El conjunto The Three Degrees hacía su aparición en televisión en 1974 con la canción “Dirty Ol’Man”. Las tres llevaban vestidos dorados que resaltaban su figura y piel canela. Le cantaban a un viejo verde, tratándolo de sucio y repugnante, cuyos deseos no estaban dispuestas a complacer. Esta canción funciona como un link a Las chicas doradas , la nueva novela de Manuel Soriano, galardonada con el Premio Juan Carlos Onetti en 2023. El autor argentino y radicado en Uruguay publicó las novelas ¿Qué se sabe de Patricia Lukastic? (que recibió el Premio Clarín en 2015), Rugby (2015) y Variaciones de Koch (Premio Narradores de la Banda Oriental en 2011).
A propósito de Las chicas doradas, Gustavo Espinosa, jurado del Premio Onetti, escribió que es "una confabulación de géneros heterogéneos". Lo más difícil de esta novela es encasillarse dentro de un género y de un estilo, porque de algún modo coquetea con varios y este detalle es lo que convierte su lectura una experiencia que puede ser incómoda, con toques de humor, pero también bella y repulsiva a la vez.
La novela se estructura en cuatro capítulos heterogéneos en su estilo. La aparición de un perro empalado y su devenir en objeto artístico del fotógrafo Oliver Ferrac será el inicio de una historia que navega entre lo policial, lo distópico y el realismo sucio, que no sólo está presente en el primer capítulo, sino que avanza en los siguientes tres. El hecho y la fotografía del perro muestran los grados de violencia naturalizados en esta sociedad que se encuentra dividida en “distritos”. A este caso se suma la desaparición de chicas adolescentes a las que se las menciona como “las chicas doradas”, por su piel trigueña y el pelo oscuro con destellos rubios.
Las desapariciones de las jóvenes y los empalamientos comienzan a ser investigados por dos policías: la oficial Mota y el oficial Henry, un joven que la acompañará en toda su expedición. Lo que comienza a ser una búsqueda de los responsables también se convertirá en un viaje introspectivo de ambos personajes, que conocerán sus propios límites y suciedades. A Mota le falta un seno, lo que la lleva a estar constantemente tocándose la cicatriz que le dejó la enfermedad. Entre el placer y la ausencia de una parte de su cuerpo y de su feminidad, se palpa como si tuviera la necesidad de asegurarse que hay algo que aún falta. Por otro lado, es una mujer que vive únicamente acompañada de su perro, lo que convierte su soledad en un abismo, porque el narrador estratégicamente nos hace desconfiar de la imposibilidad de que su perro pueda terminar como los otros. Henry también es un ser extraño y solitario. Vive con su madre, que no hace más que mirar la programación de El Cristal, un sistema panóptico que muestra las cámaras del distrito para todos sus habitantes.
El segundo capítulo –tal vez el más atrapante– tiene como protagonista a Dina, una periodista que está en busca de datos sobre las chicas doradas. Al igual que con los otros personajes, nos introducimos en su vida íntima, lo que nos permite conocer su nomadismo, con el que busca huir de su hermana discapacitada y de su madre, que no ha hecho otra cosa que cuidar de ambas hijas. La labor de una periodista de investigación, el estrés y la pesquisa continua de datos a la que se encuentra sometida cobran importancia en este tramo. En la tercera y cuarta parte de la novela confluyen todos los personajes, así como los motivos que desarrollan la acción: la historia de los perros y de las chicas se unen en un mismo punto.
Cada capítulo está interceptado por breves pasajes donde conocemos detalles fugaces de lo que les sucede a las chicas doradas: se las obliga a mirar películas de Gwyneth Paltrow con el Gobernador, un personaje fundamental en la historia, fanático de la actriz que no hace más que contar de manera obsesiva las películas a cada chica que está con él. La pluralidad de perspectivas hacia los dos conflictos se suma a la construcción de imágenes abyectas que nos colocan en un universo amenazante. Aunque la historia no se desarrolla en espacios conocidos, sino en lugares ficcionalizados, las formas de violencia y de los escenarios desérticos y perdidos nos llevan a pensar que estamos ante un caso típico de la narrativa del narcomenudeo: aquí se mantienen las formas de violencia, pero desviándonos la mirada hacia otros delitos.
Más allá de que el centro sea descifrar la incógnita de los perros y la desaparición de las chicas, lo medular se encuentra en la majestuosidad de lo repulsivo. No hay paz en esta narración, porque la violencia condecora cada episodio, cada personaje y cada imagen. Soriano persigue una estética de la crueldad que no perdona a mujeres, hombres ni animales. Se trata de la violencia misma que muestra sus garras y hiere en profundidad, a tal punto que asistimos a una desoladora realidad que no se guarda nada. Esta es una literatura que ataca a los lectores con imágenes ácidas y que no pierde el fino trabajo con el lenguaje. Una novela no apta para corazones débiles, sino para los sucios de paladar fino, que eligen bailar ante la mirada de Dirty Soriano.
Las chicas doradas, de Manuel Soriano. 312 páginas. Hum, 2024.