Hasta el 20 de enero de 2017 no había nacido el hombre que le dijera “no” a un aguacate, pero eso estaba por cambiar. Ciento veinte toneladas de la fruta fueron rechazadas por las autoridades estadounidenses con la excusa de que podían contener una plaga y nos dejaron a todos los mexicanos helados: si un hombre estaba tan fuera de sí para rechazar un aguacate, sin duda sería capaz de cualquier cosa. Y estábamos en lo correcto, porque a pocas horas de asumir como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Donald John Trump ratificaba su propuesta de campaña: “Habrá un muro y México pagará por él”.

Aun en la boca del ya presidente, las palabras seguían pareciendo una amenaza absurda, pero en esta ocasión iban acompañadas de las primeras deportaciones y la entrada en vigor de una severa política antimigratoria.

La raza humana había perdido ese día; no sólo el aguacate, no sólo los mexicanos. Todo el mundo, siglos enteros de lucha por los derechos humanos, tolerancia y evolución habían sido vencidos por un copete.

Mientras tanto, en México hacíamos lo que mejor sabemos hacer: encabronarnos (porque un mexicano no se enoja, se encabrona) cuando nuestro gobierno hacía lo que mejor sabe hacer, que es hacerse wey (o sea, el desentendido) y quedarse callado mientras el vecino del norte hacía lo que quería con los derechos de nuestros paisanos.

México necesitaba una voz que se mostrara en desacuerdo y que al menos nos regresara un poquito de dignidad, pero estaba claro que no iba a ser la de nuestro gobierno. Como salida de un cuento de hadas mexicano apareció nuestra marca icónica de cerveza para plantarle cara al agresor y recordarnos que América es un continente multicultural y no el nombre de un solo país. “América es la tierra de las oportunidades, una tierra de más de mil millones de habitantes, América salvaje, América multicultural, América unida. Basta de usar nuestro nombre para generar divisiones, eso no es lo que somos”, dice la pieza, en contra del slogan “Make America great again” de la campaña trumpista.

Al fin alguien le había levantado una mano a Trump, porque con lo que no contaba el magnate era que al deportar a Juan, Jesús y Ramona no sólo rechazaba a mexicanos sino a consumidores y productores de Corona, Coca Cola, Diesel… a marcas que forman parte de la vida de las personas, que viven con nosotros, que van al baño con nosotros, se acuestan con nuestras esposas y educan a nuestros hijos. Marcas vivas que llevan años jugando un papel importante en el contexto social y que, si hay algo que no pueden soportar, además de las injusticias sociales, claro está, es perder al mercado latino, que representa una de las mayores entradas de utilidades en Estados Unidos.

Así que mientras varias marcas cobardes abandonaron a sus consumidores por miedo a Trump, la campaña de Corona se unió a una fuerte tendencia publicitaria en defensa de la diversidad cultural, en un juego que sólo las empresas verdaderamente grandes e inteligentes se atrevieron a jugar con prontitud, entendiendo a la perfección que el mercado es mucho más grande que Estados Unidos y que el único camino al corazón de las personas es la empatía.

Hoy hace ya algunos meses de esto que les cuento, y aunque como publicista ignoro cuáles serán las repercusiones de la era Trump en nuestra industria, hay algo de lo que estoy seguro: la publicidad seguirá siendo un jugador de peso, porque no importa si ese muro cae por los movimientos políticos, por el delicioso sabor del aguacate o por un simple comercial de ropa interior. Lo que realmente importa es que se derrumbe en miles de pedazos junto con todos los Trumps del mundo, y que no se vuelva a levantar.

Liviana y popular

La marca Corona es un buen ejemplo de lo interconectadas que están las economías mexicana y estadounidense. La empresa que la produce, el Grupo Modelo, controla con sus siete plantas el 66% del mercado cervecero mexicano, y Corona pasó a ser, tras la firma del NAFTA, la quinta cerveza más vendida en Estados Unidos, y primera entre las importadas. En 2016 sus ventas en ese país superaron los 1.200 millones de dólares. Corona, que se vende en casi todo el mundo, no es, sin embargo, un producto estrictamente mexicano: desde mediados de los años 2000 el grupo estadounidense Anheuser-Busch (cuya marca más conocida es Budweiser) estaba intentando comprar al Grupo Modelo. Cuando lo consiguió, tras sortear las leyes antimonopolio estadounidenses, resignando la distribución en Estados Unidos a una firma satélite, Anheuser-Busch había sido a su vez absorbida por la belga-brasileña InVeb, y a partir de allí se consolidó el más grande grupo cervecero del planeta, AB-InVeb. En 2010, mientras se llevaban a cabo las negociaciones, la contadora María Asunción Aramburuzabala Larregui, la segunda mujer más rica de México según Forbes y principal heredera del Grupo Modelo, se casó con el entonces embajador de Estados Unidos, Tony Garza, un abogado texano descendiente de mexicanos.

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