Así como hay canciones en las que quedarse a vivir, y un buen ejemplo de ellas son justamente clásicos dylanianos como “Tangled up in blue” o “Sad eyed Lady of the Lowlands”, hay libros que nunca se terminan. El nuevo libro de Bob Dylan merece ser uno de ellos. No sólo porque su presencia contundente y naturaleza episódica reclama una buena cantidad de tiempo en la mesa de luz –leyéndolo de a partes, de a un capítulo por vez, casi homeopáticamente–, sino porque la vida online multiplica esa lectura ya que permite acceder fácilmente a todas y cada una de las referencias que se deslizan en sus páginas.
Lo que en el siglo pasado hubiese sido una enumeración de imposibles –imposible de averiguar, imposible de conseguir, imposible de escuchar– hoy es un auténtico festín que espera a apenas un clic de distancia. Porque cada puerta entornada por el autor en las canciones a las que dedica un ensayo –porque de eso se trata el nuevo de libro de Dylan– puede ser abierta. Teniendo en cuenta además que cada tema, cada compositor y cada intérprete hace referencia a otros tantos –no hay canción que se escuche sola, a esta altura debería haber quedado claro; y si no, acá está este libro para demostrarlo–, cada uno de los 66 capítulos de Filosofía de la canción moderna es un laberinto por el que el buen Bob nos lleva de la mano, hasta que en algún momento nos suelta (o lo soltamos), y es posible seguir nuestro propio camino, deseando incluso no encontrar la salida. Al menos hasta que llegue la hora de pasar al siguiente capítulo, al siguiente tema, a la siguiente selección en el jukebox.
Antes que nada, los datos: Filosofía de la canción moderna es el nuevo libro de Bob Dylan, todo un acontecimiento. Son sólo tres los que ha publicado en toda su carrera: Tarántula (1971), donde no hay muchas referencias a las arañas, y Crónicas (2004), unas memorias en las que no recuerda precisamente lo que todos esperaban que recordase, y que se anunció como un primer volumen pero desde entonces ni noticias del segundo. Y ahora, dos décadas después, llega este libro de lujo, generosamente ilustrado y de tapa dura –estética que respeta la edición en español, a cargo de Anagrama–, y en el que no hay nada demasiado parecido a la filosofía y mucho menos se podría decir que es moderno, pero que –eso sí– está lleno de canciones.
En realidad, Filosofía de la canción moderna se publicó originalmente a fines de 2022 en inglés y su traducción en España apareció el año pasado, pero ha ido cruzando el Atlántico en pequeñas oleadas, y recién en el último tiempo es que se ha distribuido como corresponde en ambos lados del Río de la Plata.
Pero si hablamos de datos hay uno más que no conviene dejar de lado: es el primer libro que publica Dylan desde que en 2016 recibió el premio Nobel de literatura. Hasta ahora es el único músico en haberlo recibido, lo que despertó en su momento alguna polémica, pero el jurado dejó en claro que no se lo entregaron por sus (escasos) libros. Decía el fallo: “Por haber creado nuevas formas poéticas de expresión dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”.
No deja de ser típico de Dylan que en su primer libro con la cucarda del Nobel en su solapa se dedique a celebrar esa antigua tradición que supuestamente vino a renovar: a ningún jurado literario se le hubiese ocurrido premiar a Dean Martin, Ricky Nelson o Bobby Darin, y en su época sin dudas hubiesen fruncido sus educadas narices al escuchar sus nombres. De esos artistas y sus canciones, del mundo que habitan y describen, es que escribe un músico que alguna vez devolvió todos los honores y se llamó a silencio hasta que la generación que pretendió coronarlo debió resignarse a ir en busca de otros candidatos.
Días de radio
Nunca fue fácil la relación entre los fans de Dylan y los gustos y pareceres del artista, hay que decirlo. Cuando electrificó su música lo acusaron de Judas, y cuando publicó por primera vez un disco versionando algunos de sus artistas preferidos pero claramente fuera del espíritu de la época el periodista especializado Greil Marcus comenzó su reseña preguntándose: “¿qué es esta mierda?”. Ni hablar cuando de pronto decidió convertirse al cristianismo y predicarlo desde el escenario.
Sin embargo, a la manera de Charly García, su Say No More y su recurrente y didáctico lo-que-ves-es-lo-que-hay, los seguidores del buen Bob han terminado por aceptar cada uno de sus caprichos. Hoy en día nadie diría que Dylan ha dejado de ser Dylan por versionar durante todo un disco el repertorio de Frank Sinatra o editar un álbum de Navidad. Es más, se podría decir que a esta altura se caracteriza justamente por esa clase de gestos iconoclastas.
Tal vez por eso es que la periodista musical Amanda Petrusich confesó en un comentario del libro publicado en la revista The New Yorker que por un momento se le cruzó por la cabeza que las extensas elucubraciones alrededor del significado de cada uno de los temas elegidos podían ser una burla hacia los periodistas de rock, a los que Dylan mira con sorna cada vez que pretenden hacer lo mismo con sus temas.
En realidad, si a algo remite cada una de las entradas de Filosofía de la canción moderna es al programa de radio que Dylan llevó adelante entre 2006 y 2009, completando más de un centenar de emisiones. Una referencia aún más lejana es el texto que escribió acompañando World Gone Wrong (1993), el segundo de los dos discos de versiones –el primero fue Good As I Been To You (1993)– con los que reinició su carrera en la primera mitad de la década de 1990. Allí ya está el tono que luego ampliaría en los 2000 durante aquellos programas, generalmente temáticos, en los que Dylan se extendía durante las presentaciones de temas y artistas.
Casi todos los capítulos de Filosofía de la canción moderna están divididos en dos secciones: una en la que se intenta resumir la temática de la canción, y otra en la que se cuenta la historia de sus autores, grabación o intérpretes. Escritas en segunda persona, hablándole al oído a un supuesto lector (u oyente), es en esas primeras partes –tan reveladoras como tiradas de los pelos– donde resulta imposible no volver a escuchar aquella voz radial.
Nada casualmente, los agradecimientos del libro comienzan con un largo párrafo dedicado a su coequíper en aquellas lides, el productor Eddie Gorodetsky: “Gracias especialmente a mi compañero de pesca, por toda la información y el material original”. Esto ha hecho sospechar al especialista español Diego A Manrique, que en su columna para el diario español El País asegura que no le sorprendería que se tratase en realidad de un trabajo en conjunto entre ambos.
Se sabe, Dylan no es muy apegado a las precisiones respecto de las autorías. Una actitud que es posible vincular con el ridículo escándalo que se suscitó alrededor de la venta de ejemplares firmados del libro: quienes pagaron un precio especial para recibir el suyo descubrieron que las firmas eran llamativamente idénticas. No las había hecho Dylan, sino una máquina reproductora de firmas (sí, existe). El no-tan-firmante no tuvo más remedio que pedir disculpas públicas a sus fans, alegando que, desde la pandemia, no podía pasar mucho tiempo autografiando libros porque se mareaba.
Descripciones relámpago
Es momento de aclarar que, tanto en esas presentaciones en segunda persona, disfrazado de locutor, como en la segunda parte de cada texto, donde se pone el traje de antropólogo de la cultura popular o simplemente de alguien que lo vivió todo y disfruta al chusmear, Dylan se luce, sorprende y fascina, es revelador, divertido, y cuando corresponde también puede ser ominoso.
De Little Richard y su “Tutti Frutti” dice que “sacó la glosolalia directamente de las tiendas del desierto y la hizo circular por las emisoras comerciales”. Del tema “Gypsies Tramps & Thieves” de Cher, comenta que “gitanos, vagabundos y ladrones podría ser la respuesta a la pregunta: nombra tres tipos de personas con las que te gustaría salir a cenar”. Sobre The Temptations y su “Ball of Confusion”, escrito por Whitfield y Strong, presenta una reflexión sobre la diferencia que suponen diez años: “Una década atrás, Barrett Strong fue el primer artista de Motown que cantó la oda definitiva a la codicia con su propia ‘Money (That’s What I Want)’. Y luego, en 1970, junto con Norman Whitfield, escribió una de las pocas canciones de crítica social que no dan vergüenza”.
Todo el libro es así: lleno de frases contundentes, de afirmaciones sagaces, de guiños para conocedores y fascinantes revelaciones para recién llegados. Donde uno lo abra, Dylan siempre desfila de lo más campante y lleva al lector de paseo por su mundo. Un mundo de otra época, crudo y donde todo está bajo sospecha. Un mundo de novela negra, donde se hacen negocios por delante y por detrás, donde lo único que puede vincular a la gente es su sufrimiento en común. Y un mundo en el que también semejante visión puede terminar resultando tóxica, en particular cada vez que se refiere a las mujeres.
Como un Dios del Antiguo Testamento, Dylan tiene pocas cosas bonitas para decir de las mujeres que aparecen en cada uno de los temas que comenta, pero hay que decir que tampoco dice cosas muy bonitas de los hombres. Su Filosofía... sólo deja a salvo las canciones, el arte de escribirlas y también de cantarlas.
Son 66 capítulos y el mismo número de canciones, se ha dicho, y 28 datan de los años 50. Es más: nueve de esos temas fueron lanzados el año en que Dylan cumplió 15, con lo que es fácil deducir que se trata de un viaje a los años formativos del futuro Nobel. Pero no hay que buscar muchas revelaciones personales en los textos; mejor husmearlas en las selecciones.
Sí, es verdad, Dylan grabó todo un disco cantando como Sinatra, pero la única canción suya que comenta es “Strangers in the night”, justo una que detestaba. Hay pocas referencias contemporáneas: la única canción editada en el siglo XXI es una de Warren Zevon, un cantautor de fines de los 70 que ya estaba de despedida entonces. No hay rappers, no hay Beatles, y las intérpretes femeninas son apenas cuatro. La diversidad que promete la hermosa foto de portada (que reúne a Little Richard, Eddie Cochran y Alis Lesley, una cantante olvidada, bautizada en su momento como la Elvis Presley femenina) brilla por su ausencia, pero no se puede menos que reconocer que un Dylan que andaba por los 81 años cuando sacó el libro sea fiel a sus gustos sin tener en cuenta a quienes disguste.
Y por último, no queda más que reconocer que el traductor, Miquel Izquierdo –que se ha reservado un lugar estelar en el podio de la vergüenza de su oficio con la decisión de convertir “People is no good” en “La gente no mola” para la antología de letras de Nick Cave que editó Libros del Kultrum–, ha logrado salir airoso ante un texto veloz, coloquial y poético, a pesar de los ocasionales españolismos que aquí y allá nos pegan unos golpes, pero por lo general sin detener el viaje.
Filosofía de la canción moderna, de Bob Dylan. 352 páginas. Anagrama, 2023.