Arturo Pérez-Reverte es como si ese tío que se mama y se jacta de ser “políticamente incorrecto” se abriera una cuenta de Twitter (o de X, para los que dicen Bulevar Batlle y Ordóñez). Le gusta torear en las redes sociales, y el algoritmo premia a los toreros con mayor exposición. No estamos aquí para hablar de aversión a la tauromaquia sino a la obra literaria del tío este, tratando de separar al artista de su obra (confieso que a veces los chistes de mi tío me arrancan una sonrisa).
El problema final tiene una premisa trillada, se alimenta de clichés, pero esa es parte de la gracia, además de que la prosa de Arturo corre con una agilidad prodigiosa. La cosa va de una persona que, después de años interpretando un personaje, se ve obligado a actuar como él para satisfacer los deseos de quienes lo rodean, pero no estamos acá para hablar del escritor, sino del libro.
El protagonista de la historia se llama Hopalong Basil y es un veterano actor que interpretó 15 veces a Sherlock Holmes en el cine. Fanfarrón, con un ego bien alimentado y en una época en la que se podía ser un pelín machista sin que lo miraran raro (el sueño de mi tío). En medio de un paseo por el Mediterráneo, Basil termina varado en el hotel de una pequeña isla junto a un puñado de personas que deben esperar a que afloje un temporal. ¿Podrán creer que sus compañeros de estadía comienzan a morirse en circunstancias extrañas?
Lo que sigue, entonces, es una agradable mezcla entre los misterios de Sherlock Holmes y los de Agatha Christie. Las personas de la isla, que no recibirán apoyo policial hasta dentro de un par de jornadas, terminan depositando sus esperanzas en el falso Holmes, que primero se siente sorprendido por lo que está ocurriendo, porque en realidad él no hacía otra cosa que repetir lo que decía el guion (aunque en sus ratos libres se había devorado la obra del otro Arturo escritor). Cuando empieza a tomarle el gustito a eso de ser el centro de atención, se pone a jugar al detective. Y lo hace con el punto justo de inteligencia promedio, memoria muscular y capacidad del autor del libro para convencernos de que lo que estamos leyendo es verosímil.
Pérez-Reverte se siente muy cómodo narrando desde la mente refinada de Basil, que se muestra nostálgico tanto al describir su pasado de gloria como el de las personas que lo rodean, como la diva Najat Farjallah: “La célebre soprano estaba en posesión de una belleza a punto de marchitarse, aunque todavía eficaz”. En cuanto a su escote, le pareció “excesivo para las dos y cuarto de la tarde”.
También aprovecha la invención de una isla casi paradisíaca para hacer que su protagonista la describa varias veces. “La vista desde la terraza era magnífica y justificaba de sobra el lugar. La antigua villa había sido construida ante un paisaje formidable: las ruinas del templo griego sobre la colina con cipreses y cedros negros escalonados en la espesa pendiente; el jardín de olivos, mimosas y buganvillas que descendían hacia la playa; y más allá del mar, que el sol y el viento convertían en lámina azul de cobalto encrespada de salpicaduras blancas, las montañas lejanas de Albania y la costa escarpada de Corfú, nítidas a pesar de la distancia”.
No todo es descriptivo en El problema final, que no deja de ser una simpática novela de misterio con mucha intención de convertirse en eficaz película (o estirada miniserie). Todo Holmes necesita un doctor Watson, y aquí las casualidades de la ficción hacen que ese papel recaiga en un novelista español que lleva mucho tiempo ganándose la vida con textos detectivescos mediocres, pero que han adiestrado su pensamiento analítico. Prepárense para una conversación entre estos dos personajes repleta de citas de memoria a las aventuras de Sherlock.
La mayoría de la historia transcurre con una liviandad mediterránea, incluso cuando los cadáveres empiezan a aparecer. El narrador menciona su alcoholismo en recuperación y cuando aumenta el estrés también lo hacen las posibilidades de una recaída, pero Arturo no pretende llevarnos por rincones demasiado oscuros de la psique humana (su criminal no será un Hannibal Lecter ni mucho menos).
La trama también incluye varios guiños sobre la posibilidad o no de que la persona que lee una novela de estas características tenga la capacidad de descubrir quién lo hizo, lo cual le agrega una capa simpática. No revelaré cuánto se aplicó en mi caso, para no darles pistas (le erré como a las peras).
El problema final se lee en un par de días, juega en forma fresca con los clichés y demuestra que hay tíos a quienes hay que esconderles el celular y esposarlos a la máquina de escribir.
El problema final, de Arturo Pérez-Reverte. 328 páginas. Alfaguara Penguin Random House, 2023.