El manuscrito es de 2004, tal como lo demuestran las imágenes incorporadas al final de la novela de esta quinta versión de En agosto nos vemos, libro póstumo de Gabriel García Márquez. Previamente, el autor había dado a conocer fragmentos en lecturas y su manuscrito fue poco a poco convirtiéndose en un secreto a voces del cual el público quería conocer más. En 1999, el colombiano había anunciado que la protagonista sería una mujer llamada Ana Magdalena Bach y que estaba interesado en escribir historias de amor entre gente mayor.
Esta clase de sucesos, más allá de atraer la sorpresa y también la novedad sobre un autor conocido y galardonado, no hace otra cosa que levantar la suspicacia. Sabemos que hay un mercado que necesita de renovación constante, pero ¿qué puede esperarse de alguien que ya pudo haber dado todo y que también lo ha tenido todo? Siempre hay lugar para más, y por tal motivo se construye una expectativa por superar lo ya conocido, aunque sea difícil.
Más allá de las consideraciones que puedan hacerse sobre el texto, es importante situar esta clase de sucesos en los debates sobre el mercado, necesarios a la hora de pensar la literatura latinoamericana de hoy y las nuevas subjetividades de los lectores. Esta novela no es un simple rescate de un premio Nobel de Literatura, sino una apuesta a colocar una historia que bien podría calar en el mercado de hoy. Podría, porque aquellos que estaban en busca del retorno estético de García Márquez es muy probable que no lo encuentren, y quienes intenten encontrar algo más cercano a lo que promueve el mercado quizás hallen algo, pero no lo suficiente.
Al inicio de la novela, Ana Magdalena Bach tiene 46 años, su vida transcurre con una monotonía absoluta en la que el matrimonio y la crianza de dos hijos le han hecho perder todo rasgo de genuinidad. Dejó sus estudios en letras, pero todavía continúa con la afición por la lectura de clásicos como El lazarillo de Tormes o de Ray Bradbury. Sin embargo, hasta sus elecciones estéticas son aburridas y nada sorprendentes. El 16 de agosto de cada año, la mujer viaja hasta la isla donde su madre se encuentra enterrada. Limpia la lápida, mantiene algunos monólogos interiores poniendo a la difunta al tanto de las noticias familiares y le cambia las flores. En este agosto la vida de la protagonista conocerá el éxtasis cuando se relacione sexualmente con un hombre que conoce allí. Lo repetirá con otros hombres cada agosto, hasta que se exhume el cuerpo de su madre.
Estas aventuras le producen a la protagonista una revisión acerca de su propia historia, el matrimonio y también la vida de sus hijos. Teniendo en cuenta el momento en que nos llega esta nueva novela de García Márquez, debemos atender varios elementos que hacen que pueda funcionar en el mercado de hoy. Primero que nada, podríamos colocar esta historia con las novelas de autoras de la literatura latinoamericana que han abordado la entrada a la edad adulta y, sobre todo, los cuestionamientos sobre el matrimonio, la monogamia y la maternidad, como Hebe Uhart, Pilar Quintana y Gabriela Wiener. En segundo lugar, porque la protagonista es una mujer que estuvo adormecida por la vida doméstica, pero gracias a las aventuras sexuales comenzó una especie de camino hacia la desconstrucción.
Si no fuera porque el autor es Gabriel García Márquez, esta novela quedaría en el intento de una novela feminista, con el gran problema de que cada paso que da Ana Magdalena hacia su propio conocimiento lo hace con culpa y determinada tanto por la mirada del marido como por la de los otros hombres que se cruzan en su vida. Sin embargo, vale destacar que la novela resuelve un motivo literario bastante frecuente: la crisis de todas las instituciones vividas en el plano subjetivo. Desarticula la angustia que lleva a desacralizar todo acuerdo y pacto social en los que una vez se depositó confianza.
La historia de Ana Magdalena Bach traza una crisis, pero desde un punto de vista sutil, donde sobresale la carencia de hondura psicológica ante decisiones que corrompen el pasado de la protagonista. La mirada femenina, si es que algo puede denominarse de tal modo, recae en un tipo de femineidad que no condice con todo lo que la rodea. Prevalecen los berrinches, silencios sin explicación, episodios de celos hacia el esposo, aspectos que tal vez se desajusten de lo que estas narrativas intentan mostrar. Este es un camino de retroceso, cuando todo este universo íntimo puede ahondar mucho más en la crisis, pero queda en una histeria que sobrevuela sin ser desarrollada.
Lo interesante es ver cómo estos hechos, más allá de convertirse en una obra más de un premio Nobel, que genera su expectativa y su especulación en el mercado literario, también nos hacen ver los modos en que este mismo mercado fagocita las historias de mujeres, otorgándole la misma validez a todo. En realidad, nos está haciendo ver la falta de debate que puede haber entre literatura y feminismos en América Latina.
En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez. 137 páginas. Sudamericana, 2024.