En casi todas las entrevistas de María Esther Gilio hay por lo menos un momento de quiebre, una pregunta o una respuesta que parecen absurdas o fuera de lugar, que dan un giro a la conversación y revelan algo que no se sabía sobre la personalidad de la persona entrevistada, que solía ser una figura bien conocida por sus lectores. La entrevista, un formato relativamente reciente en la historia del periodismo, ganó con Gilio el derecho a mostrarse íntima e insistente, a valerse del capricho para obtener una verdad psicológica escondida, para saciar una curiosidad desprejuiciada.
Fue, por todo eso, ella misma una figura notable desde que comenzó a publicar sus artículos hace 70 años, y lo hubiera sido más intensamente hoy, cuando se cumple un siglo de su nacimiento, en este tiempo en que entrevistadores disputan el estrellato con entrevistados.
En la compilación Bendita indiscreción, el escritor Carlos María Domínguez recupera decenas de las grandes entrevistas de Gilio –a Borges, Mercedes Sosa, Alfredo Zitarrosa, Liber Seregni, Carlos Monzón, Isabel Sarli– aparecidas en distintos medios rioplatenses (Marcha, Crisis, Brecha) y, además, un puñado de sus crónicas y reportajes.
Esa inclusión es una fortuna, porque es en otros formatos –a menudo considerados parte de los subgéneros “blandos”, secundarios o complementarios del “periodismo puro”– en los que más claramente se aprecia cuánto de cuidado formal, de fineza y búsqueda de belleza había en la escritura de Gilio. Domíguez sugiere que debemos leer sus textos como cuentos, y es cierto que en ellos hay mucho de la atractiva ambigüedad que caracterizaba a los relatos de Juan Carlos Onetti, el autor al que ella “asedió” durante décadas en una serie de intercambios de los que también Onetti acabó sumando matices (como el de “cascarrabias tierno”) a su leyenda genial. (Esas entrevistas ya habían sido recogidas en un volumen aparte, Estás acá para creerme, y tal vez por eso en esta compilación se recupera sólo una, como muestra).
Lo cierto es que, gracias a su talento como escritora y a su enorme capacidad de observación, Gilio era capaz de convertir un viaje en ómnibus a Brasil o una entrevista fallida en todo un relato autónomo, en el que la pintura del entorno decía tanto o más que los personajes. Aun sus entrevistas “clásicas” no se limitaban al esquema pregunta-respuesta: sus comentarios, interrupciones y descripciones son parte de una totalidad que “dice” sobre la persona entrevistada.
La edición de Domínguez, además, sitúa las diferentes aristas de su trabajo y las expande con apuntes biográficos y añadidos certeros; la nota al pie de la entrevista con Borges, por ejemplo, es tan valiosa como el artículo que acompaña. Es cierto que ya algunas personas reporteadas por Gilio están siendo tomadas por el olvido (omitamos nombres para evitar disputas generacionales), pero esa carencia de referente simplemente resalta la peculiaridad de un estilo: queda la entrevista, no el entrevistado.
Bendita indiscreción. Crónicas y grandes reportajes. De María Esther Gilio. Montevideo, Estuario, 2022.