Anagrama; Barcelona, 2025. 104 páginas, 590 pesos.
La oscuridad tiene detractores y defensores. Unos creen que en ella anidan todos los males; otros la definen como un espacio de íntima libertad. Entre los segundos milita el español Vicente Monroy, autor de Breve historia de la oscuridad. En este texto utiliza el espacio de las salas de cine, hoy en crisis, para hacer un elogio de los rincones oscuros (en el arte, en el pensamiento, incluso en la política), a los que considera propicios para la aparición de discursos disidentes, miradas oblicuas y formas de expresión que buscan romper la estática del impulso conservador.
Monroy sostiene además que la oscuridad de las salas funciona como un puente que nos lleva de regreso a un estado de plenitud cercano a las etapas embrionarias, previas a la conciencia. En términos religiosos podría agregarse que ese regreso a la oscuridad equivale a retornar al instante previo a la creación, justo antes de que Dios ordenara “que haya luz”. En ese caso, el cine se convierte en una epifanía en la que la luz vuelve a ser creada justo frente a nuestros ojos, para que sus fantasmas platónicos cobren vida en la pantalla. Monroy valida ese paralelo con las mitologías creacionistas, cuando dice que “las salas de cine demuestran que la oscuridad es la condición necesaria de la verdadera luz”. Una afirmación casi bíblica, que se potencia con la idea de las salas como templos donde la secta del cine aún se junta a venerar la oscuridad, mientras la iglesia universal del streaming suma conversos.