En 1979, Jorge Luis Borges afirmaba elogiosamente que, en un país y una época de mayorías católicas, Victoria Ocampo tuvo “el valor de ser agnóstica”: “En un momento en que las mujeres eran genéricas, tuvo el valor de ser un individuo. Que yo recuerde, no discutimos nunca la obra de [Henrik] Ibsen, pero ella fue una mujer de Ibsen. Vivió, con valentía y con decoro, su vida propia”. En la misma línea, el español José Ortega y Gasset escribió. “Todos saben [...] que [...] cuando haya que dar una tremenda arremetida contra la injusticia, una indecencia o un desmán, la impetuosidad, el coraje y el vendaval generoso que hay en el alma de Victoria Ocampo la llevarán a no poder contenerse y a arriesgar sin reparos su gesto y persona”.
Además de escritora, intelectual, ensayista, traductora y mecenas argentina, Victoria Ocampo (1890-1979) fundó la revista de letras más importante de Latinoamérica, Sur, y la editorial del mismo nombre (con la que difundió a autores locales y a emblemas como William Faulkner, Jean-Paul Sartre y Albert Camus, entre tantos), y fue una de las pioneras –aristócratas– en luchar por obtener un espacio para la mujer: desde los distintos ámbitos, que incluyeron la presidencia de la Unión de Mujeres Argentinas, en 1936, defendió la igualdad de género como una necesidad y una revolución, con declaraciones faro del tipo: “La revolución que significa la emancipación de la mujer es un acontecimiento destinado a tener más repercusión en el porvenir que la guerra mundial o el advenimiento del maquinismo. Lo único que me pregunto es si la palabra ‘emancipación’ es exacta. ¿No convendría más decir ‘liberación’?”. Se dice que fue la primera en fumar en público y en manejar su propio auto, la única latinoamericana que presenció las sesiones de los juicios de Núremberg, y que, en paralelo, se opuso a los principios de su familia, en la que el destino inapelable derivaba en el casamiento y la maternidad.
“La maternidad a la manera de las vacas (animal generoso pero animal) no me ha inspirado nunca respeto. Ni me parece una elevada aspiración humana”. Esta respuesta de Ocampo a Ortega y Gasset es la que elige José Miguel Onaindia para ilustrar su concepción de la maternidad no como un destino inapelable, sino como una decisión que es parte de la libertad individual. En el marco del Día Internacional de los Museos, el director del Instituto Nacional de Artes Escénicas dará una conferencia el sábado a las 15.00 en el Museo de Artes Decorativos Palacio Taranco (25 de Mayo 376), con el nombre “Victoria Ocampo: feminismo y cultura en el siglo XX”.
40 años después de su muerte, Onaindia reconoce que todavía hay muchos aspectos que reivindicar: “Su lucha por el sufragio es importante pero es una más, y comparte escenario con muchas mujeres de la época que también batallaron por eso. Pero la reivindicación de la mujer operando en la realidad y en los terrenos eminentemente masculinos fue una de sus principales peculiaridades”.
A Onaindia le interesa esta singularidad de una mujer jaqueando los espacios eminentemente masculinos: “En lo literario no se dedica a escribir poemas ni relatos de amor, sino al ensayo y a la crónica. Y luego les disputa la empresa cultural, porque lo que ella monta es un gran proyecto cultural editorial de difusión y mecenazgo. De cierta forma, anticipa el boom de la literatura latinoamericana pero sin intereses comerciales, ya que lo hace en forma de empresa, porque Sur es una editorial, pero sin intereses” marketineros. De este modo, Ocampo cuestionó la consolidación del canon, a la vez que fue de las primeras en reconocer “la maestría de Borges”. Incluso, dice, la literatura latinoamericana puede ser contada sin detenerse en los autores relevantes: “De pronto se puede contar la historia de la literatura latinoamericana sin considerar a [Adolfo] Bioy Casares, y a lo sumo se pierde un buen escritor, pero sin Victoria es imposible”, ya que quedaría al margen su intervención en la tradición, su reconocimiento de que Borges era la gran figura de la literatura argentina, y luego Bioy Casares, Juan Carlos Onetti, Camus... “Además de que en el directorio [de Sur] estaban Ernesto Sábato –que después fue su detractor– y Julio Cortázar, entre varios, y me pareció interesante el hecho de poder vincularla con Uruguay, porque en el primer directorio de Sur estuvo [Jules] Supervielle, además de todos los uruguayos que pasaron por la revista, incluido Homero Alsina Thevenet, que fue uno de sus críticos de cine”.
Hasta Eisenstein y De Sica
Destaca, además, el lugar de Ocampo como una de las primeras en hacer propia la estética de la modernidad. Así, pondera su promoción de las nuevas tendencias en el cine (“ella produce cine, y se convierte en un gran ejemplo de coproducción, a la vez que apuesta a lo multicultural”), y su defensa del patrimonio, la ecología y la naturaleza “cuando nadie lo hacía”.
Su lucidez y apertura alcanza, incluso, a reconocer el mérito de varios quiebres y saltos contemporáneos, ya sea de la vanguardia o el neorrealismo cinematográfico. Ella no sólo los advierte, dice Onaindia, sino que además tiene una gran cercanía con las culturas populares; veía muchísimo teatro y cine, le gustaba la música contemporánea y “fue una de las primeras impulsoras de The Beatles en Buenos Aires, por ejemplo, cuando era una mujer de casi 70 años”. Cuenta que, después de ver El acorazado Potemkin (1925, Serguéi Eisenstein), quiso llevar a su director a Argentina para que pudiera hacer una película sobre la pampa, y lo mismo intentó con Vittorio de Sica (de hecho, hay correspondencia publicada entre ella y los dos directores).
Entre las múltiples apuestas, también es impactante la capacidad de vislumbrar el lugar que ocupaban ciertas obras que, con los años, se convertirían en clásicos de una época: en ese entonces “convocó a los jóvenes intelectuales argentinos para debatir sobre Hiroshima mon amour [1959, Alain Resnais], que fue una de las películas que rompió con el código lingüístico y simbólico del cine de esos años, como la continuidad y el realismo. Es una película absolutamente renovadora, y ella capta eso y se propone generar debate. De modo que es una gran irradiadora del pensamiento y la cultura latinoamericana, a la vez que desafía a la censura, al aparato católico y a la moral” del momento.