La recicladora de papel es el título de la pieza dramática escrita por Sandra Escames ganadora en 2021 del primer premio en los Premios Anuales de Literatura del MEC, en la categoría dramaturgia, modalidad obra inédita. La historia se desarrolla en una sala de profesores, pero los personajes no se reducen a los actores de la educación ya que, entre las figuras que componen esta trama, se encuentran Jorge Luis (Borges), Timbre Crónida y un coro de polillas con su reina que no deja olvidar las jerarquías.
Es importante señalar que una presencia sobrevuela la escena, alguien que está por llegar al centro que, de una manera u otra, hace que la tarea periódica de los profesores se vea recargada sin que cuenten con una fecha clara de visita o con alguna indicación específica que les haga sentir que las reglas están claras.
Hay que mencionar que la autora escribió esta obra bastante tiempo antes de que la llamada “transformación educativa” se hiciera presente entre profesores e instituciones docentes; por eso, cualquier parecido con la realidad corre por cuenta del espectador.
La pieza está organizada en dos actos y un epílogo; el primero cuenta con cinco escenas y el último con ocho. En todos los casos el espacio es la sala de profesores de un liceo cualquiera. La cuestión gira en torno a la espera. Esta dilación resulta terreno fértil para que se produzcan los diálogos entre los profesores, indicando así que cada uno cumple un rol, aunque esto no sea manifiesto ni los personajes tengan clara conciencia de lo que implica su hacer o no hacer. No hay complejidad en la elaboración de los personajes docentes, que más bien se comportan como personajes tipo. El desafío pasa por integrar a Jorge Luis (Borges) y Timbre Crónida; de hecho, la interacción entre ambos genera momentos poéticos que, en el total de la puesta, confirman un encuadre absurdo.
Otro personaje insólito es el Coro, que, como colectivo ya secularizado del ditirambo, mantiene una hebra de solemnidad gracias a su código lingüístico: hablan en latín, o en algo parecido. Se suman un estudiante, que lejos de lo que cree su profesora hace honor a su condición, y un profesor de inglés mudo. Ambos son los invitados a este convivio que resulta ingenioso.
Una vez planteada la anécdota, se perciben varios niveles o planos desde los que se puede abordar esta ficción. Por un lado, la trama lineal, que propone la incierta espera; entretanto, los profesores comentan a propósito de la vida en los liceos y los requerimientos administrativos a los que se ven exigidos (se trata de actividades que se realizan fuera del tiempo áulico y sin retribución económica alguna). A esto se agrega el desafío que los profes tienen al entrar a clase cada día y atender las particularidades del proceso de aprendizaje de cada uno de sus alumnos. Sería la tarea natural a la profesión, si no fuera porque si un profesor cuenta con una unidad docente en Literatura, esto es, 20 horas semanales, el resultado material son unos cinco o seis grupos, que suman 150 o 180 estudiantes, en un turno solo (los que frecuentan salas de profesores saben que para vivir un docente necesita trabajar doble turno; que cada cual saque la cuenta).
Tras esa primera línea de lectura, la crítica al sistema queda planteada, aunque de forma implícita, porque La recicladora de papel no es un panfleto, e incluso propone la reflexión de asuntos que apelan al receptor, como ser testigos de lo que ocurre con profesores “quemados” que sienten que su tarea ya a nadie importa.
La segunda línea de lectura es el humor desde lo absurdo, el sinsentido o, como se lo estudia en América Latina, desde el absurdismo. Uno no deja de reír, aunque luego de hacerlo la amargura de los que somos profes nos delata y exige nuestra lucidez y compromiso para distinguirnos de esa profesora que no queremos ser.
Ya en la tercera vía, surge en boca de los personajes esto de preguntarse qué papel juegan, y allí se abre la dimensión metateatral, porque los personajes parecen tener conciencia de que son personajes de una obra que se representará. De esta manera, el teatro habla de sí mismo y muestra que los límites de la ficción no existen como fronteras ciertas.
Un liceo cerrado, una fumigación, una sala colmada de papeles, polillas hablando en seudolatín, un Timbre Crónida que grita a modo de campanilla, un Jorge Luis que dialoga con el Tiempo sobre el individuo y su doble, y personajes ridículos como un profesor de inglés mudo dejan en evidencia una educación apolillada, perforada, con fugas, que no goza de buena salud.
La autora, Sandra Escames, es egresada del IPA, ejerce en educación secundaria y formación docente, es magíster en Literatura Latinoamericana y recibió el premio Florencio en teatro infantil y juvenil al mejor texto de autor nacional con El Yaguarón de la bolsa. Fin de Siglo publicó Supertía, mención de los Premios Onetti en 2015, y en 2022 El paseador de tortugas y otros oficios estrafalarios de Yaveriguaré, que había recibido la misma distinción en 2016.
La recicladora de papel, de Sandra Escames. 70 páginas. Orgánico, 2023.