El miércoles 15 reunimos a las escritoras Mercedes Rosende y Tamara Silva junto a una treintena de lectores en el Café Bacacay la diaria. La idea del encuentro, al que invitó Biblioteca País, era conversar con autoras de trayectorias e intereses en apariencia disímiles: Silva fue premio revelación en la última edición de los Bartolomé Hidalgo gracias a Desastres naturales, su –hasta ahora– único libro publicado, mientras que a Rosende, autora de dos colecciones de relatos y cinco novelas (incluyendo la flamante Nunca saldrás de aquí), había que aprovecharla en Montevideo, porque su carrera como escritora la llevó a residir en el extranjero.
Podría pensarse que son creadoras de distintos momentos, pero en realidad Mercedes no es conocida como escritora desde hace tanto: su primer libro, Demasiados blues, es de 2005.
Rosende: Empecé a publicar tarde. Mi primera novela sale cuando yo tenía 51 años, y la había escrito el año anterior, o sea que tampoco es que me haya puesto a escribir mucho antes. Tenía un libro de relatos publicado, que es en realidad lo que más me gusta, escribir cuentos. Pasó que después de eso me jubilé, y después vino otra novela más, y pasaron cosas raras en mi vida. Cosas mágicas, capaz, porque mis derechos empezaron a venderse en el exterior, y al terminar mi carrera –soy escribana– me estaba esperando otra carrera. Ahora trabajo una cantidad de horas por día, mucho más que lo que trabajaba cuando estaba en la universidad y ejercía mi profesión, pero estoy absolutamente feliz. Me mudé de país, además, porque mis libros empezaron a venderse mucho más en Europa que en América. Me fui para allá y viajo todo el tiempo, y cuando no viajo, escribo. Ahora, por ejemplo, para terminar Nunca saldrás de aquí pasé dos meses del verano de allá, julio y agosto. Fuimos a una playa con mi pareja, y mientras estaban todos en la playa yo estaba escribiendo 12, 14 horas por día, y me preguntaba “¿qué estoy haciendo yo después de todo lo que trabajé en mi vida, en mi profesión, haciendo esto?”. Y me contesté a mí misma: lo que pasa es que me gusta. Entonces estoy en un estadio de mi carrera que es el que me gusta, nada más que eso.
Silva: Desastres naturales se publicó en mayo y la primera edición se agotó en dos meses. Fue una sorpresa, imprimimos una segunda, se agotó a los dos meses, imprimimos una tercera, y eso ya fue inesperado. Lo de los Bartolomé fue todavía capaz más inesperado.
El libro se ha vendido, lo han leído, lo han recomendado: algo que yo no me esperaba. Cuando publiqué dije “no me conoce nadie, no sé si va a funcionar, hay muchos libros que se están publicando todo el tiempo”. Al principio tuve amigos que lo compraron, lo leyeron, lo recomendaron, y eso de alguna manera inició otra cosa, y ahora estamos acá.
¿Qué piensan de los talleres?
Rosende: Me encantan. No solamente fui a un taller, sino que además yo di un taller durante mucho tiempo, después lo tuve que dejar porque empecé a dedicarme profesionalmente a escribir y ya no me daba, me chupaba mucha energía, pero es algo que siempre recomiendo a todo el mundo. Fui a un taller con Helena Corbellini y Mario Delgado Aparaín, y después durante siete años yo di un taller también. Creo que fue algo buenísimo, porque ellos siguen juntándose muchísimos años después, sigue la relación de ese grupo, y eso que eran muchos. Ahora acabo de dar un taller en el Centro Cultural de España, y sentí de vuelta la energía de trabajar de esa manera tan especial, en que uno se retroalimenta, porque viene con algo para decir, pero también viene con mucho para escuchar.
Silva: En mi caso fui al taller de Horacio Cavallo en 2020. La mayoría de los cuentos de Desastres naturales salen de ahí, de consignas de Horacio. Más tarde fui al taller de Mercedes Estramil, por muy poquitos meses. Después traté de hacer otros talleres, y también los empecé y los abandoné. Me parece que justo el taller de Horacio cayó en el año de la pandemia, entonces yo estaba como con otro estado mental y con otro tipo de concentración, y era por mail, entonces también lo disfruté mucho por eso. Así que no volví a hacer talleres, al menos no últimamente. Pero este año dimos varios con Gabriela Escobar, una escritora fantástica, y nos divertimos mucho porque es como un laboratorio de experimentación más que un taller literario.
Aunque Mercedes es cosmopolita, en sus novelas –excepto la última, en la que la acción se va a la frontera con Brasil– se reconoce a Montevideo. En cambio, los relatos de Tamara no son tan sencillos de ubicar: a veces los lugares parecen una mezcla de balnearios y zonas rurales, a veces son más urbanos.
Silva: Justo ayer conversaba con Alejandra Gregorio, una dramaturga muy maravillosa, sobre los territorios en la narrativa y cómo en algunas narrativas adquieren como una forma de ser personajes, que capaz que no es intencional, al menos en mi caso. Pero después lo revisé y capaz que hay una construcción de los espacios que tiene que ver con traerlos a un primer plano, y que no sean sólo el espacio en el que sucede la acción, sino que la acción esté como muy involucrada con ese espacio. Creo que sí, que la mayoría de los cuentos están ambientados en un espacio del campo, que podría ser el interior de Uruguay, pero también lo pienso y lo extiendo un poco a lo latinoamericano. Cuando yo los pienso digo “este lugar podría ser Aiguá”, que es la ciudad donde viví muchos años, o Minas, donde también viví muchos años. Creo que hay como una suerte de una Minas que no es Minas y un Aiguá que no es Aiguá, que me ayudan a construir estos relatos desde la ficción, a que el arroyo pueda pasar por donde a mí se me antoja que tiene que pasar, y la calle lo mismo. Creo que en ningún momento se menciona algún lugar en los cuentos, solamente se menciona Buenos Aires, y es una Buenos Aires muy particular además. Entonces, hay un lago, pero no se sabe qué lago es, podría ser un lugar casi como podría ser cualquier otro.
Rosende: Mis cuatro primeras novelas transcurren en Montevideo, pero no solamente eso, sino que además Montevideo es un personaje muy fuerte. No sé si lo hice conscientemente, pero sé que me gustó utilizar la ciudad como si fuera eso, como si fuera alguien más. Pero es una Montevideo intervenida también, no es exactamente Montevideo, pero de cualquier manera es sumamente reconocible. Con Nunca saldrás de aquí estaba un poco cansada porque yo también escribo para divertirme, para pasarlo bien, y dije “bueno, ya está con Montevideo, me voy a viajar”. Y llevé a mi personaje a la frontera, porque me gusta mucho también la posibilidad de desplazar. Entonces Úrsula, que protagoniza cuatro de mis novelas, se traslada al Chuy, que me pareció un lugar lleno de posibilidades.
Después de haber explotado Montevideo, me pareció que la zona del borde, de la frontera, de los límites, era interesantísima como escenario. Y si a Montevideo la había explotado como escenario de noir, de policial, y me había rendido muchísimo, el Chuy no me rindió menos.
O sea, lo encontré sumamente funcional a lo que yo buscaba, y creo que también se convirtió de alguna manera en un protagonista fuerte. También, por supuesto, la lengua, eso tan especial que tenemos en los bordes de Uruguay, es bastante original. Y eso de la ciudad que se extiende de un lado y del otro, y que si viene un extranjero que no conoce capaz que no sabe de qué lado está. Me gustó la posibilidad de explorar otro lugar que fuera un poco mestizo, un poco bastardo.
Mordida, la novela de Mercedes Estramil, también se mueve en la zona del Chuy y tiene mucho de carretera. Además, al final de tu novela aparecen escenarios y personajes de relatos de Martín Palacio Gamboa.
Rosende: Yo había leído los cuentos de Martín, le hice la contratapa o el prólogo o algo, y le robé no solamente el bar, sino también algunos ambientes. Pero fue un robo consentido. Además, ese bar, que se llama Mirá Cómo Llora La Infeliz, existe o existía hasta hace dos años.
Hablando de eso, ¿de qué formas dejan que lo que ocurre fuera de la ficción permee sus relatos? Por ejemplo, en La muerte tendrá tus ojos, la primera novela de Mercedes, se habla de corrupción en el puerto de Montevideo (un tema que no pierde vigencia), y en esta última aparecen Rocco Morabito y una red de explotación de menores. En tu caso, Tamara, funciona distinto.
Rosende: Cuando se escribe, uno va descubriendo qué lo obsesiona. Yo descubrí, por ejemplo, que me obsesionaba el tema del cuerpo de la mujer un día en que empecé a mirar lo que había escrito hacia atrás. Y no tenía tampoco tanto escrito, cuentos y creo que un par de novelas. Realmente no sabía que me obsesionaba tanto la presión que sentimos las mujeres frente a las exigencias del mercado, de la sociedad, de las instituciones. Nunca me había dado cuenta de que a mí me irritaba tanto ese tema, Noté irritación, rabia en mi propia escritura. A medida que lo fui descubriendo lo fui desarrollando, pero también lo fui conteniendo, Porque, dije, “no quiero hacer un panfleto, quiero escribir una novela”. Y lo mismo pasa con otros temas que fueron surgiendo en mi primera novela. Está el tema de la corrupción política, por ejemplo, del narcotráfico y de los crímenes que empezaban a suceder en Uruguay, a los que nosotros estábamos acostumbrados. En mi primera novela, la protagonista, Lía, va por la calle con una bolsa negra de basura que tiene una cabeza dentro. Aclaro que sucede en un contexto que está justificado. Me acuerdo de que un amigo escritor me dijo “eso es completamente inverosímil. En Montevideo nunca aparece una cabeza”. Y resulta que el tiempo me dio la razón. También describí el asalto a un blindado, de esos que transportan dinero. Y al poco tiempo también hubo un gran asalto a un blindado. También me dijeron que no era posible, que en Uruguay no pasaban esas cosas. Y en el interior hubo un asalto a un blindado y lo hizo un hombre en bicicleta. Así que si será posible... Y después, por ejemplo, en esta última aparece algo que no es la Operación Océano, pero tiene algo que ver. Suceden cosas que a veces son la realidad y que a veces son la realidad un poco llevada a la literatura. Pero ¿qué más remedio? Vivimos en este tiempo y no tenemos otro que reflejar.
Silva: En mi caso hay un vínculo entre realidad y, bueno, realidad imaginada, pero creo que es mucho más sutil. Desastres naturales lo empecé a escribir cuando tenía 19 años y estaba tratando de escribir cuentos pensando en la estructura del cuento y más como construcción de personajes. Cosas de taller que me llevaron a decir “voy a escribir un cuento”. Son cuentos: tienen un inicio, la mayoría, un conflicto, desenlace. En ese sentido son bastante clásicos, me parece. Lo que hay es esta suerte de transfusión entre la realidad que podría ser Aiguá o Minas, o el campo alrededor, que, claro, se traslada a los cuentos, pero es complejo describirlo, porque claro que en el campo hay gallinas, pero eso no significa que yo tenga gallinas. Pero después de que el libro se editó me empezaron a pasar cosas como que me preguntaran si tenía una amiga muerta y ese tipo de cosas. No sólo es de gente que no me conoce, sino de gente que me conoce y me decía “no sabía que te había pasado esto”. No, en realidad no me pasó. Creo que como son cuentos realistas es difícil distinguir entre realidad y realidad imaginada. Todos esos cuentos aparecen un poco triangulados entre memoria, imaginación, realidad, pero es difícil ver cuál está más cerca de cada cosa. Me pasó con mis abuelos, a los que les dediqué el libro. Tuvimos que tener una conversación sobre la ficción, sobre la construcción.
Rosende: Cuando empecé a escribir, escribí un cuento que tuvo su lado divertido. Se trataba de cuatro hermanos que se reunían después de muchos años de estar separados. Empieza una cuestión de recuerdos y de lo que pasa en la actualidad. Y resulta que la madre, que era un actriz de teatro, era un ser terrible. Era más o menos eso: un escenario en una playa, cuatro hijos adultos que recuerdan a veces con mucho rencor. Un día me invitaron a leer en la Asociación de Escribanos. Había 200, 300 personas. Era la primera vez que leía un cuento, me resultó bastante difícil. Cuando termina todo, se acercan un montón de mujeres y me dicen “ah, nosotros sabemos quién es tu madre”. Y yo, claro, no tenía experiencia. Era el tercer cuento que yo escribía en mi vida. Me las quedé mirando y me dicen: “sí sí, tu madre es una actriz conocida”. Y yo les digo: “mi mamá es maestra”.
Acerca de lo que dijiste del cuerpo, Mercedes, hace un par de años aparecieron cuentos tuyos bajo el título Historias de mujeres feas. ¿Cómo piensan los temas de género?
Rosende: Trato, como les digo, de no hacer un panfleto. O sea, mi primera intención cuando escribo es primero armar un relato. Defiendo a muerte la palabra entretenimiento. Trato de hacer la mejor literatura de la que soy capaz, pero trato además de que haya un pozo, un trasfondo de entretenimiento. Eso es totalmente incompatible con hacer un manifiesto político, de género, lo que sea. Pero, sin embargo, yo soy yo. Nunca fui otras personas. Entonces no tengo más remedio que reflejar mis propias inquietudes. A veces, como decía, trato de morigerarlo, de atemperarlo para que no sea algo excesivo. Pero no tengo más remedio que escribir sobre las cuestiones que me inquietan. Y además, también confieso, me gusta hacer que se refleje la realidad de esa forma. Pero trato de mantenerme alejada de tener una posición militante literaria.
Silva: Bueno, yo tengo lesbianas en un cuento de mi libro, pero no son el tema central. Bueno, no sé si hay tema central justo en ese cuento [“Noche mágica, ciudad de Buenos Aires”]. Pero aparecen ahí como aparecen los niños, aparecen los perros. Forman parte del paisaje. Creo que es muy difícil decir “voy a escribir una novela sobre estos temas”, pensando en una novela feminista o una novela que tenga representación de cualquier tipo. Al menos para mí sería muy difícil, y no sé si soy capaz. Y creo que puedo ser militante en muchos ámbitos. Capaz que en la literatura no me sale tan bien. No siento una exigencia. Y tampoco como una responsabilidad. Escribo, lo disfruto.
¿Y con los otros géneros, los literarios, cómo se llevan? A primera vista, ambas los utilizan, pero consiguen zafar de sus limitaciones. Tamara juega con elementos fantásticos o especulaciones metafísicas, como en el cuento “Cera”. A Mercedes se la asocia con la literatura policial, pero emplea sus clichés de una manera muy libre. Incluso se podría pensar que llega a la estructura del policial porque es la que le permite hablar de algunos asuntos. De algún modo, las dos juegan con las fronteras de los géneros.
Silva: En ese cuento que mencionabas este hombre se levanta de noche porque siente un ruido. Sale al campo. Se encuentra con él mismo. Y pasa esto tres veces. Y terminan siendo tres hombres. No tiene una resolución fantástica. El narrador se aleja y los tres hombres siguen tirados en el campo. Y dice. “los van a encontrar ahí a los tres a la mañana”. Creo que me pasa eso con el resto de los cuentos. En el cuento “Desastres naturales” llevan a una niña a una curandera porque tuvo un acto premonitorio. También, lo mismo: lo tuvo. Capaz podría pasar. Lo de los tres hombres en el campo, no lo sé, pero el cuento lo plantea de esa manera, y arreglate. Amigos que leyeron ese cuento antes de que se publicara me dijeron “este final no tiene sentido. Capaz que tendrías que dejarlos”. Y a mí me gustaba decir “no, los van a encontrar ahí a las nueve de la mañana, van a estar tirados en el campo, todavía vivos”. En varios de los cuentos hay irrupciones de lo fantástico que no sé si terminan de encajar. Como sucesos fantasiosos o de la realidad mágica, no sé si latinoamericana, pero sí del interior.
Rosende: Cuando escribí mi primera novela yo quería escribir una historia de amor, porque pensaba que en la literatura uruguaya había pocas historias de amor felices. No sé por qué se me había puesto esa idea en la cabeza. Entonces empecé a escribir mi historia de amor y de a poco se fue transformando en un thriller. Y de un thriller fue pasando a una novela negra, muy negra. Pero yo seguía convencida de que había escrito una historia de amor. Entonces se la mandé a un amigo escritor, Milton Fornaro, y me dijo: “Esto es una novela policíaca”. Entonces me puse a pensarlo. El producto no era exactamente el que yo había planificado, había salido otra cosa. Después sí, empecé a utilizar el género de una manera mucho más deliberada. Pero no fue mi intención escribir algo inscripto en el género. Salió solo. De a poco la historia de amor se fue complicando.
Y hago una pequeña coda. A mí me gusta mucho también escribir cuentos. Lo que pasa es que a las editoriales que he tenido no les interesa mucho publicarme cuentos.
Silva: A mí me interesaba la idea del conflicto cuando escribí algunos cuentos de Desastres naturales, motivada un poco por las películas de Lucrecia Martel, que dice que no tiene por qué haber un conflicto en todas las historias. También Ursula Le Guin va por el mismo lado: dice que la necesidad de conflicto es muy masculina, muy bélica. Aparece la posibilidad de construir otras historias. Creo que en algunos cuentos hay una intención de sacar el conflicto del foco, o de que el conflicto suceda antes o después y que el relato sea otra cosa, de que no esté estructurado de la misma manera. Eso fue una búsqueda particular, pero estaba muy incipiente, así que no sé si se refleja en todos los relatos, pero estaba ahí.
Nunca saldrás de aquí, de Mercedes Rosende. 332 páginas. Planeta, 2023. Desastres naturales, de Tamara Silva. 112 páginas. Estuario, 2023.