El experimento tiene dos partes. Primero vaya hasta un quiosco y pida una revista de humor; no habrá. Luego vaya hasta una librería y pida un libro de humor; si tiene suerte, señalarán un rincón debajo de los libros infantiles en donde todavía quedan algunos títulos de Pepe Muleiro publicados durante el furor de los chistes de gallegos. En el resto de los casos dirán que esa categoría no existe, que busque dentro del infinito anaquel de narrativa.
El humor escrito tiene las mismas dificultades que el resto de los textos de nuestro país: somos pocos y se editan muchísimos títulos de absolutamente todo. A eso hay que sumarle el estatus de género menor que tiene eso de intentar hacer reír: que afecta a las ventas (a diferencia de otros géneros menores como ese que intenta adivinar cómo le va a ir a una persona con base en dónde estaban unos dibujitos del cielo nocturno cuando nació).
Un libro no lo va a cambiar todo, pero reconforta sentir que el género no está tan fuera de los radares. Y si además de la reivindicación de la existencia del humor escrito, el libro presenta una investigación pormenorizada de las publicaciones humorísticas desde el siglo XIX hasta nuestros días, con rigor académico, pero sin perder el espíritu lúdico, con algunas interesantes hipótesis de trabajo, se convierte en lectura obligatoria para cualquier persona con un mínimo interés sobre el tema.
Cuatro páginas arrancadas: la historia del humor escrito en Uruguay, de Andrés Olveira, es una obra que puede ser hojeada y ojeada al azar, pero que a los efectos de esta reseña merecía una lectura completa y ordenada, desde la página 1 hasta la 696, aunque algunas de esas páginas estén en blanco. Pero, hablando de páginas...
Acuña de Figueronga
El título del libro refiere a don Francisco Acuña de Figueroa. El autor de nuestro himno nacional tuvo una carrera prolífica y se dio el lujo (o tuvo el tiempo) de transcribirla personalmente a mano en 25 tomos encuadernados que se encuentran en la Biblioteca Nacional. Sin embargo, hay ciertas páginas, cuyo número podrán adivinar fácilmente, que fueron quitadas de uno de esos tomos.
Olveira recoge la investigación de Eduardo Orenstein en Brecha, que confirmaba lo que se sospechó durante mucho tiempo: que esas páginas contenían la “Nomenclatura y apología del carajo”, un poema en el que Acuña de Figueroa enlaza más de setenta formas de decirle al pene y que comenzó a circular en forma semiclandestina muchas décadas después de la muerte de su autor.
“Estas cuatro páginas arrancadas pueden leerse como síntoma del lugar desplazado que el humor ha recibido dentro del campo literario-intelectual uruguayo, que tendió a despreciarlo y dejarlo al margen de sus mapeos”, dice Olveira en su introducción. Licenciado en Bibliotecología, el autor nos entrega un mapa que por momentos es tan detallado que parece borgeano (por aquello de la escala 1:1), pero funciona como rescate arqueológico, reivindicación y disertación sobre lo que nos hace reír y cómo lidiamos con ello.
Desde el comienzo señala una posible grieta en el universo humorístico, que sirve para ordenar las tendencias internas. Olveira diferencia con los términos comprometidos y hedonistas a las obras que tienen una motivación externa (generalmente política, en su acepción más amplia) y a las que buscan el humor “porque sí”. Así, yendo al origen de la nacionalidad oriental, al hedonista Acuña de Figueroa le contrapone la figura del comprometido Bartolomé Hidalgo, quien en sus versos volcaba opiniones acerca de lo que ocurría durante la gesta revolucionaria.
De todos modos, Olveira señala que la mencionada grieta es tan pequeña que históricamente los humoristas han saltado de un lado a otro según la ocasión. Sus historias (y sus textos) son lo suficientemente interesantes como para merecer un volumen independiente, pero Olveira tenía en mente un objetivo mucho más ambicioso: era hora de comenzar el racconto.
No pregunto cuántos son...
Que la enumeración de decenas de publicaciones satíricas de los primeros años del Uruguay independiente no resultara engorrosa era un verdadero desafío. El mérito del autor está en hacerlo con sencillez, toques de humor y especialmente el bienvenido contexto histórico, que transforma a Cuatro páginas arrancadas en disparador de la curiosidad acerca de numerosos sucesos que formaron y forjaron nuestro país, y cuya profundización podrá recaer (por ejemplo) en los autores citados para generar tal contexto.
De todas maneras, el apartado que recapitula títulos como La jeringa, La escoba, El tapón o El garrote, todos del siglo XIX, será seguramente el que se vuelva más cuesta arriba a la hora de la lectura. Es muy interesante (agregaría necesario) compilar a todas esas publicaciones, citarlas, y demostrar que siempre tuvimos ganas de reírnos, aunque la mayoría de ellas pasaron sin pena ni gloria. También es cierto que la lejanía en el tiempo hace que los textos rescatados apenas generen una sonrisita, y lo que uno (yo) quiere es llegar más rápido a humores más actuales. Olveira se vuelve más enciclopédico, pero no deja de lado la reflexión.
Conforme pasan las páginas y se sortean los primeros cien años de nuestra vida como país, se recupera un ritmo que no se perderá hasta el final. Esto también coincide con que el contexto es más identificable: aparecen muchos nombres conocidos (en especial, nombres de calles) y arrancan los primeros escarceos entre el humorismo y la política, que irán dejando a gente sin trabajo incluso hasta nuestros días (como se menciona en la página 628).
Cada persona tendrá su momento de inflexión con Cuatro páginas arrancadas; en mi caso, es con la aparición de Peloduro, el hombre (Julio Suárez) y la publicación, que como bien señala Olveira, ya son indivisibles. El propio libro responsabiliza a otros intentos anteriores de pensar que Peloduro fue el comienzo del humor escrito en Uruguay, sin desmerecer su rol de “espina dorsal” del humorismo. Y lo que antes había sido una sucesión de títulos, se vuelve una sucesión de nombres que marcaron a fuego su época e influyeron en las siguientes, siempre con ejemplos de cada una de esas plumas.
La historia turbulenta de nuestro país se cuela paulatinamente más en los capítulos siguientes, donde las condiciones para hacer humor eran cada vez más difíciles. Eso, más el estigma de género menor, explicaría (como bien profundiza el texto) el aluvión de seudónimos, especialmente entre aquellos escritores serios que tenían su Mr. Hyde, fuera un monstruo hedonista o comprometido.
Después del espacio de actualidad, en el que aparecen un montón de nombres conocidos (incluido el de un servidor), hay tiempo para una reflexión final acerca del prestigio de lo aburrido y del miedo al desinhibido que tenemos como sociedad.
El resultado final es un combo potente, denso en el mejor de los sentidos, correctísimo en su maquetado como nos tiene acostumbrados la editorial Tajante, que por momentos peca de la redundancia o repetición de información (que no se advertirá si uno picotea el libro), pero que de ninguna manera juega en contra del disfrute global. Vale la pena hacerse el tiempo necesario, sacar apuntes, revisar las citas y llegar a la conclusión de que no somos un país tan aburrido como dicen. Es solamente que los aburridos tienen mejor prensa.
Cuatro páginas arrancadas: la historia del humor escrito en Uruguay, de Andrés Olveira. 696 páginas. Tajante, 2023.