Son las 12 del mediodía del jueves 12 de enero de 2023; hace unas horas Shakira y Bizarrap lanzaron la sesión 53, en la que la colombiana se descargó con su ex, Gerard Piqué, y desde entonces nadie quiere (¿puede?) hablar de otra cosa. El universo cultural y el de las redes se debaten entre venerar o repudiar a Shakira porque es feminista, no es feminista, es mercantilista, neoliberal, empoderada, plagiadora, innovadora, reinventada, reventada y más y más y más. En ese universo expandido y sobregirado que son las redes sociales, el sobreanálisis devino en elevación y cancelación simultánea. Mientras espero al escritor Julián López aprovecho para relojear Twitter y ver qué dicen, qué hay allí. Caigo en su cuenta (@julianlopezok), donde se presenta como “Argentino. Vulgar. Disputador. Feminista”, y leo dos mensajes. Primero: “Perdón que te sal (hiato para que guiñemos el ojo y levantemos las banderas de la emancipación) pique. Qué hermosa la mediación del arte”. Y, seguido, leo el segundo: “El empoderamiento neoliberal: facturar en vez de. Ajá. Sí, sí, claro”.

Julián López, que ha escrito dos hermosos libros de poemas -Bienamado (2014) y Meteoro (2020)-, dos novelas preciosas y precisas que irradiaron poesía -Una muchacha muy bella (2013) y La ilusión de los mamíferos (2018)-, que a finales de 2022 publicó la tercera, El bosque infinitesimal, que es voz literaria destacada y reconocida en Argentina y otros países de habla hispana, ha opinado de la canción de Shakira porque nada del arte humano -o de lo humano en sí- parece serle ajeno. Ser sensible, me aprovecho de esa disposición entonces, y le pregunto por el tema del momento.

¿Ya tenés una opinión de la canción de Shakira?

Sí, por supuesto. Es una canción horrible, pro mercado, neoliberal, en la que ella viene a decir que Casio es grasa, y a mi viejo, después de trabajar 25 años en una fábrica de Valentín Alsina, le regalaron un Casio, que usaba yo y me lo robó un cana que había salido a cazar putitos. Era una joya ese reloj en mi casa. Leí muchos comentarios y tuits de que Shakira hizo más por el feminismo que no sé qué, y la verdad es que para mí es una canción horrible, es horrible lo que dice: es la no mediación. El arte exclusivamente como la peripecia, el cuento de padecimiento personal y ya está. Y es algo que pasa mucho en la literatura también. Y se acabó la mediación, eso que tenía la manifestación artística, de no servir para nada, se convirtió en un mate listo.

Estaba pensando en eso, que en la literatura del yo se cuestiona mucho eso, pero en la canción, en el género canción, que es toda canción del yo, no se cuestiona…

Es que hay una narrativa que el neoliberalismo impuso en donde lo único que importa es el éxito medido en los términos de lo que importa para el capitalismo. Es el arrasamiento de toda subjetividad y la idea de ganar por sobre. Como leí a Lala Toutonian, las mujeres facturamos, pagamos ganancias y también lloramos después.

Hablemos de tu última novela. Se viene editando mucha literatura contemporánea abocada a la literatura del yo y el lenguaje llano, concreto, muy ubicado en un presente o pasado cercano, y esta apuesta es completamente deforme en ese sentido. ¿Por qué elegiste contar desde este tipo de literatura tan sofisticada, gótica, por momentos lejana?

A propósito de la literatura del yo, en mis dos novelas anteriores jugué con narradores muy falsos, que mentían la idea de que esto me había pasado a mí. Era una apuesta literaria muy mentirosa, que pega mucho, que genera mucha identificación en los lectores. Era un juego literario el permiso de esa mentira. Yo sabía que a mis lectores esta nueva apuesta los iba a complicar mucho, pero quería una ultraficción, construir un mundo que fuera absoluta y absurdamente mentiroso y profanador, en el sentido de que está atravesado de múltiples referencias culturales y sociales, puestas al servicio de un hijo de puta.

Siempre con ese lenguaje recargado y decimonónico, higienista, aparece también una referencia a los piqueteros y los piquetes. Y aparece ese tipo de guiños al lector, que podrá agarrarlos o no.

Sí, eso todo el tiempo. La novela plantea un diálogo muy sostenido con lo que podríamos pensar de la realidad o con los discursos imperantes ahora. Yo leí a finales de los 90 un ensayo extraordinario de Jorge Salesi, Médicos, maleantes y maricas [Estudios Culturales], que planteaba la construcción de una nación higienista, dedicada a la ciencia, al amor por la luz y, por supuesto, el desprecio a todo lo que no fuera blanco.

¿Por qué ubicaste esta historia en Europa del Este y no en Argentina, a la luz de ese ensayo?

Porque justamente la novela es una apuesta falopa. Es una ciudad de Europa del Este falopa, en un tiempo falopa, sin descriptores exactos, con lenguaje inventado, claramente… Yo me reí mucho inventándola y escribiéndola. La siento como mi novela de amor al pop, soy un tipo que no tiene recorrido académico, me formé especialmente con el pop y la canción romántica italiana. Eso, que en un momento me hizo sufrir mucho, es lo que soy: es la novela de un groncho, de un profanador, es una novela que tiene esa cosa del pop, el horror y la maravilla al mismo tiempo.

Cuando hablamos por La ilusión de los mamíferos, te pregunté por qué escribir sobre ese amor y me dijiste: porque no se está escribiendo. ¿Acá qué te impulsó?

No hay una prerrogativa de qué hay. Yo escribo lo que puedo. Y esto fue a finales de 2020, que terminaba el delirio de la cuarentena y tal, y una amiga me decía: “Necesito leerte algo que voy a publicar”, y me pidió que yo también le leyera algo. Pensé que no tenía nada, pero encontré el archivo de esto que tenía guardado hace 20 años, porque en realidad fue mi primera novela o intento de. Y me pareció que estaba vivo todavía, y dije: ‘Me meto a ver qué hay acá’. Y empezó a aparecer el código, lo recuperé, y esa pasión sobre el higienismo y esa época. Y a la vez me interesaba mucho meterme con una superficción, un narrador que fuera claramente mentiroso.

Y muy lejano a lo que vos podés pensar… Es bastante desagradable.

Sí, es un hijo de puta, un misógino, un sorete con superioridad moral. Y es un criminal. Recojo algo que leí en un viejo libro de Gina Lombroso, que decía que Argentina a principios de siglo XX era una potencia higienista. Y hay algo que recupero: que se mandaban médicos veedores a los puertos europeos a ver quién subía al barco y quién no, para que no vinieran enfermos, porque se buscaba mano de obra. No olvido tampoco que cuando fui al Hotel de Migrantes en Buenos Aires y al ver esas fotos en donde se veían los barcos que se iban de vuelta, me aluciné. Siempre me horrorizó y me fascinó esa cosa higienista.

¿Cuánto de eso creés que perdura hoy?

Todo. Ayer Patricia Bullrich subió un video en el que dos señoras le piden que limpie, como si fuese una empleada doméstica, quieren que limpie. Hay una sed de limpieza y una promesa en ella que no se agota. Si ves los productos de limpieza que usamos, son alucinantes: es la tecnología y la ciencia como dispositivo de erradicar lo oscuro. Me alucina que la gente no use ropa manchada o rota, remendada, está esa ilusión de que la blancura va a darnos el orden y progreso brasileños.

Lo de la blancura es también una cuestión de piel.

Sí, siempre es desde ahí, sigue siendo. Y sobre todo sobre el pobre, básicamente. Eso que hay que erradicar.

Decís que te reíste mucho escribiéndola y, aunque puede ser muy oscura, es bastante graciosa también. ¿Qué rol jugó el humor en esa escritura?

El humor es lo que profana, lo que desacraliza. En un momento, en La ilusión de los mamíferos el personaje dice: “Si me hubiese mirado menos de cerca”; el humor te permite ver la vida a distancia, en su plano absurdo y ridículo total. Y El bosque infinitesimal, si querés, plantea la historia de un secuestro, una de las pasiones argentinas por excelencia: los tipos encuentran ahí un tipo al que consideran una cosa que secuestran para ponerlo al servicio del proyecto científico de la luz. No se puede escribir eso en serio. A mí me parece que el humor se fue instalando en ese lenguaje: el tipo este es un miserable y está pensando idioteces constantemente.

Incluso cuando habla del piquete, aparece claramente esta idea actual, nos estamos riendo de esas señoras que le pedían limpieza a Patricia Bullrich…

Sí, claramente. Son un horror. Hace unos años me estaban llevando en un auto muy bueno después de un evento, y la esposa del señor que nos llevaba ve a un hombre en la calle tirando de un carro y dice: “Se creen dueños de la calle”. Era alucinante. El marido la calló, fue todo espantoso, pero lo que muestra es ese nivel de odio y convencimiento que se escucha habitualmente. La calle está plagada de carros tirados por gente y lo que pone eso es la discusión sobre quién es el dueño del mundo. Para este protagonista es el varón blanco enamorado y dedicado a la ciencia.

Y que va a salvar a la humanidad.

Exacto.

Hace mucho me dijiste que habías empezado a escribir a los diez años, con poemas que agradecías que estuviesen perdidos, pero también dijiste que el mundo no necesitaba ni un libro más. ¿Por qué seguir escribiendo?

Porque me encanta. Es súper difícil, y toda mi vida gira en torno a la escritura. Y salvo bailar y cantar, que son las únicas dos cosas para las que no se necesita nada, lo único que se hace todo el tiempo es leer y escribir. Siempre tuve esa conexión con las palabras, y de grande lo acepté y me puse a escribir consistentemente. Pienso mi vida en relación con la escritura y la lectura. No es posible no leer, porque estar en el mundo es estar en relación con signos. En la calle, en los carteles, el mapa para ver cómo ir, estar en el mundo, aunque nunca leas un libro, es estar en situación de lectura.

¿Por qué, a pesar de que la mayoría nunca lee un libro y de que no tiene utilidad, sigue teniendo buena prensa leer libros?

Somos muy pocos y es medio falso eso, eh. De mi primera novela se hicieron 12 impresiones, de la segunda otro tanto, pero, aunque me va medianamente bien, yo tengo que seguir alquilando. No tengo hijos, no tengo que mantener a nadie y estoy obligado a alquilar.

Saliendo del éxito económico, decir que leés sigue estando bien visto.

Pero es una gilada, no me interesa nada. En las redes sociales pasa algo muy curioso con la idea de los libros. Y se ponen de moda cosas y es rarísimo, como que hay un intercambio y un diálogo que va por lugares en los que yo también participo, pero que es de reconocimiento de propios igual. Pero en términos del mercado de libros no hay mucha variedad, y hay cada vez más dependencia de clubes de lectura y de gente que te organiza qué leer o qué sensibilidad desarrollar.

¿Vos como lector sos más disperso?

Yo trabajo de leer, alumnos, talleristas, entonces cuando tengo tiempo leo exclusivamente lo que me interesa, que son ensayos y poesía, y me pierdo la mayoría de lo que circula. Eso hace que me quede afuera de un montón de charlas y discusiones que se plantean en redes, por ejemplo. El mundo del libro es chico, tiene manías y está cada vez más amañado.

Pero hay autores que logran vender libros a los que en general no leen libros. ¿Vos cuando escribís te das cuenta de que es un libro para un lector al que le exigís?

A mí no me interesa un libro que no exija, escribir es muy difícil y no me entrego a eso por una apuesta menor. Puede salirme mal, puedo ser un mal escritor, estoy dispuesto a eso, pero abrir un libro es un acto sacrificial, muy duro, leer es muy difícil porque te obliga a hablar con vos mismo, que es eso que todos estamos tratando de evitar. Yo quisiera éxito comercial, porque quisiera tener una casa algún día, pero no me interesa un libro que no exija. Hay gente que me dice “no leo poesía porque no entiendo”, y yo no entiendo nada de nada, así que me gustaría que lea y me diga qué entiende. ¿Por qué abriría un libro si puedo estar en Twitter o prender otra cosa?

Pero si es tanto más fácil y confortable hacer otra cosa, ¿qué buscás cuando leés?

Que me obligue a tener una relación conmigo. El mundo te demanda que te enajenes y no hables con vos. Que repitas y que produzcas. Lo extraordinario de la escritura y la lectura es que no sirven para nada. No tienen valor monetario en esas tareas. Y es la gloria. Permite la generación de un espacio de vacío, de angustia, y de una felicidad vital enorme. Creo que todo el tiempo estamos leyendo, y poner conciencia sobre eso es una apuesta conmovedora. Uno lee porque tiene la ilusión de entender. Todo lo que sabés, un libro conmovedor te lo derrumba.

¿Hay alguna otra expresión artística que te conmueva como la palabra escrita?

Siempre estoy buscando y evitando la conmoción, sea la expresión que sea. Por eso me da tanta pena una canción fea. Yo no tengo un discurso por la excelencia, me gusta lo grasa, cualquier cosa, lo que desafine, pero que me conmueva. La apuesta por la complejidad de Trueno en el Tiny Desk de La Boca, Wos me encanta, no sé. Por eso esta canción de Shakira no me gusta, porque no existe más la mediación. ¿Me tiraste una piedra y canto “me tiraste una piedra, hijo de puta”? No sé, no me interesa nada eso.

¿Eso está de moda en la literatura también?

Sí, y para mí la pregunta es: ¿para qué escribir? Si la primera respuesta es para catarsis y expresarme, yo les digo que [la escritura] no es catártica y expresiva, o que no es solamente eso. Cada uno hace su proceso, pero la escritura es una cosa, un objeto de mucha complejidad. Uno escribe con las mismas palabras que habla de memoria, pero al llegar al papel esas palabras no sirven para nada. Si querés hacer algo, el lenguaje es mediación, no catarsis.