Dorothea Muhr, más conocida como Dolly, tiene 99 años y estuvo casada con Juan Carlos Onetti desde 1955 hasta su muerte, en 1994, aunque se habían enamorado varios años atrás. La entrevistamos en Buenos Aires, en su casa de Olivos, un chalet de tipo inglés que desentona con la modernización elegante de la zona. Allí, rodeada de un jardín agreste, a pocos metros de la vía del tren y a siete cuadras del Río de la Plata, vive con su hermana Inés Ángela (sí: el nombre casi coincide con el de la hija de Petrus, el célebre personaje de El astillero). El 30 de mayo se cumplirán 30 años de la muerte del escritor.

¿Venís de allá? Uruguay está muy lejos.

Espero que no tanto, porque quería preguntarte sobre la vida de Juan en Uruguay, lo que sabés de su infancia y juventud. Se repiten dos o tres anécdotas, pero no sabemos ni siquiera cuál fue la casa en la que vivió en Colón.

Eso tampoco lo sé yo. Una vez me llevó a Colón cuando tuvo que ir a votar ahí, porque te mandan al lugar de origen. Y no vi mucho, muchas casas y nada más. Él siempre recordaba a un amigo muy rico [el dandi y músico André Giot de Badet], muchos años mayor, con quien conversaba o aprendía de literatura y de arte, dándole vueltas a la idea de si hubo también otro interés de su parte, porque era marica. Creo que la vida en Colón, aunque provinciana, era estimulante en esa época... Sacaban una revista [La Tijera de Colón, en 1928]. Él y su hermana hacían obras de teatro, fueron actores por un breve período, la pasaban muy bien. Juan vivió en Colón prácticamente hasta su primer casamiento.

Es un barrio con zonas parecidas a esta.

No, eran muy pobres porque el padre trabajaba en la aduana, su madre no trabajaba, y no tenían casa propia, alquilaban. El padre era famoso porque era de una bondad absolutamente sin límites. Todo el mundo lo adoraba y ella lo quería tanto que no quería tener hijos, porque estaba feliz sola con él. Y él le exigió tener un hijo, que fue Raúl, y luego un segundo, que tenía que haber sido la nena, pero nació Juan. La madre ni siquiera pudo amamantarlo por la desilusión de otro varón, así que tuvo que tener un tercero, que sí fue la nena.

¿Y cómo vivía Juan esa historia?

Se criaron bastante libres. Al mayor más bien lo adoptaron las tías y se fue de la casa. Y Juan vivía leyendo, así que no molestaba nada, mientras que Raquel hizo una vida normal. Juan y Raquel trabajaron pronto para ayudar a la familia, mientras que el mayor no, siguió estudiando y se hizo abogado. 

Pero el padre era maravilloso. Todo el mundo lo adoraba y para los hijos era perfecto. La mujer se murió un año después de morir él. Yo me acuerdo de que en esa época él lloraba conmigo y decía que tenía que ir para allá porque se estaba muriendo alguno de los dos, no recuerdo si el padre o la madre. Hace muchos años de eso. 

¿Cómo se llevaba Juan con los hermanos?

Juan siempre se llevaba bien con todos, pero se llevaba mejor con Raquel. Y yo también, porque ella venía temporadas a pasarlo con nosotros. Pasamos muchas vacaciones juntos, al lado del mar, por años.

¿Cómo viviste los cambios y las transiciones en tu vida con Juan? ¿Cómo fue la salida de Uruguay a España?

Salimos gracias a la ayuda de españoles, como Luis Rosales y Félix Grande. Más que nada Félix Grande, que hizo el viaje especialmente para convencerlo a Juan de que venga. También Carmen Balcells viajó para eso y se lo llevó nomás, y por suerte, porque gracias a Carmen Juan sacó el premio ese que nos salvó. Luis Rosales fue quien le consiguió y le aseguró trabajo allá, y recursos.

El premio Cervantes representaba mucho dinero.

Mucho.

¿Cuando se fueron estaban viviendo por Punta Carretas?

No, en la calle Gonzalo Ramírez. Está la placa todavía ahí, pero tiene varios errores. Era en el sexto piso, el último. Cuando estábamos nosotros abajo había una cancha de básquetbol y ahora está todo edificado, claro... Pero se ve el mar, o sea, el agua, el río. 

El río, al que nosotros le decimos mar. ¿Y cómo fue salir de Montevideo y radicarse en España? 

Carmen Balcells nos había asegurado el apoyo. Tenía buen ojo, sabía que Juan era importante. Además, él estuvo preso, y después de eso quería irse de Uruguay. Ya no se aguantaba más vivir en dictadura, después de que Juan estuvo preso, y con todo lo que sabíamos que estaba ocurriéndoles a otras personas. Él venía de otro Uruguay, de una época muy distinta. En un momento lo contrataron como asesor literario en Buenos Aires para una película que estaban haciendo sobre Borges, o sobre una obra de Borges. Él viajó a Buenos Aires y al rato de llegar me llamó y me dijo: “Venite, no voy a volver a Uruguay, chau”. Y me fui con dos valijas, siempre nos íbamos con dos valijas y el violín, y ahora cuando me vine de España a Argentina volví con una. Todo lo demás quedó. No deja de ser bueno haber podido hacerlo, porque...

¿Cuando te fuiste de Montevideo a Buenos Aires pudiste despedirte de tu familia?

En Buenos Aires estuvimos de paso, nada más. Pero sí llegué a ver a mi familia.

¿Se adaptaron bien a Madrid? 

Bueno, teníamos mucha ayuda de la gente de arriba. A Tena, Ignacio Tena, que era el jefe de una sección muy importante [del servicio exterior], Latinoamérica-España; fue él que nos llamó.

Ignacio Tena Ybarra había sido embajador en Uruguay.

Sí.

¿Ustedes ya lo conocían de antes, lo habían tratado en Uruguay?

No, a él no. Pero Guido Castillo sí lo conocía, y él era muy cercano a Onetti.

¿Y cómo era la vida de los dos en España? ¿Vos enseguida conseguiste trabajo o te costó integrarte?

Lo primero que me dijo Juan fue: “Andá a buscar trabajo”, y yo era secretaria inglés-español, así que conseguí trabajo enseguida.

No trabajaste de violinista inicialmente.

Al principio en España no. En Uruguay sí, estuve en la Orquesta Sinfónica Nacional, y dejé todo para irme. 

Ya veo esa foto, en la que estás tocando con la orquesta.

Esa es de Madrid. Pero cuando llegué a España, como no tenía música, me metí en el conservatorio.

Dolly Onetti.

Dolly Onetti.

Foto: Creative Commons

¿Te anotaste para estudiar, a pesar de tu preparación?

Sí, mientras estaba en el conservatorio para renovar el año supe que se estaba formando una orquesta, que no era la Sinfónica, que es la de la foto. Entonces me presenté y me tomaron. Sí, yo era mala, mala con esto, pero... no te imaginás lo feliz que yo era trabajando ahí.

Y en Montevideo también habrás hecho amigos, porque estuviste muchos años.

Bueno, estuve trabajando en el Sodre muchos años. Tenía muchísimos amigos porque el Sodre viajaba mucho entonces, porque era un país pobre y no había teatro ni música en el interior, teníamos que ir de un lugar a otro, y cada vez que salíamos de algún hotel te revisaban la valija porque los malditos músicos se llevaban las toallas y las sábanas. El uruguayo tenía mala fama en los hoteles, pero los músicos más todavía, porque no ganaban mucho.

Un instrumento muy difícil el violín, según siempre escuché decir.

No comentes sobre violines que no sabés nada, andá a lo tuyo.

No, no sé nada, así que no comento. Voy a lo mío: ¿cómo te sentías con los uruguayos? Veían mucho a Benedetti. ¿Tenían amistad?

Mucho, sí. Él era muy tímido.

Y Juan también, ¿o no?

No. Juan, cuando llegaba el momento, se envalentonaba. Pero evitaba todo lo que podía el trato social, me tenía a mí de celadora.

Pienso ahora en Juan como lector compulsivo. ¿Qué hizo él con los libros cada vez que cambió de país? ¿Se llevó una biblioteca a España? ¿Tenía libros que ya eran de Argentina o Uruguay, que siempre estuvieron con él? ¿Tenía una relación personal, material con los libros?

No, los libros de Uruguay no. Estuvimos muchos años en España, él recompuso allí una biblioteca.

¿Hubo libros especiales? ¿Los clásicos?

Bueno, sí, el Quijote lo leyó mucho. Yo nunca, pero a él le interesaba y le divertía, y además leía los libros de todos los locales que eran amigos de él, escritores reconocidos y famosos. No me preguntes muchos nombres... Estoy llegando a los 100, querida.

Pero quizás te puedas acordar de los más cercanos...

Sí, Félix Grande y Paca Aguirre, su mujer, eran los más asiduos. Y con Guido Castillo continuó la relación estrecha que ya tenía en Uruguay. Pero él veía a poca gente, lo menos posible, y los que veía eran realmente como tú, que venían a hacer entrevistas.

Luego de establecido en España, Onetti le dedica a Luis Rosales un cuento bastante atípico, “Presencia”, en el que reaparece en Madrid un personaje de la saga de Santa María, Jorge Malabia, buscando a una mujer desaparecida. Por eso te iba a preguntar, entre otras cosas, si ustedes estaban en contacto con organizaciones de derechos humanos.

Juan leía todo lo que había, pero no teníamos contacto habitual, a menos que le pidieran la firma. Si se lo pedían, firmaba siempre. En muchas entrevistas de esa época menciona la dictadura en Uruguay.

Iban a verlo otros uruguayos también...

Vino mucha gente a verlo, como Hortensia Campanella. Ella hizo mucho por la obra de Onetti. Llamala, ella sabe más de Juan que yo. Me acuerdo de [Omar] Prego porque él escribió sobre Onetti. Y la esposa, María Angélica Petit.

Vuelvo a preguntarte por Luis Rosales.

Luis era muy importante y un buen poeta, creo que poco leído ahora. Él estaba muy marcado por la muerte de García Lorca, porque lo llevaron de la casa de los padres de Luis para fusilarlo, donde él se había refugiado por la confianza que tenían. Eso lo puso siempre en un lugar incómodo y sufrió mucho por eso.

Rosales escribe un poema basado en “La cara de la desgracia”, de Onetti.

No sabía.

El poema tiene mucha relación y es tan inquietante como el cuento. Casi todos los cuentos de Onetti son...

¿Pero cuál era el cuento?

El de la chica sorda.

Que aparece muerta al final.

Sí. Hace poco leí un estudio que dice que en ningún momento se habla de asesinato y que podría incluso ser suicidio. Yo siempre lo tomé como asesinato...

Cuando yo le preguntaba algo a Juan, él me decía: “Bueno, vos pensá lo que quieras”. Entonces yo no digo nada.

Es una recomendación a tener en cuenta. ¿Y te acordás de la dedicatoria de ese cuento? “Para Dorothea. Muhr, ignorado perro de la dicha”. ¿Había alguna clave de ustedes sobre esa dedicatoria? ¿Él no te decía nada?

La dicha de él era yo, en el sentido de que vivíamos juntos y no quería que hubiera nadie más que yo en su vida cotidiana. Cuando estábamos solos sentíamos que éramos perfectos. Él estaba ya mucho en la cama y yo siempre fui muy activa. Pero para él los momentos perfectos era estar los dos en la cama, cada uno con un libro. Éramos muy distintos, así que yo me amoldé, claro.

Pero siempre se llevaron bien.

Absolutamente. De hecho, yo aceptaba lo que él quería.

¿Nunca te cuestionaste ese lugar?

No, pero tené en cuenta que muchas cosas las manejábamos entre los dos. Éramos un matrimonio que se entiende y chau, funcionó.

¿Y no pensaste en tener hijos con él en algún momento?

En una época tuve un deseo muy fuerte, y estuve como ensimismada. Todavía me acuerdo de que alguien le preguntó a Juan: “¿Qué le pasa?”. Y él dijo: “Y... cree que está preñada”. Y yo pensaba las ganas que había tenido muchas veces de estar preñada. Pero hubiera sido un gran error, porque se hubiera acabado con Juan. Las dos veces que tuvo mujeres con hijos se acabó el matrimonio.

¿Juan no era lector de biblioteca? Fue director de Bibliotecas en Montevideo [en la División de Artes y Letras de la intendencia municipal, desde 1957 hasta 1975].

Yo iba a la biblioteca norteamericana [la Artigas-Washington, de la Alianza Cultural Uruguay-Estados Unidos], era a la única que teníamos acceso en Montevideo, no sé por qué. De hecho, Juan leía muy bien inglés. Y gracias a esa biblioteca estuvimos leyendo inglés durante muchos años. [Dolly es de origen austríaco por parte de padre e inglés y francés por parte de madre, y la lengua de comunicación familiar fue el inglés, por lo que su español mantiene un extraño acento apenas perceptible].

¿Aprendió solo o tenía estudios de inglés?

En Uruguay enseñan inglés y francés en los colegios. Además, como era tan lector, él leía a fuerza lo que tenía; si era inglés, estudiaba el inglés y chau, tenía mucha memoria también. Leía a Faulkner en inglés. Pero no iba a leer a una biblioteca, ni pensar, leía en casa, en la cama.

Se ha repetido mucho que vos le comprabas las novelas policiales.

Yo compraba todo lo que podía, de segunda mano, y una vez me agarró la Policía en Montevideo, en la época en que había mucha redada. Me pararon y yo llevaba una canasta llena de libros para Juan, pero a ellos les parecía rarísimo que alguien fuera a leer todo eso. Y pensaron que iba a una guarida con gente escondida. Y me llevaron presa.

Foto del artículo 'Dorothea Muhr: la escritura, los lugares y la dicha'

Ilustración: Ramiro Alonso

¿Siempre transcribiste los textos manuscritos de Juan a máquina?

Sí, no tenía otra.

¿Desde el principio o a partir de cierto momento?

Bueno, desde que estuvimos juntos o casados.

¿Te lo pidió, vos te ofreciste? ¿Cómo empezó ese régimen?

Él se negaba a leer una cosa después de que la había escrito, para él eso estaba muerto. Si se olvidaba de un nombre o algo, me pedía a mí que lo buscara porque no quería volver a leer sus libros.

Así empezaste. Y me preguntaba si había diálogo entre ustedes sobre esos textos, si te acordás de algo sobre lo que intercambiaran opiniones, si le sugerías algo.

Él escribía algo y yo pasaba a máquina, nada más. Si no entendía algo, le preguntaba, nada más.

Nunca interviniste en algo.

No, bueno, que yo sepa no, puede ser que haya intervenido y no lo sepa.

Transcribiste casi todos los textos de Onetti. ¿Tenés alguna novela preferida o algún cuento?

Me gusta todo.

¿Lo releés?

Cuando hay ocasión, cuando hay necesidad, sí. Pero me cuesta un poco: es muy emotivo.

¿Reconocés o recordás a Juan en sus escritos, en sus libros? ¿Se puede decir que hay una voz onettiana que atraviesa toda su obra?

En algunas obras. Lo que es claro es que tenía una vocación, absolutamente. Ni siquiera eligió ser escritor, escribía y chau. Es algo que le apareció desde muy joven, a partir de su afición por leer compulsivamente. De chico se metía en un ropero con un café muy bueno que le hacía la madre, que era brasileña, y un gato. Y ahí leía y leía. En esa época tenía que conseguir libros donde pudiera. Había un tipo que vivía a varios kilómetros, en Sayago, y le prestaba libros, pero sólo uno cada vez. Al terminar un libro tenía que hacer esos kilómetros caminando para leer otro libro, porque el padre no podía pagarle todo lo que quería leer. Después yo le conseguía todo de segunda mano en las ferias. Yo hice la misma biblioteca dos veces y la perdí tres veces.

Se ha hablado mucho de las atmósferas nocturnas de Onetti, de los ambientes cerrados, pero yo veo en sus historias una aspiración recurrente al aire libre, la playa, la naturaleza.

Amaba la playa, pero no era especialmente amigo de la naturaleza. El mejor lugar en el mundo era la cama y con un libro. Cuando era joven iba a la playa, mucho, y nadaba. Él amaba su Uruguay con sus orillas, su arena preciosa, era maravilloso. Y algunas veces alquilábamos alguna casa de veraneo. Él tenía un terreno en Parque del Plata y al final lo perdió, claro. Nos fuimos y chau.

¿De qué manera creés que el exilio afectó su literatura?

Él no cambió su literatura por dónde estaba, para nada, porque no era local, era todo más bien psicológico. Pero así como hay referencias a los presos políticos, aparece en “El árbol”, un cuento muy corto, cuando a mí me llevaron presa en Uruguay por ser leal con los amigos. Yo había ido a la casa de mi profesor de violín, que yo sabía que estaba metido. Y cuando fui ahí, ya estaba tomado por la Policía. Me agarraron, me revisaron, tenía un papelito de propaganda que Juan me había dicho que tirara, pero quise guardarlo para leerlo y después devolverlo, una ingenuidad. Me lo tiraron y no me pasó nada, pero estuve presa varias horas, algo que es horrible. Te regalo cuatro horas en una celda, cuando no tenés idea de lo que te va a pasar. Ahí estuve muy asustada; me llevaron en un auto policial, y veía a la gente libre por las calles como en un sueño. Si no te pasa, no te das cuenta de lo que es, lo que valorás realmente esa libertad.

¿No tenías ninguna militancia política ni pertenecías a ningún partido?

Era de izquierda, tocaba en la orquesta de la izquierda, pero nada más. 

¿Y la idea de no volver a Uruguay?

Juan quedó aterrado con volver después de lo que pasamos. Llegó a estar tres meses preso por participar como jurado en un concurso de Marcha, en 1974, y salió gracias a que pudimos meterlo en un hospital psiquiátrico. Creo que era el único que no estaba loco. Eso lo logré con la ayuda de un poeta amigo de Juan que tenía influencia y consiguió que lo viera un médico, porque estaba flaquísimo. Estaba buscando dónde colgarse, tenía una soga, pero no sabía hacer el nudo. Eso podés publicarlo, porque es típico de él: no hacía nada práctico, yo hacía todo. 

Pero además tuvimos una buena época en España. Pasamos mucho nerviosismo al principio, porque demoraron en darle un lugar fijo de trabajo, hasta que consiguió que le dieran un artículo por mes. Con eso él ganaba más que yo trabajando el mes entero todos los días. 

También dedicabas unas cuantas horas a su cuidado.

Yo era todo para él, todo, le daba de comer, le pasaba la máquina, lo llevaba de acá para allá. Con mucha protesta de su parte, siempre. Le aterraban los compromisos sociales. Él decía siempre no, al principio, pero como la gente insistía, porque querían que fuera Onetti, terminaba aceptando. No sabía decir que no y sufría horrores. Entonces se portaba mal, o se negaba a aparecer cuando todos lo estaban esperando. No fue fácil.

Muchos escritores tienen una relación ambigua con el reconocimiento. Por un lado no quieren la notoriedad, pero a la vez les halaga ser leídos y premiados. ¿Él ya era un escritor célebre cuando lo conociste?

No era famoso al principio, lo fue de a poco. Realmente famoso no fue hasta que se fue a España, donde tuvo el respaldo de editores fuertes. En Uruguay era todo muy doméstico, compraban un cuento por un pollo asado, o algo así, y él aceptaba todo.

Este año, el 30 de mayo, se van a cumplir 30 años de su muerte.

No sé, yo no cuento, está ahí ya. No tengo idea, querida, no me preguntes.

¿Creés que tuviste una buena vida? ¿Lo volverías a hacer todo?

Con cambios. 

¿Con algunos retoques?

Pensándolo mejor, no, porque es injusto preguntar eso, porque ya sé lo que pasó. Cuando no lo sabés, es otra historia, siempre hay esperanza de esto… De lo otro, qué sé yo. 

Angélica e Inés

Sentada en el jardín, con la mirada algo perdida y la sonrisa abierta y generosa, está Nessy, la hermana de Dolly. Permanece quieta, a la intemperie, a pesar del frío de los primeros días de agosto, esperando que aparezca la primera estrella para entrar a la casa. Hay algo raro en ella, no oye bien, o no comprende todo lo que se dice. Es Mario, que me acompaña, quien se queda con ella mientras entrevisto a Dolly. Él se entera de la historia del niño y el león de cemento en el jardín, que alude al mito de Androcles: resulta que un vecino se mudó de casa y no podía llevarse la estatua con él, de modo que Nessy la acogió allí.

Varios gatos andan en la vuelta y uno duerme en el banco. Pepe (Pepín) y Miranda son de la casa, otros pasan de visita, y Nessy les da queso de untar y leche, mientras se sirve su té. Todo el tiempo mira su falda. No distingue a los gatos que van y vienen hasta que no suben. Los llama “pussycat”, como les han dicho siempre en la familia.

Una vez terminada la entrevista y cuando el cielo ya ha oscurecido, entra al salón de los pianos y se transforma: es pura energía. Nos agasaja tocando varias piezas, algo de Bach, “La gota de agua”, de Chopin, repasa un fragmento de “Fuegos artificiales”, de Debussy, y cierra el concierto con dos marchas nupciales, que nos dedica. En un momento, Pepín se sube al teclado. Ya había contado antes que a Pepín le gustaba improvisar, ahora agrega que lo hace cada vez de manera distinta.

Ha sido concertista y profesora de música. Con 97 años, guarda en su casa los objetos de toda su vida, desde el nacimiento. Por eso es inevitable el aire anacrónico, la sensación de un mundo detenido y milagrosamente conservado, faulkneriano, onettiano tal vez.

–¿Nessy es el nombre de tu hermana? ¿Es nombre o apodo?

–De Inés. Mi padre tenía una hermana Inés, y quiso ponernos a las dos Inés. Así que ella es Inés Ángela, y yo soy Dorothea Inés Noemí –dice Dolly.

Inés es un nombre onettiano. Angélica Inés es hija de Petrus en El astillero, y reaparece en varios relatos, sensual, ingenua, aniñada, oscilando entre la locura y la disminución intelectual. Pretendida del buscavidas Larsen, se casa, sin embargo, con el médico Díaz Grey y llega hasta el final de la saga con no pocos misterios a cuestas. También es Inés la idealizada y angélica novia perdida en el cuento “Bienvenido, Bob”.