En setiembre de 2017 la editorial Estuario se embarcó en un proyecto bastante atípico y por demás interesante, inspirado en la colección estadounidense de libros de bolsillo titulada 33 1/3 (por las revoluciones por minuto que da un vinilo de larga duración), en la que periodistas, escritores y músicos dedican cada título al disco que les plazca, con el enfoque que les parezca. El año pasado, la colección vernácula –llamada Discos– tuvo sus primeros cuatro volúmenes, un ensayo introductorio sobre el rock rioplatense y otros dedicados a Tango que me hiciste mal (Los Estómagos), Otra navidad en las trincheras (El Cuarteto de Nos) y Caída libre (La Trampa). Luego de un año de silencio, se publicaron dos nuevos volúmenes. El último en aparecer en las librerías es Ideación, sobre el primer disco de Psiglo, escrito por el abogado y periodista cultural Luis Fernando Iglesias, colaborador de El País Cultural y conductor del programa radial Historias de música, de Emisora del Sur.
Quienes hayan escuchado su programa sabrán que Iglesias, a la hora de hablar de música, no le rehúye a la anécdota personal, sino todo lo contrario: la abraza con mucha pasión y esmero. Por eso no sorprende que el primer capítulo del libro se titule “Cuareim 1477” –debido a la dirección exacta donde el autor vivió parte de su adolescencia– y se explaye sobre la atmósfera barrial, familiar y sonora, y sus primeros síntomas de melomanía (que incluyen detalles como saber de memoria en qué parte de “Who’ll Stop the Rain” saltaba un vinilo de Creedence, de tanto que lo había escuchado junto a su hermano). Pero no hay que asustarse, el yoísmo viene en pinceladas justas y no estropea el cuadro, sino que le da un color pintoresco que incluso nos hace empatizar con el yo del autor de hace más de 40 años, y preguntarnos hasta el final qué habrá pasado con esa gurisa que conoció en Lagomar en un toque de Psiglo y no le daba cabida.
A diferencia de otros libros de la colección –tanto la de Estuario como la yanqui en la que se inspira–, este dedicado a Ideación no está separado canción por canción y no pone el foco sólo en el grupo y en el álbum (cuenta en detalle cómo se grabó y con su prosa rica en adjetivos describe cada canción de Ideación parte por parte, resaltando atmósferas y sensaciones), sino que a través de los capítulos también se desarrolla el contexto musical, social y político en el que se forjó Psiglo, sus influencias y cómo su música impactó en las siguientes generaciones de rockeros uruguayos. Los insumos para escribir el libro fueron básicamente entrevistas con Jorge García Banegas, Luis Cesio, César Rechac y Ruben Melogno (integrantes del grupo), los dos tomos sobre el rock uruguayo de Fernando Peláez (De las cuevas al Solís: el movimiento de rock uruguayo de los primeros años 70, 2002-2003), más un largo conjunto de textos que publicó Banegas en su cuenta de Facebook. También prestaron testimonio –para el encare sobre la influencia que dejó Psiglo– los músicos Jorge Nasser, Alejandro Ferradás, Walter Bordoni y Tabaré Rivero, entre otros.
Al final, el libro resulta una concisa historia de Psiglo y su obra mayor, que se lee de un tirón sin problema, ya que resulta un texto ameno tanto por su forma como por su contenido (no hay un sesudo análisis musicológico ni mucho menos) y una excusa perfecta para (re)descubrir a los Deep Purple charrúas.
De regreso a Oktubre
Antes del de Iglesias, en la colección Discos se hizo espacio a un libro que rompe el molde por dos motivos. Es el primero que aborda un álbum extranjero y que se aleja por completo de lo periodístico: es una novela a secas. Se trata de Oktubre, de la escritora Carolina Bello, sobre nada menos que una de las obras maestras de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y del rock argentino en general. El libro se presentará hoy en la feria Ideas + del Parque Rodó, a las 20.00, donde la autora estará acompañada por el escritor Ramiro Sánchiz y su guitarra, de la que, obviamente, saldrá un torbellino de acordes ricoteros.
Bello tuvo la ingeniosa idea de escribir una novela que empieza en 1985, un año antes de editado Oktubre, y presenta un intercambio epistolar entre Olga, una joven ucraniana, y Hernán, un porteño fanático de los Redondos, intercalado con relatos como el del accidente de la central nuclear de Chernóbil. Obviamente, como todo ricotero sabe, esto no es en vano, ya que el himno “Jijiji” tiene una referencia explícita a la tragedia y además, en vivo, el Indio Solari solía cantar con un dejo melancólico “Olga Sudorova, vodka de Chernóbil, ¡pobre la Olga, crepó!” (y sí, de ahí sale el nombre del personaje femenino).
“La Bestia Pop. ¡Qué nombre! Una cosa que me gusta de Redondos es que unen sentidos distintos, me parese [sic] que eso enriquece el sentido porque te hace mirar más, buscar más. ¡A quién se le ocurre una Bestia pop! Una bestia es mal, fiera, fuerte, fea, ¡pero Pop! No entendí qué es ‘groggy’ y estoy segura que ni siquiera sé a [sic] qué quiere decir en realidad, pero eso es interesante en las letras”. Así, con errores ortográficos –y hasta palabras tachadas en algunas partes–, como buena carta en español escrita por una ucraniana, Olga va descubriendo a Los Redondos desde su primer disco, Gulp! (1985), para luego pasar al álbum central del libro. El intercambio entre la neófita y el fanático es la excusa perfecta para deslizar reflexiones variadas sobre las canciones de los Redondos –más sobre las letras que sobre la música, como suele pasar– y también sobre sus diferencias en el contexto del rock argentino. Hernán dice más de lo que parece cuando explica que las diferencias de las letras “mucho más barrocas”, con “metáforas prepotentes”, parecen tener un cartel colgado que dice “hola, soy una metáfora”, como las de “Color humano”, del primer disco de Almendra.