Al menos un ratito durante cada día, las redes sociales parecen un poco menos siniestras y el ceño fruncido deja paso a la sonrisa. Eso ocurre inmediatamente después de que el dibujante argentino Esteban Podetti (que firma con una sola te) publique en Facebook e Instagram una nueva pieza de humor gráfico bajo el título La caja. Un nuevo chiste resuelto en una viñeta única, con personajes jugando con el absurdo, la actualidad o la literalidad.

Podetti estuvo invitado a la pasada Feria Internacional del Libro, donde presentó El libro para que los niños aprendan todo mal, editado en Uruguay por Topito. La visita fue la excusa para conversar acerca de su definición de humor gráfico, su proceso creativo y por qué nunca se va a cansar de La caja.

Argentina tiene una historia de humor gráfico muy grande.

Lo tenemos naturalizado. Yo me acuerdo de leer los libros de Quino y cagarme de la risa. Vivíamos inmersos en un mundo de humor gráfico. Hay pocos argentinos de mi edad que no se sepan de memoria Mafalda. Las revistas infantiles como Anteojito tenían humor gráfico. Pelopincho y Cachirula, por hablar de un compatriota tuyo (Fola), era humor gráfico de primer nivel y lo tenías en una revista de historietas. Todo lo que eran las historietas humorísticas de Novaro, como La Zorra y el Cuervo o La pequeña Lulú, si bien ya era historieta, el ingrediente principal siempre era el humor.

Técnicamente, el humor gráfico es de una sola viñeta, no tiene secuencia.

No, porque los chistes de Quino con secuencia creo que se consideran humor gráfico. Creo que la definición es cuando la función principal es hacer reír.

Tu humor gráfico sí es de una sola viñeta.

El que hago actualmente sí, pero cuando hacía La embarazada mala (en la revista Barcelona) también era humor gráfico. No había una intención narrativa. No había peripecias, y si las había era con un objetivo. Creo que hay una definición de Poe de “cuento”; dice que es un relato de impacto único. No te vas por las ramas. El humor gráfico, si bien uno siempre va a encontrar excepciones y adendas, tiene que tener ese objetivo como primordial más allá de la narración. La construcción del personaje puede estar, pero al servicio del chiste.

Con La caja, que ya lleva tres libros recopilatorios, decidiste ser bien impactante.

¿Sabés lo que me empujó? La falta de tiempo y la existencia de las redes, donde vos empezás, terminás, publicás y hay una interacción inmediata. La urgencia de interacción y aprobación, como todo lo que se publica en las redes.

¿Te acordás cuándo comenzaste?

Sí. Yo estaba bastante frustrado, no tenía tiempo de hacer una historieta. Dije: “Quiero hacer algo que empiece y termine”. Algo que esté completado. Me lo planteaba casi como un training, aunque sea para no perder la mano. Creo que fue (el editor) Juan Izquierdo Brown que me dijo que había que tener muy en cuenta el tamaño celular; se tiene que poder leer en el celular. Entonces empecé a trabajar con el tema de la letra, que fuera grande, legible... más o menos, en mi caso, pero grande. Y un dibujo sencillo e impactante.

¿Buscabas hacer dinero o llegar a algún diario?

Para nada. Fue uno de los trabajos más desinteresados que hice en mi vida. Tenía un interés propio, el interés egoísta de hacerlo y no quedarme afuera, pero no pensé que iba a terminar en una publicación. Creo que funciona porque la gente es muy agradecida con que no la hagan laburar mucho. Vos le ponés una historieta y ya se hincha las pelotas. “¿Qué tengo que leer? ¿Varios cuadritos? ¡Yo soy un hombre muy ocupado! Los chicos, la comida, el jefe que me chilla... No, a mí dame una viñeta”. Y hay un agradecimiento.

Y no podías dedicarle seis horas por día porque tenías que seguir trabajando. No abandonaste ningún empleo por La caja.

No, al contrario. Creo que me mantuvo con cierta alegría de vivir para poder seguir trabajando.

¿Tenés un método de trabajo?

No tengo método. Tengo lo básico, que es tirar ideas cuando puedo; a veces sale una sola, a veces salen cinco, a veces no sale ninguna. Pero es un trabajo que hay que hacer más o menos regularmente. Tengo muchos chistes acumulados que no me animo a publicar por el tema de la polémica, porque no me parecen muy buenos, o porque me parece que ya son un recurso que repetí mucho. A veces cuando digo “tengo que publicar algo” agarro uno de esos medio con resquemor, y a veces les va bien, curiosamente.

¿Los polémicos son los que tienen una posible segunda interpretación?

Eso hoy es la comidilla, pasa todos los días. A mí el tema de la mala interpretación me irrita, pero no necesariamente cuando la gente lo interpreta con malicia. Me molesta cuando no entienden el chiste. A veces me ponen un comentario descolgado, por ahí con la mejor intención, y yo pienso “no, no es así”. Y tengo que luchar denodadamente con la tentación de explicarlo, porque ya sabemos que es el asesinato del humor.

De todas formas, se forma un miniforo debajo de cada dibujo en el que explican los chistes.

Sí, pero yo los borro todos, porque a mí no me gusta que los expliquen. Y he llegado a bloquear: había uno que todos los días entraba y, como chiste, explicaba. “Ah, porque agarró y tiene un pato en la cabeza”. A ese lo terminé bloqueando. Hubiera preferido que me comentara, no sé, un nazi.

¿Sentís que el público acompañó y quiso tener el libro en papel?

Sí, a la gente le gusta el libro. Todo muy lindo con las redes y todo, pero todavía sigue teniendo un valor el papel, el objeto. El poder regalarlo, el poder prestarlo, el poder perderlo incluso, o revenderlo en Mercado Libre.

¿El dibujo sale rápido, o pensás muchas variantes antes de hacerlo?

No, yo manejo dos posiciones: de perfil para un lado y de perfil para el otro. Lo que me pasa, por ejemplo, es que hay chistes que no me terminan de cerrar, así que los vuelvo a bocetar 30 veces, pensando que se me va a ocurrir el detalle que falta para quedarme conforme. Y a veces funciona. A veces ya lo tengo tan dibujado que ya sé cómo es. A veces tiene que cambiar de posición un personaje, a veces tengo que agregar o sacar un elemento.

¿La expresividad de las caras es un elemento a cambiar?

En general la tengo muy en la cabeza la expresividad. Tengo un repertorio muy trabajado pero muy básico de expresiones; ya sé que si quiero que el tipo parezca más tonto, tiene que abrir más la boca. Ese tipo de cosas. El dibujo no me suele plantear un desafío, ya sé cómo es. Evito también los chistes donde el dibujo puede ser un desafío. Un chiste de un ejército de 300 personas puede ser muy bueno, pero no lo voy a hacer. Que lo haga Moebius, si fuera humorista gráfico.

¿En todo este tiempo pensaste alguna vez “capaz que por ahora ya está”?

A mí me resultan incomprensibles esos artistas tipo Quino. “Me cansé de hacer a Mafalda”. O que dicen “ya llegué a mi techo”. Primero, me parece que es tomarse demasiado en serio, y segundo... no sé qué haría. Podría dejar de dibujar o porque surja otro proyecto que se me superponga o porque me quede en México o me muera. No porque yo decida: “Bueno, voy a dejar La caja por un tiempo para que la gente no se harte de mí”. No no.

Una respuesta honesta podría ser “no se me ocurren más cosas”.

Siempre se te va a ocurrir algo. Por ahí no superás tu techo, pero tampoco creo que haya llegado a mi techo, porque nada de lo que hago me parece tan maravilloso. No es que soy el Faulkner del humor gráfico. Creo que me falta mucho, y teniendo en cuenta que empecé la recta final biológica, por ahí no voy a superarme demasiado.

¿Te sirvió hacer La caja durante la pandemia?

Los días en que no puedo dibujar la verdad es que me siento mal, lo siento físicamente. Me voy a dormir enojado, un poquito frustrado. Y de nuevo, es muy lindo esto del agradecimiento. Gente que te dice “che, loco, venía re mal, en una semana de mierda, y me arrancaste una sonrisa”. Y la verdad es que me emociona un poco, porque podría haberle pasado y no decírmelo. Además se usa mucho el comentario automático “ja ja ja”, “me hiciste reír”, “escupí el café”, que a esta altura uno agradece, pero piensa que es una cortesía. Ahora, el tipo que se toma el trabajo de escribirte y decir “la verdad, me reí solo, después de un día muy jodido”, debe ser verdad. Elijo creerle, salvo que sean bots de Zuckerberg para obligarme a seguir dibujando.

¿Y los comentarios negativos?

Tengo muy pocos comentarios negativos. En general, cuando hay comentarios negativos son por un tema de la posición política. No hay gente que venga a decirme “qué malo este chiste”. Debe haber alguno, pero en general se enojan por la parte extrahumorística, por la opinión. Ya sé que si hago un chiste contra los libertarios se me va a llenar de boludos tomadores de Nesquik que me van a putear. Y bueno, apuntan a eso. Yo lo que tengo que tratar de hacer es no ponerme a discutir de política, porque no tiene ningún sentido.

Pero ¿te afecta?

Me molesta, me irrita. Estoy grande, siempre me irritaron, y soy una persona que con la política se encajeta a veces y cree que puede explicar cosas.

¿Te molesta más constatar que esa clase de persona existe que que te ataque a vos?

No lo había pensado, ahora tengo dos motivos para molestarme. Primero me molesta el ataque, después te quedás preocupado. Cómo viene la cosa, qué degradado que está el intercambio de ideas.

¿Cómo surgió lo de cambiar de público y dedicarse a los niños con El libro para que los niños aprendan todo mal?

Es una idea que tengo desde hace diez años, más o menos, pero como no soy mayormente un ilustrador infantil nunca tuve claro a quién ofrecérselo, ni el impulso como para dibujarlo y terminarlo, porque es un estilo que me cuesta bastante trabajo. Está todo pintado a témperas sobre grandes papeles de diario, con agregados en Photoshop y mucho trabajo. Manuel Soriano, de la editorial Topito, me propuso hacer un libro infantil y le mandé varios proyectos, este se lo mandé como diciendo “este también lo tengo, pero ya sé que no”, y me dijo que estaba bueno. Que lo testeó con su hija y superó la prueba. Y me llevó mi tiempo, porque no es el dibujito rápido que ya estoy acostumbrado a hacer.