Publicada en agosto de 1944, menos de un año antes del final de la Segunda Guerra Mundial, y ambientada durante unos pocos meses de 1938, entre una barriada de Londres y una mansión campestre de Devonshire, un gran logro de la novela Cluny Brown, de la escritora británica Margery Sharp (1905-1991), es el de extrapolar los vaivenes del presente de la escritura hacia el presente de la ficción, en una interesante conjunción de elementos que adensan la trama y le otorgan al relato un perturbador ruido de fondo. De esa forma, la novela, que en la superficie es una comedia costumbrista de enredos, que explota con brillantez el contraste entre la clase alta y la clase trabajadora, va incorporando, en sordina, lo que en pocos meses se convertirá en un conflicto bélico global.
Margery Sharp fue una escritora prolífica y multifacética, mayormente conocida por su serie de libros para niños Los rescatadores, inaugurada en 1959, con ilustraciones de Garth Williams. Sus primeros relatos aparecieron en las páginas de Punch, The Saturday Evening Post y Ladies’ Home Journal, hasta publicar, con 25 años, su debut novelístico, Rhododendron Pie, que inauguró un febril ritmo de ediciones de prácticamente un libro por año. Cluny Brown tuvo el espaldarazo extra de haber sido llevado al cine de inmediato por el inconmensurable Ernst Lubitsch, asunto sobre el que volveré más adelante.
Poblada por un humor sutil y con un ritmo trepidante, a través de capítulos breves la novela sigue las desventuras de la inquieta joven Cluny Brown, sobrina de un respetado plomero de Paddington, que tras una frustrada incursión en la técnica de la plomería es colocada como sirvienta en una alejada mansión rural, sitio en el que transcurre gran parte de la trama. El contraste entre la joven sirvienta a la fuerza y el copetudo mundo de sus patrones es explotado de forma magistral por Sharp, en una serie de viñetas que nunca se convierten en caricaturas, y que van dotando a cada personaje de una particularidad afín a la historia (el lord dueño de casa ha recorrido todo el mundo pero se enerva si alguien quiere sacarlo de la habitación; su esposa cultiva flores y plantas, convirtiéndose en una conversadora monotemática; el viejo y torvo mayordomo podría llevar o no un tupé, lo que dispara apuestas entre el personal subalterno; el ama de llaves practica una rigurosidad militar pero se desmorona cuando alguien le regala unas medias, etcétera). Al elenco fijo de la mansión se sumarán por diversas causas dos actores destinados a hacer trastabillar la calma de la finca y potenciar el propio argumento: Adam Belinski, un refugiado escritor polaco que ha llegado a Londres escapando de los nazis, y Betty Cream, una rubia desenfrenada que enciende las pasiones de varios personajes, de cuyo carácter falsamente insustancial se vale la novelista para realizar una interesante lectura de la condición femenina de su época. Este personaje secundario se convierte también en el más complejo de la historia, presentándose como una suerte de contracara de Cluny Brown, cuyo protagonismo se diluye de a ratos para que la novela siga los derroteros de los demás caracteres centrales.
El gran tema de la novela no es el del enfrentamiento entre clases sociales ni la inminencia de una guerra mundial, sino la necesidad de las mujeres de escapar de los moldes impuestos por la sociedad. Cluny Brown, que se siente más cómoda destapando cañerías con un mameluco mugriento, y Betty Cream, que ante el acoso sistemático de los hombres les enrostra su propia ridiculez amatoria, le permitieron a Margery Sharp ilustrar las férreas convenciones de la época a través de la ficción. Y de paso despliega el relato de una de las historias de amor menos convencionales sobre las que pueda leerse, atropellando en cada giro las resobadas etiquetas de esa entelequia conocida como alta sociedad.
El comentario de esta novela no debería cerrarse sin una mención a Cluny Brown (1946), la adaptación cinematográfica de Ernst Lubitsch, su última película dirigida de forma completa (murió al año siguiente, mientras filmaba That Lady in Ermine). En manos de Lubitsch la novela de Sharp se convierte en otra cosa, pero sin perder en el camino su esencia. En la pantalla, Jennifer Jones le da vida a una Cluny Brown más luminosa que la original, mientras que el personaje de Belinski (interpretado por Charles Boyer) adquiere mayor relevancia, determinando con su accionar las peripecias que culminan con una inesperada huida en tren. En la traslación, la historia de la frustrada plomera devenida sirvienta, así como la de los personajes que la rodean, se redimensiona por el consabido “toque Lubitsch”, a saber, el giro refinado, el elemento irónico, el toque sutil en los diálogos o en el propio encadenamiento de las acciones. Un aspecto no menor del trabajo del director berlinés y de sus guionistas es haber mantenido el trasfondo de las diferencias entre clases sociales, subrayando algunos elementos que mantienen intacta la brillantez del filme.
Aparecida en la interesante colección Sensibles a las Letras, de la no menos interesante editorial Hoja de Lata, prístinamente traducida por Raquel García Rojas, esta edición de Cluny Brown acerca a nuestro idioma a una escritora más que atendible. Es de esperarse que la aparición de esta novela en español propicie nuevas traducciones de su obra.
Cluny Brown. De Margery Sharp. España, Hoja de Lata, 2020, 290 páginas. Traducción de Raquel García Rojas.