Ciertos lugares son un testimonio de la fuerza de la naturaleza para resistir el impacto humano. Se puede percibir la presión de los visitantes, que a veces dejan algo de basura, cortan un árbol o traen especies vegetales que no son originarias del lugar, que afectan el paisaje y el equilibrio ecológico. Pero a pesar de todo, lo fundamental del entorno permanece y sobrevive año tras año.
El Parque Municipal Meireles está ubicado muy cerca de la ciudad Joaquín Suárez, en Canelones, y por eso mismo tiene elementos tanto de lugar silvestre como de un paisaje alterado por señales evidentes de la presencia cercana de la civilización. Ubicado a orillas del arroyo Meireles, se puede llegar por la ruta 84 camino a Suárez, al oeste de la ruta 8.
El parque tiene unos afloramientos rocosos de granito que generan elevaciones de cierta altura y un gran impacto estético, por los cuales se puede trepar para ver el paisaje desde lo alto.
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El arroyo Meireles recorre parte de Canelones y termina volcando sus aguas en el arroyo Toledo. Su pasaje por el parque incluye zonas amplias de bastante anchura y otras en que es un hilo de agua que apenas alcanza a medir un metro. Hay en la zona grandes eucaliptus y mucha flora nativa, por lo que parece un ambiente bastante agreste. Hace mucho tiempo se construyó un embalse de piedra en una zona del río donde el agua se frena, ensanchándose, y allí se puede tomar un baño y pescar.
Llegando a la orilla, pude ver a más de una familia que se acercaba a pescar con alguna caña chica como para mojarras, dado lo reducido del cauce del arroyo en este punto. Si uno pasa un calderín en las zonas cercanas a la orilla, se pueden ver los pequeños bagres conocidos como “limpiafondos”, mojarras de vidrio o jorobadas, algún dientudo y otros peces de pequeño porte. En zonas rocosas uno puede encontrarse alguna vieja de agua, un bagre adaptado para alimentarse succionando algas de las piedras con su boca especializada en forma de ventosa.
No hay pesca de gran tamaño, pero con las mojarras, los renacuajos y las larvas de insectos alcanza como para alimentar a algún depredador acuático de tamaño mediano. Por eso, entre las hojas de las plantas acuáticas, se pudo ver en el momento más soleado del día asomar el hocico en punta de la tortuga campanita. Este reptil se puede encontrar en cuerpos de agua dulce de todo el país y llega a crecer hasta alcanzar unos 50 centímetros de largo.
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Varios senderos y trillos van bordeando el arroyo, permitiendo a los visitantes acompañar el recorrido del agua mientras miran algo de la flora y la fauna del lugar. La intensa influencia humana se hace notar en la gran invasión de flora exótica en el entorno de la corriente, con una fuerte presencia de eucaliptus, ligustros y las espinosas zarzamoras. Entre las plantas autóctonas que se destacan se encuentran ceibos, sauces y una franja de caraguatás casi en el borde del agua. En un recodo del arroyo, una planta de mburucuyá atraía mariposas y otros insectos que se alimentaban con sus flores.
En las piedras que rodean el arroyo se veía un ave pequeña que se movía sin parar, saltando mientras iba recorriendo la orilla. Se trataba de un brasita de fuego. El macho de esta especie es de color rojo oscuro, con una corona de plumitas negras y rojas en el centro. La cresta puede abrirse y cerrarse y no está presente en la hembra, pero, eso sí, ambos sexos tienen un anillo blanco que les rodea los ojos.
Es un ave de carácter nervioso, inquieto y tímido; no es fácil sacarle fotos. De todas maneras, es sociable y a veces se encuentran nidos de varias parejas de esta especie muy cercanos y hasta en el mismo árbol. Para hacer el nido y alimentar a los pichones colaboran tanto la hembra como el macho. La dieta del brasita de fuego incluye tanto insectos como semillas y es bueno atrapando sus presas al vuelo, haciendo acrobacias en el aire.
Hay una abundancia de zorzales cantando o buscando comida entre la vegetación del suelo. A veces es posible ver cómo utilizan su fino sentido del oído para encontrar las lombrices bajo tierra y sacarlas con el pico. Cada tanto el zorzal se detiene y queda inmóvil con la cabeza cerca del suelo levemente inclinada para poder escuchar mejor; de repente se pone en movimiento como accionado por una chispa, y con un preciso picotazo toma un extremo de un gusano y lo saca limpiamente a la superficie para luego comerlo sin apuro.
Zorzales, sabiás y benteveos se mueven cerca de la orilla, entre los árboles más tupidos.
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Más lejos del arroyo, en espacios abiertos con pasto y matorrales, se mueven otras aves buscando en el piso su comida. Un grupo de cotorras verdes buscaba brotes en una pequeña pradera con flores y muy cerca, una margarita atrapaba insectos en una zona de tréboles a la sombra de un eucaliptus centenario. Esta ave también es llamada picabuey porque tiene la costumbre de subirse al lomo de vacas y caballos para comer pequeños insectos que se esconden en su piel, de tal modo que se genera una relación de las descritas como simbiosis, ya que ambos organismos salen beneficiados con el intercambio: el ave consigue su comida y los mamíferos se libran de molestos parásitos.
En el suelo, las margaritas atrapan arañas e insectos que se esconden entre la hierba, caminando lentamente y realizando, cuando encuentran una presa, una rápida carrera con pasos cortitos que suele terminar con un saltamontes o una polilla en el pico.
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Naturalmente, un lugar con buena presencia de agua ofrece las condiciones para que desarrollen todo su ciclo vital los anfibios. Al caer la tarde comienzan a escucharse los cantos de ranas y sapos, especialmente en los meses cálidos, cuando muchas especies se reproducen. Justamente en una pequeña charca lateral al curso de agua, una pareja de sapos comunes se reproducía.
El abrazo reproductor de los anfibios se conoce como amplexo, un nombre que suena como excesivamente técnico para un momento de tanta intensidad, pero es la forma en que la gran mayoría de los sapos y las ranas utiliza para poner sus huevos. Cuando la pareja de sapos ha terminado su tarea, esto se puede reconocer porque los huevos están dispuestos en cordones más o menos largos, pero de forma lineal, mientras que las ranas los suelen poner más en conjunto, como una masa globulosa, o entre nidos de espuma.
El parque es hoy un lindo lugar, al que le falta un poco de mantenimiento, limpieza y cuidado de las mesas. Tiene mucho potencial como paseo de fin de semana y puede ser un pulmón verde cerca de la ciudad de Suárez. Todo depende de los cuidados que podamos darle respetando sus valores y atributos como ecosistema, para que sus elementos naturales predominen sobre aquellos agregados con los que las personas lo invadimos, conscientemente o no.
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