Tomás de Mattos fue un autor fundamental (y de aparentes contradicciones: se llamó Tomás, como el incrédulo personaje bíblico, pero fue un convencido cristiano, comprometido además con la izquierda; nació, por accidente, en Montevideo, pero a los 15 días lo trasladaron a Tacuarembó), parte de una generación de escritores que comenzó a publicar durante la última dictadura. Si bien sus primeros trabajos fueron libros de cuentos (Libros y perros, 1978; Trampas de barro, 1983; La gran sequía, 1984), en diciembre de 1988 se hizo notorio con ¡Bernabé, Bernabé!, la novela que marcó un hito en la literatura uruguaya posdictadura y fue, a la vez, un éxito comercial persistente, con más de 20.000 ejemplares vendidos en poco tiempo.
Si De Mattos se propuso alcanzar la sencillez de lo complejo, con ¡Bernabé, Bernabé! alteró todos los parámetros de la época, novelando, con sólidas referencias históricas, la historia de Bernabé Rivera como verdugo en la matanza de charrúas de 1831, desde una estructura epistolar. La narradora, Josefina Péguy O’Dojherty –luego volvería a aparecer en La fragata de las máscaras (1996)–, se posicionó como un álter ego femenino que va revelando datos incuestionables y una realidad estremecedora que se impone. En su momento, sobre todo a partir de su cuestionamiento de la historia oficial, generó encendidas disputas, desatadas por Washington Lockhart en el semanario Brecha, que lo acusaba de atentar contra la verdad histórica y los principios de la moral. Distanciándose de esta lectura, el crítico y editor Heber Raviolo planteaba que De Mattos no se había propuesto en ningún momento escribir un panfleto contra los Rivera, ni una elegía por la muerte y la dispersión de los charrúas, sino ni más ni menos que una novela, una obra de arte con todo rigor. “Se documentó exhaustivamente, se metió en una época y unas mentalidades que no eran las suyas y fue capaz de ver allí hombres y no macchiette [personajes caricaturescos], fue capaz de recrear caracteres y ambientes, dramas y mentalidades, individuos y clases sociales, patricios y gauchos crudos, militares de escuela e indios indómitos, caudillos y pueblo, jefes y chusma. Puso aventura e intriga, suspenso casi detectivesco, aliento épico, ironía, sutileza, indignación, y el resultado fue esa maravilla de estilo y estructura”. Así, a lo largo de la novela, el grito que le da título al libro adopta distintos sentidos: “Oigo ahora múltiples aclamaciones: ‘¡Bernabé, Bernabé!’. Pero, ¿cuáles son las voces, solitarias o confundidas en la algazara, que enronquecen repitiendo ese nombre?”, se interrogaba casi al final, lo que no hacía más que remontar la mirada hacia el presente de la escritura.
En sintonía con el aniversario de publicación de Bernabé, el 5, 6 y 7 de noviembre se realizará Con vencidos y vencedores. Coloquio Internacional Tomás de Mattos (es gratuito pero se requiere inscripción previa, y hay tiempo hasta el 30 de octubre: www.bit.ly/coloquiotomasdemattos), con sede en el teatro Solís y el Museo Histórico Nacional. Con la participación de más de 30 destacados investigadores nacionales y extranjeros (ver recuadro), este encuentro se propone celebrar a la historia, las letras y los derechos humanos, y abordar distintas disciplinas como las ciencias sociales, el género, la filosofía, el cine y el cómic. Sobre esto la diaria conversó con el profesor y ex director nacional de Cultura Luis Mardones y con la docente y escritora Helena Corbellini, referentes del coloquio.
¿Cómo surgió esta propuesta?
Luis Mardones [LM]: –Tomás murió en marzo de 2016, y se me ocurrió hacer un homenaje en la Biblioteca Nacional [BN], que concretamos meses después. Como en ese momento trabajaba en el MEC [Ministerio de Educación y Cultura] junto a [María Julia] Muñoz –me fui hace unos años–, empezamos a tener allí las primeras reuniones con Helena, que había trabajado muy cerca de Tomás en la BN [fue su director entre 2005-2010].
Helena Corbellini [HC]: –A partir del homenaje en la BN tú nos comprometiste a hacer un coloquio sobre novela histórica.
LM: –Sabía que esto sólo podía salir adelante con respaldo económico de las instituciones, sobre todo por el carácter internacional que suponía. Se lanzó la iniciativa, y lo retomamos hace un año [con el auspicio de la Dirección Nacional de Cultura, la Intendencia de Montevideo y la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República], porque aquel fue sólo el inicio de un proceso que quisimos que tuviera un desenlace de mayor contundencia en cuanto a la producción de resultados culturales, en el marco de una reflexión sobre la novela histórica que reuniera a distintos expertos.
¡Bernabé, Bernabé! se publicó a tres años de la restauración de la democracia, y con la ley de caducidad como tema de agenda, lo que no sólo implicó una revisión sobre el genocidio, sino que además interpeló a la dictadura desde otro lugar. ¿Cómo lo advierten ustedes?
HC: –Hemos hablado de eso, porque desde la recepción pareciera que el autor hubiera tenido ese propósito con la novela. Esta es una hipótesis: al releerla encontré que el prologuista habla de los juicios de Nürenberg de 1948, de los que se cumplían 40 años, de modo que su antecedente histórico de genocidio era el del pueblo judío, y él lo vinculó con los charrúas. Creo que, mientras escribe la novela y la publica, en su agenda no estaba la votación de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, y el llamado a plebiscito. Esto hizo que la novela tuviera un detonante seguramente inesperado para el autor.
LM: –Y para la editorial, que, en pocos meses, terminó editando 20.000 ejemplares.
¿Qué resonancia tiene en el presente, con el avance de los gobiernos de ultraderecha en el mundo?
LM: –Esa es otra gran casualidad, porque cuando comenzamos a planificarlo, nada de esto estaba en la agenda. El huevo de la serpiente, diría [Ingmar] Bergman, porque algo venía incubándose, y obviamente que los brotes de xenofobia y racismo son largos, tanto en Estados Unidos como en Europa, pero nada hacía suponer el triunfo de [Donald] Trump en Estados Unidos. Con el diario del lunes, la reflexión sobre estos asuntos cobra una renovada actualidad. Porque uno de los grandes temas de Bernabé tiene que ver con una de las obsesiones de Tomás sobre el maniqueísmo y la simplificación. Toda su obra puede leerse como un alegato a favor de la complejidad, el misterio y la verdad, o las verdades. Creo que parte de la controversia que se abrió con Bernabé fue porque su operación se leyó como una tentativa defensa de Fructuoso y Bernabé Rivera. Y es discutible si hay o no defensa, pero lo que sí hay es una tentativa de volcar al debate todos los elementos que estaban sobre la mesa y que lo volvían complejo. Entre ellos, que no es verdad que el genocidio se haya producido sólo por un arrebato de los Rivera, y que, en todo caso, las complicidades colectivas siempre son más amplias. En una entrevista, Tomás cita como un elemento muy determinante en la obra a un intelectual de las elites ilustradas que acompañaba al gobierno de Rivera, siendo un liberal progresista de la época. Y utiliza la siguiente expresión: “Está bien que esto se haya concretado, porque así terminamos con la cantinela de la oposición”. O sea que la oposición le reclamaba al gobierno de los Rivera que, como fuera, se pusiera orden al tema de los charrúas. En esa entrevista, Tomás decía que otro aspecto de esa historia que siempre le atrajo era “que la atrocidad de Salsipuedes no fue percibida por nadie; no sólo por los que la cometieron, sino por ningún integrante de la sociedad uruguaya”. Y que el otro hecho que indicaba que la sociedad uruguaya de entonces no percibió la atrocidad de este homicidio, era “el entierro que recibieron los restos de Bernabé. Julio Herrera y Reissig cuenta que Carlos María Ramírez comentó el entierro de Diego Lamas en estos términos: ‘Creo que no ha tenido parangón en la historia, salvo, por lo que me contaron mis padres, el de Bernabé Rivera’. O sea que fue absolutamente masivo; el entierro de Bernabé fue el entierro de un héroe”.
Así fue como se comprometió con la revisión de la historia y de la identidad nacional, en el marco del debate sobre la reescritura histórica. Esto se canalizó en la polémica sobre la historia oficial, los grandes relatos.
LM: –Helena sabe muy bien que Tomás era un gran lector de hermenéutica y de Paul Ricoeur. Hay dos maneras de abordar Bernabé: una es la que refiere a su producción literaria, y otra es la que se podría abordar como sociología de la cultura, porque en ese sentido, Bernabé fue un fenómeno fascinante y bastante sin par en términos de debate, controversias y cantidad de lectores. Ahí juega el factor epocal, porque hay obras que son de un extraordinario nivel literario y fracasan porque se adelantaron a su tiempo.
HC: –Él representa lo que sería la nueva novela histórica. En Bernabé le interesaban mucho [Mijaíl] Bajtín y la polifonía. Después, él quería hablar de otros libros suyos y la gente volvía a Bernabé. De hecho, la gente común lo que quería era saber cómo había sido el genocidio charrúa, y a él le fastidiaba esa pregunta. Pedía que le preguntaran sobre la novela, y, si querían conocer la guerra de los charrúas, que leyeran a [Eduardo] Acosta y Lara, que había sido su fuente. En La fragata de las máscaras él reescribe, desde otro lugar, a Benito Cereno [1855, Herman Melville]. En sus novelas históricas es un escritor de palimpsesto; se proponía un desafío teórico-literario.
A la vez que ubicaba el eje en la subjetividad, en la voz de los subalternos, los silenciados.
HC: –Estamos en plena posmodernidad: la subalternidad, las voces silenciadas... Y hay algo de [Jorge Luis] Borges y de la Historia universal de la infamia [1935]: ¿qué hacemos con los infames Rivera? Pongámoslos en el centro. Ahí hay una operación muy borgeana.
LM: –Y creo que lo podía el catolicismo: él desarrolla una mirada compasiva y sigue el ejercicio de tratar de comprender a alguien con el que, en principio, discrepa. No es casualidad que haya elegido a José Pedro Varela para otra novela [El hombre de marzo, 2010]. Siempre es un ponerse en el lugar del otro. ¿Qué sucede en su cabeza? ¿Cuáles son las fuerzas de la historia que conducen a determinadas decisiones? ¿Cuánto hay de responsabilidad, de culpa, de marioneta de la historia? Si esto se lleva al debate de 1988 con la ley de caducidad, por supuesto que Tomás, en ese plano, era un militante de la verdad y de la justicia, y se movilizó por esas causas. Pero la mirada compasiva estaba planteada. Y también lo que los franceses llaman “el riesgo de que comprender es perdonar”. Porque cuando te acercás demasiado al fenómeno de comprender a alguien, siempre te acercás al riesgo del perdón. Es un tema delicado cuando hablás de genocidios. ¿Dónde trazás la línea para dejar de comprender? Esto guarda relación con la comprensión del espíritu de los tiempos y su radical rechazo a la pereza intelectual y a la ligereza moral, que supone juzgar un pasado complejo con el diario del lunes, y habiéndose producido una decantación y consolidación de valores inexistentes en ese entonces, o apenas incipientes y expresados por voces solitarias, casi testimoniales.
HC: –La banalidad del mal...
LM: –Y porque, en última instancia, ese ejercicio podés desarrollarlo hasta las últimas consecuencias. Para creer en la verdad y en la justicia es necesario un quiebre. Él, como enemigo de la pereza intelectual, decía que lo suyo no era la ambigüedad, sino un “canto a la complejidad del mundo”. No le gustaban los pensadores sistemáticos.
HC: –En cuanto al debate del momento, Lockhart fue su gran marketinero, porque cuando publicó su nota en Brecha, la tituló “Bernabé, o la historia desvencijada”, y lo calificó de un libro antiartiguista, que no sabía nada de historia, que disculpaba a los Rivera... Si pensamos que la novela trata de comprender en 1988 lo ocurrido en 1831, hay una distancia de un siglo y medio. Pero pretender una mirada piadosa para los militares asesinos es otra cuestión. Si se vuelve a contextualizar, creo que Lockhart lo mira desde el pedido de enjuiciamiento a los torturadores y asesinos de la dictadura, y Tomás juzgaba de otro modo a su contemporaneidad.
Óscar Brando plantea que la novela histórica de fines de los 80 y principios de los 90 sustituyó al ensayo histórico de los 60, a partir de la reflexión de la nación y la discusión de la identidad nacional.
LM: –Por qué en los 80 el vehículo fue la novela y no el ensayo es una gran pregunta. Creo que allí donde fracasa el ensayo, la ficción puede llegar a esbozar algunas intuiciones. Vinculado a esto, siempre tengo presente una escena de El otro señor Klein [1976], de Joseph Losey: durante la ocupación nazi de París, unos actores desarrollan un sketch con puras burlas antisemitas en un cabaret, y se escuchan las generales risotadas del público, celebrando esos chistes de forma festiva y estridente, salvo una joven que se siente mal ante semejante espectáculo, y decide darse media vuelta y abandonar el local. Años después, es fácil que todos seamos esa muchacha, pero en medio de los acontecimientos, muchas veces todo es más confuso, y no son pocas las ocasiones, como dirá el propio Tomás, en las que la piedad y la crueldad aparecen mezcladas hasta la confusión.
Y que él reelabora desde la ficción histórica.
HC: –Sí, ya lo dijo [Eduardo] Acevedo Díaz: se lee mejor la historia en la novela. Desde Acevedo Díaz en adelante, el que creó su proyecto literario sobre la novela histórica –aunque también contara con otra línea– fue Tomás.
LM: –Y murió relativamente joven, porque ese proyecto literario continuaba: estaba trabajando sobre Venancio Flores y Bernardo Berro, sobre la guerra del Paraguay. Cuando se vuelca a escribir El hombre de marzo es una digresión sobre la contienda de Berro y Flores. Tenía pasión por la historia y había encontrado en el género un modo de debatir muchas cuestiones, porque era un hombre de ideas al que le gustaba debatir.
¿Cómo trasladaron esta perspectiva al coloquio?
HC: –Con los expositores. Primero, convocando a un experto en novela histórica, que es Karl Kohut, que compiló un libro llamado La invención de la historia –el título ya sugiere su concepción–. Es un filólogo que se ha dedicado a los estudios culturales y que, casualmente, conoció a Tomás en un congreso en Alemania. En la relación con la Facultad de Humanidades, lo interdisciplinario cobró fuerza, sobre todo en diálogo con la gente del CEIU [Centros de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos] y con Carlos Demasi. Así fue como surgieron otras vertientes filosóficas, antropológicas, etcétera.
¿Qué se propusieron con este encuentro?
LM: –En lo particular me interesaba el debate plural y polifónico de 1988, que se sostuvo a lo largo de meses en medios de prensa calificados. A veces, uno tiene la sensación de que hoy se adolece de una falta de debates importantes. El último que recuerdo de esta impronta fue el que mantuvieron Gabriel Peluffo Linari y Juan Fló a través de Brecha, y a partir del arte contemporáneo. Creo que este coloquio es la reivindicación de un debate necesario. Y tal vez sea una nueva oportunidad para retomar la polémica que se dio en 1988, en diálogo con lo que sucede en el presente.
Programados
En las jornadas (el programa completo se puede consultar en www.ladiaria.com.uy/UTg) expondrán y conversarán con el público el autor de Educación para la paz, Andrés Palma, un experto en didáctica de la historia de las ciencias sociales, considerado “un referente de la nueva didáctica que, entre su propuesta, incluye la enseñanza de las ciencias sociales a través de las novelas históricas”; el teórico Luis Roniger, que llegó a la obra de De Mattos a partir de su estudio sobre el legado de las violaciones a los derechos humanos en el Cono Sur; la teórica ineludible de la novela histórica, Magdalena Perkowska (Historias híbridas); el académico Cristiano de Oliveira, un especialista en el nuevo romance histórico brasileño; el hispanista alemán Karl Kohut (La invención de la historia); la investigadora argentina Teresa Basile; el antropólogo e historiador Alexis Papazián, que ha trabajado sobre los genocidios de los pueblos originarios, “no sólo abordando al genocidio como eliminación física, sino también como el intento de supresión de las huellas culturales, de pretender borrar cualquier rastro”; y Celia Fernández Prieto (Poética de la novela histórica como género literario).
Entre una importante participación nacional, se encuentran los investigadores y docentes Óscar Brando, Carlos María Domínguez, Ana Inés Larre Borges, Hugo Achugar, Rosario Peyrou, Gabriel Peluffo Linari, Mario Delgado Aparaín, Jorge Arbeleche y Nicolás Duffau (con un trabajo sobre los usos políticos del rumor).