Tomás Downey. Fiordo; Buenos Aires, febrero de 2025. 180 páginas, 790 pesos.

Conocíamos a Tomás Downey por su obra cuentística, en la que sus personajes transitan bordeando una zona de indecibilidad: el límite que separa –y une– la animalidad de lo humano, la moral de la amoralidad y la realidad de su dimensión fantástica, en algunos casos, hasta perder el propio nombre y poniendo en cuestión este límite en el plano de lo sensorial, hasta desbordarlo. En esta, su primera novela, lo encontramos en pleno dominio de sus materiales. Con el trasfondo de las guerras que en nuestro país, a mediados del siglo XIX, enfrentaron a unitarios y federales o quizás a las tropas de la Triple Alianza con Paraguay (las referencias al mariscal Francisco Solano López son evidentes), su protagonista, el soldado López, como un verdadero impostor y amparado en la casi anomia de su común apellido, cambia de bando, de orientación sexual, de amor y de bandera y, como un verdadero tránsfuga, narra desde el borde de un espejo donde “soy el muerto y el que tiene el fusil con la salva, y también soy los otros, los que tienen las balas de verdad, y el sargento que da la orden, y el soldado que viene después a tirar aserrín sobre el charco de sangre”. Si la historia nos enseña que todas las guerras son la misma guerra y que cualquier traidor puede ser un héroe en el relato de los ganadores, la literatura nos lo muestra magistralmente en esta novela de fantasmas que reformula el tópico borgeano desde una perspectiva ya no filosófica sino fantástica, en la dimensión sobrenatural de lo real.