Antes que un pueblo, un balneario o un barrio, Ocean Park es un lugar para explorar. Un entorno perfecto para dejarse llevar sin rumbo y, cada tanto, hasta para perderse. Buena parte del terreno está ocupado por bosques de pinos y eucaliptos surcados por caminos, que en algunos casos se pueden recorrer en auto y en otros, angostos e irregulares, conviene recorrer a pie.

Foto del artículo 'Senderos al mar'

Se encuentra paz al caminar entre los senderos del bosque entre flores y pájaros viendo cómo los eucaliptos son tomados por asalto por enredaderas; cada tanto en una curva del camino, entre troncos y lianas, uno se topa con casas a las que parece que el bosque les hubiera crecido alrededor.

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La exuberancia vegetal del monte se prolonga en jardines muy bien cuidados, lo que posibilita, entre otras cosas, admirar colibríes casi constantemente, que se acercan a libar el néctar de la gran variedad de flores que hay en canteros y macetas.

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Ocean Park surgió en la década de 1960 como una iniciativa de empresarios argentinos para hacer un barrio privado, lo que explica que su nombre sea en inglés, algo nada común en estas costas. La idea no terminó de cuajar, y de a poco los terrenos se fueron vendiendo; así surgieron las primeras casas, y con ellas las calles, que poseen nombres deliberadamente internacionales: Cote D’Azur, Acapulco, Yosemite.

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El estilo de las construcciones no es uniforme, ya que los arquitectos se han encargado de personalizarlas según el cliente, pero todas buscan la armonía con la naturaleza y el diálogo con el entorno. Generalmente hay varios cientos de metros entre casa y casa, por eso uno allí tiene la sana impresión de que es un lugar que aún no ha sido “domesticado” del todo.

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A pesar de un crecimiento lento pero sostenido, la población que vive todo el año en Ocean Park no llega a las 300 personas. Otros propietarios van al balneario a veranear o pasar los fines de semana, y muchos alquilan alguna cabaña para pasar días libres.

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Bajando hasta la playa uno se encuentra con el parador, que funciona un poco como el centro en torno al que gira la actividad costera. Ahí se ven bicicletas, tablas de surf, chinelas, que quedan sin custodia cerca de la baranda de madera que da a la arena. También se sirven miniaturas de pescado, rabas y algunos platos sencillos, pero con el toque intuitivo de quien busca darle un giro interesante a cada comida. Hay quien trae sus alimentos y hace picnics a la sombra de alguna acacia, y otros se prenden a algún partido de vóleibol o ponen en acción raquetas y pelota.

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La playa hace pensar más en Rocha que en Maldonado, con olas intensas y cargadas de espuma, en las que cada tanto se ven surfistas subidos en sus tablas.

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Por las dudas, los salvavidas vigilan atentos desde su casilla, donde la bandera amarilla parece ser la dominante.

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En las dunas se ha hecho una activa defensa de la vegetación costera, y se puede ver pastos dibujantes, flores, plantas rastreras y hasta enormes cactus que levantan sus brazos al cielo.

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Este es uno de los tantos aspectos en los que se nota el trabajo de la Asociación de Vecinos, muy activa desde hace más de 20 años y siempre buscando impulsar ideas que ayuden a hacer más agradable la vida en la zona.

Caminando por la arena hacia el este se llega a la desembocadura del arroyo El Potrero, que genera una tranquila laguna en la que uno puede darse un buen baño, y hasta es posible encontrar algún enorme cangrejo sirí de pinzas azules refugiado entre los charcos donde mar y arroyo se encuentran.

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Para quien vive allí, o quien lo visita en forma ocasional, Ocean Park es una oportunidad de olvidarse por un rato del mundo y entrar en un oasis de tranquilidad, donde el reloj parece detenerse y no hay mayores apuros que elegir en qué parte de la duna recostarse o qué gusto de licuado pedir en el parador.

Llegar a Ocean Park es muy fácil: está en el kilómetro 111 de la ruta Interbalnearia, poco antes de llegar al aeropuerto de Laguna del Sauce. Hay varias y buenas opciones de casas y cabañas para alquilar, pero si uno anda con limitaciones de agenda, hasta para pasar el día vale la pena darse una vuelta.