkozy consiguió un nuevo lugar en los medios: tras Valeurs actuelles y LCI, ahora también estará en RMC a partir de este ciclo.
No resulta para nada sorprendente que Agrupación Nacional [partido de ultraderecha liderado por Marine Le Pen] y sus medios afines aplaudan la acción del gobierno israelí luego de las masacres cometidas por Hamas el 7 de octubre de 2023. Su parentesco político con Netanyahu le concede la ocasión inmejorable de desentenderse de sus antecedentes antisemitas y de celebrar, sin que se le reproche, una empresa de purificación étnica a gran escala y de expulsión masiva de los “árabes”. Puesto que ahora parecería aceptado que “Israel tiene derecho a defenderse” incluso con mano muy dura, ¿cómo seguir culpando a las figuras más radicales en la lucha contra la inmigración por sus excesos verbales y la ferocidad de sus exigencias? Nada de lo que dicen o reclaman iguala lo que Israel inflige a Palestina.
La complacencia de las formaciones liberales resulta más difícil de explicar. Entre octubre de 2023 y la primavera europea de 2025, sus dirigentes apoyaron –a veces de forma “incondicional”– la política de la extrema derecha israelí en Gaza y luego en Líbano. En Francia, así lo hicieron la presidenta de la Asamblea Nacional, Yaël Braun-Pivet, el ministro Benjamin Haddad y su colega Aurore Bergé, todos macronistas. “Israel es nuestra primera línea de defensa contra el terrorismo”, tuiteó esta última el 13 de noviembre de 2019. En París, al igual que en Berlín y Londres, las autoridades –aunque preocupadas por oponer su liberalismo a las prácticas de los regímenes autoritarios– también reprimieron, e incluso criminalizaron, las manifestaciones políticas o artísticas en solidaridad con los palestinos, que en ocasiones fueron consideradas como apología del terrorismo y, en otras, directamente tildadas de antisemitas.
Manifestación propalestina en la Plaza de la República de París, el 29 de julio.
Foto: Bertrand Guay, AFP
Justificación extendida
“Gaza: trágico, sin duda, pero el 7 de octubre...”. Esa frase se repitió sin problemas durante más de un año. Sin embargo, a comienzos de marzo de este año, el gobierno de Netanyahu rompió los acuerdos de alto el fuego firmados el 15 de enero con Hamas bajo el auspicio de Estados Unidos, y ordenó matar de hambre a una población exangüe y disparar contra multitudes que intentan conseguir agua y alimentos. Entonces, la explicación del “7 de octubre” no alcanza. En Francia, la clase dirigente empieza a darse cuenta de que una asociación demasiado estrecha con los crímenes cometidos en Gaza podría volverse en su contra algún día. Macron llegó a considerar “inaceptable” la actitud de Netanyahu, esa persona a la que, en 2017, llamaba su “querido ‘Bibi’”. A principios de junio, Le Nouvel Obs publicó la carta abierta de 153 “amigos de Israel” –periodistas, intelectuales, empresarios, diplomáticos– alarmados por el ensañamiento homicida de Tel Aviv. Pero incluso esa muestra de rebeldía duró poco, como lo evidenciaron las reacciones occidentales ante los bombardeos israelíes sobre Irán el 13 de junio. Nueve días después, los dirigentes de Francia, Alemania y Reino Unido advirtieron al país agredido: “Instamos firmemente a Irán a no emprender nuevas acciones susceptibles de desestabilizar la región”. Basta con imaginar por un instante que se hubieran dirigido así a Ucrania en lugar de a Rusia...
Sin embargo, la simultaneidad de los conflictos hace que esta última comparación se vuelva engañosa. Por un lado, la UE puso en marcha 17 paquetes de sanciones contra Moscú, congeló sus cuentas, prohibió a sus atletas participar en competiciones deportivas, censuró los medios que difunden sus tesis y entregó armas al país invadido. Por el otro lado: nada... salvo la continuación –un poco vergonzosa, dadas las circunstancias– de los acuerdos de cooperación con el agresor y la venta de componentes militares a su ejército –acompañada de algunos reproches cuando asesinan a demasiados civiles a la vez–. En este caso, se trata sólo de palabras y, como resume la periodista Nesrine Malik, “no hacen más que rebotar en la cúpula de impunidad de Israel” (The Guardian, 26 de mayo).
La crítica al apoyo de Francia a Tel Aviv tropieza con una serie de argumentos que, en general, son idénticos. En el ejercicio de su “derecho a defenderse”, Israel mata a civiles palestinos, lo cual es muy triste. Pero, por un lado, la responsabilidad recae en Hamas, que los utiliza como escudos humanos y, por otro, a veces, las democracias deben recurrir a medios extremos, como lo hizo Estados Unidos en Hiroshima –la obsesión de Rochebin en LCI–. Además, ¿por qué (si no es por antisemitismo) atacar a Israel en lugar de preocuparse por el Congo o Darfur? A este tipo de razonamientos se asocia un vocabulario que busca establecer en el imaginario de los oyentes un paralelismo entre los atentados del 7 de octubre de 2023 y los del Bataclan o Charlie Hebdo, ocurridos en París hace siete u ocho años. Si “Hamas es igual a Daesh”, entonces franceses e israelíes se enfrentan a un mismo enemigo, y quien no califique a Hamas de “terrorista” se vuelve, al mismo tiempo, culpable de antisemitismo y cómplice de los hermanos Kouachi.
Estos discursos5, forjados por las autoridades israelíes, circulan libremente por la cámara de resonancia mediática de la prensa de derecha y de los canales de noticias que emiten 24 horas, donde el lobby pro-Israel ha instalado sus cuarteles. El 23 de octubre de 2024, Netanyahu recibió a la periodista Laurence Ferrari en Jerusalén para desarrollar sus argumentos: “Estamos combatiendo también por ustedes. Es la guerra de la civilización contra la barbarie. Tenemos una guerra en común. Nuestra batalla es su batalla”. Una vez recitado su credo, el primer ministro felicitó a la estrella de CNews: “Aprecio que su canal combata por la libertad, ya que lucha por la civilización judeocristiana que tanto ha dado al mundo y que está siendo atacada por el fundamentalismo islámico”. Invitada siete meses después a una gala en apoyo al ejército israelí que fue auspiciada por su vocero Olivier Rafowicz, Ferrari recibió, junto a Franz-Olivier Giesbert, el premio “de los Justos” por “su ferviente apoyo a Israel y a la diáspora”6. El coronel Rafowicz también hizo entrega de una medalla a Benjamin Duhamel, presentador impecablemente obediente de BFM TV, que acaba de ser fichado por France Inter para copresentar su noticiero matinal en reemplazo de Léa Salamé: “Digo que su canal hace un trabajo excelente en lo que respecta a la cobertura del conflicto”, lo elogió el 7 de octubre de 2024.
El alineamiento de ciertos intelectuales con las prioridades del gobierno de Tel Aviv no necesariamente adopta formas muy sutiles. El 24 de junio, justo después de que Donald Trump anunciara un alto el fuego entre Israel e Irán, Sonia Mabrouk recibió a BHL. El influencer estalló contra el presidente estadounidense: “Pero ¿por qué se mete? ¡En serio! ¿Quién es él para ordenar a Israel... y a Irán, pero en última instancia a Israel, un alto el fuego?”. Siete minutos después de comenzada la entrevista, Mabrouk hizo una pausa repentina para informar: “En este momento, el gobierno israelí afirma que ha alcanzado todos sus objetivos en territorio iraní”. Acto seguido, encarnando una independencia de espíritu que el mundo entero nos envidia, BHL realizó en directo un espectacular salto mortal hacia atrás: “Bueno, está bien. Si Israel... –yo no quiero ser más papista que el papa ni más israelí que los israelíes, soy francés–. Entonces, si los israelíes piensan eso, está bien”. A Mabrouk no le quedó más que consolar a su invitado emitiendo un video promocional de su último largometraje sobre Ucrania, Notre guerre [Nuestra guerra], difundido –una vez más– por la televisión pública.
De amplio espectro
El alcance del lobby pro-Israel no se limita ni a los medios de extrema derecha ni a los veletas movidos por los vientos de Tel Aviv o de Kiev. Su legitimidad se debe a que también se extiende a parte del centro y de la izquierda, que adhieren al tema de la “guerra común” y defienden a Israel no como un modelo, sino como un aliado: una fortaleza de las Luces amenazada por el oscurantismo islamista. Cada vez que la tensión aumenta en Medio Oriente, una red informal de personalidades aprovecha para arremeter contra los simpatizantes de la causa palestina –asimilados a Hamas– y, en particular, contra La Francia Insumisa. Algunas de esas personalidades son: Sophia Aram, humorista oficial de France Inter y galardonada con el premio del CRIF en 2025; Philippe Val, exdirector de Charlie Hebdo y de France Inter; Frédéric Haziza, periodista estrella de Radio J y colaborador de lujo en Le Canard enchaîné, al que alimenta con chismes políticos; el ensayista Raphaël Enthoven, cofundador junto con Caroline Fourest del diario Franc-Tireur; el imán de Drancy Hassen Chalgoumi; Élisabeth Lévy, fundadora de Causeur; Amine El Khatmi, exmiembro del Partido Socialista y cofundador del Printemps Républicain, un movimiento fundamentalista en defensa de la laicidad. Con relación a este último, la exdirectora de Marianne Natacha Polony señaló el desvío de la nebulosa de la que formó parte: “La corriente afiliada al Printemps Républicain (creado en marzo de 2016, tras los atentados) se ha volcado hacia la defensa no sólo de Israel, sino de la política de Netanyahu”, escribió el 2 de enero en Marianne. El alto mando de la revista, que ha seguido esa misma trayectoria, apartó a Polony para poner en su lugar a una periodista neoconservadora.
La pedagogía del discurso proisraelí también se difunde mediante las “explicaciones” confiadas a especialistas en sintonía con Tel Aviv. Cuando se expresa sobre Medio Oriente en Le Figaro Magazine, el ensayista Frédéric Encel –quien fue entrevistado con seis meses de intervalo por Alexandre Devecchio, cercano a la extrema derecha– señala con modestia que, “a diferencia de demasiados militantes charlatanes y/o dogmáticos”, él ha “realizado numerosos trabajos universitarios sobre el tema”. Su sentido del equilibrio impone respeto. Porque, por un lado, aplaude el “claro éxito del sionismo y luego de Israel, que lograron la reapropiación del uso de la fuerza”; pero, por el otro, una “reapropiación” semejante le parecería sin duda de mal gusto: “La instrumentalización que hace una parte de las fuerzas políticas de Occidente de la causa palestina me incomoda, en este caso, la extrema izquierda, lamentablemente vinculada a fanáticos, Hermanos Musulmanes y sus idiotas útiles”7. Con tantos errores en sus pronósticos, el especialista podría mostrarse un poco más humilde. El sitio Blast, que ya ha puesto en evidencia su soberbia, señaló que esta habría sido la causa del aumento en la frecuencia de sus apariciones mediáticas: France Info, France Inter, France Culture, Europe 1, RMC, BFM TV, RTL, Arte, la RTS, pero también Libération, Marianne, Le Figaro, Sud-Ouest y La Voix du Nord. “Una lista no exhaustiva”, se aclara8. De hecho, TF1 y LCI también figuran en el diario de conquistas de Encel. Ya en 2013 se declaraba satisfecho: “En general, la situación está… iba a decir bajo control, pero más bien favorable. Realmente hay medios favorables a Israel, equilibrados, honestos, por todas partes”9.
Percepción selectiva
El director de la Fundación para la Innovación Política, Dominique Reynié, no es especialista en Medio Oriente, pero eso no le impide hablar del tema, también en France Inter, donde tiene una columna. El 16 de junio ofreció su análisis sobre la solución de los dos Estados, que, según él, los palestinos rechazan. Los tres minutos de que disponía no le impidieron remontarse a las declaraciones antisemitas del muftí de Jerusalén en 1922. Sin embargo, no tuvo tiempo de recordar que, 73 años más tarde, un extremista judío opuesto al Estado palestino previsto en los Acuerdos de Oslo (1993) mató de tres disparos por la espalda al primer ministro israelí Yitzhak Rabin, firmante de dichos acuerdos junto a Arafat. Reynié, que debe andar distraído, tampoco pareció notar que, el 18 de julio de 2024, el Parlamento israelí votó por aplastante mayoría (68 votos contra 8) una resolución que “se opone firmemente a la creación de un Estado palestino al oeste del Jordán”.
Las mentiras por omisión de nuestro profesor de ciencia política coinciden con los alegatos proisraelíes desarrollados por otro especialista, el historiador Georges Bensoussan. Le Figaro Magazine, CNews y Le Point se lo disputan, ya que reproduce sin tapujos las tesis de Netanyahu: los soldados israelíes “lograron, pese a todo, un número muy bajo de víctimas civiles”, “llevaron la vida y la supervivencia” a Gaza, al organizar, por ejemplo, “una campaña de vacunación contra la poliomielitis”. La acusación de genocidio sería “en sí misma grotesca”, dado que la población gazatí pasó de 400.000 habitantes en 1967 a 2.300.000 en 2023, etcétera. Podría decirse que los palestinos no saben apreciar la suerte que tienen de ser ametrallados por un ejército tan considerado.
Otro experto –aunque, por supuesto, jamás militante–, Bruno Tertrais, subdirector de la Fundación para la Investigación Estratégica y experto asociado al Instituto Montaigne, considera que, “sea cual sea la opinión sobre la estrategia militar de Israel, no hay bombardeos deliberados contra civiles”. Lamenta que los palestinos reciban “una atención desproporcionada en comparación con las tragedias argelina o siria”. Por ello, le resulta “difícil pensar que la naturaleza judía del Estado sea ajena a esta 'doble moral'” (Le Figaro, 13 de febrero). France Inter, que aprecia a Tertrais, prefiere sin embargo a Pierre Servent, Encel, Reynié o a las periodistas neoconservadoras de Le Figaro Laure Mandeville e Isabelle Lasserre, invitadas habituales de la emisora. Lasserre llegó a opinar con elegancia que “la calle árabe siempre se ha lavado las manos y los pies sobre la cuestión palestina”. Expertos menos complacientes con Israel, como Pascal Boniface o Alain Gresh, habrían podido responderle, pero no en France Inter, ni en BFM, ni en CNews, ya que tienen prohibido hablar en esos medios.
¿Hacia un Estado paria?
Tampoco se los lee en Le Figaro, que el 17 de diciembre de 2024 dedicó una investigación muy acerba al “malestar creciente”, al “miedo” y a la “ley del silencio” que provocaría en Le Monde el (supuesto) sesgo propalestino de una parte de su redacción. La periodista Eugénie Bastié no vaciló en atribuir a su competidor vespertino una “indulgencia con Hamas” y un “odio declarado hacia el Estado hebreo”. Tales conclusiones, amplificadas de inmediato por los medios de extrema derecha, fueron confirmadas por un experto cuya escrupulosa honestidad intelectual resulta, por supuesto, incuestionable: Dominique Reynié. Tribune juive completó con sobriedad: “El tratamiento de Israel por parte de Le Monde es ignominioso” (18 de diciembre de 2024). Porque al lobby favorable a Tel Aviv no le basta con controlar ideológicamente la mayoría de los medios: también debe difamar a los testigos, periodistas o no, que tan sólo cuentan lo que ven en Gaza.
Además del ideal de igualdad y de la rectitud moral, Lanzmann ofrecía una tercera respuesta a la pregunta “¿Por qué Israel?”, la más evidente en las décadas posteriores a la guerra: porque, según él, era necesario un país donde los judíos del mundo entero pudieran vivir seguros, al resguardo de las persecuciones. Las masacres de palestinos, la guerra sin fin que Israel libra contra sus vecinos y el apoyo ciego que le brindan los países occidentales ponen en peligro esa justificación del Estado creado en 1948. El columnista estrella de The New York Times Thomas Friedman expresó su preocupación ante la posibilidad de que un día “Israel, en lugar de ser percibido por los judíos como un refugio contra el antisemitismo, sea visto como una nueva máquina de producirlo”. A tal punto que la diáspora ya debería prepararse para “ser judía en un mundo donde el Estado judío es un Estado paria, una fuente de vergüenza, no de orgullo” (11 de junio). Al defender lo indefendible, ¿el lobby pro-Israel habrá precipitado ese momento?
Serge Halimi y Pierre Rimbert, periodistas. Traducción: Paulina Lapalma.
Actualización
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, anunció el 24 de julio el reconocimiento del Estado palestino por parte de su país, a ser realizado en setiembre durante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Hasta el momento, 148 Estados ya reconocen al Estado palestino, entre ellos Uruguay y muchos otros gobiernos latinoamericanos, como Brasil y México. Pero el peso global de Francia, como potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, seguramente está detrás de la virulenta reacción de Israel y Estados Unidos (El País, Madrid, 25 de julio). Macron también realizó movimientos diplomáticos a fines de julio en coordinación con sus pares de Alemania y Reino Unido, en lo que parece ser un moderado cambio de perspectiva de las tres principales capitales europeas.
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Ver Serge Halimi y Pierre Rimbert, “Liberales contra populistas, una oposición engañosa”, Le Monde diplomatique, setiembre de 2018. ↩
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Citado por Meriem Laribi, Ci-gît l’humanité. Gaza, le génocide et les médias, Éditions Critiques, París, 2025. ↩
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Sin embargo, en noviembre de 1978, Nahum Goldmann –presidente del Congreso Judío Mundial– había hablado de un “lobby judío”, de una “fuerza de destrucción” y de un “obstáculo para la paz en Medio Oriente”. Citado por Edward Tivnan en The Lobby, Simon y Schuster, Nueva York, 1987. Sobre este tema, puede consultarse la serie de investigaciones “Lobby or not lobby” realizada por Jean Stern (en el sitio OrientXXI.info). ↩
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Ver Alain Gresh, “Enquête sur le virage de la diplomatie française”, Le Monde diplomatique, julio de 2008. ↩
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El editorialista de The New York Times, Bret Stephens, los enumera uno tras otro en diálogo con su colega Ross Douthat, “Israel’s moral balance beam”, 10-7-2025. ↩
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Latifa Madani, “À Paris, le gala qui s’amuse des morts palestiniens”, L’Humanité, 2-6-2025. ↩
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Le Figaro Magazine, 28-4-2023 y 17-11-2023. ↩
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Jules Blaster, “Cher Frédéric Encel - Boxing Day #39”, blast-info.fr, 28-6-2025 ↩
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Jean Stern, “Match truqué sur le ring médiatique”, orientxxi.info, 18-5-2021. ↩