En el amplio universo de la literatura, la novela se mueve a sus anchas con aires regios, inmune a las corrientes, las modas, las vanguardias, los gustos del mercado, las imposiciones críticas, los dictámenes académicos, las veleidades editoriales y todas las contingencias habidas y por haber que, lejos de reducirla, desmerecerla u opacarla, le contagian nuevos bríos generación tras generación, siglo tras siglo, era tras era. De todos los productos creados por la incansable factoría literaria, el artefacto novela es el más acabado, aquel que permite, por su propio diseño en expansión, maleable, caprichoso e indomeñable, la inclusión de las formas y los asuntos más diversos.
Miles de escritores han reflexionado y seguirán reflexionando sobre la novela, en ocasiones apocalípticamente, en otras en franco modo de defensa, llenando páginas y más páginas de juicios, valoraciones, especulaciones y sentencias de todo tipo sobre un género literario que, por su propia dinámica y constitución, las fagocita a su paso y las vuelve meras notas de color, calderilla al pie del cofre mayor. Es esa la razón por la que en un punto resultan anacrónicos libros tan disímiles como Teoría de la novela (1920), de Georg Lukács, Por una nueva novela (1963), de Alain Robbe-Grillet, y El arte de la novela (1986), de Milan Kundera, que con el paso del tiempo deben ser leídos como desprendimientos de las obras totales de sus autores y no como verdades reveladas de ningún tipo sobre el género en sí.
A ese malón de libros escritos sobre la novela debe sumarse el flamante opúsculo La importancia de la novela, del escritor noruego Karl Ove Knausgård. Antes de meternos en el volumen, corresponde señalar la extrañeza de hallar en librerías una obra tan breve firmada por un escritor acostumbrado a los tomos pesados y largos: las 58 páginas de La importancia... parecen una auténtica fruslería ante las 4.914 páginas de la saga Mi lucha, las 1.120 del Cuarteto de las estaciones y las 784 de la novela La estrella de la mañana. El delgado volumen ha aparecido en la ecléctica y batalladora colección Nuevos Cuadernos Anagrama, una serie integrada por obras como Amor maestro. Instrucciones de uso, de Pablo Nacach, El espacio de la imaginación, de Ian McEwan, La vía de la narración, de Alessandro Baricco, Extraños, de Rebecca Tamás, y Cómo ordenar una biblioteca, de Roberto Calasso (reseñados los dos últimos en la diaria).
El texto de Knausgård es la transcripción de un discurso pronunciado por el expansivo y premiado novelista en Londres, en octubre de 2022, y si bien no constituye ninguna suerte de parteaguas ni arriesga ninguna hipótesis disruptiva, merece ser atendido. Ante la doble pregunta “¿es importante la novela?, ¿por qué y para quién?”, Knausgård deja aflorar un discurso que se vale del engarzamiento de la opinión ante el género de otros autores para conformar algo muy parecido a una respuesta. El derrotero planteado por el noruego evade las posiciones y los nombres obvios en la materia y conecta las apreciaciones de escritores tan diversos como DH Lawrence, quien “opinaba que la novela es uno de los mayores descubrimientos de todos los tiempos y que representa la más alta forma de expresarse que la humanidad ha alcanzado hasta ahora”, a Laurence Sterne y su monumental Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, que “sabotea el relato en sí con sus millones de digresiones”, cruzándolos con la imposibilidad de registrar la realidad en las obras de Marcel Proust, James Joyce y Virginia Woolf.
Lejos de los posicionamientos cerrados y del establecimiento de cualquier tipo de fórmula, la inquietud de Knausgård ante la importancia del género se sustenta en su propia condición de lector. El disparador no es otra cosa que “esa extraña sensación que te invade tras acabar de leer, cuando te quedas sentado con el libro en el regazo, todavía inmerso en su mundo durante unos minutos más”. Para el noruego, la última experiencia de ese tipo, previa a la redacción del discurso que conforma La importancia de la novela, fue la lectura de Cosas pequeñas como esas, de la escritora irlandesa Claire Keegan, una contundente y breve novela que publicó en español el sello argentino Eterna Cadencia, con traducción de Jorge Fondebrider (también comentada en estas páginas).
La búsqueda de Knausgård se propone trascender esa idea de “vivencia” que queda latiendo en él como lector luego de terminada la lectura de la novela, cuando la trama y los personajes empiezan a desvanecerse, acomodándose con otras tramas y personajes previos de la memoria lectora: “Me resulta difícil explicar por qué me causó tanta impresión. Recordar lecturas es un poco como recordar un dolor: podemos describir lo que ocurrió y cómo fue, pero, sin las sensaciones que nos llenaron entonces, y dado que esas sensaciones son precisamente el dolor, sólo nos referimos a la cáscara, lo que queda tras el dolor en la memoria”.
De lectura rápida y amena, con una argumentación que fluye con soltura y apela al imaginario lector de quien sigue sus páginas, interconectando posiciones y desmontándolas del pedestal cuando corresponde, La importancia de la novela no subraya la máxima que le da título y no arroja ninguna luz nueva sobre el tema. Tiene, sin embargo, el valor de las iluminaciones contempladas por un lector avezado y omnívoro, lo que en tiempos de tanta lectura transversal y problemas graves de comprensión lectora representa una bocanada de aire fresco.
La importancia de la novela, de Karl Ove Knausgård. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo. 58 páginas. Anagrama, 2023.