En el cómic mainstream estadounidense hay una constante renovación de autores, que suelen seguir un recorrido bastante similar: comienzan con historietas indie de su propiedad, dan el salto a los universos superheroicos (DC y Marvel, básicamente), y esa popularidad les permite volver a las historietas propias, ya con una chapa que les permite aumentar las ventas (y los ingresos).
Por allí encontramos letanías de dibujantes y guionistas, algunos que completan el ciclo en forma satisfactoria, otros que prefieren la comodidad del work-for-hire (como Mastropiero) y aquellos con la capacidad de dejar una pata en cada orilla. De este último grupo, una de las voces más celebradas y exitosas, en críticas más que en ventas, es Mark Russell.
Nacido en 1971, este autor llegó a las ligas mayores escribiendo una miniserie sobre un oscuro personaje de DC Comics, una creación de los años 70 llamada Prez, que contaba la historia del primer presidente adolescente de Estados Unidos. La reinvención de 2015, con dibujos de Ben Caldwell y con una candidata jovencísima que gobernaba en la era de las redes sociales, hizo que Russell entrara en el radar de unos cuantos por su capacidad para combinar ideas fantásticas y aguda crítica social. De ventas ni hablemos; pensada para 12 números, la serie apenas duró la mitad.
Lejos de amilanarse, el guionista continuó coqueteando con las licencias menos importantes dentro de DC, tanto que sus mayores éxitos llegaron de la mano de Hanna-Barbera. Primero escribió 12 números de Los Picapiedra (esos mismos) continuando el juego de burlarse de la sociedad a través de Pedro, Pablo, Vilma y Betty. En las páginas dibujadas por Steve Pugh se burló de la religión organizada, criticó al complejo industrial-militar y no se olvidó de darles a los electrodomésticos animales su propia subtrama.
Pero su obra máxima hasta el momento llegaría en 2018, cuando se publicó la miniserie Huyamos por la izquierda: las crónicas del león Melquíades. Aquel puma color de rosa y con acento sureño, que jamás gozó de la popularidad de otros protagonistas de cortos de Hanna-Barbera, aquí protagonizó una historia de colección dibujada por Mike Feehan. Transformado en un dramaturgo con toques de Tennessee Williams, lidiaba no solamente con la persecución de comunistas sino con su homosexualidad oculta, mientras interactuaba con personajes como Huckleberry Hound y Tiro Loco McGraw.
Sus andanzas en DC continuaron con aventuras de los Gemelos Fantásticos y otros personajes de poca monta, al tiempo que en la editorial Ahoy Comics publicó Second Coming, con arte de Richard Pace y Leonard Kirk, sobre un mundo en el que Jesús comparte apartamento con un análogo de Superman (originalmente iba a ser publicada por DC, pero madres horrorizadas se enteraron y obligaron a su cancelación).
Su más reciente creación, que en Estados Unidos va por la segunda miniserie, es Billionaire Island, título que no se modificó para la edición en español por dificultades de traducción. De nuevo junto a Steve Pugh, tiene una premisa pensada para sus fortalezas (no en vano, es una idea propia). Los billonarios anglosajones del título, que son aquellos que tienen más de mil millones de dólares, tienen acceso a una isla privada, móvil e indetectable, ubicada en aguas internacionales y, por lo tanto, ajena a las repercusiones de sus actos, en particular los que refieren al cambio climático.
Como ocurre en muchas narrativas, conocemos esta isla justo cuando todo comienza a salirles mal: dos personajes con diferentes motivaciones terminarán desencadenando problemas que incluso a aquellos acostumbrados a barrer debajo de la alfombra les costará resolver. La historia busca apabullar, sobre todo desde el arte. Pugh llena ese mundo de detalles, contaminación visual y hasta publicidades insertadas dentro de la trama al mejor estilo RoboCop (1987). Es que si hubiera que encontrar a un satirist (escritor de sátiras) similar a Russell, podríamos nombrar a Paul Verhoeven, director de la mencionada película y de Invasión (1997), dos filosas críticas a la actualidad ubicadas en futuros demasiado cercanos.
Billionaire Island no es tan efectiva como Los Picapiedra, quizás porque el verosímil construido por la dupla creativa es un poco más difícil de tragar. Lo que ocurre en Piedradura es tan fantástico que uno lo acepta sin problemas, pero Russell y Pugh empiezan por presentarnos una isla peligrosamente factible y luego integran elementos más absurdos, como una jaula de hámsters en la que encierran a los disidentes, y el cerebro debe acostumbrarse a este mundo con nuevas reglas.
Superado ese obstáculo, disfrutaremos (y sufriremos) una aventura en la que no se salvan ni los especuladores ni las estrellas de Hollywood canceladas, y en la que habrá tiempo para que alguno de los ricachones reciba su merecido. En el mundo real es más difícil que un perro esté relacionado con el fin del capitalismo salvaje, pero se vale soñar.
Billionaire Island. De Mark Russell y Steve Pugh. Planeta Cómic, 2022, 152 páginas.