Cuando en 2019 publicó Cometierra (Sigilo), su primera novela, Dolores Reyes no podía saber lo que le esperaba. La escritora argentina, que hasta entonces trabajaba exclusivamente como maestra de escuela en Pablo Podestá, en el oeste del conurbano bonaerense, había escrito esas páginas como parte de la exploración sensible que su propio contexto le sugería, pero no había pensado en publicar un libro. De pronto, se transformó en una autora requerida y consagrada.

Este año apareció Miseria, la continuación de aquella historia. Publicada por Random House –indicación de éxito y reconocimiento que obtuvo la autora–, la novela posiblemente la traiga de visita a Montevideo durante la próxima Feria Internacional del Libro. Mientras digiere el éxito y la fama, Reyes recuerda en diálogo con la diaria que ella estaba “muy agarrada” a su vida anterior: “No tenía ganas de que cambiara demasiado. Y es difícil mantener el anonimato y la cabeza tranquila para escribir en medio de ferias, presentaciones y viajes”.

De todos modos, durante casi una hora de conversación mantendrá el humor y el temple pese a las interrupciones de alguno de sus siete hijos y a las irrupciones en medio de la charla de una agenda promocional que no sólo afecta estos intercambios, sino también su tiempo de escritura. Hace pocas semanas, como muestra, estuvo en la Furia del Libro, en Chile, y pronto partirá a una gira por varios estados de México: “Es un lugar en donde se laburan mucho los libros y hay muchos lectores. Esta historia, de alguna forma, dialoga mucho con México”. Se refiere, claro, a las desapariciones, a los femicidios y a la búsqueda de mujeres en toda Latinoamérica.

No hay una explicación del éxito de Cometierra, en la que el personaje central –homónimo del título del libro– tiene la habilidad de hallar mujeres desaparecidas tragando tierra que estas han pisado. Puesta a buscar, Reyes entiende que hay valores universales en sus libros: la relación fraterna –de Cometierra y su hermano–, la amistad entre mujeres –entre Cometierra y Miseria, su cuñada y protagonista de este segundo libro que ya promete ser una saga– y, sobre todo, la desaparición de mujeres.

“Creo que un valor central es que se narran las violencias machistas y las violencias en general hacia las mujeres desde otra perspectiva. Y también hay un reapropiamiento del realismo mágico. Es un movimiento que dejó afuera a las mujeres y en un punto me reapropio de ciertos principios como la tierra y la magia, que son principios femeninos”, explica.

Pero cuando escribiste no pensabas que la ibas a pegar.

No, claro, es que la cuestión temática no te garantiza nada. La idea de pegarla no es posible preverla. Hay algo con la construcción de las voces, creo, que permite que el lector se emocione, que no quiera soltar la novela y que haya pasado eso que pasó que es fundamental y que fue muy fuerte, la recomendación boca a boca. Y también creo que permite que empaticen mucho con los personajes. Y a la vez en los libros está muy presente una llaga abierta que hay en la sociedad y que la literatura permite procesar.

Hace un tiempo, en una entrevista para Télam, en Argentina, hablaste de que la ficción permite dar cuenta de una realidad. ¿Cómo impacta la realidad en tu literatura?

Siento que esos temas que son tan problemáticos y terribles se me imponen a la hora de escribir. Tomo la experiencia vital y la perspectiva de jóvenes que tienen una vida súper precarizada y voy acompañándolas en su experiencia, y de alguna forma es inevitable que se encuentren con lo que se encuentran, que son muchas formas de violencia. Ahora Miseria está embarazada y eso también la expone a toda una serie de violencias, a lugares de peligro. Pero no es que me impongo escribir sobre eso, un libro así, sino que voy acompañando a los personajes. Y también siento que por eso queda, de cierta forma, natural y no se ve impostado desde afuera. Y eso hace también que se genere debate y empatía con los personajes.

Hay un fenómeno popular...

Totalmente. Todo el tiempo me pasa. Voy caminando y me frena una chica en bicicleta y me dice “ay, Dolores Reyes, estoy empezando mi semana y me pone re feliz esto”, con una frescura y naturalidad súper linda y es como algo de ida y vuelta. Ella me dice eso y a mí también me genera algo hermoso. Me pasa todo el tiempo, es súper popular en eso.

¿Qué cambió eso a la hora de escribir?

Cuando salió Cometierra sentía que iba a tener un puñadito de lectores –mis seres queridos, amigos, mis compañeros de taller–, y pasó que el editor me decía “no son tus amigos, están viniendo a comprarla”. Ahora, en cambio, sabía que muchos lectores estaban esperando la novela, y eso te pone la vara alta. Y también es lindo saber que lo van a leer, y vienen las devoluciones. Me encanta ese ida y vuelta. Igual la vara más alta la pongo yo, soy muy de corregir las cosas diez millones de veces. Pasan años hasta que estoy conforme.

¿Tus hijos te leen? ¿En la escuela?

Mis alumnos tienen entre 6 y 10 años, aunque ahora no estoy trabajando en la escuela, pero padres y exalumnos me han contado que compraron la novela y les gustó. Y mis hijos más grandes sí, son súper críticos. Me amenazan y me dicen que si los aburre dejan de leerme, pero yo me doy cuenta de que les gusta.

¿Estás pudiendo escribir ahora?

Estoy escribiendo tres cosas a la vez. Una novela y algo de no ficción, que entregaré en octubre. Laburo como puedo, porque los viajes te sacan del universo de escritura, pero igual defiendo mucho ese espacio.

Miseria dejó abierta la continuidad.

Uno de los tres proyectos es una novela continuación de esta saga. Hay cosas que con cierto cuidado voy dejando, semillas que luego voy a recoger. Es algo muy divertido, sembrar un poco las ganas en los lectores a través de cositas que uno va metiendo en la historia. Uno va administrando, no tiene que cerrar absolutamente todo, pero algunas cosas las tiene que cerrar.

Coyuntura y después

“Los huesos de mujer son gráciles”: con esa frase comenzaba una vieja crónica de Leila Guerriero sobre el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), que bien podría ser dicha en Uruguay por estos meses en que los huesos de una mujer partieron del Batallón 14 hasta Córdoba para que el mismo EAAF determine a quién pertenecen. También podría ser una frase puesta en boca de algún fiscal o investigador interviniente en el caso de Cecilia Strzyzowski, en Chaco. O podría ser, a la vez, una frase salida de la boca de Cometierra, esa heroína contemporánea capaz de engullir un manojo de tierra y sacar a mujeres del fondo del abismo. Vivas o muertas.

¿Cuánto se reactualizan tus libros con la coyuntura diaria?

Desafortunadamente las cosas que me llevaron a escribir Cometierra, las problemáticas, lejos de aplacarse, siguen día a día. Y lo que me pasa últimamente es que veo un manoseo horroroso de esas causas. Ahora estuve en un festival en Resistencia y tuve la posibilidad de chocarme con una de las tantas marchas por Cecilia en la plaza central, en los primeros días. Y es una tristeza, pensar que estamos buscando a alguien tan joven. Esa obsesión por matar a la mujer y borrarla, robarse su cuerpo, hacerla desaparecer, impedir que sus familiares puedan despedirse, se repite. Y encima hay manoseo electoral de ese tema. Es muy triste, doloroso, y todo sigue estando vigente.

¿Qué creés que aportó tu libro?

Siento que todas las mujeres y organizaciones de mujeres estamos como tratando de encontrarle la vuelta: Lastesis en Chile, las mujeres tomando el Palacio de Gobierno en México, las madres de los falsos positivos en Colombia y el mundo de la literatura hacen un aporte en ese sentido de buscarle una vuelta, de pensarlo. Yo tengo la capacidad de agarrar a un lector, conmoverlo y que salga de vuelta a la sociedad con una experiencia simbólica y que repiense cosas, que es algo súper importante. Pero falta muchísimo. Esto se sigue repitiendo prácticamente todo el tiempo.

¿Para qué te sirvió a vos la literatura o para qué sirve?

Mi primera compañía son los libros, después la música, en cuanto a no personas. Pienso que como humanos, como personas, la experiencia simbólica nos constituye tanto como la experiencia directa. Y la literatura, la poesía, es una compañía, algo fundamental, una forma de pensar con otros.

¿Cómo te llevás con la literatura uruguaya?

Leí mucho a papá Onetti. Y hay que leerlo en estos días grises de otoño, eh... una se siente agonizar. Creo que es el más dark de todos los faulknerianos, pero me gusta mucho. Tenía dos antologías y las regalé, tengo que volver a comprarlas. Me compré una nueva edición de El astillero. A los escritores uruguayos me cuesta mucho ubicarlos en Uruguay, me pasó con Fernanda Trías, o Vera Giaconi, que vive acá hace años. Me cuesta un horror meterme en la cabeza que tal es uruguayo, porque lo siento tan próximo, tan propio. No sé si gusta allá eso...

Sin apropiarse...

Pero es muy flashero eso. Me cuesta la separación. Lo sentimos tan cercano. El punto tremendo es Quiroga. Tengo que hacer un esfuerzo tremendo para recordar que es uruguayo, porque definió una zona de la literatura argentina increíble. Y además me pasa mucho con los escritores sudamericanos, salvo cuando hay una lengua de distancia, como con Brasil. Pero con Chile y Uruguay no me pasa eso, qué sé yo dónde nació cada uno. Dialogamos tan íntimamente. Estamos parados en una misma lengua y eso es muy fuerte. Incluso en mis pocas vacaciones libres con mis hijos mayores fuimos a Uruguay. Siempre me quedo con ganas de más Uruguay.