El democristiano Rodrigo Paz Pereira y el derechista Jorge Quiroga Ramírez lograron, en las presidenciales del 17 de agosto, pasar a la segunda vuelta que se disputará en octubre. Pese a que el voto nulo impulsado por el expresidente Evo Morales alcanzó el 19,8 por ciento, ninguna opción de izquierda llegó a los 10 puntos porcentuales. ¿Por qué se produjo esa debacle?

Quedaron atrás las mayorías de más del 60 por ciento de los votos y dos tercios de los escaños del Parlamento que el Movimiento al Socialismo (MAS) logró durante su exitosa vida política y que le permitieron hacer cambios de gran importancia en las leyes, la economía y el Estado boliviano, que rebautizó como “Plurinacional”. Estos cambios no resultaron tan duraderos como se creía. El que otrora fuera el partido más grande de la historia boliviana, con más de un millón de afiliados, el que gobernó el país por más tiempo sin interrupciones y llegó a controlar el 80 por ciento de los municipios (nunca, sin embargo, los de las grandes capitales), se rompió en cuatro pedazos, ninguno de los cuales tenía posibilidades serias de llegar al gobierno en este ciclo 2025.

Entre 2006 y 2019, Evo Morales fue la encarnación del movimiento indígena y popular, el modelo económico extractivo y redistribucionista y el “Estado grande”; representó a la izquierda, al nacionalismo e incluso a la Nación. Su poder personal y a la vez representativo de lo colectivo confirmaba una famosa expresión del teórico René Zavaleta: “En Bolivia, la organización de las masas es el caudillo”. Después de su derrocamiento el 10 de noviembre de 2019, todo este poder personal, que era enorme y parecía incontrastable, se disipó como la neblina de la mañana y ya no volvió a ser igual.

Es cierto que el MAS logró trascender a Morales, pues volvió al poder en octubre de 2020, tras una victoria electoral contundente, del 55 por ciento, con Luis Arce como candidato. Pero quien en verdad volvió en ese momento al poder no fue la organización o el aparato del MAS, sino un nuevo caudillo y su propio entorno que, no por casualidad, había emergido del antagonismo con el entorno evista.

Se esperaba que Arce se convirtiese en el titular de la hegemonía nacional-popular y pusiese su propia marca personal sobre la nueva coyuntura, menos favorable pero todavía auspiciosa para la izquierda. El MAS siempre fue expresión de la cultura política boliviana, fundamentalmente caudillista, y carece de cualquier mecanismo, reglamento o hábito institucional para que las cosas sean de otra manera. De acuerdo con esta tradición, ya no había espacio en el MAS para Morales. La única forma de evitar la escisión, que comenzó a gestarse en la misma campaña electoral, hubiera sido que el expresidente se retirara de la política activa. Pero Morales nunca ha querido renunciar, aunque hablara un par de veces de esta posibilidad; su vida sólo ha tenido un sentido: su reelección, es decir, la renovación de su poder.

Una vez que aparecieron sobre el escenario público dos dirigentes que levantaban las mismas banderas ideológicas, reclamaban el mismo espacio político-electoral y gravitaban de manera equivalente sobre las siguientes elecciones, la única posibilidad que quedaba era la que finalmente se dio: la colisión. Uno de los dos debía vivir; el otro, morir. En sentido figurado, pero también literal.

El 27 de octubre de 2024, un comando de la policía intentó detener a Morales mientras se trasladaba, muy temprano en la mañana, de su casa en el pueblo de Villa Tunari hasta el pueblo de Lauca Ñ, donde está la radio Kausachum Coca, que transmite el programa dominical del exmandatario. Ambas poblaciones son vecinas y están dentro del Chapare. En ese momento, los cocaleros estaban bloqueando caminos para exigir su habilitación electoral, que había sido prohibida en diciembre de 2023 por el Tribunal Constitucional. Poco tiempo antes de sus bloqueos, los evistas habían marchado desde el sur del altiplano hasta La Paz, con el propósito, confesado a medias, de crear las condiciones para derrocar a Arce o, al menos, ponerlo contra las cuerdas para que aceptara la habilitación electoral de su líder.

Si se intentó arrestarlo fue porque, en el contexto de la referida marcha, Morales había sido acusado por la fiscalía de “estupro agravado”. Según la demanda, había tenido una hija con una adolescente de 15 años en la ciudad fronteriza de Yacuiba, en 2016, cuando era presidente y tenía 57 años. La celada policial de esa mañana no fue perfecta, y los automóviles de Morales lograron escapar de los vehículos que les cerraban el camino. Mientras huían, fueron baleados. Una asistente del expresidente grabó todo durante el escape, cuando se agazapaba en el asiento del copiloto, junto a un chofer que continuaba conduciendo a pesar de estar herido. Posteriormente, las autoridades gubernamentales señalaron que Morales y su comitiva habían sobrepasado un retén policial y habían disparado primero contra la policía. Los evistas inicialmente afirmaron que se había tratado de un arresto fallido, pero luego cambiaron su versión y comenzaron a denunciar un supuesto “intento de magnicidio”.

Probablemente la verdad esté en el medio. La policía intentó capturar a Morales con un golpe de mano, como había hecho dos años antes con otro político defendido por sus bases, el gobernador de Santa Cruz Luis Fernando Camacho, acusado de dirigir las protestas que terminaron en la caída del gobierno del MAS en 2019. Camacho sigue preso. En el caso de Morales, la operación no salió bien. No sólo escapó, sino que una de las balas podría haber acabado con su vida, en cuyo caso su lucha fratricida con Arce habría terminado en un desenlace de resonancias bíblicas.

Llega la derecha

Morales no desapareció físicamente, pero sus múltiples enemigos (entre los que Arce, cumplida la misión de inhabilitarlo y a punto de retirarse, es hoy el menos importante) querrían que desapareciese del escenario político. Esto incluye a Andrónico Rodríguez, otrora el “heredero” de Evo Morales, pero desheredado por el expresidente por intentar sustituir al “líder vitalicio del instrumento político”, como Morales es considerado por sus bases. Al principio de la campaña electoral parecía que Rodríguez, joven dirigente que presidió el Senado, canalizaría para su partido Alianza Popular el todavía considerable voto del llamado “bloque popular”, pero su exmentor, tras una larga y confusa disputa, se le cruzó en el camino, lo declaró “doble y triple traidor” y llamó a votar nulo, con lo que Rodríguez comenzó a caer en las encuestas. Llegó a la cita electoral con una intención de voto del seis por ciento, sobre todo de electores populares jóvenes, y terminó logrando el 8,51 por ciento de los votos válidos.

Todos los candidatos, incluso Rodríguez, aunque en este caso sin mucha convicción, habían prometido que, de ser presidentes, harán cumplir la ley, es decir que lo harán arrestar. Alrededor del 60 por ciento de la población quisiera lo mismo: que Morales saliese de escena. Bolivia es un país temperamental, puede pasar de la devoción absoluta al rechazo más enconado en pocos años. La historia nacional es una historia de caudillos que ascienden y declinan, que no saben muy bien cómo llegan y tampoco cuándo deben irse. Las teorías de la modernización dirían que la boliviana es una sociedad “tradicional”, en la que las relaciones personales siguen siendo más importantes que las instituciones.

Desde la vereda de enfrente, Arce atribuye a Morales la responsabilidad por la crisis actual, a la que supuestamente no supo adelantarse con más inversiones en la industria del gas, pues ha sido la debacle de la producción gasífera la que ha traído la bancarrota del país; y también le echa la culpa del fracaso de su gestión, porque los parlamentarios evistas no aprobaron los préstamos internacionales que necesitaba para eludir las dificultades económicas. La mayoría de los economistas considera que esta visión de la crisis es reduccionista.

Por supuesto, después de todo lo que ha pasado, el odio entre ambas facciones es enorme, aunque nunca ha dejado de haber rumores sobre negociaciones y acuerdos, que han quedado en nada. El odio de los dos líderes, ninguno de los cuales ha podido llegar políticamente vivo a las elecciones, se ha extendido hacia Andrónico Rodríguez desde que decidió lanzarse como candidato y tratar de jubilarlos. La pelea matrimonial se convirtió de este modo en un triángulo sentimental. Así, mientras los líderes de la izquierda boliviana se enfrentaban, la tendencia electoral predominante apuntó al desmontaje de la estructura económica e institucional armada por el MAS en 20 años en el poder, mediante el cierre de empresas públicas, la modificación de leyes estatistas y la apertura al mercado. Como se ha dicho, los hombres sin duda hacen la historia, pero nunca saben la historia que hacen.

Fernando Molina, periodista y escritor boliviano. Autor de Racismo y poder en Bolivia, Oxfam/FES, La Paz, 2021. Adaptación del artículo publicado en la versión web de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.