En 2017 la escritora Francesca Manfredi (Reggio, Emilia, 1988) se alzó con el prestigioso premio Campiello a la mejor ópera prima por su libro de cuentos Un buon posto dove stare. No ha sido ese opus inicial sino su primera novela, L’impero della polvere, que bajo el título Un imperio de polvo acaba de aparecer en las librerías locales y es la primera obra de Manfredi en traducirse al español.

El volumen, publicado por la editorial argentina Fiordo en traducción de Eleonora González Capria, tiene la consistencia engañosa del polvo, una densidad que a simple vista no evidencian su contextura delgada y la suma de capítulos breves, desarrollados como cuentos, de frases cortas y medidas, largos bloques de diálogos y un poderosísimo (y perturbador) empleo de la elipsis.

Leer Un imperio de polvo como otra novela de iniciación (etiqueta estampada por algunos reseñistas y hasta por la propia editorial en la contratapa) constituye un error. En la historia de Valentina, la protagonista, una niña en pleno ingreso a la adolescencia, que convive con su madre y su abuela en una inquietante casa de campo, el concepto de desgracia se redimensiona al entreverarse con la más anodina cotidianidad. De algunos de estos asuntos conversó Manfredi durante su reciente y fugaz paso por Montevideo.

Primero el cuento

“La escritura fue una derivación de mi pasión por la lectura. Empecé a escribir seriamente unos diez años atrás. Se trataba de relatos cortos, en la senda de Raymond Carver. Siempre ha sido el género que más me ha gustado escribir”, cuenta la autora al momento de precisar su vinculación con el relato breve. El trabajo sobre cada capítulo de Un imperio…, más allá de la cohesión propia inherente a la estructura de la novela y a su progresión argumental, permite calibrar ese vínculo cercano con la labor cuentística.

“Para mí es todo un cumplido que un crítico vea esa conexión porque es lo que busco al escribir. Trabajé cada capítulo de la novela como una unidad en sí misma. Me interesaba que cada capítulo funcionara de esa manera, al margen de que estaba especialmente preocupada por que tanto el inicio como el final fueran muy fuertes”.

Al momento de desarrollar la historia de Valentina, la niña que asiste a lo largo de la novela al despertar sexual, el contacto de primera mano con la muerte y las diversas revelaciones que le impone su cuerpo en transformación, Manfredi entendió en un punto de la escritura que debía trascender las 20 páginas iniciales del relato. “Fue la propia historia, iniciada como un cuento, que me llevó a la novela”, afirma.

Imágenes

Francesca Manfredi se formó en escritura creativa en la Scuola Holden, una institución fundada por el famoso escritor italiano Alessandro Baricco, aunque su primera vinculación con el arte de contar historias fue a través del cine. “Comencé a estudiar cine en la universidad”, dice, “donde cursé Historia del Cine, pensando que podía trabajar escribiendo guiones, pero de ahí pasé a la escritura. En Italia, cuando vas a estudiar literatura, estudiás lo que otros escribieron, no te enseñan a escribir. De ahí que me inscribiera en la Scuola Holden, donde comencé a desarrollarme propiamente como escritora”.

Las imágenes juegan un rol destacado en el mundo interno y en el entorno inmediato de Valentina, pues a lo largo de Un imperio de polvo, que dialoga en sordina con los restos fosilizados (y por eso mismo reconvertidos) del realismo mágico, aparecen innúmeros litros de sangre brotando de las paredes de la vieja casa familiar, lluvias de ranas y sorpresivas invasiones de insectos. Ese ambiente irreal se construye a partir de la mirada propia, extrañada, de una niña que está entrando en la adolescencia. “Al principio había escrito algunos cuentos en los que Valentina tenía 8 o 9 años”, dice la autora, y agrega que muchas de sus propias vivencias de infancia se colaron en la percepción de la protagonista, especialmente el tiempo que pasó en la casa de su abuela, que como la de la novela también estaba en la campaña, aunque no se trataba de una hacienda agrícola.

Contra el exceso

Por su sabio manejo de la elipsis, la recurrencia a los silencios y la ausencia de cualquier tipo de sobreexplicación, Un imperio de polvo constituye una suerte de rareza en una época en la que todo debe ser explicitado y en la que el ámbito privado se licua al volverse público en las redes sociales. “Justamente, mi próxima novela, que aparecerá en febrero en Italia, trata sobre el tema de la comunicación en estos tiempos: es la historia de una chica que decide dejar de comunicarse porque ya no se encuentra cómoda en este mundo de hipercomunicación en el que vivimos, como si fuéramos una vidriera”, dice la autora.

Esa tendencia, que en sí misma es un estilo, de trabajar con lo “no dicho”, de mostrar sin evidenciar, es algo que Manfredi ha heredado de algunos autores que la marcaron como lectora y, por ende, como escritora. Al omnipresente Carver, que gravita de diversas formas sobre Un imperio…, la novelista agrega otras lecturas disímiles y complementarias tales como Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, L’arte della Gioia, de Goliarda Sapienza (sin traducción al español), y la obra de la cuentista y novelista estadounidense Shirley Jackson.

Foto del artículo 'Francesca Manfredi: el fino arte de lo no dicho'