Entre la infinidad de males provocados por el turismo masivo se encuentra la muerte de la literatura de viajes. En la dinámica de aeropuertos, traslados, paseos guiados y todas las variantes que el consumo ofrece a cada paso, a nadie se le ocurre escribir sus impresiones de viaje. Además, las redes sociales facilitan el registro. Antaño, si un viajero se deslumbraba con la contemplación de unas ruinas milenarias, escribía varias páginas sobre la experiencia; hoy, en cambio, basta con postear una selfi en el sitio de marras, con media imagen ocupada por un rostro sonriente en primer plano. Es por eso que las editoriales que se empeñan en publicar literatura de viajes, al momento de desarrollar sus catálogos, terminan reeditando obras escritas varias décadas o siglos atrás, cuando el desplazamiento era una aventura en sí mismo y cuando no existían GPS, aplicaciones para el clima, variedad de vuelos de bajo costo (en ocasiones, ni siquiera existían los aviones), una parafernalia de puestos de souvenirs ni millones de cámaras de celulares registrándolo todo.
En ese panorama, el libro El soñador errante. De viaje con Pierre Loti, del especialista en acción humanitaria madrileño Álex Fraile (1975), conforma una doble (o triple) rareza: revigoriza el género al apartar el relato de sus periplos como viajero de la lógica homogénea del turismo de masas, rescata y actualiza la figura del escritor francés Pierre Loti (1850-1923), nacido como Julien Viaud y considerado el padre de la moderna literatura de viajes, y reconstruye un derrotero en el que los destinos de biógrafo y biografiado, separados por casi un siglo de distancia, se entrecruzan, dialogan entre sí y, en cierta forma, se complementan.
Pierre Loti constituye una especie de anomalía dentro de las ya de por sí heteróclitas aguas de la literatura francesa de finales del siglo XIX e inicios del XX: como oficial de la Marina de Francia recorrió (y en ocasiones, vivió durante períodos prolongados) medio mundo, llegando a destinos tan diversos como China, Japón, Turquía, Senegal, Camboya, Birmania, Estados Unidos, Canadá, Brasil y Uruguay (anduvo por estos andurriales en 1880); en cada sitio al que arribó o en el que se estableció buscó no digamos mimetizarse con el lugar, pero sí inmiscuirse en algún aspecto de su cultura (en Nagasaki, por ejemplo, llegó a casarse durante un mes con una joven japonesa, vivencia que luego ficcionalizaría en una de sus obras más famosas, Madama Crisantemo, publicada en 1887, y que inspiraría la ópera homónima de André Messager (1893) y Madame Butterfly (1904), de Giacomo Puccini).
Esa necesidad de aprehender la cultura que lo recibía llevó a que Pierre Loti se vistiera y posara con indumentaria autóctona (como puede verse en la portada de El soñador errante y también en el interesante apéndice fotográfico que cierra el libro) o que reconfigurara diversas habitaciones de la casa en su natal Rochefort bajo la forma de una pagoda japonesa o de una estancia china. Pero más allá del elemento performático y el sustento literario que los viajes le proporcionaron a su vasta obra –que goza de buena salud en español, tal como lo acreditan ediciones recientes de Supremas visiones de Oriente (José J. Olañeta, 2001), Los últimos días de Pekín (Laertes, 2002), El desierto: viaje a través del Sinaí (José J. Olañeta, 2008), Diario íntimo: cartas y pensamientos, 1878-1881 (WunderKammer, 2017), entre otras–, Pierre Loti se inmiscuyó muchas veces en la política interna de los países a los que llegaba. Un ejemplo de lo anterior, que Álex Fraile reconstruye con lujo de detalles, es su llegada a China como edecán de un vicealmirante al mando de la escuadra francesa en Extremo Oriente, durante el llamado “levantamiento de los bóxers”, situación que generó la redacción de una serie de artículos de opinión que iría publicando gradualmente en Le Figaro y que luego se convertirían en el libro Los últimos días de Pekín (1902).
A lo largo de varios años, en los tiempos que le dejaba libre su trabajo humanitario como técnico en preparación y respuesta ante desastres, Álex Fraile fue recorriendo los mismos lugares por los que más de cien años antes anduvo Pierre Loti, recomponiendo derroteros y paradas a través de las anotaciones en diarios y bitácoras, encontrándose en muchos casos con que los sitios que deslumbraron al viajero francés ya no existen, reconvertidos por acción del progreso, o, como ocurre con Birmania o ciertas zonas de China, permanecen inalterables ante el paso de las generaciones. El contraste más drástico ocurre en Nagasaki, la ciudad en la que vivió unos meses y sobre la que tanto escribió Pierre Loti, escenario del ataque nuclear del 9 de agosto de 1945, veintidós años después de la muerte del escritor: “¿Qué pensaría Loti al ver los efectos masivos de esta bomba? Su bahía quedó envuelta en un manto de fuego con vientos abrasadores que arrasaron el valle de Urakami-gawa. Nagasaki quedó aniquilada y la población tan peculiar que él mismo conoció quedó sumida en un caos de proporciones inimaginables”.
De cuidado formato y lograda edición –sobria tipografía, buen papel, con un bellísimo grabado de Pierre Loti a cargo del pintor Eugène-Michel-Joseph Abot y un completísimo álbum fotográfico–, El soñador errante. De viaje con Pierre Loti revitaliza el género biográfico y también el de la literatura de viajes, doble movimiento que en una época en que la mayoría de los autores da vueltas alrededor de las mismas formas resobadas de siempre es más que atendible.
El soñador errante. De viaje con Pierre Loti. De Álex Fraile. España, La Línea del Horizonte, 2019, 266 páginas.