Recorrer Santa Catalina, para quien no es de allí, puede ser un paseo desordenado, con una estructura de calles que se presenta caprichosa, que puede hacer en una placita con cancha de fútbol, un jardín con tractores, una casa centenaria recién pintada o las milanesas más grandes que uno ha visto en mucho tiempo, oportunamente ubicadas al lado de la terminal de ómnibus.

Foto del artículo 'Santa Catalina, entre el campo y el pueblo'

Foto: Marcelo Casacuberta

Pero justamente lo desestructurado del paseo es parte de lo que lo hace lindo, ya que uno va improvisando un recorrido sobre el terreno y girando en calles y callejones sin saber si va a terminar encontrándose con un edificio de época, un arado esperando su turno en el jardín o un par de ovejas pastando en la vereda mientras la niña de la casa cuelga la ropa al sol.

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Foto: Marcelo Casacuberta

A Santa Catalina se llega fácilmente, pasando Cardona unos 15 kilómetros yendo por la ruta 2. Está a 85 kilómetros de Mercedes, al sureste de Soriano.

En la localidad viven cerca de 1.000 habitantes, pero es difícil estimar la población o el tamaño del lugar, ya que el pueblo se extiende en el terreno con una forma alargada, cortada parcialmente por la ruta y la estructura de casasquintas. Es difícil descifrar a simple vista hasta dónde llega el pueblo.

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Foto: Marcelo Casacuberta

Paseando por sus calles, se ve una influencia europea muy fuerte en los edificios antiguos, construidos en la época de la fundación del pueblo. Es evidente, por ejemplo, en la que fuera la residencia familia Mendibehere Böking, donde hoy tiene su sede la Junta Local.

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Otro edificio de la primera época del pueblo es la capilla Santa Rosa, que fue terminada aproximadamente en 1912. Su fachada domina una de las principales esquinas, pero no está ubicada en una plaza, como suele indicar la tradición urbanística. Por dentro es una construcción amplia y luminosa que mantiene parte de su estructura original de madera.

La vida de campo está siempre presente en Santa Catalina. Se ven vacas, caballos y ovejas pastando en los jardines y algún tractor que interrumpe la siesta pasando por la calle.

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Foto: Marcelo Casacuberta

Para entreverarse más con lo campestre, se puede conocer en directo la elaboración de algunos productos, por ejemplo en el tambo familiar Sol y Luna, donde es posible apreciar la manera de hacer queso según la receta familiar, usando moldes rectangulares; luego se puede degustar y comprar lo que se ha producido a la vista del visitante.

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Otro lugar que es posible visitar es el museo de camisetas de fútbol Benito Ponce, que tiene un registro de la historia del vestuario del club local, fundado en 1940, más un muestrario de camisetas de la selección y otros cuadros, cedidas por jugadores como Diego Godín, Cristian Cebolla Rodríguez o el argentino Ariel Burrito Ortega. Está ubicado en una pieza del propio club, al lado de la cancha donde se juegan los torneos locales, por lo que si es día de partido se puede hacer la jornada completa.

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La estación de trenes fue una pieza fundamental del desarrollo del pueblo. Construida en 1890 a partir de la instalación de un molino, las vías que conectaban Montevideo con Mercedes pasaban justo por la puerta del molino. El edificio fue rescatado y reciclado, y hoy es un punto de encuentro y aloja el salón Sobre Rieles, donde se puede comer y realizar eventos sociales.

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En varias conversaciones con vecinos surgió el nombre del pintor Rufino Vázquez, una figura destacada de la cultura local y un personaje muy particular.

Al parecer fue de formación autodidacta; además de la pintura, su pasión eran los gatos y tuvo varios, que cuando morían eran enterradas en un lugar especial, junto con dibujos o textos producidos por el propio Vázquez.

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En ese sitio, con el tiempo construyó un monumento para recordar a sus mascotas, que hoy se conoce como el Panteón de los Gatos, lugar al que recientemente se agregó un mural alusivo pintado por alumnos de la escuela. En varios edificios hay pinturas de Vázquez, particularmente en la estación de AFE y en la Junta Local.

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Apenas saliendo del pueblo se llega a la estancia Santa Catalina, con su casco de 1890 perfectamente conservado, su florido jardín y hasta su aljibe. A la estancia se puede llegar en paseo a caballo y luego recorrer sin apuro el lugar observando aves y flora, después de lo cual puede venir bien un servicio de té con mermeladas, quesos y otros productos locales.

Muy cerquita, si se quiere hacer un alto en el paseo o buscar un escenario tranquilo y natural, está la opción de ir al arroyo Paso Artigas, donde se puede pescar o hacer un asado en los parrilleros.

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Todo este desarrollo turístico de los últimos años fue impulsado por el trabajo de la gente del lugar, fundamentalmente mediante el esfuerzo continuo de un grupo de muy entusiastas mujeres que elaboraron un proyecto que terminó con la obtención del premio Pueblo Turístico en el año 2014.

Es un sitio perfecto para visitar por el día o dedicarle un fin de semana para disfrutarlo a fondo. Para quedarse en Santa Catalina hay opciones de alojamiento del estilo bed and breakfast, que cuentan con plazas limitadas, o se puede optar por dormir en Cardona, que está a sólo 15 minutos en auto.

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