Hace casi cinco años me encargaron un artículo sobre aquello que yo llamaba ser un padre feminista. Estaba por nacer Camilo, mi segundo hijo, y yo me preguntaba entonces cómo hacer para que no se convirtiera con los años en un hombre común: esto es, estadísticamente, un peligro para cualquier mujer, como podía ser mi hija Almendra, que entonces tenía tres años. Lo publicaron un 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, y fue bien recibido, uno de los más leídos ese año en aquel portal argentino. Pero siento que hoy sería un escándalo –uno menor, sin dudas, pasajero y de esos que hay a diario en redes sociales, pero escándalo al fin–: por qué un hombre habla de eso ese día. Y probablemente yo mismo no escribiría esa misma nota ni la publicaría ese día. Pero hoy vuelvo al tema, al feminismo, o a las atrocidades que el patriarcado depara a las mujeres –o a mi hija–, porque en esa nota había algo que aún sostengo: cuando dudo, leo. Entonces leí a Chimamanda Ngozi Adichie y sus consejos y recomendaciones para la crianza en el feminismo.
Cuando no sé cómo hacer o cómo voy a hacer –en este caso, para acompañar a mi hija (que ahora tiene ocho años) en la transición hacia ser mujer deseante y deseada–, entonces leo. Y ahora leí Nena, el libro de ensayos autobiográficos de Melissa Febos que publicó Chai Editora en 2022 y que atesoro en la biblioteca ahora como una especie de legado: acumulo aquellos que querré dejar en manos de mis hijes cuando tengan preguntas que yo no voy a saber responder. O para cuando no hagan preguntas.
Decir que seleccioné Nena como uno de los libros que quisiera legarle a mi hija me exime un poco de la reseña, pero no le escapo al bulto ni a la tarea: quiero decir que ese gesto habla más que un adjetivo. Igual vamos: Nena es un sacudón interesante que parte de varias conjeturas y experiencias de la autora, que ha sido trabajadora sexual, dominatriz, que ha dejado atrás ese camino –y lo ha narrado en Whip Smart, de 2010– y ahora lo explora en sentido inverso y con cierto vigor teórico, pero sin desdén por la experiencia: vuelve al campo, a consultar a otras mujeres por sus experiencias. Enriquece en esa tarea, en esa universalización de su voz, porque magnifica lo que cuenta: esta es una historia personal, por momentos, pero que podría ser la de tantas otras mujeres.
Y la pregunta que me deja, uno de los puntos que parecen marcar el trayecto de la vida de Febos, me ha quedado latiendo: ¿cuándo una niña –o incipiente adolescente– se da cuenta de que su cuerpo, de que su presencia puede convocar el deseo y, con ello, el peligro? La maestría narrativa de Febos, que hurga en su experiencia pero la excede, va hacia allí: a contar cómo fue condicionada su experiencia de vida por el contexto patriarcal. Y ese condicionamiento lleva varias facetas: ser y parecer, cómo comportarse, cómo acceder y conceder al deseo ajeno, la lascivia adulta sobre cuerpos apenas infantes o adolescentes, la presencia del deseo masculino anteponiéndose a todo. Pero luego crece entre preguntas que exceden eso y se posan sobre el consentimiento. Esa educación inicial, ese estado de cuerpo en disposición crea lo que ella llama consentimientos vacíos. Y ahí la voz de Febos vuelve a enriquecerse en forma coral por medio de las citas a otras mujeres con las que ha hablado para sus ensayos: cuántas veces una mujer concede o accede a realizar algo que quizás no quiere, con el fin de preservarse, de protegerse de un daño mayor, o incluso para no desilusionar. Cómo decir que sí, cómo decir que no.
Desde que leí Nena, hace unos meses, les pregunté a varias mujeres –amigas, parejas, exparejas, familiares– sobre un momento. Si recordaban el punto exacto de no retorno, ese día o esa época en que sus cuerpos empezaron a ser deseados, en que notaron en la mirada masculina otra forma de verlas. Las respuestas, aún las menos concisas, apuntaron hacia edades ostensiblemente bajas. Esta no es una sentencia moralista o puritana; no hablamos de compañeres escolares en aras del descubrimiento mutuo: hablamos de hombres mayores de edad imprimiendo sus miradas o deseos explícitos –en la forma de un chistido, un comentario, una mano, un susurro o la sola mirada– sobre cuerpos en transición de la infancia a la adultez, y sintiéndose habilitados para hacerlo. Nena, entre otras cosas, nos convoca a preguntarnos quién ha dado ese permiso, pero sobre todo nos empuja a una pregunta urgente y un poco más incómoda: ¿cómo hacemos para revocarlo?
Hay, también, una parte incómoda en asumir el deseo propio. Y ahí lo de Nena es desafiante, porque Febos expone algo que no siempre se dice: que el deseo a veces es opaco, que no siempre se conoce el origen. Iba a terminar diciendo que es un libro arriesgado y lúcido. Pero no sé. Capaz que lo que quiero decir ya lo dije cuando señalé que es el libro que quiero dejarle a mi hija para dentro de un tiempo, para que no se sienta sola ni incomprendida (aunque igual vaya a sentirlo). Y para que nunca tenga que decir que sí cuando en realidad esté queriendo decir que no.
Nena, de Melissa Febos. Argentina, Chai, 2022, 312 páginas.