Quentin Tarantino viene amenazando con que su próxima película, El crítico de cine, marcará el fin de su carrera como director. Incluso si se concreta su alejamiento de la influyente silla detrás de las cámaras, nada disminuirá el amor que siente por la industria del cine, que se pone de manifiesto en cada entrevista y que en los últimos años se transformó también en una ocupación literaria.

En 2021 publicó su novelización de Había una vez en Hollywood, que, además de homenajear a la industria de adaptaciones cinematográficas en papel, permitió descubrir cuánto del universo de Rick Dalton y Cliff Booth quedó fuera de la película de 2019 (la respuesta es: muchísimo). La edición en español llegó el año pasado a las librerías.

Justamente en 2022, pero tras un arribo con delay al mercado hispanohablante, publicó Cinema Speculation, que aquí se puede conseguir como Meditaciones de cine. Ambos títulos ayudan a explicar qué es lo que se puede encontrar en las entretenidas páginas de este libro de no ficción.

Decir que este volumen es la carta de amor definitiva a Hollywood sería desconocer lo planteado antes. Sí contiene una pieza fundamental del rompecabezas en tanto es la primera. Aquellos que no tengan un conocimiento enciclopédico de la vida de Tarantino o que no hayan escuchado o leído suficientes entrevistas, entenderán cómo se formó esa relación tan fuerte entre la industria del cine y un muchachito de Knoxville, Tennessee.

Lo que marca una diferencia sustancial entre su crecimiento y el de muchos otros jovencitos de su generación es que la madre de Tarantino y su pareja de aquel entonces (Curt) acostumbraban llevarlo al cine con ellos, incluso a una edad muy temprana para el tipo de películas que veían. La única regla era no hacer demasiadas preguntas durante la exhibición; ese espacio se reservaba para el viaje de regreso a casa.

Así fue que, mientras sus compañeros apenas tenían permitido ver programación infantil, el pequeño Q experimentó toda clase de films de un Hollywood que durante los años 70 estaba atravesando el movimiento conocido como Nuevo Hollywood, donde los directores les quitaron un poquito de poder a los grandes estudios y en muchos casos se convirtieron en “autores” de las películas que filmaban.

El primer capítulo de Meditaciones de cine, titulado “El pequeño Q ve grandes películas”, repasa esa característica de su núcleo familiar, combinándola con una memoria prodigiosa para recordar detalles de las salas que visitaba y las funciones (muchas veces dobles o triples) a las que asistió. Y en esas páginas iniciales enumera una letanía de títulos que vio desde los siete años hasta que su madre dejó de salir con Curt.

Después de esta introducción, que nos puede dejar un poco abombados por la cantidad de películas espolvoreadas (y por un obvio detalle que veremos más adelante), el libro se transforma en el repaso de películas puntuales, que fueron clave en su formación o que descubrió más adelante y consideró importantes dentro de ese renacimiento de la meca del cine. Y presentadas en forma cronológica.

Así, tenemos capítulos dedicados, por ejemplo, a Harry el sucio (Don Siegel, 1971), Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), Rolling Thunder (John Flynn, 1977), Paradise Alley (Sylvester Stallone, 1978) o Hardcore (Paul Schrader, 1979). Cada uno de ellos con menciones a otras cintas y otros creadores, que al repetirse nos permiten descubrir una parte de aquella industria en que los guionistas también cumplían un papel preponderante, algo interesante de leer en medio de un conflicto en el que reclaman una mayor cantidad de migajas por su trabajo.

Combinando anécdotas de la filmación, conversaciones (recordadas) con los involucrados y juicios que incluyen los palitos que cree correspondientes, Tarantino logra mantener nuestra atención. Pero va más allá. Sin importar si vimos la película, la conocemos, o es la primera vez que sabemos de ella, el autor tiene la capacidad de entusiasmarnos a tal punto de soltar el libro y buscar algunos de los títulos en las plataformas que están a nuestra disposición. Hay un puñado de capítulos dedicados a protagonistas puntuales de su historia, como un crítico que admiraba o una de las personas que lo acompañaban al cine en su adolescencia.

Hay un único detalle que dificulta la lectura y no es menor. La versión que llegó a las librerías uruguayas es la misma que se editó en España, con traducción de Carlos Milla Soler. Suficiente sería tener que lidiar (como tantas veces) con la proliferación de palabras como “batiburrillo” o “tostón”, pero en este caso el asunto es más complejo, ya que históricamente el mercado español estrena las películas con títulos diferentes que el mercado latinoamericano. Y estamos hablando de obras que tienen más de 40 años, lo que dificulta aún más su identificación.

En lugar de presentar todos los títulos originales (con algún apartado al cierre que incluyera la traducción), tendremos que aprender que cuando hablan de La organización criminal se refiere a The Outfit (John Flynn, 1973), que por aquí se conoció como En contra de la organización. Decí que es tan interesante lo que cuenta Quentin, que uno supera el Lost in Translation (Perdidos en Tokio).

Meditaciones de cine, de Quentin Tarantino. 424 páginas. Reservoir Books, 2023.