Hace 700 años, día más día menos, en Ravena, enfermo de malaria, afiebrado y tembloroso, bajo la luz titilante de un pábilo que el viento movía al colarse por una ventana mal cerrada, quien naciera 56 años antes en Florencia como Durante di Alighiero degli Alighieri, habiéndose reconciliado con Dios mediante la contrición de todo aquello en que, como mortal, contra Él hubiese pecado, cerró los ojos al mundo. Su cadáver fue depositado en un ataúd adornado con los símbolos del poeta y trasladado luego con honores al convento de Frailes Menores de aquella ciudad. Por paradójico que suene, la conversión del bardo en meros despojos determinó su entrada a la inmortalidad.
Mucho antes de las innúmeras semblanzas, ensayos, tratados, odas, refutaciones, interpretaciones e imitaciones que con los siglos se le han dedicado; mucho antes de la redacción de tesinas, tesis y papers de variado grosor, redactados por ejércitos de académicos a lo largo y ancho del globo, dedicados a apresar una parte o el todo de la obra que el poeta muerto en Ravena dejó tras de sí, leudando así un conocimiento tan arborescente como inútil, Dante Alighieri tuvo su primera biografía en la pluma de otro florentino, Giovanni Boccaccio (1313-1375), el autor del Decamerón y al que tanto le debemos, aunque nunca lo hayamos leído, todos los que alguna vez emborronamos una página con la pretensión de escribir una historia.
El Trattatello in laude di Dante, que la editorial Vola Archivos ha rescatado en traducción de José María Borras, es un pequeño volumen dedicado a repasar la vida de Dante a través de los principales episodios que la jalonaron, así como la de ciertos aspectos de la obra que dejó tras de sí. Para Boccaccio, Dante Alighieri fue algo más que una obsesión; a sus escritos les dedicó largas jornadas de estudio y admiración, intentando atravesar las capas superpuestas de su particularísimo estilo, más allá de las ondas inmediatas generadas por la obra de quien fue uno de sus maestros. En Nápoles, ciudad a la que llegó con su padre cuando tenía 14 años, Boccaccio estudió leyes con el poeta stilnovista Cino da Pistoia, quien fuera amigo de Dante, y empezó a convertirse así en el principal especialista de su tiempo en el autor de la Commedia.
Por supuesto que, desde este presente descafeinado, no hay otra forma de emprender la lectura de Dante Alighieri su vida y sus obras que no sea por fuera del acumulado de estudios que siete largos siglos han generado sobre el poeta. En tal sentido, este librito se lee como una declaración de admiración, pero también como una reseña biográfica de primerísima mano, escrita por alguien que no sólo recorrió los caminos que anduvo Dante tras su exilio de Florencia, entrevistándose con testigos que se lo cruzaron, sino que accedió al trato con sus descendientes directos. El resultado es un texto de invaluable cercanía, que no se entrega a la lisonja ni al panegírico y que cuenta la vida de un gran artista con todas sus luces y sombras (aunque es verdad que estas últimas siempre se encuentran atenuadas, como cuando escribe: “Tenía un amor insaciable por los honores y la fama, acaso mayor de lo que cumplía a su noble naturaleza. Pero, ¿cuál es la vida, por humilde que sea, que no se sienta tentada por los halagos de la gloria?”). En la descripción física que Bocaccio realiza del poeta –de mediana estatura, caminaba un tanto echado hacia adelante y tenía un rostro alargado, nariz aquilina y ojos grandes, bajo un enmarañado cabello negro–, precisa un elemento que nunca fue tenido en cuenta por los diversos artistas que lo fijaron con el paso del tiempo, para empezar Sandro Botticelli, autor del famoso retrato pintado en 1495: una barba espesa y crespa.
La cercanía de la que hablé antes queda subrayada por la referencia a ciertos episodios en la vida de Dante, que Boccaccio describe como al pasar y que, en su propia acumulación, tienen la particularidad de aproximarlo aún más a los lectores. Uno de ellos se refiere a la propia condición lectora de Dante, su dedicación al estudio y su adicción a la palabra. Así, cuenta el biógrafo que llegado que hubo una vez Dante a Siena, entró a una tienda y el boticario le entregó un pequeño libro muy famoso entre los hombres de ciencia, que el poeta aún no había tenido oportunidad de leer. Como no encontraba un lugar tranquilo, se echó boca abajo sobre un banco y dedicó la tarde a la lectura del volumen mientras afuera, en la calle cercana, se celebraba un gran torneo entre caballeros, seguido por un ruidoso y multitudinario baile: “Declaró después a algunos que le preguntaron cómo había podido dejar de admirar el magnífico festival que se había celebrado junto a él, que no había oído nada ni se había enterado de tal cosa. Con lo que el asombro de los preguntantes subió de punto”.
Hay un hilo conductor en el libro, que va más allá de las peripecias vitales del poeta y de la concisa glosa que, sobre el final, el autor emprende de cada una de las obras escritas o imaginadas por el vate. El hilo conductor lo constituye un perturbador sueño que la madre de Dante tuvo una noche, mientras lo llevaba en sus entrañas: soñó que en un prado, junto a una fuente cristalina y bajo un frondoso laurel, daba a luz a un niño que se convertía en pastor, pero que cuando este pretendía tomar unos frutos del árbol, caía para transformarse en un pavo real. La extrañeza de la imagen adquiere de pronto una certeza palpable y Boccaccio advierte entonces, como de pasada, que hay hombres que exceden su mero devenir terrestre o, para decirlo en sus palabras, “la divina bondad prevé, desde la eternidad, todos los futuros sucesos, y sabe cuándo la naturaleza, que es su ministro, va a producir algo extraordinario entre los mortales”.
Dante Alighieri su vida y sus obras. De Giovanni Boccaccio. Madrid, Archivos Vola, 2021. 72 páginas. Traducción de José María Borras.