A mediados de 1989, el escritor David Foster Wallace (que todavía no había firmado La broma infinita) le propuso a su amigo Mark Costello escribir, a cuatro manos, una suerte de ensayo sobre el rap. Boston, la ciudad en la que vivían, ardía de violencia racial, y el rap era la lingua franca de los pibes negros y desangelados. Así, dos blanquitos universitarios de Harvard se pusieron a investigar qué era esa música, esa “poesía de tiempo en marcha”. Así, parieron Ilustres raperos, un trabajo pionero sobre el rap estadounidense (editado en español por Malpaso en 2018).
Una salvedad, por si alguien lee esto recién levantado y con el mate a medio tomar: rap no es sinónimo de hip hop. El hip hop es una cultura que nuclea cuatro elementos: la canción, el baile, el “tornamesismo” (hacer, con bandejas de vinilo, música nueva sobre música vieja, o no) y el grafiti. Puede haber un quinto elemento, pero seamos pacientes.
El fenómeno, por supuesto, no era nuevo, y se venía cocinando desde los 70. Por la época de Ilustres raperos en esta parte del mundo ya conocíamos “Rapper’s Delight”, de The Sugarhill Gang, a los Beastie Boys, a RUN-DMC, y algún memorioso recordará la película Breakin’, de 1984 (que aquí vimos en eternas matinés con el título de Breakdance). Pero antes, bastante antes, algunas patas del hip hop empezaron a crecer por estos lares, y no sólo en el ombligo montevideano.
Desde hace algunas semanas anda en la calle La historia del hip hop uruguayo. La antesala. De 1980 a 1989, firmado por Leonardo Figueredo Cédrez y Daniel Heugas, un librito breve que espera tres continuaciones hasta llegar a nuestros días.
Los autores conocen el asunto de primera mano y de larga data. Cédrez es un b-boy (un bailarín, vamos) y Heugas es conocido como NAN y, para los más veteranos, como Dani, uno de los MC (vocalista, y prometo no aclarar más nada de aquí en adelante) de la legendaria banda de hip hop V.D.S. (Víctimas del Sistema), una de las pioneras en este asunto del rap local, y que luego se fue a los barrios para darle vida al proyecto Sudacas, un colectivo del que salieron decenas de pibes que alimentaron de hip hop a la periferia. “Sudacas y La Teja Pride fueron los arquitectos de la nueva escuela”, asegura Heugas, sin falsa modestia.
“Para este libro hicimos un trabajo de 40 años de hip hop uruguayo”, dice, “y la parte más complicada fue esta primera etapa, porque no había data ninguna, y tuvimos que empezar a basarnos en mitos, en versiones de alguno que conocía a otro, para contactar a la gente necesaria”.
En el libro aparecen muchos de esos “mitos”, algunos de ellos del interior del país, junto a otros nombres más conocidos, que en algún momento fueron parte del acercamiento de la cultura uruguaya al hip hop. Así, aparecen los testimonios de Santiago Tavella (hoy ex Cuarteto de Nos), Calvin Rodríguez, de Los Tontos, Gabriel Lazaneo (DJ de Critical Zone y hombre de El Bloque Radio), Pepi Gonçalvez (“grafitera vandálica”, pero también productora y concejala en Maldonado) y Héctor Lito Silva (b-boy y destacado coreógrafo de carnaval).
Se habla de crews, breakers, b-boys, b-girls, MC, DJ selectores, DJ tornamesistas, beat makers grafiteros vandálicos. Pero tranquilidad: todo se explica, todo se entiende.
El libro, en realidad, iba a ser un documental, pero no había bolsillo con tantas monedas. En el medio pasaron cosas: hay, en ciernes, una obra sobre la historia del rap rioplatense (rap, no hip hop), y en 2019 TV Ciudad produjo Así es mi barrio. 25 años de hip hop en Uruguay, un especial sobre el hip hop vernáculo dirigido por Nicolás Soto.
Heugas, rara especie de montevideano nacido en Misiones, Argentina, pero también súbdito del reino de Dinamarca, donde rajó con su madre en los 70 con el aliento de la milicada detrás, recuerda que regresó a Uruguay en 1987 y un par de años más tarde ya estaba intentando rapear. Había visto grafitis, sabía que algunos pibes se juntaban a bailar en el parque Rodó, en el Cerro (y después supo que también en Salto, en Paysandú y donde hubiera un grabador y unos cartones para tirarse), pero entonces los distintos elementos estaban compartimentados. Tanto, que cuando con V.D.S., ya en los 90, organizaron el primer festival de hip hop en el club Vramian, en Parque Posadas, “faltaba un elemento que eran los breakers”. Aunque se reunían en el mismo lugar, esa noche los breakers no fueron porque el club estaba alquilado para un recital. “Los breakers”, dice, “siguen siendo los de estratos sociales más humildes. Los nenes de papá y mamá nos dedicamos a cantar, a hacer de DJ, a grafitear. Incluso hoy, que hay más acceso a los equipos”.
Conocerse claro está que necesita su tiempo
Heugas aclara que no es escritor ni periodista. Sí que es artista, que lleva más de 30 años arriba de las tablas, componiendo, grabando en proyectos personales o con otros colegas (Nanelindoblegable, su canal de Youtube, tiene un scroll infinito), pero que sentía, más que la inquietud, la necesidad de contar “las cosas como fueron”.
Tiempo de polémicas, porque el rap nació pendenciero. “El documental de TV Ciudad fue un desastre. Un desastre”, dice, y subraya las eses como con rojo. “Se olvidaron de un montón de gente súper importante para la cultura hip hop uruguaya. Gente que ya no está. Y se lo dijimos. Yo se lo dije, la Viky [Style, b-girl, rapera, integrante de Se Armó Kokoa] se lo dijo, y no lo pusieron. Les dijimos: ‘estos tienen que estar sí o sí’. Y lo cortaron y lo sacaron. Es una vergüenza. Y tampoco investigaron demasiado. No fueron a buscar a los pioneros, a los que empezaron todo. La verdad, me dejó con la boca abierta. Al otro día del estreno me llamó Peveroni y me dijo: ‘¿Te gustó?’. ‘Y no, Gabriel, la verdad que no’”.
Pese a toda esta beligerancia, el libro es didáctico, casi aséptico pero entretenido, y no busca confrontar con la obra de terceros. “Yo no quiero bajar línea ni opinar de lo que no sé”, dice Heugas. “Fuimos a buscar lo que había antes de que nosotros llegáramos, y creo que una cosa importante que hicimos fue mostrar que todo tiene que ver con todo. Y este palo va para los puristas del hip hop también. En Uruguay hubo mucha gente del rock que impulsó todo esto, y se tiene que saber que no hay nada cuadradito. Un enlace con otro enlace hasta llegar a lo que somos. Los Tontos, el Cuarteto de Nos, la Pepi, ellos hablan de dónde se inspiraron, y ellos están en la raíz más profunda de lo que se conoce, con grandes comillas, como ‘el rock uruguayo’”.
Para Heugas, la gran decepción del libro es no haber podido conversar con Renzo Teflón, cantante y principal compositor de Los Tontos, fallecido en 2018. “Lamento en el alma que no esté, porque lo considero un gigante. No sólo por su música, por su actitud. Él entendió qué era importante y fue fundamental el empuje que le dio al rap, todo el tiempo hablando de los Beastie Boys”.
Hágalo usted mismo
Alguna vez, años atrás, cuando a Heugas todo el mundo lo llamaba Dani VDS, dijo que, seguramente, le hubiera tocado ser punk si no se hubiera tropezado con Public Enemy. De todas maneras, por esos tiempos, raperos, punks y metaleros se entreveraban en los mismos escenarios. Ese espíritu se mantuvo, también, a la hora de publicar el libro. “No hay editorial. Autogestión, nosotros. Panki de por vida”, dice. “Yo nací así”.
La segunda parte del libro, cuenta, está prendida con palillos, “en pañales”, y es cuestión de sentarse a escribir. La tercera y la cuarta tendrán que esperar su tiempo. Además, insiste en que lo que hace interesante al proyecto es que pueda seguir creciendo, nutriéndose de más información. “Cuando empezamos nos decían que había chiquilines que, en los 80, bailaban en Salto, San José, Maldonado, Rivera, Rocha, Paysandú. Esos gurises hoy andan por los 60 años. Hicimos el rastreo y, por ahora, sólo encontramos gente de Salto. Pero es un puntapié para algo que no existía”.
Ese “algo que no existía” refiere al libro, pero Heugas se pone apocalíptico y lo enlaza con “algo que no va a volver a existir” como tal. Para él, ese hip hop de los pioneros, de los que empezaron a fines de la década de 1970 y cruzaron la barrera del nuevo siglo, ya no es posible. O, al menos, no de la misma manera. “No es nostalgia”, aclara, y otra vez la palabra hablada subrayada con el rojo de los acentos. “Ahora hay otra manera de ser. Nosotros nos fuimos a los barrios, nos metimos, vivimos, lo hicimos sentir ahí, esa es la gran diferencia. Eso sólo puede pasar cuando no están las empresas y cuando no están los intereses políticos metidos”.
Los intereses políticos. Paréntesis. Esto no tiene que ver con el libro, o sí, pero igual lo remarca. “Yo tuve conversaciones con asistentes sociales y organizadores cuando hacían los eventos de hip hop de la Intendencia de Montevideo”. No duda de su buena fe, pero recuerda que le decían que iba a ir determinado artista porque tenía una punta de visualizaciones en Youtube, una torta de seguidores en las redes sociales. “No puedo creer que se fijen en visualizaciones en vez de fijarse en los contenidos, que es lo que estamos necesitando. ¡No importa cuánta gente llevan! Vos ponés a cualquier artista de ahora y seguro tiene más visualizaciones que Zitarrosa. ¿Me vas a decir que son mejores que Zitarrosa?”.
“Nuestra idea es que una de las patas del hip hop es el conocimiento”, dice. Un quinto elemento. Como un mandato histórico o un principio filosófico: “Ese siempre ha sido mi objetivo: la búsqueda de nuestra identidad, de nuestra cultura y de nuestra cultura hip hop. Y la única manera de tener esa identidad cultural es conocer nuestra historia, el proceso de principio a fin. El conocimiento es todo; teniendo eso te ponés firme en la cancha”. La idea no es nueva: Afrika Bambaata, ilustre rapero, decía lo mismo y algún griego grafiteó algo parecido en el templo de Apolo centurias atrás, pero eso no hay libro que lo acredite.
La historia del hip hop uruguayo. La antesala. De 1980 a 1989, de Daniel Heugas y Leonardo Figueredo Cédrez. 56 páginas. Edición de autor, 2024. Se consigue en Instagram contactando a @bboy_malonsf o @nanindoblegable.