En febrero de 2017 José Arenas (Montevideo, 1989) comenzaba a publicar en su muro de Facebook lo que los usuarios rápidamente llamarían “La novela de Nico”: una serie de episodios narrativos breves enunciados en primera persona, que contaban con detalle el proceso de separación del narrador personaje con Nico, un novio roto, merquero y dark al que había decidido dejar. Las publicaciones se prolongaron hasta junio del mismo año (incluyendo un espectáculo performático con algunos fragmentos, estrenado en Kalima), y por su tono realista y su parecido discursivo con la narrativa de la propia red –textos breves de comienzos abruptos, historias de la cotidianidad como las que suben a diario los mismos usuarios– inmediatamente se generó un efecto de ficción difusa. ¿Era el propio José Arenas quien contaba la historia?
El autor lo ha negado, pero la lógica del medio utilizado, más el empuje de un nuevo pacto ficticio pos auge de la autoficción –que en narrativa, a nivel local, fue signado definitivamente por El hermano mayor (Daniel Mella, 2016)–, impidieron que la lectura, materializada con espontaneidad en el feedback de los comentarios, se saliera de ese espacio en el que el personaje representado públicamente por el autor se confunde irremediablemente con el yo de su escritura.
Del José Arenas escritor se puede decir que es un espécimen gratamente raro: poeta, crítico, músico y letrista de tango, performer queer; su voz narrativa se construye desde una mezcla no esperable, como ocurre en su primera novela, Los rotos (2017), en la que el lirismo y el sarcasmo la colocan más allá de las propias tradiciones heterogéneas que actualiza. Recientemente, “La novela de Nico” se transformó en Con un hilo de voz, la segunda novela de José Arenas, publicada por Yaugurú en febrero (se presenta mañana a las 21.00 en Kalima), con lo que el experimento en la red devino libro, es decir, adquirió un formato más tradicional. En esta edición curada por Maca (Gustavo Wojciechowski), las tipografías y la ordenación espacial del texto mantienen cierta semejanza con el contexto original de enunciación.
Amor de putos
Con un hilo de voz es una historia de amor –o de desamor– sin miedo a serlo, que construye su narrativa adictiva a partir de la anécdota usual de un amor turbio. Pero, en su caso, se trata de una historia de amor turbio y entre hombres, que desde un discurso que se sabe superado –y, por eso mismo, se pone constantemente bajo su propia mira sarcástica– aborda las limitaciones de un Montevideo que, a pesar de haber reconocido algunos derechos a los homosexuales, sigue sin ofrecerles la posibilidad de una vida afectiva completa. De este modo, el devenir del personaje se da de lleno con la promiscuidad tapada de internet, con la hipersexualización y hasta el clasismo del puto bien remunerado, escindiéndolo entre un mundo de rotos y genuinos que lo ponen en riesgo físico y mental –el mismo Nico, músico, sensible y seductor– y otro de putos adaptados, que han pagado el precio del individualismo y la normalización estupidizante por ocupar un lugar de reconocimiento social (publicistas, hippies de clase media alta, obsesos del gimnasio y de la estética corporal).
Arenas acierta al cruzar la soledad resultante con la estética del tango, haciéndose espacio entre el llanto pasional para acomodar la voz de su narrador, en un encuentro del tango y lo queer, que de por sí es herético. En este mismo sentido, desde el título la novela trata el tópico del cuerpo como espacio de poder y de violencia, desde las orgías espontáneas en las que participa fugazmente el narrador hasta los cortes recurrentes, rito imbricado en la manera misma de vivir su amor gótico por Nico.
Con un hilo de voz es la historia de una agonía y de un aprendizaje, el descubrimiento del autocuidado partiendo del último gesto antes de tocar fondo –es decir, dejar a Nico–, y su desarrollo en el período inmediato de dolor y revisiones frustradas de espacios pasados, típicas de la separación. Al igual que John Fante o José Sbarra, la dosis de realismo pesimista y morboso de Arenas se compensa con otras pequeñas de amor, como el reencuentro casual con una ex en el que el cariño es presentado más allá del tiempo y de las circunstancias concretas de la relación vivida –previa a la salida del closet–, o los últimos encuentros con Nico, en los que el morbo caníbal cede, y da lugar a lo humano. ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad para el amor homosexual? La interrogante queda flotando y cuestiona en una dimensión que está allá de los cambios políticos e institucionales.
Galería
En la página 79 del libro, y a partir de una situación engorrosa con el dueño del edificio en donde vive un plomero, el narrador sostiene: “Era un día para interactuar con [...] esas torpezas cotidianas que no merecen un libro, pero tuve que hacerlo, no soy García Márquez. [...] Mi vida no tiene que ver con el realismo mágico sino con el realismo pobre y gris de una ciudad pobre y gris en una época pobre y gris”. La afirmación, aunque irreverente, tiene su propias tradiciones latinoamericanas y locales, como la antología de relatos McOndo, compilada por Alberto Fuguet (1996), y el relato under uruguayo de principios de los 90 –Gabriel Peveroni, Gustavo Escanlar, Lalo Barrubia–. En cualquier caso, Arenas procede de manera inversa al folclorismo del realismo mágico y sus primos hermanos del continente, describiendo no para embellecer y hacer resaltar un localismo atávico y original, sino para poner bajo el ojo de una sensibilidad precisa y corrosiva una especie de versión de bolsillo del decadentismo simbolista y su sentimiento de insatisfacción constante.
Aquí no hay posibilidades de que el amor se sobreponga y exista más allá de las circunstancias, porque todo es circunstancia, y además es banal. De este modo la novela funciona también como una galería de personajes del Montevideo contemporáneo vistos desde la perspectiva del artista, figura que ha aprendido a mezclarse con locos y mendigos, si bien suele gozar de un pasar social mejor que el de estos. Así, aparecen los vecinos de Pocitos, la milica torta y su madre, la feria; los chongos del pasado y los que ahora puede conseguir en las redes; su hermana y su novio cheto, en simbiosis de superficialidad; los profesionales, torpes y crueles; y los artistas, clasificados durante la división de libros que hace con Nico, o citados en boca del narrador, en una banda sonora de buscada emocionalidad cursi (hasta la parodia, si se tiene en cuenta cierto enamoramiento naíf por el cantante de Márama). Tontovideo se actualiza en su versión de nuevo uruguayo, y Arenas lo captura sin clichés, sabiéndose parte en todo momento.
Con un hilo de voz. De José Arenas. Montevideo, Yaugurú, 2019. 94 páginas.