Carolina Bello (Montevideo, 1983) se ha convertido en una de las narradoras más prolíficas de la literatura uruguaya. No se la caracteriza por un estilo único, ya que se ha situado en varias temáticas que pueden despistar: ha sabido abordar la memoria familiar en Urquiza (2016), emplear el discurso distópico unido a la mirada del rock argentino y la banda Patricio Rey y sus Redondidos de Ricota en Oktubre (2018), y valerse de la trama ágil del thriller en su última novela, El resto del mundo rima (2021). En esta oportunidad, la autora se vuelve a apartar de lo ya realizado con Los niños se ahogan en silencio, 12 relatos breves que guardan una sutil cercanía con lo perturbador.

La muerte es el signo que transita estos cuentos, ya sea porque aparece de manera imprevista o porque se desliza a través del lenguaje como una amenaza que sobrevuela en la vida de los personajes. Como lo indica el título del libro, la incomodidad de los relatos se debe a un recorrido delicado pero que apunta a un tabú como la muerte infantil, que, aunque no suceda, no se la puede nombrar. Simplemente aparece a modo de advertencia, como si el horror quisiera acercarse al universo predecible del lector, pero sin alcanzarlo.

Dentro de los temas que sobresalen encontramos, además de la muerte y su amenaza constante, el miedo a lo desconocido y a lo que puede ser y no sucede. Prevalecen los silencios que dan vida a un posible mundo del horror que se completa únicamente en el mundo del lector; sin embargo, nombrar actos de crueldad, secretos guardados, herencias malditas intensifica la incertidumbre que lleva a la incomodidad, pero también a la necesidad de conocer más sobre la maldad que sobrevuela en cada una de estas voces narrativas que ponen a prueba la tranquilidad del lector.

En este sentido, se destacan “La gran ola de Kanagawa”, “La fuente” y “Las cosas por dentro”, relatos en los que transitamos ante la proximidad tanto de lo insólito como del horror. En el primero de los cuentos mencionados, la posibilidad de que las estatuillas cobren vida o de que el hecho de poseerlas se convierta en un amuleto del mal es lo que nos mantiene en vilo. En cambio, en las otras dos historias la crueldad infantil y la negligencia de los adultos ante los niños a cargo nos acercan a escenarios en los que se rompe el axioma de “la inocencia infantil”. En realidad, ya está corrompida a partir de una mirada que los narradores nos conceden para que conozcamos la oscuridad y la brutalidad más profunda que pueden habitar en un niño.

Si algo se debe destacar de estas historias es la técnica de la autora. Cada historia nos deja con la necesidad de seguir profundizando en las vivencias de los personajes, pero más aún en la necesidad de encontrar una explicación a la maldad que los habita, o por lo menos entender cómo la crueldad se apodera de su mundo creando atmósferas incómodas donde lo impredecible cobra sentido. La síntesis y el efecto rápido del horror son elementos difíciles de lograr, pero en estos cuentos se desarrollan a tal punto que las atmósferas que juegan con lo siniestro no están tanto en los temas, sino en la forma de narrar, lo que demuestra de manera sorpresiva y resuelta que la maldad no necesita muchas páginas, sino la capacidad de llevarnos a tomar contacto imprevisto con lo desconocido, o con aquello que reprimimos y elegimos no ver.

Los relatos “Narrador testigo”, “Casting” y “Creencia” apuntan a un trabajo mucho más sutil con lo abyecto, precisamente porque apelan a indagar las formas del deterioro físico y la belleza de lo que puede ser repugnante. Tal es así, que en el primero se nos introduce en la voz de un narrador que poco a poco delinea su discurso en función del decaimiento de una mujer que va perdiendo no sólo la juventud sino la vitalidad. Por otro lado, el segundo relato, a partir de la reproducción abyecta de la pintura La joven de la perla (Johannes Vermeer, 1665-1667), nos presenta las prácticas menos leales del mercado publicitario. En “Creencia”, las formas de alucinación previas a la muerte nos conectan con un mundo donde los sentidos fallan y lo humano y lo animal se encuentran para llevarnos hacia un lenguaje de lo desconocido.

Estos relatos de Carolina Bello son un shot maldito que todavía nos deja a salvo en la tierra.

Los niños se ahogan en silencio, de Carolina Bello. 116 páginas. Fin de Siglo, 2024.