Tras la caída de Al-Assad, Siria enfrenta una transición incierta. Entre la esperanza inicial y la nueva violencia sectaria, el país busca construir una democracia mientras Al-Charaa concentra poder y las minorías sufren represalias.

En medio de la noche, aparece en la pantalla gigante un águila dorada sobre un fondo verde coronada por tres estrellas. A continuación, se transmite el discurso del presidente de transición, Ahmed al-Charaa, que proclama: “La identidad que hoy adoptamos encarna una Siria que no acepta ni divisiones ni particiones”. Luego añade que “la diversidad cultural y étnica es una riqueza, y no una causa de conflicto”. Tres días después, Estados Unidos anuncia que retira de la lista de “organizaciones terroristas extranjeras” al grupo islamista del que procede el nuevo hombre fuerte de Damasco, la Hayat Tharir al-Sham (HTC, Organización para la Liberación del Levante, anteriormente Frente Al-Nosra). Sin embargo, en este país que apenas está saliendo de una larga noche, basta una chispa para que salten los fusibles y vuelva la oscuridad.

El 11 de julio, la agresión a un verdulero de religión drusa por parte de grupos beduinos armados en la ruta que une Damasco con Sueida, una gran ciudad del sur del país con mayoría drusa, echó leña al fuego. En la provincia estallaron enfrentamientos entre facciones drusas y combatientes beduinos. Luego de tres días de agresiones, la intervención de las fuerzas gubernamentales junto con los beduinos, con el objetivo declarado de “reestablecer el orden”, inició una larga serie de abusos contra civiles de ambos bandos. Estos acontecimientos permitieron una nueva injerencia militar de Israel, que bombardeó las instalaciones del Ejército sirio hasta el corazón de Damasco bajo el pretexto de proteger a la minoría drusa.1

“Las fuerzas gubernamentales han cortado el agua, la electricidad y el acceso a los alimentos, y están librando una masacre a puertas cerradas contra los drusos. Solamente en mi barrio, lanzaron cinco misiles y mataron a tres de mis vecinos”, cuenta el 16 de julio Osama T, un joven druso que logró huir de Sueida. Todos los testimonios que recopilamos acerca de este estallido de violencia coinciden: el odio religioso se ha desatado hasta llegar al absurdo. Así, 13 personas de una misma familia fueron asesinadas en su casa por “miembros de los ministerios de Defensa e Interior”, controlados por el nuevo régimen, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH). “Sin embargo, la familia Radwane era conocida por ser una de las más fervientes defensoras de la revolución contra el régimen de Al-Assad”, lamenta Maxime Abou Diab, activista de la sociedad civil. Muchos videos de ejecuciones sumarias filmados por sus autores circulan también por las redes sociales, lo que permite documentar los crímenes cometidos por ambos bandos y alimentar un clima de terror e impunidad. “Soy sirio”, responde un hombre en el suelo a su verdugo, que le pregunta si es “musulmán o druso”, antes de ejecutarlo a sangre fría ante la cámara. En una semana, fueron asesinadas 1.311 personas; entre ellas, 300 civiles drusos, de los cuales 196 fueron ejecutados, así como tres civiles beduinos, según el OSDH. Por su parte, la Red Siria para los Derechos Humanos (SNHR) afirma haber contabilizado por lo menos 814 muertos.

Tras el anuncio que hizo Estados Unidos el 19 de julio de un alto el fuego entre Israel y Siria, Al-Charaa instó a los combatientes beduinos a respetarlo, al tiempo que los felicitaba por su “heroísmo”. También prometió obligar a “rendir cuentas” a los abusadores contra “el pueblo druso, que está bajo la protección y la responsabilidad del Estado”. El 31 de julio, el Ministerio de Justicia anunció la creación de una comisión encargada de investigar los acontecimientos de Sueida, cuyo informe final debe presentarse antes de fines de setiembre. A pesar de estas medidas, los habitantes de la ciudad permanecen asediados, una estrategia de castigo colectivo que recuerda los peores momentos del régimen derrocado.2

Para muchos sirios, este enésimo pico de violencia desde el comienzo de la transición supone el fin definitivo de la euforia y el regreso a la cruda realidad. Es cierto que la antigua Siria, con su dictadura y sus siniestros mukhabarat (servicios secretos), ha muerto, pero la nueva Siria tarda en aparecer. “La caída del régimen es sólo uno de los pasos en el camino hacia la recuperación de nuestro país”, afirma Sana Yazigi, fundadora de Memoria Creativa de la Revolución Siria, una plataforma digital creada en 2013 con el objetivo de “generar un archivo de la libertad de expresión, el arte y la cultura en tiempos de revolución y guerra en Siria”.

El fin del miedo

Hace nueve meses reinaba el optimismo. El terremoto emocional provocado por la salida de Al-Assad fue aún más poderoso porque la mayoría de los sirios había perdido toda esperanza. En todo el país se asistía a escenas de regreso de exiliados atónitos por la aceleración de los acontecimientos. El 15 de diciembre de 2024, Mustafa al-Hajj abandonó Líbano, donde dirigía una escuela para refugiados sirios, y se dirigió con su primo Giath al valle de la Bekaa y al puesto fronterizo de Masnaa, principal punto de paso entre el país del cedro y Siria. En el lado sirio, bajo el retrato rasgado del dictador derrocado, los combatientes de la coalición dirigida por el HTC son los nuevos amos de casa. Al-Hajj, normalmente impasible, se arrodilla, arranca un puñado de pasto y deja escapar un largo sollozo contenido durante 14 años. “Es la primera vez que entro a mi país amándolo”, dice antes de volver al volante hacia Damasco, que no ve desde 2011.

La alegría de ambos hombres es compartida por la gran mayoría de una población duramente golpeada por años de calvario, como lo demuestran sus movimientos: 6,2 millones de refugiados en el extranjero (Líbano, Turquía, Alemania) y más de 6,8 millones de desplazados en el interior del país. Las primeras señales emitidas por el nuevo poder sugieren que Siria se encamina hacia una transición pacífica en lugar de hacia un nuevo ciclo de violencia. Por un lado, la rápida desbandada del Ejército, tras la derrota de Hezbolah frente a Israel, permitió evitar los combates fratricidas. Por otro lado, a pesar de su pasado yihadista, Al-Charaa, que abandonó su nombre de guerra Abu Mohammed al-Golani, pronunció un discurso tranquilizador para las minorías religiosas del país, a las que se comprometió a proteger. En una muestra de pragmatismo, también autorizó a Rusia, patrocinadora y protectora del antiguo régimen, a mantener sus bases naval y aérea de Tartús y Jmeimim. En suma, sus primeros pasos como estadista revelan a un político conciliador y hábil que parece capaz de devolver a un país desgarrado al camino de la reconciliación. Con la caída de Al-Assad y su entorno, todo parece posible.

Tras más de medio siglo bajo el yugo de un clan mafioso que convirtió su nación en un narcoestado,3 los sirios se enfrentan a un vacío vertiginoso. La cuestión del destino de los 136.614 presos, la mayoría de ellos detenidos por el régimen, se plantea de inmediato. Sin embargo, de los centros de detención abandonados por sus carceleros sólo escapan unos pocos miles de hombres, demacrados y aturdidos. En una entrevista con Al Jazeera, Fadel Abdulghany, director del SHNR, explica que se trata únicamente de detenidos recientes, unos 33.000. ¿Y los demás? “Hay que mirar la realidad de los hechos. Entre 80.000 y 85.000 víctimas de desapariciones forzadas probablemente hayan perecido bajo tortura”,4 añade.

Desde el anuncio de la caída del dictador, miles de sirios y sirias se dirigieron con prisa hacia los centros de detención para ir a buscar a un hermano, una hermana, un padre, algunos desaparecidos desde hacía mucho tiempo, otros a raíz del levantamiento popular de 2011. Una búsqueda que a menudo resultó infructuosa. En su departamento de Jaramana, una pequeña localidad en las afueras de Damasco, Majida Kabdo atestigua: “Entramos en una nueva fase: ya no se trata de encontrar a nuestros seres queridos vivos, sino de identificar sus restos”. Su cuñado, Mazen al-Hamada, estuvo recluido en Sednaya, uno de los símbolos del despiadado universo carcelario de Al-Assad padre e hijo. Como muchos otros presos, fue ejecutado poco antes de que los rebeldes liberaran este matadero humano, el 8 de diciembre de 2024. Digna, nuestra interlocutora se considera afortunada por haber podido organizar el funeral de su familiar. “El dolor es aún mayor para quienes murieron en silencio. Es como si la tierra se los hubiera tragado”, suspira. Miles de familiares de desaparecidos esperan ahora la exhumación de las fosas comunes que constelan el país, que el SNHR estima que serían más de 60.

De vuelta en Daraya, cuna de la revolución al sur de Damasco, Abou Anas al-Azouak contempla otro vacío: en lugar de su barrio de Khalij, donde antes vivían 25.000 habitantes, ahora sólo hay escombros hasta donde alcanza la vista.5 “Mi casa estaba allí, ya ni siquiera podría encontrarla. Todos mis recuerdos fueron arrasados, borrados, sólo porque nuestro barrio estaba cerca del aeropuerto militar de Mezzeh”, lamenta el agricultor. Como él, las viviendas de decenas de miles de sirios fueron bombardeadas y despojadas de todo lo que podían las fuerzas leales al régimen.

Detrás del sol

Pero otras ausencias tienen sabor a victoria. Se han borrado los retratos de Al-Assad de todas las fachadas; su rostro aparece ahora en pares de medias en el antiguo mercado de la capital. También desaparecieron los controles policiales del Ejército y los servicios de inteligencia que formaban una temible línea de separación entre la capital y el barrio de Guta Oriental, una zona bombardeada y sitiada durante mucho tiempo. Por fin desapareció el miedo a que el simple hecho de pronunciar una palabra o un nombre te envíe “detrás del sol”. En Harasta, una localidad devastada de Guta, Malak J cuenta que fue detenida y torturada durante cinco meses por atreverse a ir en busca de sus dos hijos, víctimas de la desaparición forzada. Hoy se siente orgullosa de haber podido hablar de ellos con el nuevo presidente en su palacio: “Él mismo estuvo encerrado durante siete años en Abu Ghraib, en Irak. Él conoce nuestro destino”.

Con el paso de los días, e incluso antes de que la situación se agravara en Sueida, la duda comenzó a instalarse. ¿Está el pueblo sirio sinceramente unido para enfrentar el fin de la dictadura? En Duma, capital de Guta Oriental, devastada por los ataques químicos y las bombas de barril, Jamal Taha expresa muy pronto su escepticismo. Burlándose de los numerosos vehículos que lucen un retrato de Al-Charaa, este revolucionario de la primera hora no se deja engañar por aquellos a quienes llama la “comunidad del giro de 180 grados”: “El mukhtar [representante electo o responsable local] de Duma se tomó una foto con Al-Assad durante las elecciones presidenciales de 2021. En cuanto cayó el poder, escribió un largo mensaje en Facebook para denunciar la injusticia del partido Baas”. Un cambio de postura por otra parte clásica tras el colapso de los regímenes autoritarios, y que él atribuye menos al oportunismo que a la cultura del miedo que gobernó Siria durante cinco décadas: “Por reflejo, mis compatriotas están dispuestos a someterse a cualquier nuevo hombre fuerte. Pero no queremos un líder eterno, sino un Estado democrático con elecciones cada cuatro años. Un mandato y luego el que sigue”.

El nuevo hombre fuerte

El 29 de enero, la conferencia marcial sobre la victoria de la revolución siria reforzó los temores de Taha. Nombrado presidente interino, Al-Charaa anunció la disolución del Parlamento y del partido Baas, así como la suspensión de la Constitución aprobada en 2012. Al día siguiente, sin embargo, su primera intervención como presidente tuvo como objetivo tranquilizar: se comprometió a “perseguir a los criminales que derramaron sangre siria”, a establecer una “verdadera justicia transicional” y a crear un comité encargado de preparar la conferencia de diálogo nacional “para escuchar los diferentes puntos de vista sobre el programa político por venir”.

Tranquilizar a las cancillerías occidentales y a los sirios laicos, y concentrar el poder esencial en sus manos al mismo tiempo: una tarea peligrosa para un hombre cuyo pasado puede hacer dudar de la moderación que aparenta. “Es incluso un deber dudar de ello”,6 escribe el periodista y escritor Yassin al-Haj Saleh. Para el autor de La Question syrienne (Actes Sud, “Sindbad”, 2016), “los sirios de izquierda, liberales, ateos, no creyentes” corren el riesgo de “quedarse al margen”. El 31 de enero, en el diario Al-Jumhuriya, que él mismo ayudó a crear, varios de ellos lanzaron un comunicado en el que pedían la “elección de una asamblea constituyente” para adoptar una nueva Constitución que devolviera a los sirios “su libertad y dignidad”.7

“El pueblo sirio aceptará las privaciones mientras dure la euforia post-Assad”, advierte Samer Aldeyaei, cofundador de la Asociación de Abogados Libres Sirios. Pero no descarta que la transición dé lugar a un monstruo: “Sin un marco legal de justicia transicional y una constitución que proteja a los ciudadanos, se está gestando una nueva dictadura. Las primeras señales están ahí. Basta con ver la conferencia de diálogo nacional, por ejemplo: sólo duró unas horas”. Esta gran reunión supuestamente democrática se celebró los días 24 y 25 de febrero, pero no se anunció hasta el día anterior, lo que excluyó de facto a los participantes que vivían afuera. Por lo demás, los casi 500 representantes presentes solamente tuvieron tiempo de validar los objetivos ya fijados por el poder.8 No obstante, la Unión Europea anunció el 24 de febrero la suspensión de algunas sanciones y restricciones en los ámbitos de la energía, el transporte, la ayuda humanitaria y las transacciones bancarias.

Cabe decir que Al-Charaa cuenta con la legitimidad del libertador. Y pocos sirios discuten el hecho de que necesita tener libertad de acción para responder a los numerosos retos económicos y de seguridad de un país arruinado por la guerra civil. Siria perdió así 800.000 millones de dólares de producto interno bruto, sus infraestructuras están agonizando, sus bancos se han quedado sin liquidez y nueve de cada diez habitantes viven por debajo del umbral de la pobreza, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.9

El nuevo hombre fuerte debe refundar las instituciones sobre bases sólidas sin caer en los excesos de la desbasificación, que condujeron al colapso del Estado iraquí en 2003. Debe dar muestras de moderación sin enemistarse con sus aliados más radicales, al tiempo que debe reunificar un Ejército y un territorio fragmentados a pesar de las injerencias regionales. Esta última cuestión es importante, ya que la integración de las facciones armadas, que se supone que han sido disueltas, en una fuerza militar unida sigue siendo un reto.

Violencia sectaria

En el noreste, las Fuerzas Democráticas Sirias, una poderosa coalición dominada por los kurdos y apoyada por Estados Unidos, se niegan a unirse al nuevo Ejército sin la garantía de conservar un cierto grado de autonomía. En el sur, las facciones drusas avanzan en orden disperso, como explica en Sueida el jeque Bassem Abou Fakhr, portavoz de una de ellas, Los Hombres de la Dignidad: “En febrero se estaban negociando los últimos puntos de un acuerdo entre el gobierno y varios grupos armados drusos, entre ellos Los Hombres de la Dignidad y combatientes afiliados al jeque Al-Hijri [uno de los tres líderes espirituales de la comunidad drusa]. Pero este último se retiró a último momento. Él busca el apoyo de Israel, mientras que para nosotros es el enemigo. Pero sus temores son comprensibles: aunque Al-Charaa haya cambiado de peinado y se ponga corbata, muchos de sus combatientes siguen teniendo una mentalidad facciosa y fundamentalista”.

Nos reunimos con dos de ellos, Ali M y Hassan B, en Damasco durante uno de sus permisos. Con unas AK-47 al hombro, melena y barba tupidas, se toman selfis frente a la mezquita de la dinastía omeya. Es la primera vez en 14 años que pasean por la capital. Procedentes de Lataquia, pasaron toda la guerra en Idlib, en las filas del HTC. Hoy son las caras del nuevo Ejército sirio. “En realidad, soy estudiante de literatura inglesa”, explica Hassan, que intenta tranquilizar: “Si no fuera por las acciones del sanguinario régimen de Al-Assad, no habría tomado las armas. No somos los decapitadores que algunos describen”.

El curso de los acontecimientos invita a no creer en la palabra de Hassan. El 6 de marzo, milicianos leales al antiguo régimen lanzaron varios ataques coordinados contra puestos militares en las provincias costeras de Lataquia y de Tartús, con la esperanza de provocar un levantamiento entre los alauitas –la comunidad de la que procede el clan Al-Assad, hoy marginada por el nuevo poder–. Ali y Hassan participan en la contraofensiva de las fuerzas gubernamentales contra estos “vestigios del antiguo régimen”, como se los denomina oficialmente. Los combates duraron tres días, salpicados de masacres de mujeres, niños y personas mayores de religión alauita. Según el SNHR, habrían causado 1.034 muertes, entre ellas por lo menos 595 civiles e insurgentes desarmados, asesinados por las nuevas fuerzas de seguridad. El 9 de marzo, en Damasco, una marcha silenciosa en homenaje a las víctimas civiles fue atacada por contramanifestantes que acusaban a los alauitas de complicidad con el antiguo régimen y pedían el establecimiento de un “Estado musulmán sunita”.

“Estamos viviendo un momento fascista. Tras cinco décadas de dictadura, el miedo a lo desconocido alimenta el instinto de venganza en lugar de la razón”, explica Yamine Hussein en el barrio alauita de Zahra, en Homs. Él mismo vive recluido porque, en esta ciudad donde conviven todas las religiones, los secuestros y las ejecuciones arbitrarias de ciudadanos alauitas aterrorizan a su comunidad. Para Hussein, que se oponía al antiguo régimen, las víctimas de ayer ceden a la tentación de hacer justicia por mano propia: “Al-Assad convirtió a los alauitas en cómplices de las masacres que él perpetró, mientras calificaba a las víctimas de ‘terroristas’. Hoy en día, la mayoría de los sunitas no sienten solidaridad con sus compatriotas alauitas, a quienes consideran a su vez como objetivos”.

Cada vez que ocurre una tragedia, las autoridades reiteran su promesa de crear una comisión de investigación, como sucedió con los asesinatos de la costa. Pero muy pronto surge un nuevo elemento que termina por reforzar el pesimismo reinante. El 13 de marzo, por ejemplo, una declaración constitucional convirtió la jurisprudencia islámica en la principal fuente del derecho y otorgó poderes casi ilimitados a Al-Charaa a la espera de la organización de las elecciones, previstas para dentro de cinco años.10 Unos días más tarde, se anunció la creación de un “gobierno de cambio y reconstrucción” compuesto por cuatro ministros pertenecientes a las minorías alauita, drusa, kurda y cristiana, en un intento por suavizar los aspectos despóticos del nuevo poder. Irónicamente, la comisión encargada de esclarecer los abusos cometidos en las localidades costeras de Lataquia y Tartús presentó su informe el 22 de julio, justo después del fin de las atrocidades contra los drusos en Sueida. Tras seis meses de trabajo, llegó a la conclusión de que hubo 1.426 víctimas, en su mayoría civiles. Aunque reconoce la implicación de facciones armadas en los actos violentos, no confirma la información publicada unos días antes por la agencia Reuters, según la cual la cadena de mando conduciría directamente a Damasco.11

Hasta ahora, ninguno de los oficiales implicados en las diferentes investigaciones llevadas a cabo por medios de comunicación o asociaciones de defensa de los derechos humanos ha sido procesado, y algunos incluso han sido ascendidos. Con nueva identidad o sin ella, la estabilidad de Siria permanece incierta.

Emmanuel Haddad, periodista. Traducción: Emilia Fernández Tasende.

La cuestión drusa

Una ocupación para eclipsar otra

¿Qué harán los drusos? Tras varios enfrentamientos mortales, ¿serán capaces las autoridades de Damasco de reintegrar a esta minoría en el seno de la nación para dar cuerpo al lema “Ni divisiones ni particiones” y evitar que se materialice esa “República Federal de Siria” de la que muchos hablan en las redes sociales? Desde su sede en Al-Qanawat, en la provincia de Sueida, el jeque Hikmat Al-Hijri considera que los gestos de apertura de Ahmed Al-Charaa no son más que un lavado de cara. “Israel no es nuestro enemigo. Nuestro enemigo está en Damasco”, afirma sin pestañear el hombre de barba blanca con quien nos reunimos unos días antes de la fatal escalada entre beduinos y miembros de su comunidad. En abril, los enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales ya habían causado varias decenas de muertos en las ciudades de Jaramana y Sahnaya, de mayoría drusa, cerca de Damasco. En represalia, el 30 de abril, Israel llevó adelante un ataque aéreo en Sahnaya contra un “grupo extremista” acusado de atacar a los drusos. Una estrategia que tiene como objetivo ganarse el favor de esta minoría religiosa, cuyos miembros israelíes son aliados históricos de la construcción de Israel. El hecho de que esta injerencia militar sea condenada mayoritariamente por la comunidad drusa siria no impide que una parte de la población la acuse de traición. Para muchos sirios, Israel debe devolver Golán, una zona montañosa rica en agua conquistada en 1967 y anexionada unilateralmente en 1981.

Sin embargo, es con el nuevo poder sirio con quien Israel multiplica las conversaciones indirectas. El 30 de junio, Gideon Saar, jefe de la diplomacia israelí, declaró que “Israel desea ampliar el círculo de paz y normalización de los Acuerdos de Abraham a países como Siria y Líbano”. El decreto firmado ese mismo día por el presidente Donald Trump para desmantelar las sanciones estadounidenses obliga a Siria a “tomar medidas concretas para normalizar las relaciones con Israel”. (1) Pero Saar no lo oculta: “En cualquier acuerdo de paz, Golán seguirá siendo parte del Estado de Israel”.

Todo indica que Israel quiere una Siria débil en sus fronteras. El 8 de diciembre de 2025, su ejército invadió la zona neutral desmilitarizada del Golán sirio, violando el acuerdo de retirada firmado en 1974 entre Tel Aviv y Damasco. Tras destruir el 80 por ciento de la capacidad militar de su vecino en 48 horas, el Estado hebreo comenzó a construir puestos militares a lo largo de la frontera bajo el pretexto de garantizar la seguridad de los residentes de Golán. ¿Una nueva ocupación para eclipsar la anterior? Tal es la hipótesis que formula Abou Zein, un residente de Khan Arnabeh, a la entrada de la zona desmilitarizada: “En caso de negociaciones, los israelíes podrán imponer que se centren en su retirada de la zona desmilitarizada, y no en la restitución de Golán a Siria”. Por su parte, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, reclamó en febrero la “desmilitarización completa del sur de Siria” y ahora utiliza la carta de la protección de los drusos para imponerla.

Emmanuel Haddad

(1): “Fact sheet: President Donald J Trump provides for the revocation of Syria sanctions”, comunicado de la Casa Blanca, whitehouse.gov, 30-6-2025.


  1. Angélique Mounier-Kuhn, “Israel empuja sus peones”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, enero de 2025. 

  2. “Improbable justice internationale en Syrie”, Le Monde diplomatique, París, octubre de 2017. 

  3. Jean-Michel Morel, “Siria, ¿una nueva Atlántida?”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, marzo de 2023. 

  4. “Fadel Abdulghany says only 33,000 detainees have been found and freed from Syria’s prisons”, Al Jazeera, 13-12-2024. 

  5. Alex Simon, “Scènes d’une banlieue de Damas”, Centro Árabe de Investigación y Estudios Políticos de París, 17-2-2025. 

  6. Yassin al-Haj Saleh, “Sirio, islámico, después de la transformación” (en árabe), Al-Quds Al-Arabi, 1-1-2025. 

  7. De este intelectual que pasó por los carcelarios del antiguo régimen también se puede leer Sur la liberté: la maison, la prison, l’exil... et le monde, L’Arachnéen, París, 2025. 

  8. “The new Syria: halting a dangerous drift”, International Crisis Group, 28-2-2025. 

  9. “Acelerar la recuperación económica es fundamental para revertir el retroceso de Siria y restablecer la estabilidad”, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 20-2-2025. 

  10. “The constitutional declaration in Syria: exceptional powers for the transitional president and the risks of entrenching authoritarian rule hindering the transition to democracy”, Syrians for Truth and Justice, 9-7-2025. 

  11. “Syrian forces massacred 1,500 Alawites. The chain of command led to Damascus”, Reuters, 30-6-2025.