Una mujer, europea, casi 50 años, separada, con dos hijos, en Barcelona, perteneciente a la burguesía intelectual catalana, escritora y traductora, y sus conflictos diarios, relacionados principalmente con sus vínculos. Hasta aquí se podría decir que es otra novela sobre vidas burguesas sin conflictos ni demasiados sobresaltos, pero Gema, la última novela de Milena Busquets, autora de la exitosa También esto pasará, en la que el tema excluyente era la muerte de su madre, la editora Esther Tusquets, no es sólo eso.
En esa aparente calma de un personaje con su vida acomodada y sin problemas, el recuerdo de Gema, una amiga de la infancia, muerta a los 15 años, se mete como una espina que no mata, pero que incomoda, que marca presencia, que está aunque se intente ignorar. Y molestando como un zumbido, la extraña sensación que comienza a experimentar la narradora de ni siquiera estar muy segura de que lo que recuerda haya sucedido realmente. Es interesante que estas reflexiones lleguen en el momento en que la problemática en torno a la fidelidad del recuerdo, de la memoria como relato tan ficcional como real y del relato del pasado como una red de puntos de vista han tomado los debates sobre la propia literatura. Y en tiempos en que la sensación es que se trata de debates sin solución, porque el recuerdo realmente es siempre una reconstrucción y por lo tanto, también una invención, Gema se plantea estas inquietudes para rápidamente superarlas y reconstruir la historia de esa amiga muerta, dándole a todo el material el mismo estatus de real.
Esa vuelta al pasado está además teñida de la idea de que se trata de un regreso a los momentos más felices, lúcidos y vitales de la existencia humana. No sólo con relación a la forma en la que se vive, sin preocupaciones, sin especulaciones, sino también en lo relativo a la propia creación artística, la narradora plantea que de alguna forma el cenit de la vida de un ser humano se alcanza en la infancia y la adolescencia y luego se apaga, se olvida, se intenta infructuosamente recuperar algo que ya no regresa. Porque el problema no es únicamente que se pierda el brillo de una época mejor, sino que el pasado en general es algo que está en constante derrumbe y camino a la desaparición total. La imposibilidad de detener esta desaparición, y a su vez lo imposible de reconstruir lo perdido, es una idea que atraviesa la novela. Ni siquiera internet y su vocación totalizadora en relación al archivo y la información podrían impedir este inexorable destino. Poco se sabe de Gema, de sus padres, de los compañeros de clase de la narradora, y contra eso no hay nada que se pueda hacer. Escribir es un intento fallido, pero lo que parece quedar claro en la novela es que aun así, es lo único que se puede hacer y vale la pena intentarlo. De ese modo, la memoria, la reconstrucción del pasado ya no sería para volver a ver, a saber, a sentir lo vivido, sino una forma de volver a casa, de recuperar el camino, como las migas de pan de Pulgarcito para no perderse en el bosque.
Acompañan esta indagación en el pasado el presente de la protagonista y sus vaivenes relacionados con el amor, el desamor, la amistad, la maternidad, la relación con los padres, la ciudad, el arte, y hasta el propio proceso creador, ya sea como escritora o como traductora, que también se cuela en el relato. El gran mérito de Gema es que la forma en que estas vicisitudes están relatadas es sencilla, honesta, sin pretensiones de relato moralista ni grandilocuente. La narradora recuerda y reflexiona, reconstruye el pasado y analiza el presente, planteándose todo el tiempo preguntas, algunas más difíciles que otras, pero con la sana liviandad de no querer forzar una respuesta cuando no la hay, de equivocarse cuando es necesario, o de responder con la opción más obvia si es lo que la pregunta pide. Esto genera un relato fluido y sin traumas, sin peroratas innecesarias ni descripciones soporíferas, sin grandes historias ni ínfulas de novela con mayúsculas. Sin embargo, la apuesta por este tono, que suele salir bien y significa un punto alto del relato, también es lo que le cuesta sus momentos más bajos. Hay un juego permanente con lo esnob y lo frívolo, no sólo en el tono sino también en los hábitos, en los consumos y en el pasado y la tradición de la narradora, una mujer blanca europea rica y con una belleza hegemónica, que a veces se vuelve pesado, porque no todo lo que plantea tiene interés, belleza o utilidad para lograr algo en el relato, y por momentos la empatía que se había alcanzado con la narradora se puede romper para, lisa y llanamente, empezar a verla como una tonta que dice tonterías. Esto es más evidente cuando comenta o analiza cuestiones banales de la cotidianidad y los vínculos sexoafectivos, muchas veces reflexiones forzadas y en las que la narradora no parece tener mucho que aportar.
Gema es una novela que deja más preguntas que certezas sobre el tema en cuestión y sobre la propia novela como obra, pero que muestra, al igual que sus trabajos anteriores, a una escritora que –en un tipo de novela que, al contrario de lo que suele pensarse, es muy difícil de escribir, justamente por los peligros que se corren– evidencia un dominio y una sensibilidad a seguir bien de cerca.
Gema. De Milena Busquets. España, Anagrama, 2021, 152 páginas.